Skip to main content

Full text of "Noches, relatos y huellas. Sexo/género en los boliches del Cordón"

See other formats


biblioteca 





Noches, relatos y huellas 
Sexo/genero en los 
boliches del Cordon 


Gabriel Eira Charquero 


NOCHES, RELATOS Y HUELLAS 


Sexo/género 
en los boliches del Cordón 


Gabriel Eira Charquero 


NOCHES, RELATOS Y HUELLAS 


Sexo/género 
en los boliches del Cordón 





5 UNI VERS] DAD 
CSIC DE 6 ras 


bibliotecaplural 


La publicación de este libro fue realizada con el apoyo 


de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (cs1ic) de la Universidad de la República. 


Los libros publicados en la presente colección han sido evaluados 
por académicos de reconocida trayectoria en las temáticas respectivas. 


La Subcomisión de Apoyo a Publicaciones de la csIc, 


integrada por Luis Bértola, Carlos Carmona, Carlos Demasi, Mónica Lladó, Alejandra López, 


Sergio Martínez y Aníbal Parodi ha sido la encargada de recomendar 
los evaluadores para la convocatoria 2017. 


O Gabriel Eira Charquero, 2017 
O Universidad de la República, 2019 


Ediciones Universitarias, 
Unidad de Comunicación de la Universidad de la República (ucur) 


18 de Julio 1824 (Facultad de Derecho, subsuelo Eduardo Acevedo) 
Montevideo, cr 11200, Uruguay 

Tels.: (+598) 2408 5714 - (+598) 2408 2906 

Telefax: (+598) 2409 7720 

Correo electrónico: <infoed(Vedic.edu.uy> 
<www.universidad.edu.uy/bibliotecas/> 


ISBN: 978-9974-0-1683-5 


CONTENIDO 





PRESENTACIÓN DE LA COLECCIÓN BIBLIOTECA PLURAL, Rodrigo Ali. 7 


Inrropucción. En camino a una operativa 









El escribir en las tramas de los relatos... 
El juego de este texto 
Dirección de la mirada y territorialidad ....occcnnnnnnnnnnnnnnmes 17 
La performance, el territorio y los modos de Vida. acacia 20 


PROCEDENCIAS. Sexo, género, identidad y discurso 
(Revisión de literatura y problema).. 








¿Sexo/ género? coccacaociononinns 

II e eneruracueaecuna nee 44 

Discursividad y DITA dictada 54 
EsScENOGRAFÍA Y RELATOS (PROPÓSITO Y METODOLOGÍA) eccncccnonncanenansnencccnmecmeecmsn 

Escenario(s). ¿Dónde leer la ausencia del libro? occ. 


Relatos y metodología. ¿Cómo leer la ausencia del libro? 
Cuaderno de bitácora; hacia la lectura del libro ausente 


EscENAS. REGISTROS Y PERFORMANCE. (¿RESULTADOS?) A 95 
Espacios y deriva Urbanas 
Escenas y deriva DOCLUEÑA initial 
Relatos desde la deriva nocturna 





Relatos desde grupos de discusión... 





DISCUSIÓN... 
El trazar de estos relatos.. 
Huellas disciplinares iia aida 






o 161 


REFERENCIA Si ao 165 


Presentación de la Colección Biblioteca Plural 


Vivimos en una sociedad atravesada por tensiones y conflictos, en un mun- 
do que se encuentra en constante cambio. Pronunciadas desigualdades ponen 
en duda la noción de progreso, mientras la riqueza se concentra cada vez más 
en menos manos y la catástrofe climática se desenvuelve cada día frente a nues- 
tros ojos. Pero también nuevas generaciones cuestionan las formas instituidas, 
se abren nuevos campos de conocimiento y la ciencia y la cultura se enfrentan a 
sus propios dilemas. 

La pluralidad de abordajes, visiones y respuestas constituye una virtud para 
potenciar la creación y uso socialmente valioso del conocimiento. Es por ello 
que hace más de una década surge la colección Biblioteca Plural. 

Año tras año investigadores e investigadoras de nuestra casa de estudios 
trabajan en cada área de conocimiento. Para hacerlo utilizan su creatividad, dis- 
ciplina y capacidad de innovación, algunos de los elementos sustantivos para las 
transformaciones más profundas. La difusión de los resultados de esas activida- 
des es también parte del mandato de una institución como la nuestra: democra- 
tizar el conocimiento. 

Las universidades públicas latinoamericanas tenemos una gran responsabi- 
lidad en este sentido, en tanto de nuestras instituciones emana la mayor parte 
del conocimiento que se produce en la región. El caso de la Universidad de la 
República es emblemático: aquí se genera el ochenta por ciento de la produc- 
ción nacional de conocimiento científico. Esta tarea, realizada con un profundo 
compromiso con la sociedad de la que se es parte, es uno de los valores funda- 
mentales de la universidad latinoamericana. 

Esta colección busca condensar el trabajo riguroso de nuestros investigado- 
res e investigadoras. Un trabajo sostenido por el esfuerzo continuo de la sociedad 
uruguaya, enmarcado en las funciones que ella encarga a la Universidad de la 
República a través de su Ley Orgánica. 

De eso se trata Biblioteca Plural: investigación de calidad, generada en la uni- 
versidad pública, encomendada por la ciudadanía y puesta a su disposición. 


Rodrigo Arm 
Rector de la Universidad de la República 


Introducción 


En camino a una operativa 


¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de 
metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas 
cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido 

realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retórica- 
mente y que, después de un prolongado uso, un pueblo 
considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades 
son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; me- 
taforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, 
monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya 
consideradas como monedas, sino como metal 


(Nietzsche, 1873/2012, p. 28). 


El escribir en las tramas de los relatos 


Iniciar el discurrir en una escritura supone una serie de inconvenientes di- 
fíciles de resolver. Si la palabra discurso (del latín discursus “correr de un lugar 
a otro”) sugiere correr o sencillamente discurrir (del latín discurrere “correr en 
todos los sentidos”), iniciar la actividad discursiva compromete al autor ante un 
compromiso inaugural que fundamenta dichos inconvenientes. "Tal vez por este 
motivo, el recurso de las citas suele acompañar los pasos iniciales para el fluir 
de los textos. Es así como los escribientes buscan refugiarse tras la fuerza de una 
autoridad adjudicada a las procedencias de sus lecturas. Este procedimiento 
posibilita desdibujar el protagonismo de la primera persona identificándola con 
la cualidad de la ficción; no habría una unidad escribiendo, sino una multitud 
expresándose tras la escritura. De este modo, el yo adquiriría el carácter de un 
mero recurso formal de la gramática. No obstante, los pronombres personales 
poseen una particular tendencia naturalizarse; terminan negándose como tales 
cuando, bajo efecto de la repetición, pasan a identificarse como procedencia 
última del pensamiento. 

Así, este texto se despliega desde una cita de Nietzsche que impulsa los pri- 
meros pasos. Cita inicial que permite relativo alivio inicial para ejecutar el paso 
inicial del escribir; el juego en una cinta de Móbius. Jugamos, cual uróboros, en 
un paradójico inicio-no-inicial. La serpiente se alimenta devorando su propia 
cola, en clásica alegoría al eterno retorno de un ciclo insensible a aquellas actua- 
ciones que pretendan impedirlo. 

La naturaleza retórica de las palabras precedentes admite diversas utilidades 
dentro de los juegos de lenguaje, busca algo más que persuadir sobre las dificulta- 
des propias del shock al blanco tan frecuente en los inicios. Pretende introducirnos 
paulatinamente en el problema que define el objetivo de este trabajo; persuadir 


sobre la pertinencia de las preocupaciones que nos inquietan. En efecto, y a gran- 
des rasgos, nos proponemos atender un plano específico de los juegos de lenguaje 
y formas de vida de las que hablara Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas 
(1921/1999). Pero discriminar la especificidad de dicho plano nos obliga a na- 
vegar previamente por aquellos sistemas simbólicos que hacen posible tal discri- 
minación. Esto nos retrotrae, nueva y directamente, a aquel profesor austríaco. 
Sigamos, entonces, jugando con los juegos de lenguaje y las formas de vida. 

Si los juegos de lenguaje pueden ser entendidos como conjuntos de prác- 
ticas diagramadas por sistemas de reglas, son estos sistemas los que constituyen 
nuestro foco de atención. Pretendemos jerarquizar el cómo sucede antes del qué 
sucede. Wittgenstein ha puesto énfasis en el carácter regulado de esta actividad, 
sosteniendo, por un lado, que hay reglas que rigen estas prácticas, pero señalan- 
do, por otro, que dichas reglas están sustentadas por las mismas prácticas. En 
razón de ello, resultaría particularmente paradójico intentar buscar cualquier 
tipo de regla sin atender las características de su aplicación. No sería posible, 
entonces, lograr una definición de regla, ya que esta no constituye ningún tipo de 
objeto físico o mental, sino apenas una práctica que remite a un uso relativamen- 
te estable; se trata de una costumbre sustentada en su propio ejercicio. Buscar 
los fundamentos de tales reglas carecería de sentido, ya que para hacerlo debe- 
ríamos hacer uso del lenguaje, el cual se encontraría definido por la propia regla 
que intentáramos definir. Si los límites entre lo verdadero y lo falso se sostienen 
sobre el sentido al cual dirigen estas reglas, las proposiciones que las describen 
no pueden ser falsas ni verdaderas porque constituyen el modo de acción de las 
reglas que fundamentan toda verdad y falsedad; no habría argumento que pu- 
diera dar cuenta de tales reglas porque todo argumento se inscribe en las reglas 
que lo hacen posible. Por esta razón, las reglas y las proposiciones gramaticales 
desconocen todo fundamento y sentido trascendente. 

En este plano del problema, y desde una sugerente armonía referencial con 
los juegos de Wittgenstein, Umberto Eco selecciona lúdicamente un título para 
una de sus obras paradigmáticas, Kant y el ornitorrinco (1997/1999). En efecto, 
resulta difícil reconocer en cuál taxonomía podría ser localizado el filósofo pru- 
siano junto a uno de los dos únicos ovíparos de los mamíferos. Una conjunción 
como esta parecería extraída de aquella enciclopedia china que citara Borges 
para «El idioma analítico de John Wilkins» (Borges, 1952/1974, pp. 706). Sin 
embargo, la aparente locura que ya convocara la carcajada de Michel Foucault 
en Las palabras y las cosas (1966/1985), adquiere comprensible linealidad des- 
de un primer capítulo dedicado a la inefabilidad del ser; desde allí, Eco play he 
game con las estrategias de semiotización que configuran el lenguaje como juego. 

Ciertamente, sobre el ser nada se puede decir sin utilizar el mismo signo 
sobre el cual se pretende hablar. La propia herramienta utilizada para definir 
sería aquella que definiría lo definido. La misma pregunta, que al ser interpela, 
contendría el signo interpelado; ¿qué es el ser? Como ya lo señalara Pascal y 
lo recuperara Eco: 


No podemos ponernos a definir el ser sin caer en este absurdo: porque no se 
puede definir una palabra sin empezar por el término es, ya sea expresado, ya 
sea sobreentendido. Así pues, para definir al ser, hay que decir es, y usar de ese 
modo el término definido en la definición. Lo cual no es lo mismo que decir, 
con Gorgias, que del ser no se puede hablar: se habla muchísimo del ser, in- 
cluso demasiado, salvo que esta palabra mágica nos sirve para definir casi todo, 
pero no es definida por nada. En semántica se hablaría de un primitivo, el más 
primitivo de todos (Eco, 1997/1999, p. 17). 


Nuestro semiota italiano no deja de advertirlo; pese a su carácter de ficticia- 
ficción, el ser configura un primitivo irrenunciable, por ello no solo sobre él se 
habla sino que sobre él se habla demasiado. Es así como se juega al uróboros, en 
un paradójico inicio-no-inicial; una serpiente alimentándose con la deglución de 
su propia cola. Ciertamente, es mucho lo que se puede decir y se dice sobre la 
naturaleza no natural del ser. Por todo ello, el autor invita a interpelarlo, a expe- 
rimentar sus resistencias, a captar sus aperturas, sus alusiones nunca demasiado 
explícitas. El resto sería, para Eco, simple conjetura. 

De lo que se tratará en este escrito, entonces, será de una tarea orientada a 
atender los juegos de lenguaje y a las formas de vida en ellos implícitas. Una tarea 
encausada hacia aquella voz sin nombre de la que hablara Michel Foucault para 
su clase inaugural en el College de France: 

En el discurso que hoy debo pronunciar, y en todos aquellos que, quizás du- 

rante años, habré de pronunciar aquí, hubiera preferido poder deslizarme su- 

brepticiamente. Más que tomar la palabra, hubiera preferido verme envuelto 

por ella y transportado más allá de todo posible inicio. Me hubiera gustado 

darme cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me precedía una 

voz sin nombre desde hacía mucho tiempo: me habría bastado entonces con 

encadenar, proseguir la frase, introducirme sin ser advertido en sus intersticios, 

como si ella me hubiera hecho señas quedándose, un momento, interrumpida. 

No habría habido por tanto inicio; y en lugar de ser aquel de quien procede el 

discurso, yo sería más bien una pequeña laguna en el azar de su desarrollo, el 

punto de su desaparición posible. (Foucault, 1970/1992, p. 3) 


Comenzamos con el auxilio de una tríada; Nietzsche, Wittgenstein, y 
Foucault. Estos tres maestros tan cercanos y tan lejanos entre sí forman parte in- 
eludible de la multitud que habla a través de las palabras que ocupan este escrito. 
Precisamente por ello no resulta difícil identificar tales procedencias; correspon- 
de, entonces, reconocerlas. Sin embargo, y como toda procedencia se manifiesta 
infinitamente múltiple, este célebre trío solo configura un punto de partida para 
las páginas que sobrevienen. Configuramos, de este modo, un ficticio inicio para 
la cinta de Mobius, un jugar a detener la infinita auto-deglución del uróboros. En 
otros términos; se trata de ficcionar el capítulo inicial de un discurso que solo se 
reconoce como un breve lapso, como un espacio en un relato sin principio ni final. 

Urge reconocer, asimismo, que Paul Ricoeur también ha recurrido a la 
categorización de un trío para su esgrima retórica. En efecto, el crítico francés 
propuso un nexo para articular a pensadores aparentemente tan lejanos como 


Nietzsche, Freud y Marx. Este consistiría en un común intento, programático 
y radical, de poner al descubierto las mistificaciones presentes en la historia de 
la filosofía, intento que lo habilitaría a clasificarlos como «escuela de la sospe- 
cha» (Ricoeur, 1965/1990, pp. 32-35). De acuerdo al autor, para ellos pensar 
equivaldría a interpretar desde una paradójica sospecha hacia el propio acto 
interpretativo; el pensamiento no solo se configuraría como efecto de tradicio- 
nes mistificadoras, sino que la propia noción de verdad sería también efecto de 
una estratificación histórica cuya procedencia sería retórica, emotiva, e intere- 
sada. El sentido auténtico, del cual las apariencias y las formaciones secundarias 
constituirían la metáfora, sería algo oscuro y difuso que debiera también ser 
sometido a interpretación. 

Siguiendo esta direccionalidad, nuestro trío referencial se parecería más a 
un clan auxiliar de cierto posicionamiento posnihilista que a una escuela, como 
lo propondría Ricoeur para aquellos tres célebres alemanes. No obstante la pe- 
sar de la voluntad iconoclasta que parece desprenderse de sus obras), Nietzsche, 
Wittgenstein y Foucault configuran —también y paradójicamente— un singu- 
lar panteón dentro de la iconografía de la sospecha. Así, nuestra sospecha pasa a 
radicalizarse hasta sospechar del propio ejercicio de sospechar. 


El juego de este texto 


Entonces, en lugar de hablar sobre algo, en lugar de pensar sobre algo, ¿nos 
dedicaremos al redundante juego de hablar sobre el hablar?, ¿nuestra tarea se 
orientará hacia pensar el pensar? Si, no, y todo lo contrario. Si reconocemos la 
posibilidad de identificar infinidad de juegos de lenguaje, ¿qué habría en común 
en tales juegos como para permitirnos hablar de ellos como pertenecientes a un 
algo? ¿cuál sería esa comunidad de cosas que nos permitiría configurarla como 
algo capaz de afectar y ser afectado? 

Wittgenstein nos proporciona una respuesta que bien podría ser adjetivada 
como sorprendente: no hay nada en común en ese conjunto de fenómenos al que 
llamamos lenguaje. Lo cual no implica, necesariamente, que la polisemia de los 
signos torne imposible definir algo en concreto. Sostiene, por el contrario, que 
ese algo (el lenguaje) constituye una familia de fenómenos emparentados entre sí 
de diversas maneras. Agrega a la metáfora familiar el uso analógico de los juegos 
para ilustrar esta perspectiva. 

Reconociendo que cada juego es —por definición— diferente; ¿qué sería 
aquello que nos permite agruparlos en familias tales como «juegos de mesa», 
«juegos de pelota», etcétera? Es más, incluso, ¿qué sería aquello que nos permite 
agruparlos a todos bajo la categoría «juegos»? No hay nada que aparezca en co- 
mún para todos los juegos, sin embargo, así los denominamos y así los agrupa- 
mos en función de algunas semejanzas. 

El uso de la imagen «familia» refiere al conjunto de parecidos presentes en al- 
gunas personas. Parecidos que nos permitirían identificarlas como pertenecientes 


a una familia sin, por ello, desdibujar las diferencias por las cuales se discrimi- 
nan unas de otras. Visto en forma inversa; si bien resultaría posible percibir las 
especificidades que definen a una persona en particular, no por ello dejaríamos 
de percibir aquellas semejanzas que permitirían identificarla como integrante de 
cierta familia antes que de otra. Si se nos concede la expropiación a Wittgenstein 
de esta metáfora de las familias (o de los parecidos de familia), podremos ir apro- 
ximándonos al asunto que nos convoca. Como el recurso nos resulta útil, sigamos 
entonces con su auxilio. 

Recordando la razón de uso del significado de las palabras (el significado 
de una palabra no sería otra cosa que su uso), habría que reconocer que iden- 
tificar una familia en los juegos de lenguaje implica identificar las formas de 
vida allí articuladas. Es así como los parecidos de familia no se configurarían 
exclusivamente entre los diferentes juegos de lenguaje, sino también entre los 
propios significados de las palabras; ellas mismas se configuran en el plano de 
los juegos. Cada palabra jugada en distintos juegos de lenguaje posee distintos 
usos; roles de juego diferentes. Esto no implica decir que tengan significados 
completamente diferentes, sino que cada palabra poseería una familia de signifi- 
cados posibles. La familia de significados se inscribiría, entonces, en familias de 
juegos de lenguaje. 

Dicho de otro modo, los procesos de significación dependerían de la inte- 
rrelación entre todos los componentes del juego de lenguaje; en los que estos se 
inscriben y en donde constituyen aquello que desde sus reglas se configura como 
contexto. Este contexto trascendería las simples emisiones lingúísticas para com- 
prometer también acciones no estrictamente linguísticas. No se trata, entonces, 
de buscar las estructuras lógicas del lenguaje sino de estudiar el comportamiento 
de sus usuarios; cómo se aprende a hablar y para qué. El significado de las pala- 
bras y el sentido de las proposiciones reside en su uso en el lenguaje; preguntar 
por el significado de una palabra o por el sentido de una proposición equivale a 
preguntar por cómo se usa. Por otra parte, puesto que dichos usos son muchos y 
multiformes, el criterio para determinar el uso correcto de una palabra o de una 
proposición estará determinado por el contexto al que pertenece, el cual siempre 
será reflejo de la forma de vida de los hablantes; una práctica. Práctica, en suma, 
reglada por los propios procedimientos que dan a la misma su carácter de tal. 

Ello evidencia la imposibilidad de un lenguaje privado; un lenguaje resul- 
ta concebido aquí como un conglomerado de juegos, cada uno regido por sus 
propias reglas. Se trata, entonces, de comprender que estas reglas no pueden ser 
privadas porque no se puede seguir privadamente una regla. El único criterio 
para saber si se sigue correctamente la regla está en el uso habitual de una comu- 
nidad. Lo mismo ocurre con los juegos de lenguaje; pertenecen a un colectivo. 
Tal conclusión colabora con la posterior subversión de la dicotomía entre el 
adentro y el afuera, transformando la tensión entre lo singular y lo colectivo en 
una ficción meramente operativa. 


¿Qué sucede con esos términos que refieren a nuestras experiencias priva- 
das? El significado de la palabra do/or es conocido por todos, sin embargo, nadie 
puede saber si otro llama dolor a lo mismo que él, ya que no puede experimentar 
su dolor, sino solamente el suyo. Wittgenstein llega a comprender así que el uso 
de la palabra dolor viene asociado a otra serie de actitudes y comportamientos y 
que solo a partir de ello es posible asociar la palabra dolor a lo que se siente pri- 
vadamente. Desde este mismo lugar, los llamados problemas filosóficos devienen 
en perplejidades. Al hacer filosofía se despliega un enredo dispuesto en un juego 
de lenguaje cuyas reglas no están determinadas, ya que es la propia filosofía la 
que pretende establecer esas reglas; una suerte de círculo vicioso. De ahí que 
la misión de la filosofía sea, para Wittgenstein (1921/1994), luchar contra el 
embrujo del entendimiento por medio del lenguaje. 

En los juegos de lenguaje y sus formas de vida se constituirían acciones 
que convocan a los procesos de constitución de lo real. Es en este plano que 
se configura aquella dimensión a la cual John Langshaw Austin (1962/1990) 
denominara performatividad, aquel enunciado que no se limitaría a describir un 
hecho sino que por el mismo hecho de ser expresado realizaría el hecho. Pensada 
desde esta perspectiva, la cualidad performativa del lenguaje se conforma en ar- 
ticulación con diversas dimensiones de la performatividad más allá de lo especí- 
ficamente lingúístico. Sería una suerte de invocación performativa; un conjunto 
de actos performativos con el sentido que, para performance, aparece adjudicado 
desde Judith Butler (1990/2007). Así como el auxilio de Wittgenstein posibili- 
ta el uso de una metáfora instrumental como la de los juegos de lenguaje, Butler 
se auxilia con Austin (para quien la filosofía posterior a Wittgenstein habría 
perdido interés), y quien firma estas líneas se auxilia con la performance de Butler 
para diagramar el asunto que se convoca en este texto. 

Si el cuerpo no es un «ser» sino un límite variable, una superficie cuya per- 

meabilidad está políticamente regulada, una práctica significante dentro de 

un campo cultural en el que hay una jerarquía de géneros y heterosexuali- 

dad obligatoria, entonces ¿qué lenguaje queda para entender esta realización 

corporal, el género, que establece su significado «interno» en su superficie? 

Sartre quizás habría llamado a este acto «un estilo de ser», y Foucault «una 

estilística de la existencia». Y, en mi interpretación anterior de Beauvoir; 

afirmo que los cuerpos con género son otros tantos «estilos de la carne». 

Estos estilos nunca se producen completamente por sí solos porque tienen 

una historia, y esas historias determinan y restringen las opciones. Hay que 

tener en consideración que el género, por ejemplo, es un estilo corporal, un 

«acto», por así decirlo, que es al mismo tiempo intencional y performativo 

(donde performativo indica una construcción contingente y dramática del 

significado). (Butler, 1990/2007, p. 271) 

Admitamos, por lo tanto, que nuestra tarea se relaciona con el hablar del 
hablar y, al mismo tiempo, con el pensar sobre el pensar. Se trata, entonces, de 
compartir con Wittgenstein la preocupación por los juegos de lenguaje y sus 
consecuentes formas de vida. Sin embargo, esta preocupación se orienta hacia 


un juego específico, hacia un particular parecido de familia, hacia un orden de 
semejanzas orientado a diagramar el desarrollo de este trabajo. 

Todo juego posee reglas generales que lo diferencian de otro, aunque la parti- 
cularidad de cada partida haga que ella se configure como diferente. Las tiene aun- 
que estas sean violadas; la propia valoración (violada) reafirma la necesidad de que 
haya un algo (una regla) pasible de ser violado. Ahora bien, las reglas de este juego 
no constituyen por sí mismas ningún tipo de objeto concreto, sino una práctica 
establecida desde lineamientos que se establecen por el propio ejercicio de dicha 
práctica. Como todo juego, sus prácticas y sus reglas de práctica son las que se 
establecen desde una existencia pragmática. El ejercicio de las reglas no constituye 
una actividad privada sino la participación en un juego que compromete a otros. 
Por ello las reglas se asientan sobre las formas de vida que las hacen posibles. Estas 
se sostienen en sistemas de creencias a los que Wittgenstein (1921/1994) prefiere 
llamar «imagen del mundo» (Weltbild). Dicha imagen se sustenta en núcleos rígidos 
de creencia que carecen de fundamento, ya que el límite de su fundamentación se 
encuentra en la propia actuación que habita el fondo del juego del lenguaje; se tra- 
ta, entonces, de configuraciones de actos lingúísticos y no lingiísticos regidas por 
reglas que remiten a una determinada forma de vida. «Los límites de mi lenguaje 
significan los límites de mi mundo» («Die Grenzen meiner Sprache bedeuten die 
Grenzen meiner Welt») (Wittgenstein, 1921/1994, p. 81). 

«De lo que no se puede hablar, mejor es callarse» («Wovon man nicht spre- 
chen kann, darúber mul man schweigen»). Con esta frase finaliza Wittgenstein 
su Traciatus logico-philosophicus (1921/1994, p. 103). Sin embargo, a esta frase 
la anteceden cerca de cien páginas en las cuales el atormentado filósofo ha he- 
cho cualquier cosa menos callarse. En efecto, resulta notorio cómo el profesor 
Ludwig ha sabido hablar muy bien de aquello de lo que no se puede hablar, 
encontrando una manera de decir cosas sobre aquello de lo que nada se puede 
decir. Tal como propusiera su profesor Bertrand Russell y lo recuperara Jesús 
Ibáñez (1991, p. 20), lo que no puede decirse en un lenguaje se lo puede hacer 
desde otro lenguaje que, si bien trata sobre la estructura del primero, lo hace 
desde una nueva estructura que lo excede. 

No solo los juegos de lenguaje aparecen emparentados, también los signi- 
ficados de las palabras configuran redes de parecidos de familia. La concepción 
wittgensteiniana de los significados no localiza a los mismos en ningún espacio 
específico, sino en el enlace que configuran las acciones. Vistos así, los signifi- 
cados de las palabras no serían, sino que «estarían siendo». El significado de las 
palabras, de esta manera, no sería otra cosa que el resultado de su uso. Esto es; 
no solo resulta inexistente una relación natural entre significante y significado, 
sino que dicha relación tampoco se puede establecer desde lo convencional. En 
última instancia, el significado de la palabra estará siendo procesado desde el 
acontecer con el que esta es utilizada; se relaciona con el rol que juega en el 
juego del lenguaje en el que se usa. Sobre estos parecidos de familia nos propon- 
dremos hablar en esta escritura, aún reconociendo la paradoja de que de lo que 
no se puede hablar mejor es callarse. 


Esa gran familia, que definiría nuestro juego de lenguaje (y, por tanto, un 
sistema de reglas que remite a formas de vida), sostenida en una imagen del mun- 
do, configuraría esa performance que otorga especificidad a los avatares de nues- 
tro juego. Se trata, entonces, de atender en estas páginas a un asunto que bien 
podría ser titulado del modo que lo ha hecho Teresa de Lauretis (1984/1992); 
«tecnologías del género». 

El nombre de Teresa de Lauretis nos conduce al encuentro entre el postfe- 
minismo y la obra de Michel Foucault; se trata de un encuentro contextualizado 
en el debate entre construccionismo y esencialismo. En efecto; la tarea de las 
páginas que suceden se relaciona con una búsqueda que podría ser titulada des- 
de el debate entre dichas perspectivas. El enunciado propuesto por esta cinéfila 
posestructuralista italiana (sus textos más sobresalientes parecen centrados en la 
representación cinematográfica de las mujeres) nos posibilita un uso instrumen- 
tal que consideramos de particular valor. Así, el hablar de tecnologías del género, 
o de tecnologías del sistema sexo/género (como podría ser más adecuado), pare- 
ce simplificar la nomenclatura de nuestro asunto. 

Ciertamente, resulta comprensible el uso del griego téchne (répm), forma 
abstracta del verbo sikto (tíxtw “engendrar, producir, o generar”), que es aplicado 
—-en una sinonimia traductora— a arte u oficio; se trata de un significante vin- 
culado con procedimientos operativos específicos. Lo mismo sucede con el uso 
del griego /ógos “palabra reflexionada”, y por ello asociada a pensamiento, razón, 
argumento, estudio, inteligencia, verdad o ley. La articulación de ambos términos 
en tecnología nos conduce al apartado específico que la Real Academia Española 
(RAE) le otorga a esa palabra en su diccionario: 

tecnología (Del gr. teyvokoyía technología, de texvodóyos technológos, de téxvn 

téchne “arte” y Myos lógos “tratado”). 1. f. Conjunto de teorías y de técnicas 

que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico. 2. f. 

Tratado de los términos técnicos. 3. f. Lenguaje propio de una ciencia o de un 

arte. 4. f. Conjunto de los instrumentos y procedimientos industriales de un 

determinado sector o producto. (RAE, 2018) 


En armonía con la RAE vale recordar los señalamientos de Michel Foucault 
(1981/1990), para quien la tecnología resultara configurada como un dispositi- 
vo complejo de poder-saber; un dispositivo que integraría instrumentos, textos, 
discursos, regímenes del cuerpo y regulación de los enunciados. En este sentido, 
entonces, el objeto de nuestro asunto se relaciona con el juego de las tecnologías 
del sistema sexo/género; nuestra búsqueda hacia allí se dirige. Vale insistir en 
este punto; se trata de las tecnologías del sistema sexo/género, de los propios 
procedimientos relacionados con dichas tecnologías antes que con los actantes 
específicos que en ellas se inscriben. Para utilizar metáforas de la geofilosofía de 
Deleuze y Guattari (1972/1985), se trata de atender al plano de la territoria- 
lidad antes que a una presupuesta naturaleza de los habitantes allí constituidos; 
atendemos al juego mismo antes que a los jugadores, y a estos como roles en una 
partida antes que como entidades ontológicas. 


Dirección de la mirada y territorialidad 


El juego que nos convoca implica formas de vida consecuentes. Atender 
a dicho juego obliga a atender a dichas formas; condiciones de uso, colectivos, 
reglas, procedimientos; «agenciamientos colectivos de enunciación», de acuerdo 
con la nomenclatura de Deleuze y Guattari (1972/1985). Pero ¿qué agencian 
los colectivos?, ¿cómo lo hacen? y ¿dónde? Teresa de Lauretis nos proporciona 
una orientación en este discurrir: 

Las concepciones culturales de lo masculino y lo femenino como dos cate- 

gorías complementarias aunque mutuamente excluyentes en las que los seres 

humanos están ubicados, constituye en cada cultura un sistema de género, 

un sistema simbólico o sistema de significados que correlaciona el sexo con 

contenidos culturales de acuerdo con valores sociales y jerarquías. A pesar 

de que los significados cambien en cada cultura, un sistema sexo-género está 

siempre íntimamente interconectado en cada sociedad con factores políticos 

y económicos. Siguiendo esta línea de pensamiento, la construcción cultural 

de sexo en género y la asimetría que caracterizan a todos los sistemas de 

género a través de las culturas (aunque en cada una en un modo particular) 

son entendidos como ligados sistemáticamente a la organización de la des- 

igualdad social. El sistema sexo-género, en suma, es tanto una construcción 

sociocultural como un aparato semiótico, un sistema de representación que 
asigna significado (identidad, valor, prestigio, ubicación en la jerarquía so- 
cial, etc.) a los individuos en la sociedad. Si las representaciones de género 

son posiciones sociales que conllevan diferentes significados, entonces, para 

alguien ser representado y representarse como varón o mujer implica asumir 

la totalidad de los efectos de esos significados. Así, la proposición que afirma 

que la representación de género es su construcción, siendo cada término a 

la vez el producto y el proceso del otro, puede ser reformulada más exacta- 

mente: la construcción del género es tanto el producto como el proceso de 

su representación (de Lauretis, 1984/1992, p. 11). 

Jugando con la retórica deleuziana, podremos divisar el campo social agen- 
ciando signos y cuerpos como piezas heterogéneas de una misma máquina. Ello nos 
concede la probabilidad de aceptar que, en la producción de enunciados, no hay su- 
jetos sino agentes colectivos. El verbo agenciar, «hacer las diligencias conducentes 
al logro de algo» (RAE, 2018), se sinonimia con lograr, obtener, conseguir, procurar, 
alcanzar, solicitar, intentar, gestionar, organizar, disponer, buscar, adquirir, tomar y 
atrapar. Si entendemos el agenciamiento como la acción de agenciar, tal acción se 
conformaría —al menos— por dos actores que lo definirían como plural. 

Todo agenciamiento, entonces, puede ser definido por su conformación como 
colectivo; pone en juego poblaciones, multiplicidades, afectos, intensidades, te- 
rritorios. Hablar, hacer, pensar, constituyen acciones que parten desde un agen- 
ciamiento, que cada uno de los elementos pone en juego. 

Los agenciamientos colectivos de enunciación remiten los enunciados a un 
régimen de signos, a una máquina de expresión cuyas variables determinan el uso 
de los elementos de la lengua (Deleuze, 1969/1980). Su producción solo puede 


ser efectiva en el propio socius en el que se inscribe, ya que hace referencia a un 
régimen de signos compartidos, a un lenguaje, a un estado de palabras y símbolos. 
Por todo ello, el agenciamiento colectivo es básicamente una redundancia, que se 
define como la capacidad inutilizada de un código semiótico subyacente. Las má- 
quinas semióticas aparecen comparables con el phylum (taxón situado entre el 
reino y la clase) que Ernst Haeckel (1866/1887) propusiera para las especies 
vivientes; se engendran en forma recíproca, se seleccionan, se eliminan, haciendo 
aparecer nuevas líneas de potencialidad. 

Desde allí, se busca atender a los procesos, a la producción de sentido antes 
que a los significados específicos, se trata de estudiar su carácter procedimental. 
Se procura, entonces, discriminar algunas de las estrategias de semiotización que 
allí se ponen en juego. Así, el lenguaje podría ser pensado como una territoria- 
lización de signos en la cual se realizaría una economía-política entre símbolo y 
materialidad; palabras y cosas presupuestas recíprocamente. 

Nuestra búsqueda dirige su mirada, entonces, hacia la necesidad de identi- 
ficar diferentes procedimientos en los juegos de lenguaje comprometidos con la 
construcción de las identidades de género. Dicha necesidad impulsa la selección 
de un corpus de investigación en el cual las tecnologías del sistema sexo/gé- 
nero aparezcan particularmente centralizadas. Esto presupone, en acuerdo con 
Jonathan Potter y Margaret Wetherell (1996), que el discurso opera constru- 
yendo versiones de la realidad y, por lo tanto, instituyendo su cualidad de tal. 
Este proceso de institucionalización presupone una cualidad performativa; per- 
forma la realidad a partir de los actos que así la constituyen. 

De este modo, nos proponemos contribuir con la comprensión de los pro- 
cesos narrativos comprometidos en la construcción de las identidades de género 
desde una particular especificidad espacio-temporal. Encargarse de atender a la 
configuración de estas narraciones proporciona un campo de visibilidad de parti- 
cular potencia estratégica, tal como advirtiera Tzvetan Todorov en su Gramática 
del Decamerón (1969/1973). En efecto, este lingilista franco-búlgaro identifica 
allí la necesidad de configurar una disciplina específica (para la cual propone el 
término narratología) desde la cual acceder a estos órdenes de configuración de la 
realidad. Se trata de una tarea que adquiriría una peculiar impronta política, pues, 
tal como señalara el autor (2000/2002), el pensamiento neoconservador y el neo- 
liberalismo de los vigentes estados democráticos parecen ir agenciando similares 
rasgos a los que edificaron el estalinismo y el fascismo. En última instancia, «no se 
trata de establecer una verdad (lo que es imposible) sino de aproximársele, de dar 
la impresión de ella, y esta impresión será tanto más fuerte cuanto más hábil sea el 
relato» (Todorov, 1968/1972, p. 11). Por todo ello, resulta fundamental prestar 
atención a las tramas narrativas y a la conexión entre las relaciones temporales y 
espaciales; los cronotopos (enunciado plural constituido a partir de la conjunción 
entre los términos griegos kronos “tiempo” y topos Lugar”) que propusiera Mijaíl 
Bajtín en Estética de la creación verbal (1979/1999). 


Los cronotopos que nos proponemos examinar se despliegan desde la acti- 
vidad social desarrollada en el espacio recreativo nocturno constituido a partir 
del eje universitario del barrio Cordón, en la ciudad de Montevideo. Este espa- 
cio se caracteriza por la articulación de numerosas ofertas recreativo-nocturnas 
(pubs, discotecas, espectáculos callejeros, salas de conciertos de música popu- 
lar, cines, teatros y centros sociales) con la presencia de varios servicios de la 
Universidad de la República (Facultad de Psicología, Facultad de Derecho, 
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Facultad de Artes, 
Facultad de Ciencias Económicas, Facultad de Ciencias Sociales y Escuela 
Universitaria de Bibliotecología”). 

Las actividades allí desarrolladas convocan a miles de concurrentes, que lo 
seleccionan como ámbito privilegiado de relacionamiento. Así, se busca contri- 
buir con la comprensión de las condiciones de enunciación en las que se inscribe 
la construcción social de las identidades, atendiendo a un campo de visibilidad 
privilegiado; los rituales de cortejo y los procedimientos lúdicos que caracteri- 
zan la actividad recreativa contemporánea en la movida nocturna de estudiantes 
y funcionarios docentes y no docentes universitarios. Se trata, por esto, de un 
territorio en el cual los relatos allí narrados otorgarían un especial protagonismo 
a la performance que convoca nuestra atención. 

El sistema sexo/género pasa a ser concebido, desde esta perspectiva, como un 
juego de diferencias; un plano especifico de archiescritura (Derrida, 1967/1989) 
instituido desde un concepto centralizado en tanto figura (lo masculino), en Oposi- 
ción a un concepto negativo, un no-cepto (lo femenino) posicionado como fondo 
(margen). La construcción social de este juego de diferencias posibilitaría un ejer- 
cicio retórico que establecería un paralelismo funcional destinado a instituir una 
relación naturalizada entre las identidades existenciales de las personas y su orien- 
tación y preferencias en el ámbito de las creencias, actitudes y comportamientos 
sexuales. Estos particulares procedimientos constitutivos de la identidad se abri- 
rían desde un proceso que identificaría a un sujeto por diferenciación sistemática 
entre características que supuestamente definen al individuo de uno u otro género. 
Las características de este proceso configuran el borramiento de su carácter de 
construcción histórica para adquirir el estatuto de lo natural. 

Retomando los elocuentes juegos del profesor Wittgenstein, así como los 
de Deleuze y Guattari, un eje de centralización masculino-genital-heterosexual 
operaría como diagramador del sistema de prácticas y el consecuente marco de 
reglas que identificaría a este juego específico del lenguaje. Se trataría, así, del 
plano territorial de un agenciamiento colectivo de enunciación. 





I En el momento de la investigación la Escuela Universitaria de Bibliotecología aún no forma- 
ba parte de la Facultad de Información y Comunicación (EIC). 


La performance, el territorio y los modos de vida. 


La palabra performance (pronunciada como perfórmans) suele ser asocia- 
da con un espectáculo que combina diferentes formas de expresión (danza, 
teatro, música, cine, y artes plásticas) y que —a través de la espontaneidad e 
improvisación— pretende provocar efectos inmediatos en los concurrentes. 
Derivada de la expresión inglesa performance art (fundamentalmente a par- 
tir de la década de 1960, con el aporte de artistas como George Maciunas, 
Joseph Beuys, Wolf Vostell, Carolee Schneemann, Marina Abramovic, y Nam 
June Paik), la performance aparece ligada al arte conceptual (idea art), al arte 
corporal, al Fluxus y al happening. Desde entonces, la performance pasa a ser 
consolidada como aquel trabajo constituido por las acciones de un sujeto, o 
de un grupo, en un lugar determinado y durante un tiempo concreto. Así, la 
performance puede ocurrir en cualquier lugar, puede iniciarse en cualquier 
momento y puede tener cualquier duración. Se trata de una acción artística 
que puede, entonces, ser entendida como cualquier situación que involucre 
cuatro elementos básicos: tiempo, espacio, cuerpos de artistas y una relación 
entre dichos elementos y el público. Un espectáculo, pero en el sentido que 
propusiera Guy Debord (1967/1995) para el término, que concibe como un 
conjunto de relaciones sociales mediado por imágenes. 

Vistas así, las performances operarían como aquellos ámbitos operativos en 
los cuales los procesos de significación se harían posibles. Atendidas desde esta 
perspectiva, las performances trascienden su carácter de cualidad estrictamente 
artística para devenir en una cualidad de todas las formas de actividad, conduc- 
tas o procesos, que involucren signos; incluyendo la creación de significados. De 
este modo, la performance puede ser considerada como una particular puesta en 
juego de los agenciamientos colectivos de enunciación, así como del orden de te- 
rritorialidad en el cual estos últimos se inscriben y al cual los mismos coproducen. 
En otros términos, serían escenas de retransmisión de las cualidades de la identidad 
y, por lo tanto, del saber, el hacer y la corporalidad de los modos de vida en ellos 
implícitos. De ahí la instrumentalidad de este concepto a los efectos de la tarea que 
convocara a esta escritura. El signo performance se posiciona, entonces, como una 
metáfora de particular utilidad retórica para nuestro trabajo; la performance del sis- 
tema sexo/género se configura como un juego de lenguaje, se escenifica en/desde/ 
con un modo de vida, se libreta desde agenciamientos colectivos de enunciación y 
se ensaya en un juego de iteración. 

En efecto, Jacques Derrida (1967/1989) iría más allá de los criterios de au- 
tenticidad que mencionara Austin (1962/1990), jerarquizando la importancia 
de la iteración en los actos de habla. Desde su planteo, un acto de habla carecería 
de la cualidad performativa si en su formulación no se repitiera un elemento 
codificado o repetitivo. 


El proceso de socialización, por el cual género e identidad se producen, se 
constituye a través de prácticas regulatorias repetidas como iteración. Repetición 
que, por efecto de los procesos de naturalización, se torna difícil de identificar a 
raíz del propio proceso que así lo ha naturalizado. Lo repetitivo del lenguaje pala- 
bra deviene en una repetición de los procesos constitutivos de lenguajes que van 
más allá de la palabra. 

|El] proceso de socialización por el cual nociones como género e identidad 

sexual o racial se producen a través de prácticas regulatorias y citacionales no 

es evidente porque el mismo proceso de normalización lo ha invisibilizado. Por 

ejemplo, debido al éxito de este proceso de normalización no nos damos cuen- 

ta de que la identidad sexual es un performance, es decir, no un hecho biológico 

sino una construcción social de identidad. Como señala Butler, proclamar que 

un/a recién nacido/a es niño/a significa introducirlo/a en un sistema de regu- 

lación discursivo. (Taylor, 2011, p. 23) 


Se trataría de una performance en la cual el modo de vida regula las reglas de 
la actuación, pero no la actuación por sí misma; habilitando improvisaciones e 
incluso nuevas reglas, pero en el marco de un parecido de familia que identifica 
la performance como tal. 

Buscando delimitar un escenario para dirigir una mirada que nos posibilite 
atender a los juegos que nos convocan, la mancha urbana definida por el barrio 
Cordón de Montevideo nos ha permitido dibujar una escenografía para una 
performance a la que hemos nominado bajo el eslogan de «relatos y huellas», per- 

Jormance donde se desplegarían los juegos relacionados con la construcción de 
identidades en el sistema sexo/género. 

Mirada dirigida a identificar miradas, acción dirigida a identificar accio- 
nes, nos resulta inevitable recordar el principio de incertidumbre (Heisenberg, 
1925/1959): con cuanta mayor certeza se busque determinar la posición de una 
partícula, menos se conocerá su cantidad de movimientos lineales y, por tanto, 
su masa y velocidad. 

La prueba empírica es una sentencia autorreferente: materia que mide la 

materia, vida que mide la vida, sociedad que mide la sociedad. La prueba 

teórica es una sentencia autorreferente: pensar el pensamiento. Ambas son 
sentencias paradójicas. Como el microfísico utiliza instrumentos hechos de 
materia para medir la materia, el sociólogo utiliza la materia del lenguaje 
como objeto y como instrumento; solo capta el individuo (partícula) o la 
sociedad (onda), de ahí la bifurcación de la ciencia social en psicologías/ 
sociologías. (Ibáñez, 1991, p. 20) 


Procedencias 


Sexo, género, identidad y discurso 
(Revisión de literatura y problema) 


Interpretación, no explicación. No hay mingún estado de 
hecho, todo es fluido, inaprensible, huidizo; lo más dura- 
dero todavía son muestras opiniones. Proyectar sentido en 
la mayoría de los casos: una nueva interpretación sobre 
una vieja interpretación devenida incomprensible, 

pero que ahora es tan solo un signo. 


(Nietzsche, 1885-1889/2006, p. 3) 


¿Sexo/género? 


Los avatares del «dispositivo de la sexualidad» que describiera Michel 
Foucault (1976/1987, 1984/1986 y 1984/1987) parecen haber concorda- 
do con un encierro de difícil resolución. En efecto, el binomio hombre-mujer 
aparece constituido como una suerte de segmento de recta que captura la po- 
sibilidad del pensamiento en una linealidad definida por estos dos signos. Este 
proceso de captura cognitiva aparece, también, en una suerte de alianza retó- 
rica con el par hetero-homo de la sexualidad; otra línea de segmentaridad que 
se agencia con la anterior para obstaculizar la posibilidad de «líneas de fuga» 
(Deleuze y Guattari, 1972/1985) que permitieran evadir tal binarismo. 

En un ejercicio de juego retórico que permita ilustrar el párrafo anterior, 
resulta conveniente recurrir a los aportes deconstruccionistas. Vale recordar, en 
este dominio, que deconstrucción no ha sido más que la traducción propuesta por 
Jacques Derrida para el alemán destruktion, que empleara Martin Heidegger en 
Ser y tiempo (1927/2003). Tal propuesta se fundamenta como más pertinente 
que la traducción clásica («destrucción»), en la medida en que no se trata tanto 
de la reducción a la nada de la metafísica como de mostrar en qué medida esta 
ha sido abatida. En Heidegger, la destruktion conduce al concepto de tiempo; la 
destruktion debe velar por la experiencia del tiempo que ha sido recubierta por 
la metafísica, haciendo olvidar el sentido originario del ser como ser temporal. 
Así, Derrida traduce y recupera por cuenta propia la noción de deconstrucción; 
entiende que la significación de un texto es el resultado de la diferencia entre las 
palabras empleadas, ya que no lo es de la referencia a las cosas que ellas repre- 
sentan. Se trataría de una diferencia activa, que trabaja en cruce con el sentido de 
cada uno de los vocablos que ella opone, de una manera análoga a la significación 
diferencial en linguística. 

Para marcar el carácter activo de esta diferencia, Jacques Derrida 
(1967/1989) propone el término d¿//érance, palabra/enlace que articula la acción 


de diferenciar (d1//érencier) con la de diferir (di/Férer). Desde la fonética francesa, 
différence y différance se pronuncian del mismo modo, pese a su pequeña dese- 
mejanza gráfica; entre ambas palabras solo cambia una a, pero esta diferencia no 
puede identificarse al pronunciarlas. D¿//érance busca aludir a las condiciones de 
enunciación en las cuales se inscriben todos los procesos de significación; el signi- 
ficado completo de los signos siempre resulta diferido, nunca logra ser finalmente 
alcanzado, la definición de toda palabra conduce a nuevas palabras que conducen 
a nuevas definiciones en un juego sucesivo que nunca termina. El signo se define, 
entonces, por su relación con otros signos y estos solamente difieren de aquel 
por las relaciones distintas que mantienen unos con otros. Se trata de sistemas de 
diferencias, en los cuales el texto refiere al contexto e incluye todo acerca de los 
juegos de lenguaje implícitos en la relación acto de habla/texto. 

Vista de esta manera, la deconstrucción puede ser considerada como una 
estrategia de lectura que interpela radicalmente las condiciones de enuncia- 
ción, pero no como una búsqueda de las condiciones trascendentales del co- 
nocimiento. La deconstrucción discute el canon en una negación absoluta de 
significado, pero no propone ningún modelo estructural alternativo. «Si tuviese 
que arriesgar, Dios no lo quiera, una sola definición de la deconstrucción, breve, 
elíptica, económica como una consigna, diría sin frase, “más de una lengua”» 
(Derrida, 1967/1989, p. 150). 

En este marco, y por otra parte, el vocablo /alogocentrismo procede de 
«La farmacia de Platón» (Derrida, en La diseminación, 1975/1997) y hace 
referencia al privilegio de lo masculino en la construcción del significado. El 
término prioriza la importancia que se ha dado al habla sobre la escritura, y 
este hecho que es (para Derrida) parte del falocentrismo, ha sido fundamental 
para los trabajos filosóficos sobre el sistema sexo/género. La deconstrucción 
es considerada como filosofía de las indeterminaciones y, por tanto, aporética 
(del griego ánopía “cargado de contradicciones irresolubles”), opuesta así a otra 
apodíctica (del griego dmrodsixTixóos “demostrable”). Derrida utiliza para este últi- 
mo modo de hacer filosofía el término logocentrismo; una tendencia de situar el 
centro de cualquier texto o discurso en el logos. De este modo, Derrida sostie- 
ne que lo que hoy ha devenido como asunto de género ha sido históricamente 
una generalización del género masculino. Esta asimilación histórica, no exenta 
de coerción, está expresada en el agenciamiento que el autor establece entre 
falocentrismo y logocentrismo. 

Teniendo presente estos aportes, podremos reconocer que los numerosos 
esfuerzos por deconstruir la centralización del sistema sexo/género (se configure 
esta en torno a la masculinidad, a la heterosexualidad o bien a ambas paralela- 
mente) se han encontrado frente a serias dificultades a la hora de fugarse del fa- 
logocentrismo al cual se refiriere el filósofo franco-argelino en La disenunación. 
Dichas dificultades se han manifestado en una búsqueda que ha devenido en una 
suerte de invocación de carácter cuasi esencialista; la reivindicación de identi- 
dades alternativas al eje central masculino-genital-heterosexual, reivindicación 


que deriva en una nueva centralización de identidades de margen; femenina (en 
el caso del feminismo de corte esencialista) o queer (en los efectos derivados de 
una lectura esencialista de la teoría queer). 

Justamente, desde 1990 algunos conjuntos de actantes optaron por deno- 
minarse queers (un peyorativo anglo que bien podría traducirse como «raros», 
«invertidos» o «torcidos») para conformar un movimiento de personas que no 
logran identificarse con las categorías capturadas por los calificativos referidos 
a la tríada homo, bi y hetersosexual. Así, se apropian de la descalificación para 
hacerla devenir en una trinchera contra la normalización. El movimiento queer 
surge para representar minorías sexuales disconformes con tipificaciones hetero- 
normadas que consideran, no obstante, significativos niveles de rigidez opresiva 
tras los procesos discursivos de las grandes corrientes de las comunidades LGTBI 
(lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales). Se trató, como señalara 
Beatriz Preciado (2009), de un movimiento posidentitario: 

El movimiento queer es poshomosexual y posgay. Ya no se define con respecto 

a la noción médica de homosexualidad, pero tampoco se conforma con la re- 

ducción de la identidad gay a un estilo de vida asequible dentro de la sociedad 

de consumo neoliberal. Se trata por tanto de un movimiento posidentitario: 

queer no es una identidad más en el folklore multicultural, sino una posición 

de crítica atenta a los procesos de exclusión y de marginalización que genera 

toda ficción identitaria. El movimiento queer no es un movimiento de homo- 

sexuales ni de gays, sino de disidentes de género y sexuales que resisten frente 

a las normas que impone la sociedad heterosexual dominante, atento también 

a los procesos de normalización y de exclusión internos a la cultura gay: margi- 

nalización de las bolleras, de los cuerpos transexuales y transgénero, de los in- 

migrantes, de los trabajadores y trabajadoras sexuales... (Preciado, 2009, p. 1) 


A partir de este movimiento, desde trabajos precursores como Between men 
de Eve Kosofsky Sedgwick (1985) y de la obra de Michel Foucault, Monique 
Wittig y Gayle Rubin, Teresa de Lauretis introduce la teoría queer. Desde allí, el 
par sexo/género pasa a ser considerado como un sistema en permanente proceso 
de construcción, y no como la prescripción de una existencia previa de carácter 
natural. De este modo, se establece la posibilidad de repensar las identidades 
desde fuera de los ejercicios normativos de una sociedad que entiende el hecho 
sexual como constitutivo de una separación binaria de los seres humanos; se- 
paración presupuestamente fundada en la idea de la complementariedad de la 
pareja heterosexual. Por ello, desde la perspectiva de la teoría queer, las identi- 
dades de este sistema adquieren un carácter provisional, buscando de este modo 
fugarse de ontologías esencialistas. Debido a este carácter efímero, la identidad 
queer podría aplicarse a todos aquellos que se han visto fuera de lugar ante las 
restricciones de la heterosexualidad y de los libretos de género. Pensados de esta 
manera, aquellos actantes que se interesaran por manifestaciones (más allá de 
las prácticas sexuales) no adecuadas a lo esperable para sus definiciones, bien 
podrían ser calificados como queers. Desde esta teoría se insiste en la autode- 
signación de la identidad, que compone uno de sus temas privilegiados. Esto 


incluye la investigación sobre prostitución, pornografía y las diversas derivas de 
la sexualidad. De este modo, el vocablo, cuando se aplica a las prácticas sexua- 
les, ofrecería más posibilidades de interpelación que otros términos, propios de 
las comunidades LGTB1. Esta perspectiva es rápidamente adoptada por referen- 
tes como Eve Kosofsky Sedgwick (1990/1998), Judith Butler (1990/2007), 
Michael Warner (2002/2012), Beatriz Preciado (2002) y Diana Maffía (2003). 
Teresa de Lauretis fue la primera en emplear la palabra gueer para describir su 
proyecto teórico. Esperaba, con ello, producir herramientas de similar utilidad 
para sexualidad, raza y otras categorías identitarias. Sin embargo, fuera del te- 
rritorio académico, el término queer pasó a identificarse directamente con 24), 
lesbiana, bisexual, transexual o intersexual, desdibujando aquellas condiciones 
de enunciación que dieron impulso a la teoría queer. Así, aquella respuesta a la 
rigidez discursiva de las comunidades LGTBI pasó a debilitar su fuerza contes- 
tataria con el riesgo de consolidar una compulsión de carácter esencialista. Por 
estas razones, en 1994 de Lauretis optó por criticar los usos de la teoría queer, 
solo tres años después de haberla postulado en la misma revista (Differences: A 
Journal of Feminist Cultural Studies), cosa que se encargan de recuperar David 
Córdoba, Javier Sáez y Paco Vidarte en Zéoría queer. Políticas bolleras, maricas, 
trans, mestizas (2005, P. 170). 

En cuanto a la Queer Theory, mi insistente especificación «lésbico» puede con- 

siderarse mejor como tomar distancia de lo que —dado que la propuse como 

una hipótesis de trabajo para los estudios de gays y lesbianas en esta misma 

revista— se ha convertido rápidamente en una criatura conceptualmente vacía 


de la industria editorial. (de Lauretis, 1994, p. 2) 


Como señaláramos anteriormente, los numerosos esfuerzos por deconstruir 
la centralización del sistema sexo/género (se configure esta en torno a la mascu- 
linidad, a la heterosexualidad o bien a ambas paralelamente) se han encontrado 
frente a serias dificultades a la hora de fugarse del falogocentrismo. Estas difi- 
cultades suelen terminar deviniendo en posibles invocaciones de carácter cua- 
si esencialista que desdibujan los intentos de interpelar aquellos procesos de 
centralización instituidos. Esta objeción operativa puede ser también aplicada a 
procedencias académicas de mucha más larga data. La etnografía de Margaret 
Mead (1935/1973), a través del estudio de las diferencias culturales en Papúa, 
pone de manifiesto la radical relatividad de los caracteres adjudicados a la ana- 
tomía sexual y la función reproductiva. Cabría esperar que ello inaugurara un 
despliegue de interpelaciones a la naturaleza del ser sexual. Sin embargo, para 
abordar el problema, ha resultado particularmente dificultoso fugarse de la com- 
pulsión esencialista de las investigaciones en torno al tema, compulsión que —en 
aparente paradoja— constituye la materia prima conceptual para que tal natu- 
ralización sea posible. 

La publicación de El segundo sexo (de Beauvoir, 1949/2005) instituye un 
modo de feminismo académico que cuestiona esta asociación natural a partir del 
ensayo filosófico. Este cuestionamiento, no obstante, no alcanza para trascender 


un esencialismo sostenido en una relectura freudiana de la sexualidad femenina. 
En efecto, la resistencia a la interpretación falogocéntrica de la feminidad apa- 
rece allí configurada como la búsqueda de una esencia alternativa del ser mujer. 
Búsqueda que opera fortaleciendo —por oposición— la naturalización de los 
binomios diagramados por un sistema identitario que, como señalara Michel 
Foucault (1976/1987), consolida la sexualidad como dispositivo social; hom- 
bre/mujer, genitalidad/perversión, heterosexualidad/homosexualidad. 

En concordancia con una procedencia esencialista de carácter metafísico, 
esta modalidad del pensamiento binario no se configura apenas como una dico- 
tomía entre extremos simétricos del binomio. Lejos de ello, y en armonía con las 
sociedades estratificadas en las que se inscribe, sus binomios configuran oposi- 
ciones que jerarquizan uno de los términos en el centro (concepto) desplazando 
su Opuesto (el no-cepto) hacia el margen como referencia negativa; virtud/pe- 
cado, bien/mal, salud/enfermedad, hombre/mujer... En el juego de diferencias 
que centraliza el eje masculino-genital-heterosexual (desplazando lo femenino, 
lo perverso y lo homosexual hacia el margen) se manifiesta, también, un sistema 
binario y jerárquico de expresión metafísica; naturaleza/cultura. 

Inscrito en este orden de cosas, en 1968 Robert Stoller propone el concep- 
to gender, estableciendo una discriminación entre naturaleza y cultura que opera 
en alianza táctica con la centralización que venimos mencionando; 

[...] de tal manera que el sexo fue relacionado con la biología y el género con la 

cultura. Aunque las feministas criticaron «la lógica binaria de la pareja naturale- 

za-cultura», la dualidad sexo-género no fue criticada de la misma forma, debido 
principalmente a que «era demasiado valiosa para combatir los omnipresentes 
determinismos biológicos constantemente desplegados [...| Por lo tanto, las fe- 
ministas se han alzado contra el determinismo biológico y a favor de un cons- 
truccionismo social». Es decir, que el género se construyó como opuesto al sexo 

al resultar muy valioso para defenderse de los determinismos biológicos, mien- 

tras que de paso esta dicotomía (que efectivamente también conlleva efectos de 

subjetivación peligrosos e importantes de cara a la reproducción del orden so- 

cial, como nos mostraba también María Jesús Izquierdo) quedaba como axioma 

feminista, es decir, como una contradicción inherente al pensamiento de este 

movimiento pero que, como suele pasar en estos casos, por razones políticas no 

era en absoluto cuestionada. (Gil Rodríguez, 2002, p. 33) 


En efecto, la enunciación de un principio natural no puede dejar de ser la 
manifestación de un principio teológico, porque solo un principio creador pue- 
de estar más allá, posicionado sobre las reglas y estableciéndolas. Solo él puede 
ser el centro del sentido. La búsqueda de este principio creador (este significado 
trascendental) ha conducido a diferentes eufemismos para designarlo: idea, ma- 
teria, ideal, mente, conciencia, espíritu, providencia, naturaleza, verdad, esencia, 
mercado... ¿cuerpo? Todos conceptos centrales que desplazan al margen la even- 
tualidad de la objeción. Se devela, de esta manera, lo que Derrida (1967/1989) 
denomina «metafísica de la presencia»; la creencia en un significado trascen- 
dental (un dios-palabra) que subyace a la especulación filosófica, a las variables 


sociohistóricas, al posicionamiento ideológico, a las condiciones de enunciación; 
un significado trascendental que garantizaría su correcto sentido. 

Así, la oposición entre naturaleza y cultura invoca, además de la añoranza 
por un estado/natura no sujeto a la corrupción cultural, la centralización en un 
significado trascendental (naturaleza = principio divino) que coloca a las pro- 
ducciones humanas (la cultura) al margen —incluso— del propio universo. Sin 
embargo, si la naturaleza es la legalidad absoluta del universo, ¿cómo se puede 
oponer a ella algo que se produce en obediencia a su orden legislativo? 

El cuerpo, si atendemos a estas objeciones, no referiría a un referente ma- 
terial sino a una unidad cultural; aquello que es socialmente construido como 
referente empírico (Eco, 1997/1999). En otras palabras, el referente no se con- 
figuraría sino a partir de condiciones de visibilidad, las cuales no pueden ser más 
que el resultado de condiciones de enunciación que, a su vez, son resultantes 
de dichas condiciones de visibilidad. El juego del uróboros; imagen de imagen, 
espejo contra espejo proyectado hacia el infinito. Por tanto, el referente-cuerpo 
no habla desde una protolengua natural, lejos de ello, se constituye él mismo 
como signo; signo de signo, relato de un relato; iteración. Si el cuerpo habla, lo 
hace desde un sistema de diferencias del cual él forma parte en tanto signo. Si 
el cuerpo tiene algún sentido, este se produce en el mismo plano en el que el 
propio referente se constituye como tal. 

Monique Wittig (1992/2010) atiende a esta dimensión de los juegos de 
lenguaje al afirmar que «las lesbianas no son mujeres» (p. 57). En efecto; esta 
fue la forma en que concluyó su conferencia («El pensamiento heterosexual») en 
la convención anual de la Modern Language Association de Nueva York, con- 
vocando simultáneamente la adhesión y el rechazo del público, e incomodando 
los aconteceres del discurso feminista con impacto más significativo hasta ese 
momento. Dicha conferencia, publicada dos años después en Feminist Issues 
(Feminist Forum, 1980) y más tarde en una recopilación de trabajos titulada 
del mismo modo (2010), se configuraría como un referente fundacional para 
los planteos que buscaron posicionarse como alternativos a las estrategias de 
semiotización ya instituidas. La figura de la autora se resiste a ser tipificada en 
un ámbito específico de producción, pero, precisamente por ello, logra una 
especificidad productiva caracterizada por una instrumentación rigurosa del 
género desde el plano de la interpelación. Por todo ello, la influencia que ha 
tenido su obra abarca tanto la literatura como el plano filosófico y político-con- 
ceptual en un orden multidisciplinario de particular potencia. Ello posiciona su 
producción en singular armonía con los impactos literarios de la obra que muy 
anteriormente propusiera Virgina Woolf, particularmente desde la publicación 
de la primera edición de su ensayo Un cuarto propio (1929/2013). A lo largo 
de El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Wittig atiende a la categoría 
«género» como un concepto que somete, bajo el uso de los juegos de lenguaje y 
de un proceso hegemónico de centralización masculino/heterosexual, a aque- 
llos cuerpos extraños a la configuración hombre/mujer. “Tal sometimiento se 


desplegaría en un abanico orientado hacia una estigmatización dispuesta desde 
el ejercicio de la nomenclatura. 

Pues bien, esto es lo que las lesbianas dicen un poco en todas partes por este 

país y en algunos otros, si no con teorías, al menos con una práctica social 

cuyas repercusiones en la cultura y la sociedad heterosexual no se pueden 

adivinar aún. Un antropólogo dirá que hace falta esperar cincuenta años. Sí, 
para universalizar los funcionamientos de una sociedad y extraer de ella sus in- 
variantes. Entretanto, los conceptos heterosexuales van siendo minados. ¿Qué 

es la mujer? Pánico, zafarrancho general de la defensa activa. Francamente es 

un problema que no tienen las lesbianas, por un cambio de perspectiva, y sería 

impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, hacen el amor con mujeres 

porque «la mujer» no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de 
pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son 

mujeres. (Wittig, 1992/2010, pp. 56-57) 

Su posicionamiento feminista deviene en una retórica feminista/lesbiana, 
que sostiene que toda mujer que no se inscriba dentro del contrato y la esclavi- 
tud ante el hombre no es mujer, puesto que desde allí se define el mundo como 
la relación de sí con el mundo mismo. Desde tal premisa inicia una búsqueda 
destinada a la destrucción de ese hombre y del eje binario que significa; así como 
a la destrucción del concepto naturalizado y estandarizado que afirma que todo 
es cultura. En su estudio respecto a la función del lenguaje afirma que la len- 
gua perpetúa la distinción clásica de los lugares del poder y de toda definición 
que de ella se desprenda. Coincidiendo en esto con Derrida, para ella la lengua 
aparece a disposición del eje hegemónico masculino para clasificar, bajo su jui- 
cio, todo aquello que se relacione con él. Wittig aparece como una manifiesta 
exposición de la relación directa entre teoría y política. Relación directa cuya 
obviedad a veces conduce (por efecto de su insistente presencia en el campo de 
lo obvio) a su desdibujamiento tras el proceso de la redundancia. Este plano de 
obviedad necesita permanentemente ser interpelado para reducir su tendencia a 
la naturalización, de allí que este entrecruzamiento entre teoría y práctica polí- 
tica haya hecho que los aportes de la autora se vuelvan tan molestos para lo ins- 
tituido. Si bien es posible identificar en su obra una tendencia a la naturalización 
de lo lesbiano como revolucionario (con el consecuente riesgo de difuminar su 
carácter de construcción social, tanto como el de la sociedad heterosexual contra 
la cual resiste), este ejercicio de neocentralización del ser lesbiano (intentando 
trasladar al margen el ser heterosexual) bien puede ser tomado como un jue- 
go deconstruccionista en armonía con aquello que venía proponiendo Jacques 
Derrida; una estrategia de lectura orientada a interpelar radicalmente las condi- 
ciones enunciación, no una búsqueda de las condiciones trascendentales del ser. 
La centralización del margen, así concebida, no se orientaría a cambiar un centro 
por otro, sino a poner en evidencia el carácter de constructo de todo proceso 
de centralización; no importa cual sea el signo en/desde el cual este se centre. 
Realidad y percepción de la realidad se diagraman mutuamente, de allí la poten- 
cia política del uso de la palabra: 


Primeramente hay que salirse de los senderos trillados de la política, la fi- 
losofía, la antropología, la historia, las «culturas», para entender lo que está 
ocurriendo realmente. Después habría que vérselas con el magnífico juguete 
filosófico de la dialéctica, que no nos permite concebir la oposición de hom- 
bres y mujeres en términos de lucha de clases. Debemos entender que este 
conflicto no tiene nada de eterno, y que para superarlo debemos destruir 
política, filosófica y simbólicamente las categorías de «hombres» y «mujeres». 

(Wittig, 1992/2010, p. 15) 

En el par heterosexualidad/homosexualidad la autora no atiende especí- 
ficamente a las prácticas sexuales. Antes que a ello atiende a una multiplici- 
dad discursiva de las ciencias humanas, multiplicidad sometida a dispositivos 
heterocentrados en una suerte de heteronorma metonímica. ¿Deconstrucción 
del binomio? ¿Línea de fuga? Sí y no. Efectivamente, la autora puede no haber 
logrado el completo abatimiento de la metafísica que postulara Heidegger y 
tradujera Derrida; la deconstrucción no habría sido estrictamente aquella estra- 
tegia de lectura del juego deconstruccionista; el «ser» aún parece correr el riesgo 
de desdibujar su carácter temporal tras la pantalla de la metafísica (el riesgo de 
un esencialismo lésbico en formato revolucionario aparece como un ejemplo de 
ello). No obstante, la potencia de Wittig radica en las posibilidades que hacia/ 
desde allí se abren: 

Debemos entender que este conflicto no tiene nada de eterno, y que para su- 

perarlo debemos destruir política, filosófica y simbólicamente las categorías de 

«hombres» y «mujeres». (Wittig, 1992/2010, p. 15) 

El reconocimiento de esta potencia nos conduce a citarla como referente 
ineludible ante las tareas que se corresponden con este escrito; la necesidad de 
comprender el sistema sexo/género como un juego de lenguaje inscrito en aque- 
llas condiciones de enunciación que así lo hacen posible. 

Esta dimensión, así como la relación directa entre teoría y política, ya había 
sido atendida en forma más arcaica por la pluma de Emma Goldman en las pri- 
meras décadas del siglo XX, aunque sin logar fugarse de la presencia metonímica 
de la heteronormatividad. Justamente, desde «La tragedia de la emancipación 
de la mujer» (1906), «Tráfico de mujeres» (19 10), «Matrimonio y amor» (191 1), 
«El sufragio femenino» (1911) y «Los aspectos sociales del control de natalidad» 
(1916), la operativa teórico/libertaria de la autora se encarga de atender prima- 
riamente a los efectos del discurrir conceptual sobre las funciones atribuidas a 
los actores del sistema sexo/género; funciones correlativas con condiciones de 
enunciación atribuibles a las condiciones materiales de existencia caracterizadas 
por la dominación. De allí que la recopilación de estos escritos haya sido titu- 
lada, un siglo después, con una proposición ilustrativa del posicionamiento de 
la autora: La palabra como arma (2010). Esto bien podría ser entendido, más 
allá de su modismo de barricada, como filosofía del lenguaje. Desde Goldman se 
puede situar una procedencia de tematización del problema que a fines del siglo 
veinte tomará forma en un particular anarcofeminismo que dará impulso a los 


ensayos de la profesora Susan Brown en el doctorado de estudios de la mujer de 
la Universidad de Toronto; estudios que, como en caso de Wittig y Goldman, no 
pueden dejar de inscribirse en el campo de los estudios discursivos. 

El aporte de la filosofía del lenguaje constituye una piedra fundamental para 
los estudios socioconstruccionistas. Sin embargo, los efectos del lenguaje no 
pueden ser reducidos exclusivamente a la cualidad performativa de los actos de 
habla, tal como señalara Austin (1962/1990), al menos no en el plano restrin- 
gido de la linguística. Un señalamiento sobre lingúística y gramatología colabora 
con advertirnos sobre algo más, un plus de pérdida en toda traducción y en sus 
consecuentes efectos: 

Origen de la experiencia del espacio y del tiempo, esta escritura de la di- 

ferencia, este tejido de la huella, permite articularse a la diferencia entre el 

espacio y el tiempo, que aparezca como tal en la unidad de una experiencia (de 

una «misma» vivencia a partir de un «mismo» cuerpo propio. Esta articulación 

permite entonces a una cadena gráfica (visual o «táctil», «espacial») adaptarse, 

eventualmente de manera lineal, a una cadena hablada («fónica», «temporal»). 

Es preciso partir de la posibilidad primera de esta articulación. La diferencia 

es la articulación. (Derrida, 1994/1998, p. 85) 


El preocuparse por los efectos de los juegos de lenguaje debería atender al 
complejo juego de las diferencias; el plano de la archiescritura, aquello que para 
Derrida (1994/1998) sería el vínculo enigmático del viviente con su otro y del 
adentro con el afuera. Si bien resulta necesario que los juegos de lenguaje sean 
reiterables más allá del conjunto empíricamente determinable de destinatarios 
(no hay un juego sin otros con los cuales se juegue), el carácter performativo del 
acto de habla no puede considerarse apenas como el resultado de una insistente 
repetición. La enunciación modifica las propias condiciones que la hacen posi- 
ble, de modo tal que deviene otra en la misma medida en que también deviene lo 
enunciado. Los espejos enfrentados modifican sus imágenes en la misma manera 
en que estas se multiplican; uróboros en perpetuo proceso de devenir-otro-uró- 
boros. Lo performado se diferencia y se difiere, así como lo hace el acto de habla. 
De este modo, como en todos los juegos de signos, si existe alguna esencia esta 
consiste precisamente en no-ser; no-ser otro signo, no-ser otro concepto, no-ser 
otro referente; el significado trascendental se difiere indefinidamente como en la 
sala de espejos. 

Citando a Butler, Eva Patricia Gil Rodríguez señala que 

[...] el ser es un efecto del lenguaje. Para trabajar esta idea, propongo intentar 

comprender el espacio interior (lo que comúnmente entendemos como concien- 

cia) como el efecto de una metáfora inscrita en la superficie del cuerpo: la metá- 

fora que supone el «yo» como lugar del sujeto en el lenguaje, lugar que debe ser 

ocupado para poder construir la distinción entre lo interior y lo exterior (como 

cuando digo «yo» para decir «Eva», ocupando así la posición de sujeto). Y es que 
tod(ws cuando nacemos somos bautizad(Ws con un nombre, y este nombre nos 
inaugura como sujetos sociales, aun cuando el efecto de este espacio interior 
todavía no ha llegado a producirse. Después, cuando nos iniciamos en el habla, 


el pronombre que en un principio utilizamos para referirnos a nosotros mismos 

es el de la tercera persona, puesto que aún no somos capaces de distinguirnos 

a «nosotros» de «los otros». El uso del pronombre «yo» inaugura más tarde la 

posibilidad del espacio interior, a la vez que será entonces cuando quedarán in- 

augurados también todos aquellos procesos clásicamente pensados como exclu- 

sivamente psicológicos, cuando no son sino productos eminentemente sociales y 

lingúísticos (por poner un ejemplo, la misma memoria, o ¿algun(9 de vosotr(ds 

tiene algún recuerdo prelingúístico?). (Gil Rodríguez, 2002, pp. 37-38) 

Los enunciados performativos son uno de los tipos posibles de enunciados 
descritos por Austin en su teoría de los actos de habla, editada póstumamente. 
Allí propone llamar enunciado performativo a aquel enunciado que no se limita 
a describir un hecho, sino que por el mismo hecho de ser expresado realiza el 
hecho. Habría muchos tipos de enunciados performativos, pero entre los más 
comunes estarían aquellos que se derivan de determinados verbos, como es el 
caso de «prometer». Cuando se expresa un enunciado del tipo «yo prometo», este 
no puede evaluarse en términos de verdad o falsedad; no se trata de evaluar la 
sinceridad del locutor, puesto que eso excedería los límites del análisis lingúís- 
tico. El hecho de prometer se realiza en el instante mismo en el que se emite 
el enunciado, no se describe un hecho, sino que se realiza la acción. Si bien el 
autor propone una tipología de enunciados performativos (locutivos, ilocutivos, 
y perlocutivos), luego demostraría que cualquier enunciado locucionario puede 
reducirse a la clase de los enunciados ilocutivos, para acabar demostrando que 
cualquier acto es performativo, incluso aquellos que se califican de constativos; 
en última instancia, hablar siempre es actuar. 

Ciertos enunciados performativos, sin embargo, precisan que sus protago- 
nistas respeten lo que Austin (1962/1990) llama criterios de autenticidad, los 
cuales se inscribirían en una suerte de procedimiento ritual de legitimación tau- 
tológica. Para que una expresión del tipo «yo te bautizo» pueda ser performativa 
(es decir, para que transforme a la persona que es bautizada en miembro de la 
comunidad religiosa en la que ese acto tiene sentido) sería necesario que quien 
la pronuncie se encuentre legitimado como sacerdote y que el destinatario sea 
una persona, hasta ese momento, ajena a dicha comunidad. En efecto, dicha 
ajenidad busca ser erradicada a partir de un ritual que performa (produce en el 
plano de lo real) al destinatario como bautizado (miembro de la comunidad) y, 
al mismo tiempo, performa (instituye en lo real) de esta manera el propio acto 
de enunciación. Dicho en otros términos, el procedimiento se conformaría como 
un específico «proceso de territorialización» (Deleuze y Guattari, 1972/1985); 
así la techné (en el caso de este ejemplo sería la religión revelada, pero bien po- 
dría ser el propio conocimiento científico) construye lo real desde el propio acto 
operativo en el cual se enuncia a sí misma. 

Beatriz Preciado (2002) encontrará las tramas de estos ejercicios de perfor- 
matividad en los procesos constitutivos de la identidad sexual: 


La primera fragmentación del cuerpo o asignación del sexo se lleva a cabo 
mediante un proceso que llamaré, siguiendo a Judith Butler, invocación per- 
formativa. Ninguno de nosotros ha escapado de esta interpelación. Antes del 
nacimiento, gracias a la ecografía —una tecnología célebre por ser descriptiva, 
pero que no es sino prescriptiva— o en el momento mismo del nacimiento, 
se nos ha asignado un sexo femenino o masculino. El ideal científico consiste 
en evitar cualquier ambigúedad haciendo coincidir, si es posible, nacimiento 
(quizás, en el futuro, incluso fecundación) y asignación de sexo. Todos hemos 
pasado por esta primera mesa de operaciones performativa: «¿es una niña?», O 
«¡es un niñol». El nombre propio, y su carácter de moneda de cambio, harán 
efectiva la reiteración constante de esta interpelación performativa. Pero el 
proceso no se detiene ahí. Sus efectos delimitan los órganos y sus funciones, 
su utilización «normal» o «perversa». La interpelación no es solo performativa. 
Sus efectos son prostéticos; hace cuerpos. (pp. 104-105) 

La mesa de asignación de la masculinidad y de la feminidad designa los ór- 
ganos sexuales como zonas generativas de la totalidad del cuerpo, siendo los 
órganos no sexuales meras zonas periféricas. Es decir, a partir de un órgano se- 
xual preciso, este marco abstracto de construcción del «humano» nos permite 
reconstruir la totalidad del cuerpo. Solo como sexuado el cuerpo tiene sentido, 
un cuerpo sin sexo es monstruoso. Según esta lógica, a partir de un órgano 
periférico (la nariz, la lengua, o bien los dedos, por ejemplo) es imposible re- 
construir la totalidad del cuerpo como sexuado. Así pues, los órganos sexuales 
no son solamente «órganos reproductores», en el sentido de que permiten la re- 
producción de la especie, sino que son también, y sobre todo «órganos produc- 
tores» de la coherencia del cuerpo como propiamente humano. (pp. 105-106) 


Es en el devenir de la búsqueda de estas búsquedas que aparece esta pro- 
fesora de «Historia política del cuerpo y teoría del género» en la Universidad 
París VIL Discípula de Ágnes Heller y Jacques Derrida, y admiradora de Judith 
Butler, la figura de Preciado se ha ido posicionando como una de las principales 
referentes de la teoría queer y la filosofía posgénero. Desde el Manifiesto contra- 
sexual (2002), ensayará un ejercicio deconstructivo sobre las prácticas sexuales 
y las identidades a ellas asociadas. Partiendo de los aportes de Michel Foucault, 
se ocupará de estudiar los modos de subjetivación en el marco de la construc- 
ción sociopolítica del sexo, y de insistir sobre la propiedad de prótesis semiótica 
constituida a partir de las tecnologías del género. Propondrá tomar un conjunto 
de microgrupos o una multitud de cuerpos que muestren nuevas subjetividades 
y que afecten tanto al espacio urbano como al corporal; conformando así una 
plataforma de resistencia a los procesos de llegar a ser normal. Se trataría de una 
analítica orientada a la producción de espacios de resistencia, tanto al discurso 
del pensamiento heterocentrado del cual hablara Wittig como a un nuevo juego 
constituido en una suerte de nuevo orden homosexual que se instituye desde la 
academia y el orden capitalista que lo captura como mercado. 

Continuando con este diagrama operativo, publicará un segundo libro 
(Testo Jonque, 2008) orientado al estudio del desarrollo central de la industria 
farmacéutica y la pornografía en el capitalismo tardío, un proceso al cual opta 


por denominar «capitalismo farmacopornográfico» (2008). Experiencia radical- 
mente profunda, la elaboración de este trabajo comprometió el uso de su propio 
cuerpo como corpus de investigación. El estudio sobre estas modalidades de 
ejercicio del poder implicó atender cómo se diagrama una performance de las 
emociones, así como también a las modalidades de institucionalización de las 
características que deben acompañar a la identidad de género. Ello también im- 
pulsó la atención hacia las sustancias que se deben ingerir o no, y en cuales cir- 
cunstancias, así como también identificar las modalidades aceptadas del placer 
y el modo de diagramación de lo atractivo en dicho aspecto de la vida. Los ca- 
pítulos dedicados a este análisis se complementan con aspectos autobiográficos 
en los que describe el proceso de autoadministración de testosterona (hormona 
cuyo uso está más restringido que el de otras similares) al que se somete: 

Este libro no es una autoficción. Se trata de un protocolo de intoxicación vo- 

lIuntaria a base de testosterona sintética que concierne al cuerpo y los afectos 

de B.P. Es un ensayo corporal. (Preciado, 2008, p. 15) 

Pornotopía (2010) constituye una tercera gran publicación de Preciado. Si 
el Manifiesto contra-sexual se ocupa de jerarquizar los libretos de la performance 
del sistema sexo/género, Zésto yonqui se encarga de jerarquizar el cuerpo de los 
personajes que actúan. Pornotopía, finalmente, consolidará el trío performático 
centralizando la mirada sobre la construcción de los escenarios. A través del se- 
guimiento biográfico empresarial del creador y propietario de Play Boy (Hugh 
Hefner), Preciado recupera el concepto de heterotopía (Foucault, 1967/2010); 
un espacio-otro, opuesto tanto a utopía (“no lugar”) como a eutopía (buen lugar). 
De allí la autora reconoce la procedencia (p. 118) de su «pornotopía»: 

Lo que caracteriza a la pornotopía es su capacidad de establecer relaciones 

singulares entre espacio, sexualidad, placer y tecnología (audivisual, bioquí- 

mica, etc.), alterando las convenciones sexuales o de género y producien- 

do la subjetividad sexual como un derivado de sus operaciones espaciales. 

(Preciado, 2010, p. 120) 

La metáfora de la performance, incluyendo tanto las modalidades del 
«comportamiento dos veces actuado» (Schechner, 1982/2000) como la per- 
Jormativity de Butler, se despliega insitentemente en cada uno de los trabajos 
de la autora, así como en el conjunto global de la obra de Preciado. Insistencia 
que no puede ser ajena, tampoco, a la escritura de este escrito; insistencia que 
por ello es aquí recuperada. 

El acto performativo no conforma una mera construcción distorsionada o 
alucinatoria de lo real, así como tampoco un aleatorio despliegue de significan- 
tes. Constituye (performa) —a través de sus efectos (materiales y concretos) — lo 
real. La posibilidad de la percepción cognitiva diagrama efectos específicos que 
se traducen en un orden de acontecimientos que retroalimenta su inteligibilidad. 
Resulta pertinente señalar, no obstante, que dichos procesos constitutivos de lo 
real se inscriben en procesos sociohistóricos, en condiciones materiales de exis- 
tencia, que los hacen posibles. Las condiciones de enunciación se alimentan de 


condiciones de existencia que han sido resultantes de procesos anteriores, diferi- 
dos en una trama histórica que las ha instituido como tales. No se trata, entonces, 
de un juego exclusivamente lingúístico, al menos no en la acepción saussuriana 
que tal término podría evocar. Más precisamente, se trataría de un procedi- 
miento tecnológico de acuerdo al modo que Michel Foucault (1981/1990) ha 
propuesto para entender la tecnología; un conjunto polifacético de discursos, 
herramientas, pragmáticas, normas y regímenes de afección. En efecto, el acto 
performativo convoca (y se inscribe en) un conjunto de acontecimientos ex- 
tralinguísticos que acuden para diagramar y perfeccionar las condiciones de 
enunciación que lo hicieran posible. Acontecimientos extralinguísticos pero no 
extrasemióticos, en tanto dichos acontecimientos se configuran como sistemas 
de diferencias (di/férance; Derrida, 1967/1989) que, por su cualidad de tales, 
significan y son significados; hablan y hacen hablar. Así operan desde una matriz 
semiótica que también es práctica significada, aunque no sea necesariamente 
enunciada en imagen sonora o gráfica. Se trata, entonces, de una particular mo- 
dalidad de iteración que, no satisfecha con la repetición, se encarga de depurar 
una estrategia de semiotización a partir de una forma específica de repetición 
con un estado mutable. 

Desde la obra de Judith Butler el género se conformaría como una per- 
Jormance performativa, señalamiento que, para la autora, sería clave. Para ella, 
pensar al género como una performance y pensar en la dimensión performativa 
del género no resulta nada trivial. Atender al género como performance no sería 
completamente erróneo, si por ello entendemos que el género sería una actua- 
ción, un hacer, y no apenas un atributo con el que contarían los sujetos aun antes 
de su estar actuando. No obstante, y en la medida en que este ejercicio opera- 
tivo no consiste en una actuación aislada, la idea de performance podría resultar 
equívoca, al menos si no atendiéramos a las reflexiones de Richard Schechner 
(1982/2000) al respecto; el «comportamiento dos veces actuado», una suerte 
de ontología prelibretada que posibilita el ejercicio de la improvisación, pero 
siempre en el marco de las posibilidades que el libreto diagrama (como señalara 
Diana Taylor, 2011). Hablar de performatividad del género, entonces, implica- 
ría conceder al género un carácter de actuación reiterada en función de normas 
sociales que exceden la voluntad de sus actores. Dicha actuación se diagramaría 
a partir un sistema disciplinario desde las dos acepciones foucaultianas del tér- 
mino; forma discursiva de control de la producción de nuevos discursos, y con- 
junto de técnicas a partir de las cuales los sistemas de poder tienen por objetivo 
y resultado la singularización de los sujetos. Entender el carácter de performance 
performativa del género implicaría negar su carácter de hecho aislado de su 
contexto social; se trataría de una práctica social, una reiteración continuada 
y constante en la cual la normativa de género se negocia; una iteración, como 
señalara Derrida. En la performatividad del género, el sujeto no se configura 
como el propietario de la identidad del género que habita y que lo habita, y no 
actúa simplemente la performance que más le satisface (satisfacción que, por otra 


parte, estaría también diagramada por las condiciones de existencia que la hacen 
posible). De este modo, los sujetos se ven diagramados para «actuar» el género 
en función de una normativa genérica que promueve y legitima o sanciona y 
excluye. En esta tensión, la actuación del género sería efecto de una negociación 
con dicha normativa. 

En este sentido, esta performance performativa se configura como itera- 
ción: un ritual que logra su efecto mediante su naturalización en las materiali- 
dades del cuerpo. 

Así que se puede afirmar que para Butler el concepto de performatividad 

no está elaborado «solo por actos discursivos, sino también actos corporales» 

(Butler, 2004:198). La relación entre los dos, es decir los actos discursivos y 

los actos corporales, es bastante complicada, es lo que Butler define «chias- 

mus» (Butler, 1993). En cuanto «existe siempre una dimensión de la vida cor- 

poral que no puede ser plenamente representada, y expresada, por el lenguaje» 

(Butler, 2004:199). A esto, Butler agrega la fuerza ilocucionaria que sostienen 

cada emisión y que reside, precisamente, en que lo que se dice no es separable 

de la fuerza del cuerpo. Se trata, por tanto de unos actos corporales. Si todo 

acto de habla se realiza corporalmente, no sólo se comunica lo que se dice sino 

que el cuerpo constituye un instrumento retórico privilegiado de la expresión. 

Un acto performativo es una práctica discursiva, en el sentido de qué se trata 

de un acto lingúístico, que por lo tanto está constantemente sujeto a inter- 

pretación. El acto performativo debe ser ejecutado como una obra teatral, 

presentándose a un público e interpretándose según unas normas preestableci- 

das; el acto performativo produce a su vez unos efectos, es decir, construye la 

realidad como consecuencia del acto que es ejecutado (Butler, 19974)». (Belli 

e Iñiguez, 2008, p. 3) 

El acto performativo puede ser comprendido, entonces, como performance, 
en el sentido en que lo trabajaran Schechner (1982/2000) y Taylor (2011), 
pero como performance performativa; actos corporales y actos discursivos. Esto 
sugiere, también, actos escenificados que no imposibilitan la improvisación (aun 
cuando esta última se encuentre restringida a las posibilidades del libreto y del 
escenario) en un constante diferir caracterizado por la iteración. Atendida así 
desde su cualidad performativa, la performance se delinea como un ámbito de 
operatividad a partir del cual se hacen posibles los procesos de significación que 
a él, y desde él, se refieren. En última instancia, y ya que las formas que adquie- 
ren de los lenguajes son múltiples, los devenires de la performance pueden ser 
asociados a toda forma de actividad, conducta o proceso que involucre signos, 
incluyendo la creación de significados. Bien puede ser pensada, entonces, como 
una adecuada forma de describir todos los sistemas de diferencias, tal como 
Derrida comprendiera el lenguaje. 

Si hay más de una lengua, esto es así tanto en el propio acto de habla como 
también en los actos de habla que hablan de los actos de habla. Pero igualmente 
puede comprenderse como «hay más de una lengua en cada lengua», e incluso 
como «plus» de una lengua («plus d'une langue»); hay un «más», un «exceso», un 


«más allá», en la lengua (Derrida, 1975/1997). Vista así, la performance com- 
prende un lenguaje que contiene varios lenguajes (verbales, corporales, com- 
portamentales, escenográficos, estéticos, etc.), que contienen una significativa 
cualidad performativa. De allí la habitual confusión conceptual entre el adjetivo 
performático (aquello que refiere a las particularidades de la performance; formas 
de expresión artística que pretenden provocar a través de la espontaneidad e 
improvisación) y lo performativo: «el acto de expresar la oración es realizar una 
acción, o parte de ella, acción que a su vez no sería normalmente descrita como 
consistente en decir algo» (Austin, 1962/1990, pp. 45-46). Se trata, en suma, 
de atender a la cualidad performativa de lo performático. 

De acuerdo a una hipótesis, que para Richard Schechner (1982/2011) 
sería fundamental, los juegos de performance se configurarían como conductas 
restauradas. Se trataría, entonces, de ejercicios de restauración que contienen 
—como tales— la habilitación para constantes acciones de re-configuración 
(uróboros deviniendo otros uróboros). 

La conducta restaurada puede ser de larga duración, como en algunos dramas 

y rituales, o de corta duración, como en algunos gestos, danzas y mantras, y 

se usa en todo tipo de representaciones: del chamanismo y el exorcismo a 

los estados de trance, del ritual a la danza artística y el teatro, de los ritos de 

iniciación a los dramas sociales, del psicoanálisis al psicodrama y al análisis 

transaccional. De hecho, la conducta restaurada es la característica principal 

del performance, los practicantes de todas estas artes, ritos y procedimientos 

curativos asumen que algunas conductas —secuencias organizadas de sucesos, 

acciones programadas, textos conocidos, movimientos pautados— existen in- 
dependientemente de los actores que las realizan. Debido a ello las secuencias 

de conducta pueden ser almacenadas, transmitidas, manipuladas y transforma- 

das; los actores entran en contacto con ellas, las recobran, recuerdan o, incluso, 

las inventan y luego vuelven a comportarse según los parámetros, ya siendo 

absorbidos (al representar el papel, al entrar en trance) o ya coexistiendo con 


ellas (el ver/remdungse/fekt de Brecht). (Schechner, 1982/2011, pp. 35-36) 

De este modo, la performance puede ser considerada como una particular 
puesta en juego de los agenciamientos colectivos de enunciación, así como del 
orden de territorialidad en el cual estos últimos se inscriben y a los cuales ins- 
criben. En otros términos; serían escenas de retransmisión de las cualidades de la 
identidad y, por lo tanto, del saber, el hacer y la corporalidad de los modos de vida 
en ellos implícitos. 

Las tramas simbólicas en las que habitan los colectivos humanos se des- 
pliegan como sistemas de concepciones expresadas en formas simbólicas, y es a 
través de estos sistemas que dichos colectivos se comunican, perpetúan y desa- 
rrollan su conocimiento sobre las actitudes hacia la vida. Como señalara Clifford 
Geertz (1988/1997), procedencia de esta paráfrasis, el hombre es un animal 
que vive atrapado en la red de los propios símbolos que él ha creado, y desde ella 
intenta significar los acontecimientos que lo trascienden. Ahora, como animal 
gregario, este se inscribe ante la presencia de múltiples colectivos caracterizados 


por no ser lo que los otros son, y en este juego se produce la significación de la 
mismidad, la otredad y la identidad, planos mutuamente constituyentes en el 
juego binario de las diferencias colectivas. Los otros y los no(s)otros. 

En el marco de estas tramas simbólicas se inscribe la obra paradigmática 
de Donna Haraway, referencia ineludible para las metáforas contemporáneas de 
ese conjunto heterogéneo al que se suele denominar posifeminismo. En efecto, 
Ciencia, cyborgs y mujeres (1991/1995) constituye una herramienta de abordaje 
fundamental para comprender las condiciones de enunciación en las cuales se 
agencia la producción de la trama simbólica contemporánea. Haraway expli- 
ca cómo las metáforas y narrativas que dirigen la ciencia de la primatología se 
caracterizan por una tendencia a masculinizar las historias acerca de la compe- 
tencia reproductiva y el sexo entre machos agresivos y hembras receptivas, me- 
táforas que facilitan algunos y excluyen otros tipos de conclusiones. Allí sostiene 
que las primatólogas se enfocan en observaciones diferentes que requieren más 
actividades de comunicación y supervivencia básica, ofreciendo perspectivas 
de los orígenes de la naturaleza y la cultura muy diferentes de las aceptadas. 
Recurriendo a estos ejemplos de narrativas e ideologías de género, raza y clase 
social occidentales, Haraway cuestiona las construcciones más fundamentales de 
las historias de la naturaleza humana basadas en los primates. 

En ese ensayo, Haraway se encarga de objetar un par de formas de feminismo 
populares durante la década de 1980. Como feminista postmoderna, argumenta 
en contra del esencialismo en tanto teoría que declare la identificación de una 
causa o constitución de identidad de género o patriarcado universal, transhistóri- 
ca y necesaria. Tales teorías, argumenta Haraway, excluyen a las mujeres que no se 
conforman a la teoría y las segregan de las mujeres reales o las representan como 
inferiores. Haraway se dirige contra el modelo jurisprudencial de feminismo po- 
pularizado por Catharine MacKinnon (1995), al cual consideró una forma de 
discurso del odio; argumenta que el feminismo radical de MacKinnon asimila to- 
das las experiencias de las mujeres en una identidad particular que incorpora las 
ideologías occidentales que contribuyen a la opresión de las mujeres. De acuerdo 
con su «Manifiesto para cyborgs» (Haraway, 1991/1995), un juego de lenguaje en 
alusión al «Manifiesto del Partido Comunista» de Marx y Engels (1848): 

El género, la raza y la clase, con el reconocimiento de su constitución histórica 

y social ganado tras largas luchas, no bastan por sí solos para proveer la base de 

creencia en la unidad «esencial». No existe el estado de «ser» mujer que una de 

manera natural a las mujeres. No existe incluso el estado «ser» mujer, que, en sí 
mismo, es una categoría enormemente compleja construida dentro de contesta- 

dos discursos científico-sexuales y de otras prácticas sociales. La conciencia de 

género, raza o clase es un logro forzado en nosotras por la terrible experiencia 

histórica de las realidades sociales contradictorias del patriarcado, del colonia- 
lismo y el capitalismo. Y, ¿quién cuenta como «nosotras» en mi propia retóri- 

ca? ¿Qué identidades están disponibles para poner las bases de ese poderoso 

mito político llamado «nosotras»? ¿Qué podría motivar nuestra afiliación a tal 

colectividad? La dolorosa fragmentación existente entre las feministas (por no 


mencionar la que hay entre las mujeres) en todos los aspectos posibles ha con- 

vertido el concepto de mujer en algo esquivo, en una excusa para la matriz de la 

dominación de las mujeres entre ellas mismas. (Haraway, 1991/1995, p. 264) 

El cyborg no requeriría ninguna identidad esencialista, por lo cual Haraway 
ha propuesto crear coaliciones basadas en afinidad en vez de identidad, com- 
partiendo con la profesora de la Universidad de California Chela Sandoval la 
categoría «conciencia oposicional» (1995/2004), comparable con la «política 
cyborg», ya que permitiría concebir cómo la afinidad resultaría de la otredad, la 
diferencia y la especificidad. Así sugiere modificar el pensamiento de individuos 
aislados con el pensamiento como vértice en una red. Desde allí se propone de- 
sarrollar un nexo desvinculado de los ideales occidentales patriarcales. El pensa- 
miento cyborg de Haraway plantea la convivencia sin miedo al nexo comunal con 
animales y máquinas. Su lucha político-conceptual se relaciona con la necesidad 
de ver desde varias perspectivas al mismo tiempo, pues en cada posición se reve- 
lan tanto dominaciones como posibilidades inimaginables desde el otro punto de 
vista. La crítica de la autora a la mirada feminista se sostiene en el esencialismo 
presente en las experiencias de mujeres como si fueran algo unívoco, así como en 
el dualismo que provoca la contraposición entre las experiencias de las mujeres 
y las experiencias de los hombres. Presupone la existencia de muchos ejes de 
desigualdad, así como de muchos tipos de mujeres. Desde este punto vista, la in- 
vestigadora o investigador tendrá que tener en cuenta esta fragmentación de las 
subjetividades, fragmentación que genera un conocimiento distinto acerca de la 
desigualdad y que hará, por lo tanto, que el conocimiento siempre tenga que ser 
parcial y situado. La investigación es una forma de difracción (del latín diffrac- 
tus “roto, quebrado”), un desvío que complejiza la teoría. Difracción en lugar de 
reflexión (del latín reflexio, -onis) en tanto reflejo de la realidad. Haraway propone 
especificar desde qué punto de vista se parte y por qué es ese y no otro. De esta 
manera también se posiciona políticamente (los puntos de vista no son nunca 
neutros), explicando cuál es el enfoque sin esconder ni dar lugar a ambigiedades. 

Wittgenstein, Austin, Foucault, Wittig, Butler, Haraway, Preciado, 
Derrida..., el tránsito por esta deriva autoral nos permite ir vislumbrando el 
problema que convoca este trabajo. Atenderemos aquí a un taxón, una agru- 
pación significacional responsable del sistema de diferencias que lo constituye 
como tal; una máquina taxonómica de peculiar valor estratégico. En razón de 
ello, su importancia política adquiere una trascendencia significativa a la hora 
de comprender los procesos de naturalización de las formas de convivencia 
instituidas; esa ansia por el territorio que caracteriza al arte de gobernar y al 
ejercicio de la dominación. 

Si la primera acepción del vocablo género refiere al «Conjunto de seres que 
tienen uno o varios caracteres comunes» (RAE, 2018), dicho conjunto adscribe 
a un juego gramatical. De allí que opere como un juego de lenguaje de particu- 
lar eficacia performativa y que, como tal, implique modos de vida, sistemas de 
creencias y la producción concreta de las realidades desde allí diagramadas. 


género (Del lat. genus, -61i5). 1. m. Conjunto de seres que tienen uno o varios 
caracteres comunes. 2. m. Clase o tipo a que pertenecen personas o cosas. Ese 
género de bromas no me gusta. 3. m. Grupo al que pertenecen los seres humanos 
de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de 
exclusivamente biológico. 4. m. En el comercio, mercancía (l cosa mueble). 5-m. 
Tela o tejido. Géneros de algodón, de hilo, de seda. 6. m. En las artes, sobre todo 
en la literatura, cada una de las distintas categorías o clases en que se pueden 
ordenar las obras según rasgos comunes de forma y de contenido. 7. m. Búo/. 
Taxón que agrupa a especies que comparten ciertos caracteres. 8. m. Gram. 
Categoría gramatical inherente en sustantivos y pronombres, codificada a través 
de la concordancia en otras clases de palabras y que en pronombres y sustanti- 
vos animados puede expresar sexo. El género de los nombres. (RAB, 2018) 


Si se admite el conjunto de enunciados relacionados con el signo género 
como un juego del lenguaje, vale admitir que este se inscribe en aquellos modos 
de vida que hacen posibles las reglas de dicho juego. Reglas constituidas en la 
misma medida en la que el juego se juega. Esto es; un modo de acción que per- 
forma la acción y que la naturaliza como tal. Precisamente por ello, y buscando 
minimizar el riesgo de naturalizar sexo y género como entidades conceptua- 
les diferentes, nos proponemos tomar de Teresa de Lauretis (1984/1992) dos 
procedimientos de particular eficacia retórica. En primer lugar, bien podemos 
unificar ambos vocablos en un solo signo que los capture a ambos a través de 
una interfase como la barra trasversal: sexo/género en lugar de sexo o genero. 
Ello reconocería el carácter mutuamente constitutivo de aquellos enunciados, 
y así se reduciría la tendencia a su naturalización como entidades que —pese a 
su inevitable relación semiótica— se terminarían instituyendo como diferentes. 
En segundo lugar, si bien resulta instrumental reconocer el sexo/género como 
una tecnología (de rénm “arte u oficio” y 2ópog “palabra, razón, argumentación, 
pensamiento o sentido; tratado”), vale aceptar que al identificarlo como juego 
del lenguaje su carácter tecnológico ya se encuentra constituido por la propia 
categoría «lenguaje», en particular por su cualidad performativa. 


lenguaje (Del occit. lenguatge). 1. m. Facultad del ser humano de expre- 
sarse y comunicarse con los demás a través del sonido articulado o de 
otros sistemas de signos. |...] 7. m. /nform. Conjunto de signos y reglas 
que permite la comunicación con una computadora. (RAE, 2018) 


Por ello, optamos por calificar el sexo/género como «sistema» (del latín 
systema, y este del griego ovstna) ya que la tecnología resulta reconocida implí- 
citamente en las reglas del juego del lenguaje; diremos, entonces, sistema sexo/ 
género. El vocablo sistema, de acuerdo con la primera acepción de la RAE («con- 
junto de reglas o principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí», 
2018) nos permite adjetivar más claramente la materia; sexo/género en tanto 
sistema. Visto de esta manera, el sistema sexo/género tendría un referente cons- 
tituido como unidad cultural, performada por las propias reglas del juego que 
permiten enunciarlo como tal; un modo de acción. 


En el orden de identificación de las procedencias, vale señalar que el con- 
cepto sistema sexo/género ha sido propuesto por Gayle Rubin desde la primera 
edición (1975) de «The Traffic in Women» («El tráfico de mujeres: Notas sobre 
la “economía política” del sexo», 1996). En efecto, desde un uso instrumental 
del concepto de exégesis (del griego ¿¿pnow “explicación, relato”), esta profesora 
del Department of Women's Studies de la Universidad de Michigan se ocupa 
de un discurrir conceptual a través de los estudios de las relaciones sexuales en 
un registro de institucionalidad económica (siguiendo a Marx y Engels), los es- 
tudios del parentesco de Lévi-Strauss, y los desarrollos psicológicos atendidos 
tanto por Freud como por Lacan. Tal actividad de exégeta la conduce a concluir 
sobre el inapropiado abordaje de estos autores al intentar explicar el diagrama en 
el que se inscribe la opresión de la mujer. Ello la impulsa a proponer el binomio 
sexo/género como sistema en sí mismo, capaz de dar cuenta de ciertos juegos 
específicos de relaciones que trascienden las particularidades de los modos de 
producción del capitalismo. 


Como definición preliminar, un sistema de sexo/género es el conjunto de 
disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en 
productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades 
humanas transformadas. (Rubin, 1975/1996, p. 97) 


En este plano, y aún desde una perceptible influencia marxista, en la retórica 
de la antropóloga podría establecerse una alianza argumental con el posiciona- 
miento que sobre el modelo estratégico del poder propusiera Michel Foucault. 
Ciertamente, si tomamos la clasificación de postulados que hiciera Deleuze en 
«Un nuevo cartógrafo» (1986/1987, pp. 49-71), nos encontramos con que — 
desde dicha perspectiva— no resulta posible subordinar los juegos de las rela- 
ciones de poder a un modo de producción; aunque toda economía presuponga 
mecanismos de poder en ella implícitos no deberían ser atendidos como una 
simple superestructura; correspondería una atención desde del plano de inma- 
nencia, antes que desde una mirada trascendente que le otorgaría subordinación. 
Así, la retórica de Rubin puede recuperarse como una consideración hacia esta 
dimensión del problema; configurando el binomio sexo/género como un sistema 
que, aunque se encuentre inscrito en modos de producción que potencian y que 
resultan potenciados, merece un abordaje desde un plano de inmanencia que 
opera desde la propia interfase de las relaciones allí configuradas. 

A mí personalmente, la visión de un matriarcado de amazonas en que los 

hombres estén reducidos a la servidumbre o al olvido (dependiendo de las 

posibilidades de la reproducción partenogenética) me resulta desagradable 

e inadecuada. Esa visión mantiene el género y la división de los sexos; es 

una visión que simplemente invierte los argumentos de quienes fundamentan 

su defensa de la inevitable dominación masculina en diferencias biológicas 

inerradicables y significativas entre los sexos, pero nosotras no solamente es- 

tamos oprimidas como mujeres: estamos oprimidas por tener que ser mujeres, 

u hombres, según el caso. Personalmente, pienso que el movimiento feminista 


tiene que soñar con algo más que la eliminación de la opresión de las mujeres: 

tiene que soñar con la eliminación de las sexualidades y los papeles sexuales 

obligatorios. El sueño que me parece más atractivo es el de una sociedad an- 
drógina y sin género (aunque no sin sexo), en que la anatomía sexual no tenga 
ninguna importancia para lo que uno es, lo que hace y con quién hace el amor. 

(Rubin, 1975/1996, p. 135) 

La confluencia entre esta profesora de Michigan y aquel mítico referente 
del College de France aparece explicitada directamente en un trabajo posterior 
editado por primera vez en 1984. En «Reflexionando sobre el sexo: notas para una 
teoría radical de la sexualidad» (Rubin, 1984/1989) la antropóloga se ocupa del 
estudio de los sistemas —de izquierda o derecha, feministas o patriarcales— que 
definirían la valoración de los comportamientos sexuales en torno a una línea de 
segmentaridad dura entre el bien el mal. Para ello recurre al emblema de la Historia 
de la sexualidad (Foucault, 1976/1987, p. 14), posicionándolo como fundante de 
una alternativa de carácter construccionista ante el esencialismo sexual. Su postura 
frente a este tema la emplaza en las guerras feministas por el sexo de la década de 
1980, dentro del bando del bando pro-sex, destacándose dentro del grupo Samois 
y, posteriormente, The Outcast. Este posicionamiento de particular radicalidad le 
confiere un lugar especial en la lista de David Horowitz* The Professors: The 101 
Most Dangerous Academics in America (2006). 

Una vez que se comprenda el sexo en términos de análisis social e histórico será 

posible una política sexual más realista. Podrá, entonces, pensarse sobre ella en 

términos de fenómenos, tales como las poblaciones, las barriadas, las pautas de 
asentamiento territorial, las migraciones, los conflictos urbanos, la epidemiolo- 

gía y la tecnología policial. Son estas categorías de pensamiento más fructíferas 

que las tradicionales de pecado, enfermedad, neurosis, patología, decadencia, 

polución o del declive y caída de los imperios. (Rubin, 1984/1980, p. 15) 

La postura de Rubin, como toda posición académica, se inscribe dentro 
de un diagrama político conceptual que se esgrime manifiestamente. En este 
diagrama, el segundo texto citado (1984/1989) de la autora prefiere optar por 
una corrección a la definición preliminar del sistema sexo/género que había 
sido propuesta en el texto inaugural (p. 97) editado originariamente en 1975. 
Entre la página 53 y la 56 (Rubin, 1984/1989) se ocupa de reformular una 
aparente indiscriminación entre sexo y género que podría desprenderse desde 
aquella definición preliminar. Justamente, en esta segunda oportunidad afirma 
que «es absolutamente esencial analizar separadamente género y sexualidad si 
se desean reflejar con mayor fidelidad sus existencias sociales distintas» (Rubin, 
1984/1980, p. 54). La fundamentación, con la cual la antropóloga se sirve, 
radica en la necesidad de incorporar la crítica feminista a la jerarquía de géne- 
ros a una teoría radical sobre el sexo, y en la necesidad de elaborar una teoría 





2 Horowitz se ha destacado por una militancia particularmente conservadora en los Estados 
Unidos. Ha sido director de un sitio web que sigue a intelectuales identificados con la iz- 
quierda en la academia. 


y política autónomas específicas de la sexualidad; objeciones que parecen des- 
prenderse de los efectos de aquellas guerras feministas por el sexo de la década 
de 1980. Sin embargo, y a los efectos de este trabajo, la tarea que nos convoca 
nos sugiere renunciar a dichas objeciones y retomar el sistema sexo/género en- 
tendiéndolo como juego del lenguaje y retomando —también y de esta mane- 
ra— las preocupaciones de Ludwig Wittgenstein. Ello nos permitiría atender 
las modalidades de relato allí desplagadas desde una herramienta conceptual que 
presenta posibilidades de particular instrumentalidad. 

Es en este sentido que nos proponemos considerar, ahora, las reglas del 
juego del sistema sexo/género. Ciertamente, todo juego se constituye con reglas. 
Sin embargo, las reglas del juego solo se inscriben en el mismo proceso de tal 
constitución; se trata de un ejercicio, de un devenir —aunque reglado y ten- 
diente a la iteración— otro juego. Por ello, el sistema sexo/género implica tanto 
transformación como repetición; la iteración contiene los procedimientos que 
incluyen tanto lo que ha sido como aquello en lo que devendrá, la fragmentación 
y la fuga siempre se implican como posibilidad. 

Las posibilidades hacia la fuga, aunque tales posibilidades también se en- 
cuentren de alguna manera diagramadas, se hacen por las propias cualidades de 
las reglas de un juego que se regla mientras se juega. En efecto, y como seña- 
láramos anteriormente, el uso del término performance aparece aquí con parti- 
cular utilidad; el «comportamiento dos veces actuado» de Richard Schechner 
(1982/2000) reconoce el libreto de una actuación prefigurada por el diagrama 
sociohistórico en el cual esta se inscribe, aunque, sin embargo, tal libreto no 
inhabilite la posibilidad de la improvisación-fuga (no obstante ella se restrinja a 
las propias condiciones que la hacen posible); posibilidad de improvisación que 
confiere a la expresión performática su carácter de tal. 

En suma; en un juego de articulación con las procedencias expuestas en 
este primer apartado, proponemos ahora una demarcación operativa de nuestro 
problema recuperando aspectos que desde dichas procedencias provienen. 

En esta trama, nos formulamos comprender el sexo/género partir de los 
siguientes puntos: 

I. Se trataría de un sistema en modalidad de performance. Los usos de la palabra 
performance suelen comprender referencias complejas; en ciertos aspectos 
constituyen aparentes contradicciones que —sin embargo— aparecen 
mutuamente sostenidas. En efecto, refieren tanto a acciones artísticas 
(danza, teatro, música, poesía...) con un alto componente de impro- 
visación, como a rituales de relación simbólico-tradicional (funerales, 
bautismos, matrimonios...), a modalidades de expresión político-co- 
munitaria públicamente manifestadas (movilizaciones de festejo o de 
protesta, resistencia, expresión de minorías...), como a patrones de ren- 
dimiento y estilo asociados al deporte, los negocios o la productividad 
en general. Para su uso instrumental hemos optado por recuperar un 
agenciamiento entre todos estos usos, concibiéndola como una muestra 


escénica en la cual se desdibujan los límites entre los actores y el públi- 
co, entre el escenario y la tribuna, así como entre el texto y el contexto. 
Del mismo modo, se esfumarían así las fronteras entre aquello creado 
para la ocasión (lo ficticio) y aquel universo que lo precedería (lo real); 
ello tanto por el particular carácter performativo de las articulaciones 
de lenguajes que allí se ponen en juego como por la particular potencia 
del ficcionar que comprende al universo semiótico en y desde el cual 
se inscribe. Vista de este modo, la performance del sistema sexo/género 
pone en escena las especificidades de la matriz semiótica de la cual pro- 
cede, en la cual se inscribe y a la cual otorga sentido. De allí que, para 
Victor Turner (1969/1988), las performances revelarían los caracteres 
más profundos de las culturas, caracteres en los cuales, pasando por alto 
las discusiones entre universalistas y particularistas, deberíamos reco- 
nocer lo construido como copartícipe de lo real. 

2. Este sistema se configuraría desde juegos de lenguaje; juegos que irían cons- 
tituyendo sus reglas en el propio procedimiento en el que tales juegos se ejer- 
citan; ejercicios que constituirían los antecedentes que fundamentarán las 
nuevas reglas en proceso de institucionalización. Por ello se trataría de juegos 
escenificados en modos de vida, modos de existencia que hacen posible tanto 
los movimientos como a los actores en ellos comprometidos. Esta compleja 
trama de relaciones proporcionaría una particular capacidad para la invoca- 
ción performativa; la convocatoria a infinidad de maniobras semióticas orien- 
tadas a favorecer la cualidad performativa de las estrategias de semiotización 
allí inscritas. 

3. Estos juegos de lenguaje se irían libretando desde agenciamientos colectivos de 
enunciación; desde la acción de constituir diligencias colectivas orientadas hacia 
la constitución de movimientos específicos de los juegos de la enunciación. Se 
trataría de procesos operativos con carácter de iteración; repetición de procesos 
orientados a alcanzar resultados que se utilizarán como punto de partida para las 
siguientes iteraciones; relatos de relatos, de relatos, de relatos... 

Pero ¿qué (dónde, cuándo, cómo) sería aquello que relata y se relata en estos 

juegos de lenguaje performático-iterativo-performativos? 


¿Identidad? 


El devenir del sistema sexo/género nos impulsa, en función de continuar con 
las procedencias de este trabajo, a reflexionar sobre la identidad, una categoría que 
desde allí adquiere una particular trascendencia política. El concepto de identidad 
(del latín 2dentitas, -átis) configura una construcción de la propia mismidad; el 
«Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca» (RAE, 2018). 
Definir la identidad conduce a definir las reglas de la existencia, y sobre ello se 
configura la importancia estratégica de sus efectos políticos. El sistema sexo/gé- 
nero se constituye desde un constante maridaje con el vocablo ¿dentidad, maridaje 
garante de consolidar los avatares que dicho sistema performa. 


Corresponde, entonces, una exégesis sobre el tema. Desde la mirada onto- 
lógica, preocupada por el ser y sus propiedades trascendentales, el concepto se 
configura como principio fundamental; A es A, toda cosa es idéntica a sí misma. 
Si lo miramos desde un plano cualitativo, la categoría refiere a dos unidades 
distintas en espacio y tiempo, pero que presentan las mismas cualidades. Por tal 
razón, el enfoque psicológico suele concebir la identidad como el resultado de 
la imposibilidad de pensar en la no identidad de un ser consigo mismo. Dicha 
imposibilidad intenta ser resuelta por Immanuel Kant (1787/2005) a través 
de la síntesis y por Friedrich Schelling (1809/2004) a través de la negación 
de la diferencia entre sujeto y objeto. Desde Georg Wilhelm Friedrich Hegel 
(1807/1985), en cambio, se plantea el problema como puro movimiento de 
reflexión. La diferencia entre performance y performatividad aparece, en este 
modo particular del juego, particularmente desdibujada. No obstante, esta natu- 
ralización de la relación entre la identidad y la mismidad resulta brillantemente 
objetada por la palabra de Nietszche: 

Lo que más fundamentalmente me separa de los metafísicos es esto: no les 

concedo que sea el yo el que piensa. Tomo más bien al mismo yo como una 

construcción del pensar, construcción del mismo tipo que «materia», «cosa», 

«sustancia», «individuo», «número», por tanto solo como ficción reguladora 

gracias a la cual se introduce y se imagina una especie de constancia, y por 

tanto de «cognoscibilidad», en un mundo del devenir. La creencia en la gra- 
mática, en el sujeto lingúístico, en el objeto, en los verbos, ha mantenido hasta 
ahora a los metafísicos bajo el yugo: yo enseño que es preciso renunciar a esta 
creencia. El pensar es el que pone el yo, pero hasta el presente se creía, como 

el «pueblo», que en el «yo pienso» hay algo de inmediatamente conocido, y 

que este yo es la causa del pensar, según cuya analogía nosotros compren- 

demos todas las otras relaciones de causalidad. El hecho de que ahora esta 

ficción sea habitual e indispensable, no prueba en modo alguno que no sea 
algo imaginado; algo puede ser condición para la vida y sin embargo falso. 

(Nietzsche, 1889/2012, p. 35) 


En acuerdo con este célebre iconoclasta, la potencia con la cual se manifies- 
ta una necesidad no constituye de por sí el argumento definitivo para sostener la 
evidencia de su certeza. Jugando con Las meninas de Velázquez, Michel Foucault 
(1966/1985, pp. 13-25) nos ha permitido establecer una distancia fáctica entre 
la mirada, la representación y lo representado; el juego de las palabras y las cosas. 
Del mismo modo, la «lógica del sentido» (Deleuze, 1969/1980), así como los 
juegos geofilosóficos que se inauguraran con E/ Anti-Edipo (Deleuze y Guattari, 
1972/1985), nos han posibilitado acceder a la capacidad de territorialización 
que contiene el arte de conceptualizar. Vista de esta manera, la cualidad per- 
formativa del lenguaje, que tanto inquietara a Austin, puede permitirnos una 
asociación hacia la preocupación deleuziana sobre el plano de la territorialidad. 
En este orden acude en nuestro auxilio una metáfora que invoca inevitablemente 
a Gilles Deleuze; los agenciamientos colectivos de enunciación. 


Vale el reconocimiento de encontrarnos con el pliegue de una cinta de 
Mobius; un ir-y-venir que ha optado por la ficción de centralizar su mirada 
en el «estado del arte» de las disquisiciones a las que convoca el pensamien- 
to. En efecto ¿quién/qué cita (a) qué/quién? ¿Gabilondo, Blanchot, Deleuze, 
Foucault, Eira? Veamos cómo se juega con esta cita de citas en un texto de 
Ángel Gabilondo (1990): 

En la paráfrasis de un texto de Maurice Blanchot irrumpe el propio decir de 

Michel Foucault como discurso: Allí donde las palabras parecen haber huido 

de las cosas y se nos presentan como algo «normal», «natural», «inmediato»... 

expresan la ficción del «mundo humano», desprendido del ser; nos ofrecen más 

una ausencia que una presencia. Las palabras ya no designan algo, no expresan 

a nadie, tienen su fin en sí mismas. Ya no es un «yo» quien habla, es el lenguaje 

quien se habla, el lenguaje como obra, y como obra del lenguaje. Signo derrui- 

do como signo. Huellas de huellas... sin presencia. Huellas que instauran —sin 

origen— el juego de las diferencias y de la diferencia. Es el tiempo de la des- 

posesión. Y de empezar una escritura que, sin embargo, ya viene escribiéndose. 

No pensamos, somos pensados por el pensamiento. Somos pensamientos sin 

nadie que los piense: somos signos. No hay comienzo ni final, no hay ninguna 

manera de ganar o perder. ¿Cómo dar con la presencia de un sentido? ¿En qué 
lugar? ¿Es la desconstrucción del sentido, la desconstrucción del sistema”... La 
irrupción es del «yo hablo» que deja surgir su emplazamiento vacío. Lejos así 

del yo pienso... ¿Cómo leer la ausencia del libro? (Gabilondo, 1990, pp. 11-12) 


Este particular juego de citas se impone por una multiplicidad de motivos. 
Más allá del ejercicio sintáctico que en ellas se despliega, más allá de la mara- 
villa retórico-literaria que ha caracterizado a Blanchot (1958/1973), el juego 
se impone como representación dramática de aquello a lo cual el juego de citas 
se refiere. Esta urobórica autodeglución de las citas configuran un ejemplo de 
la cualidad performativa del lenguaje hecha cuerpo a través de la repetición en 
interminables actos performativos. Escenifica la cinta de Moúbius, el uróboros; 
aquello de lo que mejor es callarse. Se trataría de aquel juego de narrar narrativas 
al cual Jacques Derrida llamara 2teración; relatos de relatos sobre relatos. 

Visto desde el plano de las ciencias sociales (al cual nos podrían condu- 
cir estos juegos), la identidad referiría a la posibilidad del reconocimiento en y 
desde el colectivo; soy en la medida que somos. Se trataría de una cualidad del 
ser que se constituye en (y desde) una relación con los demás. De este modo, el 
nosotros se configura como un no-otros, involucrando un doble procedimiento 
constitutivo; la diagramación de la similitud conjuntamente con la de la dife- 
rencia. Doble procedimiento constitutivo que solo puede hacerse inteligible en 
función de su dimensión histórica; la identidad configura un estamento socio- 
históricamente constituido. ¿Qué cosa no lo haría? En este plano, y de acuerdo a 
Marc Augé, es que podría localizarse el objeto de la antropología social (si ad- 
mitiéramos que las disciplinas pueden ser definidas por sus objetos); «en primer 
lugar y esencialmente, la idea que los demás se hacen de la relación de los unos 
con los otros» (Augé, 1994/1998, p. 24). 


La identidad, sin embargo, se configura antes como un tránsito de confi- 
guraciones laxas, móviles y procesuales que como un conjunto de propieda- 
des esenciales. No refiere a una cualidad permanente, extraída de un pasado 
ontológicamente establecido, sino a una construcción procedimental, presente, 
inmanente, que resignificaría el pasado en función de un futuro proyectado. Se 
conforma como una serie de trazos clasificatorios (alter y auto atribuidos), con- 
jugados en función de intereses y conflictos, que marcan tanto las fronteras entre 
los grupos como la naturaleza de lo real. 


Los nuevos enfoques acerca de la identidad enfatizan su carácter plural cam- 
biante, constituido en los procesos de lucha por el reconocimiento social. Las 
identidades son construcciones simbólicas que involucran representaciones y 
clasificaciones referidas a las relaciones sociales y las prácticas, donde se juega 
la pertenencia y la posición relativa de personas y de grupos en su mundo. En 
este sentido, la noción de identidad, recuperando los procesos materiales y 
simbólicos y la actividad estructurante de los sujetos, permite analizar la con- 
formación de grupos y el establecimiento de lo real en sus aspectos objetivos 
y subjetivos. (Bayardo, 2005, p. 2) 


María Luisa Femenías se ocupará de este campo problemático a través un 
artículo cuyo título, por sí mismo, constituye un abstract que nos ilustra sobre 
la ponencia: «Identidades esencializadas/violencias activadas» (2008). La ana- 
lítica allí propuesta se ocupa de objetar las direcciones esencialistas hacia las 
cuales la identidad suele conducir. En este marco, sostiene que ni la perspectiva 
universalista ni la particularista merecen ignorarse una a otra ya que ambas con- 
tribuyen a una mayor comprensión de la complejidad de las afirmaciones en el 
plano de la multiplicidad. El centro del problema lo atribuye a las consecuencias 
de comprender la identidad no como una construcción política sino como una 
característica ontológica que lleva a comprenderla desde un proceso esencialista. 


No se trata, por tanto, de invocar una esencia, ni una propiedad intrínseca de 
los sujetos, sino que «identidad», en estos casos, remite a un carácter inter- 
subjetivo y relacional. Más precisamente, a un sujeto-agente que se construye 
identitariamente a partir de la divergencia y de la coincidencia con otros su- 
jetos y otros proyectos. Como proyecto, esta comprensión de la identidad no 
es independiente del proceso de resignificación constante de los logros y de 
las apropiaciones colectivas, vinculándose al reconocimiento, el proyecto y la 
acción conjunta. De este modo se renuncia no solo a identidades esencializadas 
sino también a construcciones de rasgo único fijo y se aproxima a la noción de 
identificación. La identificación (como motor de la identidad) es siempre plu- 
ral y expresión de necesidades y deseos. De ese modo, cada sujeto construye 
su identidad y contribuye a una identidad política conjunta. En palabras de 
Hobsbawm, se trata de «políticas de la identidad», y son claramente multidi- 
mensionales, remitiendo a situaciones que se piensan más allá de su contexto 
histórico-cultural inmediato. (Femenías, 2008, p. 28) 


Si conceptualizamos la otredad como los modos a partir de los cuales los 
colectivos se piensan a sí mismos en relación con los otros y, en contrapartida, 


a los otros en relación con sí mismos, podemos conceder que no estamos más 
que haciendo un juego retórico para hablar de identidad en otros términos. La 
diferencia estribaría en que, de esta manera, se posibilitaría desesencializar la 
identidad; esta ya no sería el producto de cualidades que le serían intrínsecamen- 
te propias, sino de un juego vincular constituido a partir del arte de la diferencia. 
El nosotros se hace posible cuando hay otros de los cuales es posible delimitar 
la diferencia (no-otros). Se trataría de procesos de identificación; ejercicios en 
la acción de identificar o identificarse. Vistas de esta manera, las diferencias que 
hacen a los otros, lejos de constituir una amenaza para la mismidad, constituirían 
las variables que configurían la posibilidad de la existencia como entidad identi- 
taria. El juego de las diferencias se despliega aquí como un procedimiento para- 
dójico; por una parte el otro se muestra como instrumentalmente ineludible para 
habilitar la propia existencia, pero por otra parte su cualidad de otro (otra mi- 
rada, otra experiencia vital, otra trama simbólica) interpelaría las certezas axio- 
máticas sobre la vida. De este modo, se consolidaría el binomio a partir de una 
racionalización que argumenta los criterios-frontera que delimitan los términos 
del binomio otros/nosotros, modulando también las modalidades de relaciona- 
miento entre ambos. No atender cabalmente este plano de mutua diagramación 
performativa conduciría al riesgo de una esencialización cuasi compulsiva. Así, 
se desdibujaría la posibilidad de su percepción como construcción para devenir 
en un orden natural e inapelable. 

La esencialización de las identidades tiende a fractalizar la cultura separando los 

grupos, ignorando los modos en que se entrecruzan colectiva e individualmente 

las identidades y el modo en que se exhiben, bloquean o fomentan interacciones 

e identificaciones intergrupales. La inercia de las tramas de poder hace invisible 

que, aun en países donde rige la igualdad política, la discriminación social es tan 

alta porque importantes sectores reactivos traban la implementación activa de 

políticas públicas que las reviertan. (Femenías, 2008, p- 33) 


En agregado a esta lógica binaria, se adhiere una estratificación que jerar- 
quizará uno de los términos del binomio por sobre el otro. Uno se configurará 
como positivo, consolidándose como unidad inteligible a partir del desplaza- 
miento de su opuesto hacia el margen de la negatividad; aquello que Jacques 
Derrida (1967/1989) llamara «proceso de centralización». En estos juegos de 
diferencias, los binomios se caracterizan por su asimetría; uno de los términos 
se posiciona como la medida a partir de la cual se constituirá el otro. Este 
último (el margen), desde su lugar de subordinación semiótica, constituirá su 
identidad a partir del centro que lo ha definido como tal desde su localización 
en la periferia. Así, los binomios se constituyen desde un juego de asimetrías 
(hombre/mujer, salud/enfermedad, orden/caos) que hacen a la definición del 
procedimiento semiótico. 

Desde el centro, fuente paradigmática de las figuras retóricas, se diagrama 
una paradójica lucha por la identidad por parte de la periferia. El margen reivin- 
dicará sus derechos identitarios (en tanto identidad de margen, de subordinación, 


¿de víctima?) fortaleciendo, así, los procedimientos que lo han constituido como 
margen y consolidando el lugar del centro. Así, la resistencia queda capturada 
en el proceso que hace posible la asimetría del binomio, consolidando la lógica 
de sentido que la ha admitido. De este modo, se instituye la subordinación a 
partir de una naturalización de las categorías que el binomio ha performado para 
que dicha subordinación sea posible; hetero/homosexualidad, salud/enferme- 
dad, hombre/mujer. La estratificación, lejos de interpelar su cualidad metafísica, 
queda así naturalizada. 

Es en la búsqueda de resistencias a estos riesgos del esencialismo que Donna 
Haraway (1991/1995) ha propuesto la metáfora del cyborg (del ing. cybernetic 
organism), imagen que no requeriría identidades esenciales y permitiría el re- 
curso de la afinidad que recuperara de Chela Sandoval (1995/2004). Este sus- 
tantivo (del latín ajfinitas, -ati5), más cercano a figuras procesuales (en sinonimia 
con semejanza, proximidad, analogía o atracción), habilitaría representaciones 
operativas orientadas a minimizar las tendencias ontológicas a las cuales el con- 
cepto de identidad parece conducir. En efecto, la afinidad podría facultar una 
combinación molecular en la cual la mismidad esencialista se desdibujaría tras 
un proceso móvil de múltiples organizaciones. En este movimiento, la metáfo- 
ra cyborg captura también la metáfora del hipertexto como recurso retórico al 
servicio de una trama de constantes interconexiones en procesos iterativos. La 
figura del hipertexto configura un recurso de particular utilidad para construir 
imágenes auxiliares en la comprensión del ejercicio constructivo para el plano 
de la identidad. Vista así, como trama hipertextual, la identidad podría ser aten- 
dida como un proceso que deviene en constante auto-extra-transformación; un 
tránsito sin destino ni procedencia que transita en redes moleculares antes que 
en trazas lineales. Se trataría, en esta perspectiva, de un ejercicio de transtextua- 
lidad, de una actuación «que pone al texto en relación, manifiesta o secreta, con 
otros textos» (Genette, 1962/1989, p. 9). El concepto de hipertexto surge como 
una herramienta de so/fware con estructura no secuencial, que permitiría enla- 
zar información de diversas fuentes por medio de enlaces asociativos, trazando 
hipervínculos o referencias cruzadas que irían de unos a otros documentos. En 
esta migración textual, la propuesta de Haraway recurre a conceptualizar los 
procesos de identificación como constantes enlaces entre diversas linealidades 
de sentido, de allí su asociación con el hipertexto. La ontología identitaria, vista 
así, se desbloquearía de estamentos fijos para irse constituyendo a partir de los 
propios procedimientos de enlace que la definen como tal. 

Esta propuesta ha convocado a Teresa Aguilar (2008) a un proceso de re- 
flexión filosófica en torno a la identidad, la tecnología y el cuerpo fisiológico 
(soma, del griego cóa), un ejercicio de exégesis sobre la ontología en el siglo XXI 
que recupera la metáfora del cyborg como imagen de referencia; una «ontología 
cyborg». Para ella, «el cyborg es el texto hecho carne que denuncia la escritura no 
como un proceso inocente cuya interpretación remite al logos y al origen, sino 
como textos de subversión de la escritura misma» (A guilar, 2008, p. 1 3). Las 


posiciones de la tecnofilia o de la tecnofobia, al alinearse en uno u otro extremo 
de esta línea de segmentaridad, antes que desdibujar el segmento, lo fortalecerían 
en un juego de oposición, así como lo haría también el segmento de opuestos en- 
tre el ecofeminismo de Wangari Maathai (2010/2011) y el ciberfeminismo del 
manifiesto colectivo australiano vns Matrix (1991). Por ello, las palabras iniciales 
del texto de Aguilar son tomadas, como cita bibliográfica, de la obra de Haraway, 
lo que pone en escena la herramienta del hipertexto en el propio acto de escribir 
sus reflexiones: 

Los cuerpos se han convertido en cyborgs, organismos cibernéticos, híbri- 

dos, compuestos de encarnación técnico-orgánica y de textualidad. El cyborg 

es texto, máquina, cuerpo y metáfora, todos teorizados e inmersos en la 

práctica en términos de comunicaciones. (Haraway, 1991/1995, citada por 

Aguilar, 2008, p. 9) 

El trabajo de Aguilar interroga sobre los efectos de las tecnologías, en par- 
ticular las tecnologías de la información, en las transformaciones radicales de la 
ontología clásica. Allí se ponen en cuestión la validez operativa de conceptos 
tales como humanidad y alienación, además de requerir la obsolescencia de ca- 
tegorías como sexo y género en el marco de sus orientaciones esencialistas. En 
efecto, su indagatoria la conduce a comprender un orden de metáforas cogni- 
tivas en el cual el desarrollo de las tecnologías de la información ha impactado 
particularmente. Esto actúa proporcionando recursos retórico-interpretativos 
que —más allá de los relatos que hacen inteligibles a los procesos vitales— ope- 
ran performativamente sobre los acontecimientos que constituyen la vida misma. 
El descubrimiento del código genético, y en particular los proyectos en torno al 
genoma humano, conducen a concebir la existencia como escritura en un espacio 
que resulta tan constituyente como constituido por ella. Visto así, el propio soma 
se configura como cuerpo hecho verbo, un juego de lenguaje en acción, cons- 
truido a partir de las formas de la época en la cual se ubica; episteme concreta 
y al mismo tiempo episteme en transformación, en acuerdo con las «tecnologías 
del yo» a las que atendiera Michel Foucault (1981/1990). En este plano, y des- 
de esta perspectiva, se consolida la biosemiótica, entendida por Eduardo Kac 
como una disciplina que considera 

[...] que la comunicación es la característica esencial de la vida y, poniendo un 

énfasis particular en el contexto y el significado, sirve como sano antídoto para 

el determinismo genético. (Kac, 1999, p. 1) 


Ello enlaza a concebir la biología desde un carácter histórico y narrativo, en 
el cual los signos constituirían sus unidades básicas, antes que los genes com- 
prendidos como materialidad concreta. La mismidad pasa a percibirse como es- 
critura hipertextual en la cual deviene información en tránsito, códigos escritos 
encarnados que se inscriben en las relaciones de poder propias del capitalismo 
global integrado. Comprender la identidad en el contexto del siglo XXI con- 
voca, así, a comprender los procesos semióticos en los cuales se inscribe, de los 
cuales da cuenta y a los cuales contribuye. 


La obra de Emmánuel Lizcano se ocupa de estudiar el orden semiótico que 
emerge en el uso de las metáforas que nos piensan al pensar; nada del conoci- 
miento se aísla de las condiciones de enunciación que lo hacen posible. Cosa que 
mucho tiempo antes percibiera Nietzsche, para quien el conocimiento no sería 
otra cosa que la acumulación de metáforas que han olvidado su carácter de tales. 
En este orden, y como la metáfora no puede evadir su condición de figura retóri- 
ca, las particularidades de sus imágenes dan cuenta del universo semiótico en el 
cual se inscribe, de allí su importancia estratégica para comprender el modo de 
vida que da sentido a su accionar. Consecuentemente, atender a las particulari- 
dades de los recursos metafóricos utilizados conduce a examinar a las particula- 
ridades de las correlaciones de la fuerza semiótica en las cuales se inscriben, así 
como el proceso sociohistórico del y al cual dan cuenta. 

El mayor hechicero (escribe memorablemente Novalis) sería el que hechizara 

hasta el punto de tomar sus propias fantasmagorías por apariciones autóno- 

mas. ¿No sería este nuestro caso? Yo conjeturo que así es. Nosotros (la indivisa 
divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado 
resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo; pero 
hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos resquicios de sinrazón 

para saber que es falso. (Borges, 1932/1974, p. 258) 

Los campos fenoménicos que se instituyen en cada sociedad configuran su 
fuente privilegiada de imágenes retóricas. Gracias al efecto de su instrumen- 
talidad política, dichos campos acceden a una cualidad de mecenazgo que les 
confiere los instrumentos necesarios para su desarrollo. Desde allí, adquieren un 
prestigio que se corresponde con la instrumentalidad fáctica de sus produccio- 
nes, lo cual potencia el desarrollo de saberes que sobre él se expidan. Aquellas 
modalidades del saber que el diagrama social ha privilegiado se imponen como 
un recurso retórico que trasciende las condiciones que las hicieron posibles. 
Resulta sencillo, por lo tanto, comprender cómo ciertos campos fenoménicos 
posicionados al margen, con sus saberes específicos correspondientes, recurren 
a la expropiación semiótica de las estrategias de los saberes consolidados para 
fortalecerse como operativa legítima. Las modalidades cognitivas que ya han 
adquirido cierto prestigio en el statu quo modulan, entonces, aquellas que inician 
sus procesos de legitimación institucional. 

Si en las «sociedades de soberanía» (Foucault, 1975/2002) el principio teo- 
lógico de representación modulaba, como efecto de conjunto, todos los recursos 
retóricos que hacían inteligible la vida, esto obedecía a un diagrama que otorga- 
ba a la Iglesia la tarea de producir épicas legitimadoras del deber ser; sistemas de 
significación funcionales al estado de cosas que hacían posible un agenciamiento 
de enunciación con el arte de gobernar. Esto posicionaba a la institución eclesiás- 
tica en un espacio estratégico de evidente potencia política, y le confería —vía 
invocación performativa— un prestigio que naturalizaba el estatuto adquirido. 
En las «sociedades del Nuevo Régimen» (Foucault, 1975/2002), se impone una 
nueva épica fundacional que racionalice su nueva legitimidad. La sustitución 


del principio de representatividad teológica por la consolidación de la ley de 
mercado, como principio de cohesión social, promovió un mito fundacional que 
instituyó la naturalización ética de la democracia representativa de corte liberal. 
El mito del «contrato social» (Rousseau, 1762/2004) se impuso como recurso 
retórico axiomático para explicar la legitimidad política del Estado. 

En efecto, esta figura se despliega como un mito fundacional que se alimen- 
ta de las reglas de juego que habilitan el libre flujo del capital, configurando un 
nuevo corrimiento semiótico desde las necesidades del mercado al ejercicio de 
la gobernabilidad. Los colectivos humanos pasan a ser conceptualizados como 
sociedades, donde sus integrantes se asocian (a través del «contrato social»), re- 
nunciando a una parte de sus libertades para hacer posible la convivencia de 
una manera más estable, organizada, y más amable con el mercado. También, y 
en una paradoja tan solo superficialmente aparente, la presencia del «contrato» 
garantizaría (como ante un contrato comercial) la presencia de un orden estable, 
con sus correspondientes procedimientos de resguardo y fiscalización, que per- 
mitiría la protección de aquellos derechos adquiridos, precisamente, a partir la 
firma de dicho contrato. 

Del mismo modo, y en conformidad con este diagrama político, la Revolución 
Industrial habilitó el acceso al estrellato de saberes disciplinares tales como la fí- 
sica y la ingeniería, desde el reconocimiento de que fueron precisamente ellos los 
que la hicieron posible. El prestigio alcanzado por dichas disciplinas promovió 
otro corrimiento semiótico hacia otros campos fenoménicos que comenzaban a 
ser capturados en el interior de otros saberes en proceso de institucionalización. 
La medicina se agencia con estas estrategias de semiotización al conceptualizar 
el cuerpo humano como máquina vital en equilibrio homeostático, alimentado 
por fuerzas vitales y sometido a desgastes operativos. No es de extrañar, enton- 
ces, que Sigmund Freud recurriera a la electrodinámica para construir una me- 
táfora de «aparato psíquico» que explicara la histeria, en respuesta al modelo de 
Jean-Martin Charcot (1885/2003), el cual —a su vez— puede ser considerado 
una herencia secundaria del mesmerismo (otro modelo maquínico). Ni tampoco 
resulta exótica la recurrencia del Kurt Lewin (1951/1988) al modelo energéti- 
co para explicar la dinámica grupal. 

En coherencia con estos aspectos, la tarea de Teresa Aguilar (2008) ha 
reconocido el lugar semiótico predominante que han venido alcanzando las tec- 
nologías de la información en el siglo XXI, lugar que impone atención tanto a 
sus estrategias de lectura como a los procedimientos performativos que desde 
allí se constituyen; una nueva modalidad ontológica. En este sentido, bien vale 
reconocer la necesidad de una expropiación semiótica de sus metáforas a la hora 
de comprender las modalidades específicas de la identidad tal como devienen 
en el texto-con-texto histórico que nos ocupa. ¿Como comprender de otra ma- 
nera los procesos performativos del sistema sexo/género en la configuración 
de la identidad desde un sociodrama caracterizado por la presencia constante 
de estas tecnologías de la información? Resulta ineludible reconocer el lugar 


preeminente que ha ido adquiriendo la red informática mundial (World Wide 
Web), se la tematice específicamente o no en el diagrama de la vida cotidiana. 
Desde el correo electrónico a las transacciones comerciales, desde el teletrabajo 
a la consulta electrónica, desde la acción político-institucional a la resistencia 
hacker, desde las manifestaciones artísticas a las redes sociales, desde la gober- 
nanza nómade a la guerra informática, la modalidad del hipertexto se ha impues- 
to como un orden natural constituyente del día a día. De allí que las afinidades 
hipertextuales propuestas por Donna Haraway resulten tan brillantes como ob- 
vias. Las imágenes esencialistas de las estructuras se tornan, así, obsoletas ante 
el devenir constante de los flujos de información; se trata de estructuras que se 
disipan, estructuras disipativas, devenires constantes. ¿Cómo atender a los flui- 
dos de identificación ignorando los impactos semióticos, y por ende políticos, de 
redes sociales como Facebook, WhatsApp y Twitter? 

El devenir de la estructura hacia el flujo conduce también a fragmentar tan- 
to el soma como los límites entre el adentro y el afuera de la mismidad. Es en este 
marco que los filósofos Nick Bostrom (2003) y David Pearce fundaron en 1998 
la World Transhumanist Association como organización internacional orientada 
al reconocimiento del transhumanismo como objeto de la investigación cien- 
tífica y política. Se trata de una organización que entiende el transhumanismo 
como un movimiento intelectual dirigido al apoyo del empleo de la ciencia y 
la tecnología para mejorar las capacidades mentales y físicas con el objeto de 
corregir lo que consideran aspectos indeseables e innecesarios de la condición 
humana. Y es también en este marco que la performance, en tanto manifestación 
artística, comienza a desdibujar las fronteras entre el cuerpo y las herramientas 
tecnológicas, las cuales dejan de ser exclusivamente instrumentales para devenir 
en compuestos operativos tanto de la expresión como del propio cuerpo del 
artista. Es el caso tanto del brasileño creador de la poesía holográfica, Eduardo 
Kac (1999), quien se ha realizado un intercambio intravenoso con un robot, 
como el del artista australiano Stelarc (1999), que se centra en la alteración de 
su cuerpo mediante prótesis robóticas e ingeniería de tejidos, o el de la performer 
francesa Orlan (2000), quien se ha sometido a distintas cirugías ante imágenes 
de cámaras expuestas online. 

Más allá de estas posiciones, y tomando en cuenta las trazas que confi- 
guran las cajas de herramientas de la semiosis que fluye en las tramas de lo 
cotidiano, nos resulta operativo construir una mirada que habilite el accionar 
de este trabajo. Hemos optado, para ello, por configurar la identidad como 
un proceso de narración que, a través de enlaces hipertextuales, proporciona 
instrumentalmente los relatos que orientan las relaciones entre la mismidad y 
la otredad. De esta manera, se trataría de un proceso de búsqueda de la afini- 
dad que delimitaría, instrumentalmente, aquello que se percibe como mismi- 
dad. Desde esta perspectiva, atender la construcción de las identidades en el 
sistema sexo/género conlleva atender la trama de relatos allí constituidos, su 
dimensión metafórica y su carácter performativo. Se trataría, en suma, de un 


estudio de las narrativas allí inscritas y de los recursos retóricos que por y para 
ello se ponen en juego; un estudio de las reglas de dichos juegos de lenguaje y 
los modos de vida allí convocados. 


Discursividad y narrativa 


Atender al plano de la discursividad (la cualidad de discurso), así como las 
«formaciones discursivas» de Michel Foucault (1969/2010) implica priorizar 
una mirada que, conjugando la definición de la RAE con los aportes de la «teoría 
de la discursividad social» (Verón, 1988/1993), así como el arsenal epistemo- 
técnico de los estudios del discurso, permita dibujar comprensiones específicas 
sobre los sociosistemas inscritos en el sistema sexo/género. 

discurso (Del lat. discursus). 1. m. Facultad racional con que se infieren unas co- 

sas de otras. 2. m. Acto de la facultad discursiva. 3. m. Reflexión, raciocinio sobre 

algunos antecedentes o principios. 4. m. Serie de las palabras y frases empleadas 

para manifestar lo que se piensa o siente. Perder, recobrar el hilo del discurso. 

5. m. Razonamiento o exposición sobre algún tema, que se lee o pronuncia en 

público. 6. m. Doctrina, ideología, tesis o punto de vista. El partido tiene un 

discurso revolucionario. 7. m. Forma característica de plantear un asunto en un 
texto. Es un rasgo propio del discurso barojiano. 8. m. transcurso. El discurso 

del tiempo. 9. m. Ling. Unidad igual o superior al enunciado que constituye 

un mensaje. 10. m. L¿mg. Lenguaje en acción, especialmente el articulado en 

unidades textuales. La limguistica del discurso. 11. m. 7. lit. Escrito o tratado, 

generalmente de no mucha extensión, en que se discurre sobre una materia de- 

terminada. 12. m. desus. Trayecto o curso de una parte a otra. (RAE, 20 18) 


En primera instancia, el vocablo discurso suele identificarse como acto de 
habla orientado hacia la captura de la atención de un público. En este sentido, se 
lo asocia fundamentalmente con un mensaje oral o —tal vez— escrito. Visto de 
esta manera, su principal función consistiría en configurarse como técnica argu- 
mentativa (un recurso de la retórica); comunicar o exponer, pero con el objetivo 
principal de persuadir. 

El discurso se dispondría, así, como una forma de lenguaje escrito (texto) o 
hablado (conversación) en su contexto social, político o cultural. La etnografía lo 
jerarquiza, particularmente, como evento de comunicación. Foucault lo enfoca 
como un sistema de discursos, diagramado en, como, y desde un sistema social de 
pensamiento. Dada la multiplicidad de los enfoques posibles, en la comunidad 
académica se ha acordado en concebir el discurso como una estructura verbal, 
pero también como un evento comunicativo cultural, una forma de interacción, 
un sentido, una representación mental, un signo, etc. Como interacción, el dis- 
curso es una secuencia de turnos y acciones de varios participantes, en que cada 
acto se lleva a cabo en relación con el anterior y prepara el siguiente. Aparte de 
sus estructuras secuenciales, los discursos tienen muchas otras estructuras en 
varios niveles; la gramática, el estilo, la retórica, y el formato global. 


El discurso se ha convertido en un término que traspasa fronteras dis- 
ciplinarias. No es reducible a un ámbito específico, y su alusión puede 
servir para explicar fenómenos sumamente amplios tanto en la mate- 
rialidad discursiva en sí como en el comportamiento de sus usuarios 
(productores e intérpretes). Existe una pluralidad de definiciones desde 
distintas perspectivas teóricas que unas veces difieren y otras coinci- 
den. Este fenómeno puede ser explicable a partir de la convergencia de 
distintos factores: a) el desarrollo mismo de la historia del discurso; b) 
la pluralidad de autoridades y acepciones que el mismo término tiene; 
c) la cada vez mayor variedad de disciplinas que acuden a las teorías 
del discurso para explicar fenómenos, d) los distintos enfoques que se 
desarrollan y e) el hecho mismo de que al ser el discurso una realidad 
que aparece en toda práctica social, su estudio e investigación no puede 
estar restringido a un área. (Karam, 2005, p. 35) 


Si logramos, aunque solo sea operativamente, establecer una línea de fuga a 
esa línea de segmentaridad dura (Deleuze y Guattari, 1972/1985) que configu- 
ra el segmento palabra/no-palabra, podremos definir el discurso como más allá 
de las palabras. En efecto, podremos pensar el discurso como un de-curso que 
compromete a lo es comprometido por) todos los sistemas de diferencias en los 
cuales se inscribe. 

En efecto, el discurso opera en/desde/para el plano del lenguaje. Sin em- 
bargo, este último debe ser entendido como sistema de diferencias y, en este 
sentido y como señalara Jacques Derrida (1967/1980, p. 150), «hay más de una 
lengua». Dicho señalamiento pretende colaborar con la deconstrucción de la 
centralización del lenguaje en el signo/palabra. Más allá de la morfología de los 
signos diferenciados y diferidos en cualquier sistema, el hecho de configurarse 
como sistema de diferencias le otorga su cualidad de lenguaje. Sean los signifi- 
cantes palabras, gestos, olores, colores, ruidos, o imágenes. 

En acuerdo con los aportes Hans-Georg Gadamer (1975/1977), el lenguaje 
se configura como fundamento para que los seres humanos tengan mundo; antes 
que un simple vehículo de representaciones se posiciona como acción performativa. 

Es decir, el lenguaje no posee una existencia autónoma frente al mundo que 

hablaría a través de él. Por el contrario, el mundo es mundo en cuanto se con- 

vierte en tal a través del lenguaje; o lo que es lo mismo, el lenguaje adquiere 
existencia en la medida en que construye el mundo. En este sentido, debe en- 
tenderse que el origen humano del lenguaje significa, simultáneamente, la lin- 
gúisticidad originaria del «estar-en-el-mundo» de las personas: el mundo está 
constituido linguísticamente e, inseparablemente, el lenguaje implica consti- 
tuir el mundo. (Garay, Iñiguez y Martínez, 2005, p. 108) 


En este sentido, el análisis consistiría en tratar el discurso como práctica 
que forma sistemáticamente los objetos a los que refiere, así como desplazar la 
consideración de los discursos como simples agrupamientos de signos que repre- 
sentarían una realidad preexistente. 


En relación al sentido, y a los ojos de la deconstrucción, este es intermi- 
nablemente alegórico y por lo tanto carece de univocidad y de obviedad. Al 
lenguaje —entendiéndolo siempre en la acepción que venimos sosteniendo— se 
le reconoce una gran complejidad y equívoca riqueza, por lo que se aceptan dos 
tipos de lectura: la unívoca, basada en el mensaje transparente, y la deconstruc- 
tiva, que remite a la plasticidad y corporeidad misma de referencialidades sig- 
nificantes. Ante la dictadura del canon, la deconstrucción plantea la democracia 
de la polisemia, estableciendo que el acto de lectura genera infinitas disemina- 
ciones. Frente a un texto será imposible determinar una lectura como /a buena. 
Las lecturas posibles serán así infinitas porque jamás lectura alguna alcanzará el 
buen sentido. Por último, la deconstrucción se aplica a todos los factores que 
pueden funcionar como centro estructural de un texto (significado trascenden- 
tal, contexto, contenido, tema...) de manera que no puedan detener el libre juego 
de la escritura. Con todo ello, la deconstrucción va a plantear básicamente una 
disociación analítica del signo; proponiendo una subversiva puesta en escena del 
significante al afirmar que cualquier tipo de texto (literario o no) se presenta no 
solamente como un fenómeno de comunicación, sino también de significación. 
La deconstrucción realiza un planteamiento bifronte; se mueve entre la negación 
y la afirmación del símbolo. Se afirma la autonomía del signo respecto a los signi- 
ficados trascendentales y se niega que la escritura solo remita a sí misma. 

Coincidiendo con que lo que conocemos no es el mundo en sí, sino el mun- 
do con nuestros conocimientos (Morin, 1977/2001), pasaremos a admitir que 
el estudio del plano discursivo posibilita un acceso al mundo de lo real tal y 
como este se configura en el universo semiótico del cual da cuenta. Accedemos, 
así, a lo real en tanto construcción social. De este modo, la analítica discursiva 
no sería más que la identificación de las huellas de las condiciones productivas en 
los discursos; las condiciones de enunciación. Los juegos del discurso no serían 
otra cosa que el texto-con-texto, donde, en el seno de determinadas relaciones 
sociales, tiene lugar la producción social del sentido y la significación. 

La posibilidad del estudio de estos procesos descansa sobre la hipótesis se- 
gún la cual el sistema productivo deja huellas en los productos y que el primero 
puede ser (fragmentariamente) reconstruido a partir de una manipulación de los 
segundos. Dicho de otro modo; «analizando productos, apuntamos a procesos» 
(Verón, 1988/1993, p. 124). 

Si se pretende analizar los efectos en el campo deben analizarse los discur- 
sos en sus condiciones productivas específicas. Este procedimiento implica la 
consideración de una dispersión de lectores en condiciones de reconocimientos 
heterogéneas y, por tanto, con efectos posibles de consecuente heterogeneidad. 
Por ello, el discurso no operaría según una causalidad lineal sino con un prin- 
cipio de la indeterminación del sentido. En el caso del sistema de producción 
de sentido, la semiosis social, no sería posible conocer el todo; sin embargo, en 
los discursos (partes) hay huellas del sistema productivo en las que las mismas 
se inscriben. En paráfrasis a Edgar Morin (1977/2001), es posible señalar no 


solo que el producto está en el sistema productivo, sino que también el sistema 
productivo está en las partes. 

Visto así, el discurso pasa a ser descrito como acción de de-cursar; delinear, 
dibujar, figurar una cosa, haciendo que se dé una idea cabal de ella. Descripción 
que posibilita la jerarquización de una modalidad discursiva cuya instrumentali- 
dad estratégica la torna privilegiada como campo analítico, la narrativa; modali- 
dad discursiva usada para relatar una historia. Desde aquí, las narrativas pueden 
ser consideradas como 

[...] recursos conversacionales, construcciones abiertas que evolucionan a medi- 

da que la interacción progresa. No obstante, este carácter abierto y progresivo 

está condicionado por la propia estructura de las narraciones, en la medida en 

que esta responde a unas coordenadas, sociales, históricas y culturales. En este 

sentido, las narraciones deben ser entendidas, no como una simple relación 

secuencial de acontecimientos, sino como formas de inteligibilidad que pro- 
porcionan exposiciones de los acontecimientos en el tiempo, lo que supone no 

solo serie y sucesión sino articulación de significados, eventualmente disímiles, 

en una estructura narrativa única. (Garay, Iñiguez y Martínez, 2005, p. 120) 


Si bien el vocablo narrativa adquiere una significación prominentemente 
literaria, vale señalar, no obstante, que dicho término abarca otros campos que 
exceden ampliamente su procedencia disciplinar. En efecto, y de acuerdo con 
la propuesta de Jesús García Jiménez (1993) con respecto al análisis narrativo, 
la acción de narrar puede ser entendida como toda exposición destinada a hacer 
inteligible la realidad. Recurriendo a su modelo semiológico, es posible señalar 
que todo aquello a lo que se le confiere existencia se lo hace a partir de su ins- 
cripción en el devenir de los procesos de significación y, por lo tanto, emerge 
como texto pasible de ser leído. Tal como advirtiera la propuesta deconstruccio- 
nista, todo estaría dentro del texto y el mundo se configuraría como texto. La 
significación del vocablo texto, entonces y desde allí, referiría a una composición 
de signos codificados en un sistema (sea este escrito, oral, o conforme a cualquier 
otra modalidad configurada como sistema de diferencias) que conformaría una 
unidad de sentido. 

Visto de este modo, resulta difícil objetar que todo conocimiento se con- 
figura como un particular campo de narrativas que, por tales, no pueden eludir 
su condición de actos de habla en su sentido más genérico. El conocimiento 
en sí [en tanto conjunto organizado de información que permite resolver un 
determinado problema o tomar una decisión) adquiere la condición de un parti- 
cular accionar discursivo. Esta condición de narrativa, y narrativa de narrativas, 
configura un campo de problemas de particular potencia estratégica a la hora 
de abordar las tareas que nos convocan. Efectivamente, la relación entre lo que 
las narrativas exponen y aquello a lo refieren (la relación entre el representante y 
lo representado), así como los efectos performativos de los actos de habla, con- 
figuran el punto sobre el cual posicionar la atención. Atender a los procesos de 
significación de las prácticas vinculadas con la construcción de las identidades 


de género implica atender a las narrativas inscritas en —y desde— el sistema 
sexo/género; una exégesis del plano de la discursividad. 

Tal vez por su doble nacionalidad, así como por su constante historia de 
tránsito entre fronteras, las principales preguntas que se manifiestan a través de 
la obra de “Tzvetan Todorov son sobre el saltar barreras, atravesar fronteras y arti- 
cular territorios. El carácter interdisciplinario de su identificación académica (se 
trata de un lingúista, filósofo, historiador, semiótico y crítico literario) configura 
por sí mismo una performance del pensamiento fronterizo. De allí que encuentre 
en la narratología (1969/1973), disciplina cuya denominación él mismo ha pro- 
puesto, una herramienta para configurar posibles respuestas a sus inquietudes 
del cómo vivir en la frontera. Lo verosímil (1968/1972) constituye una obra 
colectiva (presentada por Eliseo Verón) en la cual participan referentes indiscu- 
tibles del análisis de la narrativa: Roland Barthes, Marie-Claire Boons, Olivier 
Burgelin, Gerard Genette, Jules Gritti, Julia Kristeva, Christian Metz, Violette 
Morin y el propio Todorov (quien introduce el libro). Posiblemente allí es don- 
de podamos encontrar una de las más adecuadas exposiciones sobre la verdad, 
la verosimilitud, el relato, y las cualidades performativas de la acción de narrar: 


Hay un cierto aspecto trágico en la suerte del autor de novelas policiales: su 
finalidad era negar las verosimilitudes; ahora bien, cuanto mejor lo logra y con 
mayor fuerza, establece una nueva verosimilitud, la que liga su texto al género 
al que pertenece. La novela policial nos ofrece así la más pura imagen de una 
imposibilidad de escapar a lo verosímil. Cuanto más se condene lo verosímil, 
más sujeto se estará a él. El autor de novelas policiales no es el único que corre 
esta suerte; la corremos todos y en todo momento. De entrada, nos encontra- 
mos en una situación menos favorable que la suya: él puede negar las leyes de la 
verosimilitud e incluso hacer de la antiverosimilitud su ley; para nosotros, por 
mucho que descubramos las leyes y las convenciones de la vida que nos rodea, 
no está en nuestro poder cambiarlas; siempre estaremos obligados a confor- 
marnos a ellas, mientras que la sumisión se ha vuelto doblemente más difícil 
después de este descubrimiento. Hay una amarga sorpresa al comprender un 
día que nuestra vida está gobernada por las mismas leyes que descubrimos en 
las páginas de France Soir y que no podemos alterarlas. Saber que la justicia 
obedece a las leyes de lo verosímil no impedirá a nadie el ser condenado. 
Incluso independientemente de ese carácter serio e inmutable de las leyes de lo 
verosímil, de las que nos ocupamos, lo verosímil nos acecha por todas partes y 
no podemos escaparle, del mismo modo que el autor de las novelas policiales. 
La ley constitutiva de nuestro discurso nos obliga a ello. Si hablo, mi enun- 
ciado obedecerá a una cierta ley y se inscribirá en una verosimilitud que yo no 
puedo explicitar y rechazar sin servirme para ello de otro enunciado cuya ley 
estará implícita. Por el lado de la enunciación, mi discurso dependerá siempre 
de un cierto verosímil; ahora bien, la enunciación no puede, por definición, ser 
explicitada hasta el final; si hablo de ella ya no es de ella de quién hablo, sino 
de una enunciación enunciada, que tiene su propia enunciación y que yo no 
podría enunciar. (Todorov, 1968/1972, p. 177) 


Teniendo presentes estas observaciones, atender a las dimensiones del siste- 
ma sexo/género nos obliga a prestar particular atención a los relatos que sobre 
ellas narran; leer sus narraciones implica leer lo que sus performances producen, 
transmiten, y performan. 

Las historias son, después de todo, formas de rendir cuentas, y parece equívo- 

co equiparar la explicación con su objeto supuesto. Sin embargo, los recuentos 

narrativos están inmersos dentro de la acción social; hacen socialmente visi- 

bles los eventos, y típicamente establecen expectativas de los eventos futuros. 

Debido a que los eventos de la vida diaria están inmersos en narraciones, que- 

dan cargados con un sentido historiado: adquieren la realidad de un «comien- 

zo», «un punto intermedio», «un clímax», «un final», y así sucesivamente. Las 

personas viven los acontecimientos de este modo y, junto con otros, los catalo- 

gan justamente en esta forma. Lo cual no quiere decir que la vida imite al arte, 

sino más bien, que el arte se convierte en el medio a través del cual la realidad 

de la vida se manifiesta. En un sentido significativo, entonces, vivimos a través 

de historias, tanto al contar como al comprender al yo. (Gergen, 2007, p. 154) 


Si comprendemos las identidades del sistema sexo/género como juego de 
lenguaje en acción de narrar, como plano de discursividad en acción de formar 
y formarse, podremos también atender a su cualidad de agenciamiento de enun- 
ciación; el cual, por su cualidad de tal, no podría ser otra cosa que colectivo. Por 
ello nos hemos propuesto acceder a las narrativas que allí se inscriben para desde 
ellas acceder a los modos de vida que las constituyen, determinando las reglas de 
juego del sistema de diferencias en el cual se establece. 

Se trata, entonces, de un análisis cuasi literario, de un estudio de los relatos 
que se relatan en la performance del sistema sexo/género. En otros términos, 
se propone una lectura de los procesos de los agenciamientos colectivos de 
enunciación, lo cual conduciría a las condiciones de enunciación hipertextual 
que se configuran en esos juegos de afinidades a los cuales se los suele agrupar 
tras el signo 1dentidad. 


Escenografía y relatos 
(propósito y metodología) 


El reducir algo desconocido a algo conocido alivia, tran- 
quiliza, satisface, proporciona además un sentimiento 

de poder. Con lo desconocido vienen dados el peligro, la 
inquietud, la preocupación, el primer instinto acude a 
eliminar esos estados penosos. Primer axioma: una acla- 
ración cualquiera es mejor que ninguna. Como en el fondo 
se trata tan solo de un querer desembarazarse de represen- 
taciones opresivas, no se es precisamente riguroso con los 
medios de conseguirlo: la primera representación con la 
que se aclara que lo desconocido es conocido hace tanto bien 
que se la tiene «por verdadera». Prueba del placer («de 

la fuerza») como criterio de verdad. Así, pues, el instinto 
causal está condicionado y es excitado por el sentimiento 
de miedo. El «¿por que?» debe dar, si es posible, no tanto 
la causa por ella misma cuanto, más bien, una especie de 
causa, una causa tranquilizadora, liberadora, aliviadora. 
El que quede establecido como causa algo ya conocido, vi- 
vido, inscrito en el recuerdo, es la primera consecuencia de 
esa necesidad. Lo nuevo, lo no vivido, lo extraño, queda 
excluido como causa. Se busca, por lo tanto, como causa 
no solo una especie de aclaraciones, sino una especie esco- 
gida y privilegiada de aclaraciones, aquellas con las que 
de manera más rápida, más frecuente, queda eliminado el 
sentimiento de lo extraño, nuevo, no vivido, las aclaracio- 
nes más habituales. Consecuencia; una especie de posición 
de causas prepondera cada vez más, se concentra en un 
sistema y sobresale por fin como dominante, es decir, 
sencillamente excluyente de otras causas y aclaraciones. El 
banquero piensa enseguida en el «negocio», el cristiano en 
el «pecado», la muchacha, en su amor. 


(Nietzsche, 1889/2002, pp. 68-69) 


Escenario(s). ¿Dónde leer la ausencia del libro? 


De acuerdo con lo que ha sido expuesto, la performance del sistema sexo/ 
género se configuraría como un juego de lenguaje con sus correspondientes modos 
de vida. Ahora bien, los relatos que desde allí iteran funciones parecen hacerlo 
con la particularidad de inscribirse en libros ausentes. Se trata de una iteración sin 
superficie en la cual habría un texto trazado con anterioridad. Sin embargo, este 
juego del lenguaje se juega, se inscribe en y desde reglas, y performativamente. 
Entonces, ¿dónde se juega? Si el propio juego va diagramando su superficie, si el 
orden de su territorialidad se diagrama en la misma medida en que los agencia- 
mientos colectivos lo hacen posible, ¿desde y hacia dónde leer esta ausencia? Esta 


pregunta nos ha impulsado a definir espacios operativos desde los cuales la tarea 
indagatoria se haga factible. 

Cuando, a partir De la gramatología, Jacques Derrida señalara que no hay 
nada fuera del texto, su afirmación no implicaría una textualidad extrema como 
podría desprenderse desde una lectura superficial, sino la negación del extra-texto. 
La invitación de este iconoclasta propugna la ausencia de todo referente y de toda 
significación trascendente. Esta interpelación hacia la trascendencia sería el objeti- 
vo de la deconstrucción; «Il n'y a pas de hors-texte» (Derrida, 1967/1989, p. 202). 
Pese a las objeciones que George Steiner (1989/2007) esgrimiera —recuperadas 
desde la segunda edición de Historia de la locura (Foucault, 1964/1986)—, los 
señalamientos de Derrida no dejan de ser rigurosamente autodeconstruccionistas. 
De la gramatología se configura, paradójicamente, como un libro escrito para re- 
chazar al libro. 

Sostener que no nada hay fuera del texto no busca posibilitar la lectura fuera de 
contexto, sino interpelar el propio concepto de contexto. "Toda lectura se ejerce en 
uno o varios contextos que resultan integrados, como unidad, al texto. Se cita siem- 
pre fuera de contexto. No hay nada que imposibilite la extracción del enunciado 
de su contexto y la incorporación de este a otro. Esta es una propiedad general 
de los juegos de lenguaje. Todo lo que se escribe está destinado, por definición, 
a ser leído en un contexto diverso al de su inscripción. Es así como lo escrito 
rompe con su contexto de producción y con todo contexto predeterminado de 
recepción. La cita, como el signo, se configura en iterabilidad; la posibilidad de 
repetición es su condición de posibilidad. El enunciado que no pudiera citarse 
en otro contexto no sería enunciado, este no existe más que por su posibilidad de 
repetición en la alteridad; el texto nunca es una entidad cerrada sobre sí misma. 
Derrida menciona el citar en otro contexto y no el citar fuera de contexto por- 
que siempre hay contextos, no hay fuera. La lógica de la huella hace imposible 
un signo —o un enunciado— fuera de contexto. No hay fuera de texto, como 
tampoco fuera de contexto. La tarea de restablecer un contexto es infinita; todo 
elemento del contexto es en sí mismo un texto con su contexto, indefinidamente. 
El texto, entonces, es solo parte de un contexto. La distinción entre texto y con- 
texto supone que ya se ha sacado el texto de su contexto, antes de exigir que se 
lo sitúe nuevamente en él. La búsqueda de un significado trascendental se difiere 
y se diferencia, de allí el neologismo di/férance (1967/1989) que propusiera. 

Los relatos del sistema sexo/género se configuran como huellas de huellas, 
como signo derruido en tanto signo, como pensamiento sin nadie que lo piense. 
En paráfrasis de Maurice Blanchot, «No hay comienzo ni final, no hay ninguna 
manera de ganar o perder. ¿Cómo dar con la presencia de un sentido? ¿En qué lu- 
gar?» (Gabilondo, 1990, p. 12). Como todo resulta huella de huella, no existe texto 
que pueda prescindir de contexto, todo resulta texto-con-texto sin posibilidad de 
cierre. No es posible decidir definitivamente lo que un texto quiere decir. La exi- 
gencia de relocalizar un texto en su contexto es siempre interesada, sin poder ser 
neutral, como advirtiera la escuela de la sospecha de Paul Ricoeur (1965/1990). 


La localización trascendente de un contexto se inscribiría en una imposición tras- 
cendente. El Zeigeist (“espíritu de la época”) presupone una unidad mayoritaria en 
los términos en los cuales Gilles Deleuze (1990/1996) conceptuara el concepto 
de mayoría; sería la experiencia de un clima cultural intencionado por alcanzar un 
carácter dominante. Por ello, definir la naturaleza de un contexto cultural implica 
una alianza estratégica con una correlación de fuerzas instituida. No hay, entonces, 
Zelgeist, sino fuerzas que buscan imponerse como tales. No hay, por lo tanto, na- 
turaleza, sino procesos de naturalización y desnaturalización. En este juego, la fun- 
ción se itera asimismo con la Welrgeist que inquietara a Hegel (1807/1985), pues 
pretender un espíritu del mundo, más allá de las condiciones para enunciarlo, me- 
rece similares objeciones a las del otro vocablo alemán. La intención de reconstruir 
estos contextos trascendentes nos retrotrae a las advertencias de Martin Heidegger 
sobre la metafísica. Al leer un texto, los lectores ya forman parte —3unto con el 
texto— del contexto en el cual se inscriben. Si así no lo fuera, no habría texto ni 
habría lectores. Zeitgeist y Weligeist no configuran tampoco los contextos, sino el 
texto-con-texto en y desde el cual se trazan y se leen. 

Como toda huella es huella de huella, signo derruido como signo, no existe 
ningún texto que se escinda del contexto. La mutua saturación entre texto y con- 
texto subvierte el límite entre el afuera y el adentro. Sin afuera del texto, todo 
texto es un texto sobre un texto y desde un texto, sin jerarquía; se trata de un jue- 
go iterativo. Si bien hay más de una lengua, lo que no hay es una metalengua, una 
lengua más allá de las lenguas. Descalificada la metafísica, todo relato se limita 
a ser un relato más. Relato de relatos, un juego de lenguaje en modalidad narra- 
tiva. Desplegados, así, infinidad de relatos en iteración de funciones, se trata de 
huellas de huellas, diferidas y diferenciadas. Se multiplican así las diferencias en 
el texto, texto cuya unidad y límites vendrían dados por un contexto que supues- 
tamente lo rodea. No existe punto de partida, el origen se difiere, siempre se está 
en el juego del lenguaje, desde antes que el propio acto de habla se haga efectivo. 

No hay nada detrás de la huella, no hay nada que a ella la anteceda que no 
sea otra huella. La experiencia está hecha de huellas. Examinando tanto el sujeto 
como el objeto (aquello que el sujeto enuncia como no-yo), se puede advertir 
que no hay nada que sea anterior a la huella. Nada escapa a este movimiento 
que constituye lo finito a la vez que lo sobrepasa. El juego de la 4¿//érance inter- 
pela, de este modo, las formas en las que hemos aprendido a conceptualizar la 
historia y el tiempo. Si entendiéramos el Big Bang como un modelo que trata 
de explicar el origen del universo y su desarrollo a partir de una singularidad 
espacio-temporal, punto de partida de todo lo posible, no cabría preguntarse 
sobre qué sucedió antes pues el tiempo (el antes) carece de existencia sin dicha 
singularidad. Se trata de un relato sin autor ni capítulo inicial. Por esta razón, 
Stephen Hawking (1988/1999) ha señalado que el preguntar qué había antes 
del origen del universo resulta tan absurdo como preguntar qué hay al norte del 
polo norte. ¿Cómo leer, entonces, la ausencia del libro? 


La función de esta pregunta se ¡tera con la que aquí nos inquieta. ¿Dónde 
leer la ausencia del libro? ¿Dónde estaría la superficie donde se trazan los rela- 
tos referidos al sistema sexo/género? Si antendemos a las objeciones que pre- 
ceden este párrafo, la superficie está en todos lados y en ninguno, iterando su 
propia definición en las acciones del juego de lenguaje que lo constituye. Así, 
intentaremos escuchar aquello que no se puede escuchar, buscando la manera 
de decir cosas sobre aquello de lo que nada se puede decir. Para ello, constitui- 
remos un analizador de artificio («analizador artificial», Lourau, 1988/2001), 
trazando superficies desde las cuales el texto-con-texto del sistema sexo/géne- 
ro se exponga; relatos de libros ausentes que se tematizan desde las ausencias 
de libros precedentes. 

Atendiendo a este sentido, nuestro analizador artificial traza su superficie 
en un trozo de ciudad que nos resulta de particular utilidad escenográfica; el 
barrio Cordón del Municipio B de la ciudad de Montevideo. En 1726, con la 
llegada de sus primeros pobladores, se suele establecer la fundación de la ciu- 
dad de San Felipe y Santiago de Montevideo, con carácter de bastión militar 
en la península en la que hoy se encuentra la Ciudad Vieja. En ese entonces, 
se optó por dejar libre de obstáculos los espacios cercanos con el objetivo de 
favorecer la eficacia defensiva de las bocas de fuego de sus baluartes y murallas. 
De acuerdo a Isidoro de María (1957), el primer trazado se hizo poco después 
de instituida la Gobernación Política y Militar de Montevideo, hacia 1750, 
estableciéndose la línea o «cordón», que separaba el «ejido» de los terrenos de 
«propios» a la distancia de un «tiro de cañón» a partir de las murallas de la ciu- 
dad. «De ahí viene el nombre tradicional del Cordón, que tomó todo lo que 
pasaba de la línea demarcada, y que de generación en generación se trasmitió 
hasta nuestros días» (de María, 1957, p. 169). 

Cordón constituye el territorio operativo desde cual se han trazado las la- 
bores correspondientes a este trabajo; el escenario urbano desde el cual nos pro- 
ponemos acceder a los relatos inscritos en los juegos de lenguaje del sistema 
sexo/género. Junto con los barrios Parque Rodó, Palermo, Barrio Sur, Ciudad 
Vieja, Centro, La Comercial, Tres Cruces y parte de La Aguada, conforma el 
Municipio B de la Intendencia de Montevideo. Este municipio configura un 
espacio céntrico de la ciudad con intensa actividad comercial y de servicios. 
Las cualidades de su territorio proporcionan razones para seleccionarlo como el 
escenario de nuestro corpus operativo, lo cual merece el despliegue de algunos 
datos que colaboran con la fundamentación de tal selección. 

Si bien en el Municipio B se pueden localizar servicios de varias univer- 
sidades, la Universidad de la República (Udelar) constituye un caso particular 
por ser esta la que ocupa el rango de principal institución universitaria del país. 
En efecto, de acuerdo a las estadísticas básicas de la Udelar, allí se encontraban 
censados 81.774 estudiantes (Dirección General de Planeamiento, 2011, p. 95), 
9248 puestos de funcionarios docentes (p. 258) y 5812 puestos de funcionarios 
no docentes (p. 269). A esta población se agrega la constituida por los 146.090 


residentes del municipio, así como los trabajadores y usuarios de los servicios 
de una centralidad estratégica para los 1.319.108 habitantes del departamento 
de Montevideo y los 283.595 de su área metropolitana (Instituto Nacional de 
Estadística, 2012). 

Ahora bien, estos datos operan antes como juego retórico sobre el impacto 
político de los relatos allí atendidos que como validación numérico-representa- 
tiva. Vale señalar, entonces, que nuestra operativa se sostiene en aquella mirada 
que propusiera Gilles Deleuze (1990/1996) para el concepto de mayoría; no 
referida tanto a un número porcentualmente mayoritario de relatos, sino a la po- 
tencia política con la cual ciertas modalidades de relatar se imponen. Importaría, 
por lo tanto, más la fuerza política del grito que el número compuesto por los 
relatores que gritan. 

Las especificidades de la Universidad de la República merecen algunos 
señalamientos que colaboran tanto con la comprensión del espacio que esta 
ocupa como con las características de la población a la cual convoca. A pesar 
de constituirse como centro privilegiado de referencia para la actividad aca- 
démica, esta institución carece de campus universitario. Por esta razón, todos 
sus servicios se encuentran distribuidos en diferentes circunscripciones. La 
mayor parte de estos, así como la totalidad de sus organizaciones centrales, se 
encuentran localizados en la ciudad de Montevideo. Pese a que también posee 
dispositivos regionales en la zona norte del país, así como en la zona este, los 
procesos de descentralización aún no han terminado de consolidarse. Por esta 
razón, el tránsito entre la centralidad montevideana y las diferentes regionales 
resulta constante; lo que impone a la ciudad de Montevideo como una referen- 
cia, hasta la fecha, ineludible. 

Así como Montevideo se configura como el pivote urbano desde el cual se 
desarrollan las actividades universitarias de todo el país, el Municipio B se con- 
figura como el pivote universitario por localizarse allí y en sus adyacencias todos 
los organismos centrales y la mayor parte de los diferentes servicios universita- 
rios. De este modo, si bien la Universidad de la República carece de campus, el 
barrio Cordón termina oficiando como si así lo fuera. No obstante, esta suerte 
de campus adquiere características particulares por compartir su territorialidad 
con la de la mayor parte de las actividades administrativas, comerciales, artísticas 
y recreativas del país. De este modo, tanto los actantes de referencia universi- 
taria como aquellos que no la tienen, conjugan su cotidianidad apropiándose de 
la zona en ejercicios de diagramación mutua. Universitarios y no universitarios 
configuran así el barrio Cordón como un eje estratégico de interrelaciones. Sin 
embargo, como estos juegos se inscriben en un sistema de diferencias caracte- 
rizado por la estratificación, el impacto político de la institución universitaria 
confiere a la especificidad de sus relatos una potencialidad retórica que dia- 
grama particularmente las narrativas de estas interrelaciones. Sería pertinente, 
entonces, señalar también algunos aspectos orientados a la comprensión de las 
variables socioeconómicas allí en juego. 


De acuerdo con su ley orgánica, tanto el ingreso a la Universidad de la 
República como su egreso carecen de todo tipo de aporte económico por parte 
de los estudiantes. 

La enseñanza universitaria oficial es gratuita. Los estudiantes que cursen sus 

estudios en las diversas dependencias de la Universidad de la República no 

pagarán derechos de matrículas, exámenes, ni ningún otro derecho univer- 
sitario. Los títulos y certificados de estudio que otorgue la Universidad de 

la República se expenderán gratuitamente, libres del pago de todo derecho. 

(Parlamento del Uruguay, 1958, art. 66) 

En contradicción con este artículo, en la Ley 16.226 de Rendición de 
Cuentas «Facúltase a la Universidad de la República a cobrar una matrícula a sus 
estudiantes que se hallen en condiciones económicas de abonarla» (Parlamento 
del Uruguay, 1991, art. 405). No obstante, los relatos de la tradición universi- 
taria han evitado hasta la fecha que el artículo 405 efectivamente se ejecute, lo 
cual sigue contribuyendo con la vigencia de la idealización mítica de encontrar- 
nos frente a una universidad gratuita de fácil acceso con las particularidades de 
una educación terciaria de masas. 

Pese a ello, la Universidad de la República ha dejado, en los hechos, de ser 
gratuita como lo señalaba el artículo 66 de la ley orgánica de 1958. En efecto, 
desde la Ley 16.524, los egresados deben contribuir, una vez terminados sus 
estudios, «con aportes anuales efectuados por todos los egresados en actividad 
que posean título profesional expedido o revalidado por la Universidad de la 
República o por el nivel terciario del Consejo de Educación Técnico Profesional» 
(Parlamento del Uruguay, 1994, art. 3). Como puede observarse, lejos de cons- 
tituirse como un impuesto para todos los egresados universitarios, este aporte se 
configura como una contribución específica para los egresados de la Universidad 
de la República (así como del Consejo de Educación Técnico Profesional), y no 
incluye a egresados de universidades privadas ni de universidades extranjeras. 
De este modo, los diplomas de esta universidad implican derogaciones que se 
configuran como una suerte de pago posgraduación que desdibujan el carácter 
de total gratuidad de la misma. 

Las características de la Ley 16.524 no son identificadas por los estudiantes 
universitarios en la medida en la cual estos continúen siéndolo. El destino de 
los fondos contribuye con que esto suceda, pues están destinados a conceder 
«becas a los estudiantes que carezcan de recursos económicos suficientes», para 
las cuales «se tomarán en cuenta los siguientes criterios: situación socioeconómi- 
ca; procedencia geográfica; rendimiento y aptitudes» (Parlamento del Uruguay, 
1994, art. 7). Si bien este Fondo de Solidaridad (Parlamento del Uruguay, 1994, 
art. 1) contribuye con el acceso sin restricciones a los estudios en la Universidad 
de la República, por otro lado, las desigualdades socioeconómicas implícitas 
en las condiciones materiales de existencia del país dificultan el egreso de la 
educación secundaria imprescindible para la educación terciaria. Por esta razón, 
el acceso masivo a esta universidad resulta, al menos, discutible. En este plano 


del problema, vale reconocer que la población atendida se caracteriza por pro- 
cedimientos de narrativas inscritos en diagramas socioeconómicos de ingresos 
predominantemente medios y altos. 

En acuerdo con Deleuze, la preocupación por la representatividad se po- 
siciona en un pensamiento entendido como reconocimiento de un modelo pre- 
vio, ya dado (re-presentado). Vista así, en la búsqueda de la representatividad la 
detección del error aparece como uno de los principales cometidos de la razón; 
el error sería el negativo del pensamiento, pero sería incapaz de sustraerse a 
su dominio. Por ello, el pensamiento de la representación se muestra solidario 
con una noción de proposición incapaz de entender el sentido (la dirección) 
como aspecto irreductible a la significación, la designación o la manifestación. 
El pensamiento representativo tiene como modelo ideal el pensamiento axiomá- 
tico; un tipo de pensamiento más centrado en el teorema que en el problema. 
Adhiriendo a estas objeciones, nos propusimos mirar el sentido (la dirección) de 
los relatos; cuál es el sentido en el que transitan antes de qué es lo que significan. 
Los procesos de significación se inscriben en sentidos, en direcciones que abren 
las posibilidades de los significados, pero que no proceden de origen alguno y 
carecen de absoluto destino. 

Por ello, nuestro proyecto no se orienta hacia un registro cuantitativo de los 
relatos recopilados en estas poblaciones, sino a estudiar su efecto de conjunto. 
Se trata de atender a los recursos semióticos allí en juego a través de una obser- 
vación de sus recursos metafóricos; una mirada orientada hacia la fuerza retórica 
que busca constituirse como mayoría. Y este aspecto poco tiene que ver con lo 
cuantitativo, al menos en términos estrictamente numéricos. En una entrevista 
que realizara Antonio Negri a Gilles Deleuze, en la primavera de 1990, este 
último advertiría: 

Las minorías no se distinguen de las mayorías numéricamente. Una minoría 

puede ser más numerosa que una mayoría. Lo que define a la mayoría es un 

modelo al que hay que conformarse: por ejemplo, el europeo medio, adulto, 
masculino, urbano... En cambio, las minorías carecen de modelo, son un de- 

venir, un proceso. Podría decirse que nadie es mayoría. Todos, de un modo u 

otro, estamos atrapados en algún devenir minoritario que nos arrastraría hacia 

vías desconocidas si nos decidiéramos a seguirlo. Cuando una minoría crea sus 

modelos es porque quiere convertirse en mayoría, lo que sin duda es necesario 

para su supervivencia o su salvación (tener un Estado, ser reconocido, imponer 

sus derechos). (Deleuze, 1990/1996. p. 241) 


Asumiendo esta advertencia, nos proponemos atender a los modelos que se 
constituyen como mayoritarios en los procedimientos metafóricos de los relatos 
del sistema sexo/género; no se trata de cuantificar su presencia si no es a través 
de la potencia de su imposición como modelo. Buscamos, entonces, identificar 
sus efectos como recurso retórico. Si comprendemos el tropo en el sentido que 
la RAE le adjudica, centrar la mirada en los sumarios retóricos implica atender 
a la imposición de un modelo de imágenes que da cuenta de las estrategias de 


inteligibilidad en ellas inscritas; da sentido, dirige, delimita un abanico de posi- 
bilidades. Los conceptos son producidos a partir de procesos históricos y acu- 
mulaciones metafóricas, por lo que, lo que parece claro y evidente, así lo parece 
solo por dichos procesos. Lo verdadero en sí se da en el proceso en el que de 
dicho modo lo hace consciente, y ello desde datos históricos (y por ello relativos) 
sometidos a las paradojas de la metáfora. El ¿autor? de un texto se esfuerza en 
colocar en él ciertas creencias, pero el lenguaje a ello se resiste. Atenderemos, 
entonces, las imposiciones que emergen de una u otra forma en los relatos iden- 
tificados de estas poblaciones. Para Gilles Deleuze, el mundo se configura antes 
como una máquina que como un organismo. Sin embargo, las partes de dicha 
maquina no serían elementos mecánicos sino flujos, más allá del mecanicismo, 
del vitalismo y de la oposición entre infraestructura y superestructura. Estos 
flujos serían los responsables del devenir, el cual, sin embargo, no produciría otra 
cosa que a sí mismo; se trataría de un movimiento inmanente, sin objetivo fuera 
de él. Mediante los diferentes devenires se establecen relaciones con lo otro, 
pero sin dejar de ser lo mismo. Devenir animal, devenir mujer o devenir niño 
no consiste en imitar a los animales, las mujeres o los niños, ni en convertirse 
en animal, mujer o niño, sino en recuperar los aspectos que de animal, mujer o 
niño hay en todos y establecer con todos estos aspectos una sincronía. En última 
instancia, vale señalar que para este filósofo francés el devenir es asimétrico, se 
produce siempre en un solo sentido; de lo mayoritario a lo minoritario; por eso 
no hay un devenir hombre, ya que el hombre es la postura mayoritaria siempre, 
cosa que ya advirtiera Simone de Beauvoir en El segundo sexo (1949/2005). 

El uso del vocablo siempre, en este juego retórico, merece una exégesis 
orientada hacia la minimalización de una comprensible posibilidad de asociar 
dicho juego con una mirada que podría adjetivarse como conservadora o inva- 
riable. En efecto, no se pretende sostener un orden natural que posicione —al 
hombre o a cualquier otra postura— en un rol mayoritario trascendente que 
vaya más allá de las condiciones de enunciación de los relatos en y desde los 
cuales se habla; tal cosa calificaría estos párrafos, y muy certeramente, como 
manifestaciones de carácter metafísico. Tal pretensión se configuraría como la 
más metafísica de las metafísicas; aquella que pretende forcluir su carácter de 
tal. Lejos de ello, al reconocer que no se trata más que de relatos de relatos, de 
un texto-con-texto en constante acción de re-relatar, se busca atender a esas 
reglas de juego que se van reglando en la propia acción de jugar dicho juego. 
No se trata de un orden natural, sino de juegos de lenguaje que performan (y se 
performan) desde la acción de jugar. Dicho de otra manera, se trata de mutantes 
condiciones de enunciación, de un haz de posibilidades direccionadas desde las 
reglas del juego que hacen al juego que se va jugando. Como se trata de inte- 
ración de juegos narrativos, nuestros relatos deben ser entendidos como tránsi- 
tos mutables, sin posibilidad de permanencia trascendente. No hay naturaleza, 
sino fluir de procesos de naturalización/desnaturalización, por ello el adjetivo 
conservador no se correspondería por la sencilla razón de que no hay nada que 


pueda ser conservado. No hay punto de partida ni destino final, solo tránsito, 
flujos del narrar antes que estructuras definibles como objetos. La centralidad 
masculino-genital-heterosexual de la que más adelante hablaremos, así como su 
naturalización, no refiere a una ontología sino a los procesos de centralización 
en ella diagramados. 

En este orden, nuestra tarea se centra sobre los procesos que configuran 
sentido en los procesos de significación del sistema sexo/género. Sentidos di- 
rectores para el universo semiótico en el cual este se inscribe. La delimitación 
de los escenarios atendidos se relaciona con la potencia político-semiótica que 
desde ellos se desprende. Dicha potencia se fundamenta en la centralidad que 
estos constituyen. Desde estos señalamientos, continuamos entonces exponiendo 
datos que ilustren sobre los escenarios. 

Atravesado por una arteria iconográfica (la avenida 18 de Julio) que se posi- 
ciona como la principal avenida de la ciudad, el municipo B conforma el punto 
de referencia para importantes servicios universitarios: la Facultad de Derecho, 
la Facultad de Ciencias Sociales, la Facultad de Humanidades y Ciencias de 
la Educación, la Facultad de Psicología, la Facultad de Artes, la Facultad de 
Ciencias Económicas, la Escuela de Bibliotecología, la Facultad de Arquitectura, 
la Facultad de Química, la Facultad de Medicina y la Facultad de Ingeniería. 
Del mismo modo, radican allí los locales del cogobierno universitario, los de sus 
organismos centrales y los de las asociaciones gremiales de sus correspondientes 
órdenes. En este marco, se ha ido estableciendo un espacio de oferta de servicios 
que diagrama una territorialidad que puede ser caracterizada como el eje de 
actividad recreativa central del área metropolitana; cafeterías, pubs, discotecas, 
espectáculos callejeros, salas de conciertos, cines, teatros, centros sociales, loca- 
les deportivos y parques de entretenimiento. 

Es en este escenario que hemos buscado producir campos de visibilidad 
sobre planos que se conjugan en un juego de diferencias de mutua saturación 
significacional; la construcción de las identidades que se inscriben en el sistema 
sexo/género y las prácticas asociadas a la actividad recreativo-nocturna en tanto 
pragmática auxiliar de invocación performativa. En efecto, nada de lo humano 
se limita exclusivamente a la pragmática literal de sus prácticas; toda práctica 
es —ante todo— práctica significada, desatender esta dimensión implica obviar 
un eje cardinal en las condiciones que hacen posible que las prácticas asociadas 
se constituyan como tales. 

Este trabajo se ha propuesto estudiar la construcción social en —y del— 
sistema sexo/género. Sistema con carácter de juego de diferencias, sometido 
a un proceso de centralización, e instituido desde un eje masculino-genital- 
heterosexual. Atender a la construcción social de este juego posibilitaría aten- 
der a un ejercicio retórico que establecería un paralelismo funcional destinado 
a instituir una relación naturalizada entre las identidades existenciales de las 
personas y su orientación y preferencias en el ámbito de las creencias, actitudes 
y comportamientos sexuales. 


Este juego de diferencias se configuraría como un procedimiento de captura 
identitaria, a partir de la asociación entre prácticas sexuales y ciertas configu- 
raciones subjetivas que le serían naturales. El binomio masculino/femenino se 
articularía, entonces, con otros binomios en un procedimiento de retroalimen- 
tación retórica; genitalidad/perversión y heterosexualidad/homosexualidad. De 
este modo, el sistema sexo/género se configura como una compleja trama de 
invocaciones performativas que se diagraman a partir de un eje central mascu- 
lino/genital/heterosexual. Este eje modularía los procesos de construcción de 
las identidades, otorgando una fuente de recursos retóricos que argumentaría la 
naturaleza de sus configuraciones, ya sea por afiliación u oposición. 

En este sentido, esta propuesta busca desarticular dos órdenes de naturali- 
zación; por una parte, la asociación entre la anatomía reproductiva y una iden- 
tidad totalizadora que sería específica de esta, y por otra, la asociación entre las 
prácticas sexuales y una configuración subjetiva que les sería propia. Atendiendo 
al desarrollo del concepto operativo de invocación performativa que Beatriz 
Preciado recuperara de Judith Butler, estas prácticas también pueden ser con- 
sideradas (en particular si se reconoce su valor significativo en los rituales de 
cortejo de la población estudiada) como auxiliar semiótico estratégico en dichos 
procedimientos. 

Desde mediados del siglo pasado, y tal como resulta documentado por el 
Observatorio Uruguayo de Drogas (Junta Nacional de Drogas, 2004), los ritua- 
les de cortejo se han acompañado con prácticas asociadas al consumo de alcohol 
que se han ido configurando como íconos operativos. Pubs, discotecas y concier- 
tos de música popular se articulan con rituales colectivos de importante ingesta 
callejera, que constituyen el escenario en el que se habitualmente despliegan los 
rituales de cortejo de esta población. Comprender el diagrama semiótico en el 
que estas prácticas se inscriben contribuiría con la comprensión de los juegos de 
relación que hacen a la construcción social de las identidades en el sistema sexo/ 
género. En el juego de las diferencias, nos proponemos considerar las prácticas 
relacionadas con el consumo de alcohol como recurso semiótico de los procesos 
de invocación performativa que colaboran en la consolidación del sistema en 
tanto orden naturalizado. Se trataría de una modalidad tautológica; la repeti- 
ción de un mismo pensamiento expresado de distintas maneras o, como señalara 
Jacques Derrida, un proceso de iteración. Se procura, así, atender a la acción y 
efecto de iterar (la aplicación de una función repetidamente) y al uso de la salida 
de una iteración como la entrada a la siguiente; iteración de funciones, aparen- 
temente simples, que podría producir comportamientos complejos y problemas 
de dificultosa resolución ontológica. 

En búsqueda de estos juegos iterativos hemos seleccionado algunos sub- 
escenarios que identificamos como iconográficos para las manifestaciones del 
sistema sexo/género; espacios en los cuales emergen esas huellas que a otras 
huellas refieren. Se trata de emplazamientos que, en razón de su posicionamiento 
emblemático para la actividad recreativo-nocturna del eje universitario Cordón, 


operan como referentes para la población atendida. Desde esta perspectiva, la 
indagatoria se ha centrado en los siguientes puntos: 


E, 


La Tortuguita. Pizzería y cervecería localizada en la calle Tristán 
Narvaja 1597, esquina Mercedes. Si bien sus horarios de apertura y 
servicios son muy amplios, hemos optado por atender fundamental- 
mente a su movimiento nocturno. Su oferta de servicios alimenti- 
cios y de bebidas alcohólicas se ve potenciada por la antigúedad de 
su presencia en la zona (el más añoso de los locales atendidos), por 
su tradición de encuentros tertulianos y por la clientela que la carac- 
teriza. Nuclea, privilegiadamente, a universitarios provenientes de la 
Facultad de Psicología, de Derecho, de Humanidades y Ciencias de 
la Educación, así como a usuarios provenientes del mundo del teatro, 
la literatura y la actividad político-partidaria. Dentro de su mitología 
iconográfica, se destaca la visita de Ernesto Che Guevara durante su 
paso por Montevideo en el año 1961 como ministro de Industrias y 
presidente del Banco Nacional de Cuba, así como innumerables ter- 
tulias con personajes destacados de la cultura nacional. Se trata de un 
clásico bar montevideano, que nuclea cotidianamente a cientos de pa- 
rroquianos una vez finalizadas sus actividades diurnas. Atendida por 
un camarero que configura una referencia inevitable (Pancho, quien se 
jubiló el 20 de diciembre de 2013, lo que motivó una multitudinaria 
fiesta de despedida en la cual sus clientes desbordaron La Tortuguita y 
sus alrededores), la clientela conforma tertulias en las cuales se articula 
la discusión académica con la político-gremial, la artística, la deportiva 
y los rituales de cortejo, tal como también lo hace la clientela de otros 
espacios observados. 

La Fábrica. Un restopub de más reciente aparición, localizado en la 
calle Tristán Narvaja 1586, pocos metros frente a La Tortuguita, co- 
menzó atendiendo a la clientela de su bar vecino cuando este colmaba 
su capacidad receptiva. Tiempo después adquiere su propia particu- 
laridad parroquiana, congregando a aquellos usuarios que prefieren 
jugar a estar por fuera de los rituales de cortejo (el «Cargue») que, para 
ellos, se hacen extremos en La Tortuguita. Sin embargo, las particula- 
ridades de las tertulias allí congregadas poco difieren de los juegos del 
bar localizado tras Tristán Narvaja, lo que invita a múltiples traslados 
entre uno y otro. La performance del sistema sexo/género se manifiesta 
allí con similares representaciones, las cuales aparecen habitualmente 
interconectadas a través del mutuo desplazamiento sobre una calle que 
comparten ambos bares. 

Verde. Se trata de un restopub ubicado en la calle Tristán Narvaja 1679, 
entre las calles Uruguay y Paysandú, exactamente frente a la entrada 
principal de la Facultad de Psicología. Tal proximidad ha concedi- 
do especial atracción para la clientela proveniente de dicha facultad. 


Fue fundado como La Buhardilla en el año 2000 por estudiantes de 
Psicología, lo cual explica una cercanía aún mayor con dicha población. 
Sin embargo, una apuesta por parte de aquellos propietarios a la acti- 
vidad recreativo-nocturna (caracterizada por espectáculos musicales y 
teatrales) posibilitó que la clientela trascendiera esta particularidad, al 
convocar a usuarios que poco a poco se fueron asimilando a los de los 
servicios atendidos en los numerales precedentes. Los propietarios ac- 
tuales supieron conjugar ese perfil con una superada oferta de servicios 
gastronómicos que lo posiciona como uno de los principales proveedo- 
res de alimentos en el mediodía de la Facultad de Psicología. Las tardes 
convocan a múltiples tertulias en su servicio de cafetería, y las noches 
invitan a actividades recreativas en las cuales la performance que nos 
convoca se despliega con particular intensidad. 

La Conjura Libros-Tambores-Bar. En la calle Tristán Narvaja 1634, 
muy cercana a la calle Uruguay, se encontraba esta librería y local de 
artesanías que ha sabido conjugar estos productos con un restopub de 
intensa actividad musical. Sus espectáculos han convocado a diversos 
íconos de la oferta artística montevideana, convocatoria que lo ha po- 
sicionado como otro punto referencial de la actividad recreativo-noc- 
turna de la calle Tristán Narvaja. Por ello colabora activamente con la 
escenografía de las actividades atendidas por este trabajo. 

UniBar. Fundado en 1950 por Sergio "Terrazo como Bar Universitario, 
en la calle Eduardo Acevedo 1450, esquina Guayabos —a dos cua- 
dras de Tristán Narvaja—, «El Uni» constituye un referente ineludible 
del eje universitario Cordón. Lugar tradicional para la movida noc- 
turna montevideana, el bar ha sabido acoger a míticos militantes de la 
Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay en los momentos 
de la lucha por la autonomía universitaria. Entre su mitología también 
se destaca haber servido de lugar de encuentro para viejas figuras po- 
lítico-partidarias como Alba Roballo, Eleuterio Fernández Huidobro, 
Jorge Zabalza y Juan Andrés Ramírez, haber sido lugar de reunión 
para una generación de referentes del rock montevideano como Los 
Traidores y Zero, y lugar de asistencia habitual para la figura legendaria 
de Eduardo Mateo (quien borroneaba allí sus manuscritos). Como La 
Tortuguita tenía a Pancho, El Uni también contaba con un camarero 
referente (El Coco), que trabajó allí hasta su muerte y que ha merecido 
un homenaje con su fotografía montada en una de las actuales pare- 
des. Estos relatos, conjuntamente con la indumentaria histórica acu- 
mulada en el establecimiento, le han valido ser considerado Patrimonio 
Nacional de Montevideo por parte de la Intendencia Departamental 
y el Ministerio de Turismo, tal como se puede observar en su espacio 
web (http://unibar.com.uy?). En la fecha en que se escriben estas líneas, 
UniBar convoca a una clientela afín a la señalada en los demás locales, 


con la particularidad de tener especial proximidad (tras la calle) con los 
actores más cercanos a la Facultad de Derecho y al Instituto Alfredo 
Vásquez Acevedo (institución referencial para la educación secundaria). 

6. La Bastilla. «La Bastillita» (el diminutivo caracteriza el uso del nombre 
del lugar por parte de sus tertulianos), localizada en la calle Guayabos 
1881, a pocos metros cruzando en diagonal hacia el UniBar, se posi- 
cionaba como un espacio de descanso y pequeñas tertulias a altas horas 
de la madrugada. Ha tenido un pasado mítico de encuentro, durante 
más de dos décadas, en el cual a las tertulias se sumaban espectáculos 
musicales. A la fecha de escribir estas líneas, La Bastilla ha cerrado. 

7. Barbacana Museum Pub. Situado en la calle Joaquín Requena 1120, a 
una mayor distancia del eje en torno a la calle Tristán Narvaja, pero aún 
dentro del eje universitario Cordón, este restopub presenta características 
particulares que pueden observarse directamente desde su espacio web 
(https://www.facebook.com/profilephp?id=100002464981923). En 
efecto, en los tres niveles de un espacio que se destaca por su gran ta- 
maño, el bar ofrece servicios de bebidas y de gastronomía articulados 
con espectáculos (musicales y teatrales), y —allí radica su especifici- 
dad— con un museo de antiguedades originales que (lejos de exhibir- 
se en anaqueles) forman parte del establecimiento y del equipamiento 
para uso de la clientela. Estas características confieren a Barbacana un 
gran poder de convocatoria en la noche de nuestro eje, lo que nos ha 
impulsado a seleccionarlo, también, como otro espacio para la esceno- 
grafía que nos proponemos atender. 

El 6 de marzo de 2008 se aprueba en Uruguay la ley de control del taba- 

quismo, en la cual 

Prohíbese fumar o mantener encendidos productos de tabaco en: 

A) Espacios cerrados que sean un lugar de uso público. 

B) Espacios cerrados que sean un lugar de trabajo. 

C) Espacios cerrados o abiertos, públicos o privados, que correspondan a de- 

pendencias de: 


1. Establecimientos sanitarios e instituciones del área de la salud de cual- 
quier tipo o naturaleza. 


ii. Centros de enseñanza e instituciones en las que se realice práctica do- 
cente en cualquiera de sus formas. (Parlamento del Uruguay, 2008, art. 3) 

El proceso de puesta en efectividad de esta ley coincidió con el desarrollo 
de las tareas de campo de nuestro proyecto. La imposibilidad de fumar en lu- 
gares cerrados, con una fiscalización que progresivamente se fue haciendo más 
rigurosa, modificó muchas prácticas de la cotidianidad en las poblaciones ob- 
servadas. Por ello, los espacios atendidos fueron integrando sus actividades a los 
espacios abiertos circundantes, desdibujando las fronteras espaciales entre el bar 
y la calle. La ingesta callejera de alcohol se multiplicó junto con la diagramación 


de nuevos espacios de encuentro como los tránsitos callejeros entre los locales 
de servicios. Las prácticas asociadas al consumo de tabaco, configuradas también 
como herramientas semióticas en las trazas del sistema sexo/género, nos impul- 
saron, asimismo, a la observación de estos espacios fronterizos. 

Como trama iterativa, las narrativas con, en y desde el sistema sexo/género 
nos han convocado a indagar sobre sus conjugaciones a partir de esta esce- 
nografía definida como analizador artificial (Lourau, 1988/2001). Hemos así 
trazado un dónde atender a los relatos que nos pre-ocupan, un espacio en el 
cual identificar aquellas narrativas que nos hablan sobre/desde este juego del 
lenguaje y un tablado en el cual ejercitar las acciones de la performance que 
busca ser relatada en este proyecto. De lo que se trata, ahora, es del cómo; de 
los procedimientos que nos habiliten a leer la ausencia del libro. Para ello, nos 
urge una exégesis sobre la configuración de los relatos, así como del diagrama 
de la escucha y de su registro. 


Relatos y metodología. ¿Cómo leer la ausencia del libro? 


El relato, la metáfora y el concepto 


El sistema sexo/género se relata. Por ello (y desde ello) sus agenciamien- 
tos colectivos de enunciación se configuran como una multiplicidad narrativa. 
Se trata de un texto con libro ausente, al menos mientras estos relatos no son 
narrados. El propio ejercicio de relatar es el que territorializa la /orclusión de la 
ausencia, lo cual configura una metáfora-neologismo que nos resulta operativa 
para referirnos al rechazo de un significante del vacío; el rechazo a la ausencia de 
un libro precedente, el rechazo a la ausencia de un libro en el cual se encuentren 
trazadas las reglas de lo natural. Esta ausencia resulta expulsada del universo 
simbólico de quienes se perciben como los sujetos y objetos de estas narrativas. 
Expropiamos, así y en un juego hipertextual, este neologismo de Jacques Lacan 
(1955/2011) a los solos efectos de posibilitar otra trama de hiperenlaces que 
colabora en el cómo leer esta ausencia. Del mismo modo, también nos posibilita 
no olvidar, como advirtiera Nietzsche, que la verdad no resulta más que un con- 
junto de metáforas que han olvidado su condición de tales. 

Una primera tematización de enlace hipertextual nos conduce al impacto de 
las figuras de Alan Sokal y Jean Bricmont, binomio que deviene en un proceso 
de centralización en torno a la figura del primero. En efecto, con la publicación 
de Imposturas intelectuales (Sokal y Bricmont, 1998/1999) se busca denunciar 
(desde el propio título de la publicación) los abusos de transtextualidad presen- 
tes en las ciencias sociales. Parece desprenderse, desde allí y para ellos, que el uso 
del hipertexto bien podría merecer una descalificación peyorativa. Según estos 
autores, los cientistas humanos usan conceptos que desconocen y elaboran con- 
clusiones sin saber de lo que hablan. Sin embargo, tampoco Sokal y Bricmont 
parecen saber acerca de lo que hablan; son presas de aquel olvido sobre el cual 
reparara Nietzsche. Reconocen el uso de metáforas en otros autores y denuncian 


su uso (y abuso) como signo literal, pero no reconocen su propio discurso como 
metafórico; se trata, nada menos, de reivindicar la búsqueda de la verdad sin 
advertir las objeciones de aquel iconoclasta alemán: 

¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, me- 

tonimias y antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones 

humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóri- 
camente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, 
canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado 

que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas 

que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, 

sino como metal. (Nietzsche, 1873/2012, p. 28) 

Alain Sokal y Jean Bricmont denuncian en otros autores aquello que ellos 
también cometen; jugar con la retórica de la metáfora. En efecto, cada juego 
retórico implica la expropiación de imágenes presentes en otros juegos retóricos. 
El relato es, necesariamente, una iteración retórica (relato de relato de relato), 
solo que Sokal y Bricmont no parecen advertirlo cuando ellos son los que narran. 
Si los relatos son huellas de huellas, nada hay detrás de las huellas que no sea 
huella; no hay posibilidad de un metarrelato más allá de los relatos (ausencia que 
no parecen soportar). Su retórica se esfuerza por forcluir la ausencia del libro- 
natura. Así lo hacen, pretendiendo identificar la existencia de un metalenguaje 
literal; un metalenguaje no contaminado por los ejercicios de las metáforas y que 
así pueda ser considerado legítimo; la verdad. Como la performatividad consti- 
tuye una cualidad ineludible del lenguaje, resulta esperable que este configure 
esa suerte de compulsiva preocupación por identificar un decir que, más allá de 
las metáforas, se corresponda literalmente con la realidad referida. Se trata, sin 
embargo, del juego circular del uróboros; un decir que performa aquello a lo que 
refiere y que —por lo tanto— configura lo referido. La serpiente se alimenta de 
su cola en un circuito circular que la hace pivotear sobre sí misma hasta el infi- 
nito. Se trataría de una trampa al solitario que se constituye a partir del propio 
discurrir del discurso. 

Esta inquietante percepción de un decir vacío de referencias trascendentes, 
esta alarmante imagen de una sala de espejos enfrentados unos a otros, esta in- 
quietud y esta alarma, pueden auxiliar para la comprensión de los motivos que 
impulsan a forcluir la distancia entre las palabras y las cosas. Sin embargo, esta 
forculsión resulta (paradójicamente, como toda forclusión) tan inútil como ope- 
rativa. Su operatividad se sostiene en la posibilidad de jugar a la ausencia de la 
ausencia (re-negación), constituyendo así la ficticia seguridad de encontrarse ante 
una sólida existencia real desde la cual emergen, supuestamente desfiguradas por 
el uso de las metáforas, multitudes de ficciones interpretativas. Constituye, esta, 
una posibilidad seductora que configura, por otra parte, su fundamentación en 
el universo de percepciones a las cuales las palabras refieren. Sin embargo, esta 
re-negación de la ficción no deja de ser ficticia, y allí es cuando se configura su 
cualidad de paradoja urobórica; una ficción para negar la ficción. Un signo no 


puede dejar de ser un signo y, por lo tanto, no resulta exactamente aquello a lo 
que pretende referir. Podríamos denominar esto «plano de mediación»; algo que 
estaría mediando entre el emisor y aquello a lo cual este se refiere. No obstante, 
ello implicaría un reconocimiento metafísico de la diferencia entre tres entida- 
des precedentes, el emisor, lo emitido y lo referido, por lo tanto, una metafísica 
de la presencia (Derrida, 1967/1989) que nos seguiría encerrando tras las fron- 
teras teológicas de la naturaleza. En última instancia, tales fronteras no dejan de 
ser —aunque operativas— un ficcionar; las unas hacen a las otras. 

En este mismo orden, Émmanuel Lizcano despliega las siguientes ob- 
jeciones a las objeciones de las Imposturas intelectuales (Sokal y Bricmont, 
1998/1999). Del mismo modo, en un juego hipertextual iterativo, lo hace 
quien firma estas líneas. 

Los conceptos científicos no nacen ya armados, como Atenea de la cabeza 

de Zeus, sino que lo hacen de ese hervidero de metáforas latentes que es el 

imaginario social. Y ningún científico ni seudofilósofo puede reclamar como 

propiedad corporativa lo que tomó del acervo lingúístico común —aunque lo 
ignore — y: a ese acervo sigue perteneciendo. Cuando se toma escuetamente la 
última reconstrucción teórica de un concepto científico y se pone en lugar de 
toda la compleja red de elaboraciones y reelaboraciones que de ese concepto 

han ido tejiendo las diferentes sensibilidades sociales a lo largo de la histo- 

ria, entonces sí debe hablarse literalmente de impostura, y no solo intelectual. 

(Lizcano, 1999, Pp. 3-4) 

Huellas de huellas, texto y contexto cohabitándose mutuamente en un juego 
de lenguaje; juego configurado como texto-con-texto. El arte de la exégesis del 
pensamiento exige el reconocimiento de esos universos sociometafóricos desde 
el cual (para el cual, hacia el cual) los pensamientos se inscriben, así como tam- 
bién lo hacen sus cualidades performativas. A los efectos de nuestro trabajo, la 
obra de este autor nos propone una metodología analítica al respecto: 

[...] un método de análisis de textos y discursos basado en una hermenéutica 

sociológica de las metáforas usadas en los mismos. El analizador central de 

este análisis sociometafórico son aquellas metáforas ya cristalizadas como ex- 

presiones del lenguaje corriente o como conceptos técnicos o científicos. La 

eventual potencia del método se basa en la asunción de dos hipótesis básicas: 1) 

que todo concepto es un concepto metafórico y 2) que toda metáfora —y, por 

tanto, todo concepto— es una institución social. (Lizcano, 1999, p.1) 


Si todo concepto es una metáfora y toda metáfora una institución (acción 
de instituir), vale prestar atención a los procesos de institucionalización que la 
configuran como tal (el tránsito de las huellas). Y como hay más de una lengua, 
las reglas de juego que a las lenguas configuran, configuran también los modos 
de existencia de los cuales (y a los cuales) las lenguas dan cuenta. Estas reglas 
dirigen el pensamiento desde espacios específicos a situaciones específicas, ha- 
bilitando la construcción de conceptos referentes y articulando el discurrir del 
discurso en función de sus lógicas de sentido. En este orden, se seleccionan 


ciertas metáforas y se desplazan otras desde la verosimilitud dictada por sus 
condiciones de enunciación. Dentro de este juego, Lizcano (1999) discrimina 
entre dos modalidades metafóricas; las vivas y las muertas (a las que llama z0m- 
bis). Las metáforas vivas serían aquellas que se diagraman con el premeditado 
objetivo de ilustrar sobre la fundamentación de una idea. Serían aquellos juegos 
retóricos que optan por el «como si», sin dejar de reconocer que se trata apenas 
de juegos, en los que se recurre a otros signos en búsqueda de maneras más 
ilustrativas. Estas son las metáforas que proponen jugar al «hagamos como si A 
fuera B», para que se intente comprender mejor el planteo, pero sin pretender 
posicionarse como literales. Sin embargo, el iterado uso de las metáforas termina 
haciendo de estas estructuras fósiles, metáforas que han olvidado su carácter 
de tal, y es allí cuando terminan posicionándose como conceptos. Este taxón se 
corresponde con el de metáforas muertas en tanto metáforas, metáforas reconsti- 
tuidas en una presunción de literalidad. Sin embargo, pese a haber muerto como 
metáforas, operan y lo hacen performativamente. Esta cualidad ha impulsado a 
Lizcano a llamarlas zomb1s. Vistas así, y si recurriéramos a los juegos retóricos 
del «análisis institucional» (Lourau, 1988/2001), las metáforas vivas (juegos re- 
tóricos en acción operativa) bien podrían ser tipificadas como instituyentes (en 
acción de instituir), a diferencia de las metáforas muertas (o zombis) que podrían 
ser tipificadas como instituidas (ya fundadas, ya establecidas). Más certero que 
las figuras de Sokal y Bricmont, Nietzsche se atreve a denunciar esta dimensión 
del problema a través de «Sobre verdad y mentira en sentido extramoral»: 

Solo mediante el olvido de este mundo primitivo de metáforas, solo mediante 

el endurecimiento de un fogoso torrente primordial compuesto por úna masa 

de imágenes que surgen de la capacidad originaria de la fantasía humana, solo 

mediante la invencible creencia en que este sol, esta ventana, esta mesa son una 

verdad en sí, en resumen: gracias solamente al hecho de que el hombre se olvi- 

da de sí mismo como sujeto y, por cierto, como sujeto artísticamente creador, 

vive con cierta calma, seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque solo 

fuese un instante, fuera de los muros de esa creencia que lo tiene prisionero, se 

terminaría en el acto su «consciencia de sí mismo». Le cuesta trabajo reconocer 

ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente 

diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos percepciones del 

mundo es la correcta carece totalmente de sentido, ya que para decidir sobre 

ello tendríamos que medir con la medida de la percepción correcta, es decir, 

con una medida de la que no se dispone. (Nietzsche, 1873/2012, p. 31) 


En efecto, si la fuerza instituyente alcanza sus objetivos, a través del proce- 
so de institucionalización se transformará en una fuerza instituida. Las metáfo- 
ras vivas corren el riesgo de morir y devenir en zombis en la medida en que se 
institucionalizan. En el artículo citado, así como en Metafóras que nos piensan 
(Lizcano, 2006), la idea de metáfora zombi recurre a la raíz cuadrada como con- 
cepto matemático. La naturalización de dicho signo posibilita que se difieran 
algunas preguntas que podrían interpelar tal naturalización y desnudar su cuali- 
dad de metáfora: ¿cómo un número puede tener raíz?, ¿cómo una raíz puede ser 


cuadrada? Del mismo modo, podemos continuar interpelando alguna de las pala- 
bras utilizadas en este mismo párrafo: ¿cómo una cualidad puede ser desnudada? 
El pensamiento es metafórico, el discurrir del discurso es metafórico, los relatos 
son metafóricos, la matemática es metafórica, la interpelación es metafórica, ¿qué 
no lo sería?; y todo ello posee cualidades performativas. Relatos de relatos de 
relatos, en función iterativa. Se trata entonces de atender a las condiciones de 
enunciación de las metáforas (vivas o muertas) en uso, y así atender a sus fun- 
ciones en iteración. Nuestra mirada se dirigirá hacia la localización, taxonomía y 
re-lectura de los juegos metafóricos que se despliegan desde los relatos atendidos. 
Pretendemos, de este modo, aproximarnos a las estrategias y conflictos de los co- 
lectivos que las construyen y son construidos por ellas. Así, esta suerte de crítica 
literaria se posiciona como una lectura de metáforas hecha desde otras metáforas 
que permitirían, con otros juegos de lenguaje, leer la ausencia del libro en la que 
se sostiene la performance del sistema sexo/género. 

Vistos así, los agenciamientos colectivos de enunciación, inscritos en las 
narrativas del sistema sexo/género, se juegan en acción de formarse. En dicho 
juego en formación, el recurso metafórico adquiere un valor de particular ins- 
trumentalidad estratégica. En este orden, estos agenciamientos bien podrían ca- 
talogarse como aquello que Michel Foucault —desde La arqueología del saber 
(1969/2010)— denominara «formación discursiva». Los juegos de lenguaje, así, 
irían configurando, y se irían configurando desde, conjuntos de reglas, históricas 
y anónimas (delimitadas en coordenadas de espacio y tiempo), que diagramarían 
el ejercicio de la función enunciativa. Vale señalar que la idea de formación im- 
plica, necesariamente, una acción (de formar y formarse) antes que un objeto o 
conjunto de objetos (lo formado), una trama de posibilidades antes que un punto 
de lo posible. 

Las relaciones discursivas, según se ve, no son internas del discurso: no ligan 

entre ellos los conceptos o las palabras: no establecen entre las frases o las 

proposiciones una arquitectura deductiva o retórica. Pero no son, sin embargo, 
unas relaciones exteriores al discurso que lo limitarían, o le impondrían ciertas 
formas, o lo obligarían, en ciertas circunstancias, a enunciar ciertas cosas. Se 
hallan, en cierto modo, en el límite del discurso: le ofrecen los objetos de que 
puede hablar, o más bien (pues esta imagen del ofrecimiento supone que los 
objetos están formados de un lado y el discurso del otro) determinan el haz 

de relaciones que el discurso debe efectuar para poder hablar de tales y cuales 

objetos, para poder tratarlos, nombrarlos, analizarlos, clasificarlos, explicarlos, 

etc. Estas relaciones caracterizan no a la lengua que utiliza el discurso, no a las 

circunstancias en las cuales se despliega, sino al discurso mismo en tanto que 

práctica. (Foucault, 1969/2010, pp. 64-65) 

Efectivamente, en esta acción de formar y formarse, las relaciones discursi- 
vas se despliegan en un haz, en una suerte de conjunto que se activa sin disper- 
sión; una trama de posibilidades configurada en el propio ejercicio discursivo. 
Posibilidad en acción antes que resultados específicos, los cuales devienen des- 
de tales posibilidades. Se trata de un ejercicio de agenciamiento enunciativo, 


ejercicio en el cual los recursos metafóricos configuran la matriz tanto de su 
visibilidad como de sus condiciones de existencia. El devenir instituido (el con- 
cepto) de la fuerza instituyente (la metáfora) nos habla de los procedimientos 
de territorialización que constituyen tanto los espacios del existir como a los 
habitantes que en ellos existen, de allí su cualidad performativa. La arqueología 
del saber (1969/2010), tal vez el texto más específicamente metodológico de 
Michel Foucault, nos proporciona otro punto de partida desde el cual trazar 
nuestra tarea. 

Nos convoca, entonces, un conjunto de relatos de relatos configurado como 
agenciamiento narrativo. Trataremos, así, de atender a un fluir de relatos en más 
de una lengua, fluir dispuesto y a disposición, en y desde un haz de posibilida- 
des del discurrir. Una acción para disponer acciones que disponen. ¿Se trataría, 
entonces, de un dispositivo? 


Metodología 


Buscar el cómo leer la ausencia del libro obliga a posicionarse sobre aque- 
llo que la RAE (2018) define como un «Conjunto de métodos que se siguen en 
una investigación científica o en una exposición doctrinal». La metodología de 
lectura, entonces, configura tanto el modo de proceder como el propio ejer- 
cicio al cual tal procedimiento refiere. Si atendemos a la configuración que el 
término lógos adquiría en los juegos de lenguaje en la tradición filosófica helena, 
podremos acceder a la particular potencia estratégica de este vocablo a la hora 
de circunscribir un modo de acción. En efecto, si bien el término puede ser tra- 
ducido como palabra, también puede serlo como pensamiento, ejercicio de racio- 
nalidad, verdad o ley. Esto se inscribe en su asociación con la palabra meditada y 
reflexionada, el razonamiento, la argumentación, el habla o el discurso. Resulta, 
entonces, comprensible que pueda ser entendido también como inteligencia, 
pensamiento o cabal sentido. 

Al definir un conjunto de procedimientos en este plano, entonces, traza- 
mos tanto el territorio estudiado como a sus habitantes; territorializando una 
modalidad operativa definimos —consecuentemente— la mirada y lo mirado. 
Es por ello que Foucault (1969/2010) se encarga de advertir la imposibilidad 
de presuponer «que los objetos están formados de un lado y el discurso del 
Otro» (p. 65), sus mutuas condiciones de existencia posibilitan que ambos lados 
sucedan o no. Relato de relatos, huella de huellas, el estudio de estos agencia- 
mientos colectivos de enunciación implica la diagramación de otro agencia- 
miento que haga posible tal estudio. Este modo de agenciamiento posiciona 
las reglas que instituyen el juego operativo de lenguaje en (y desde) el cual se 
trazan estos relatos. Se trata de una suerte de bricolaje, una actividad artesanal 
que iría tomando herramientas metodológicas y conceptuales en la medida en 
que el devenir del propio juego así lo vaya requiriendo. Aquello que rubrica 
la dirección de la mirada constituye también la modalidad que va dirigiendo 
la actividad del bricoleur. Nos proponemos, así, analizar el juego del discurso, 


así como los objetos que a él (y desde él) lo constituyen, en una performance de 
mutua alimentación. De este modo, los relatos atendidos nos posibilitarían la 
constitución de nuevos relatos que relaten sobre las tramas relatadas. 

Desde Foucault se ha recuperado el concepto de dispositivo para emprender 
esta tarea. Será Gilles Deleuze quien en Michel Foucault, filósofo (1990), un par- 
ticular texto-homenaje de varios autores, se encargará de atender a la pregunta 
«¿Qué es un dispositivo?» (pp. 155-163): 

La filosofía de Foucault se presenta a menudo como un análisis de «disposi- 

tivos» concreto. Pero ¿qué es un dispositivo? En primer lugar, es una especie 

de ovillo o madeja. Está compuesto de líneas de diferente naturaleza y estas 

líneas del dispositivo no abarcan ni rodean sistemas cada uno de los cuales 

sería homogéneo por su cuenta (el objeto, el sujeto, el lenguaje), sino que 

siguen direcciones diferentes, forman procesos siempre en desequilibrio y 

esas líneas tanto se acercan unas a otras como se alejan unas de otras. Cada 

línea está quebrada y sometida a variaciones de dirección (bifurcada, ahor- 

quillada), sometida a derivaciones. Los objetos visibles, las enunciaciones 

formulables, las fuerzas en ejercicio, los sujetos en posición son vectores o 

tensores. De manera que las tres grandes instancias que Foucault distingue 

sucesivamente (saber, poder y subjetividad) no poseen en modo alguno 
contornos definitivos, sino que son cadenas de variables relacionadas entre 

sí. (Deleuze, 1990, p. 155) 

Tal como señalara Giorgio Agamben (2011), «la terminología es el mo- 
mento poético del pensamiento. Pero esto no significa que los filósofos necesa- 
riamente deban definir siempre sus términos técnicos» (p. 2.49). Este sería, para 
Agamben, el caso de aquel brillante profesor del Collége de France. Excepto 
en una entrevista realizada en 1977, específicamente citada por Agamben 
(2011, p. 249), Foucault no habría dedicado ningún segmento específico de 
su extensa obra a definir el vocablo dispositivo pese a constituir un término 
técnico decisivo en el desarrollo de su pensamiento. Sin embargo, el filósofo 
italiano parece olvidar que en el primer volumen de la Historia de la sexuali- 
dad (1976/1987) el doctor Foucault le dedica un capítulo entero al tema: «El 
dispositivo de la sexualidad» (pp. 93-159). Hemos optado, por estas razones, 
por agregar dicho escrito al artículo de Deleuze (1990), así como esta confe- 
rencia de Agamben a la cual nos hemos referido, para contribuir con la orga- 
nización de este término a través de una sucesión de huellas. Ambos autores, y 
bajo un mismo título («Qué es un dispositivo?»), relatan el relato de Foucault 
del mismo modo en el cual quien firma estas líneas relata tales relatos. 

Sin duda, la categoría dispositivo configura un término foucaultiano de par- 
ticular instrumentalidad para la tarea. Del latín dispositus (“dispuesto”), el tér- 
mino dispositivo implica un mecanismo u organización dispuesto para producir 
una acción. Pero, ante todo, implica una acción para producir acciones que dis- 
ponen. Se trataría, entonces, de un conjunto heterogéneo de movimientos que 
establecería una red entre diferentes signos, sean estos estrictamente lingúísticos 


o no; enunciados, objetos, rituales, instituciones, así como proposiciones éti- 
cas y estéticas. Persistentemente, cumpliría funciones estratégicas concretas 
al permitir distinguir entre aquello que pueda ser aceptado y aquello que no. 
Deleuze (1990) describiría estos dispositivos como máquinas (ambas metáforas 
armonizan perfectamente); máquinas para hacer ver y para hacer hablar. Pero 
este hablar y este ver no se dirigirían a objetos preexistentes. Lejos de ello, los 
avatares de los dispositivos abren regímenes de visibilidad que se difuminan dis- 
tribuyendo lo visible y lo invisible, haciendo aparecer y desaparecer objetos cuya 
existencia no se haría posible sin tales regímenes; estos regímenes de visibilidad 
formarían figuras que serían inseparables de dichos dispositivos. 

Si se nos permite, y como recurso retórico ilustrativo para comprender 
el funcionamiento de las diversas líneas que compondrían los dispositivos, 
podríamos recurrir a las características del sitar (instrumento de la música 
tradicional de la India y de Pakistán). En efecto, el sitar configura un comple- 
jo instrumento de cuerdas articuladas desde dos juegos; uno destinado a ser 
pulsado por una púa (mizrab), y otro de entre 11 y 19 cuerdas afinables que 
vibran por simpatía. Las cuerdas bien podrían representar las diversas líneas de 
un dispositivo y, si así las tomáramos, podríamos aproximarnos a comprender 
el tipo de relaciones entre ellas a partir del juego de simpatía que afina una 
vibración con la siguiente. Esta vibración simpática resulta aquella que con su 
resonancia añade cuerpo y textura al sonido característico de los ragas indios. 
El efecto de conjunto que así resulta no puede ser atribuido a ninguna de las 
cuerdas en particular, ni a la simple sumatoria de ellas, ni siquiera a los efec- 
tos del pulsar, sino que debe agregarse el conjunto de vibraciones que operan 
sobre otras vibraciones a partir de las simpatías (vibraciones en frecuencias 
compatibles; cada nota en una cuerda hace vibrar otras cuerdas afinadas en la 
misma frecuencia). Las líneas que configuran los dispositivos podrían relacio- 
narse entre sí de modo similar a como lo hacen las cuerdas del sitar, vibrando 
entre sí por simpatía y no solo por el pulsar directo del instrumentista. Sin 
embargo, las características sonoras de un raga indio tampoco pueden ser atri- 
buidas exclusivamente a la arquitectura del instrumento. Si bien esta resulta 
fundamental, también resultan imprescindibles las procedencias (tradiciones, 
técnicas, reglas de afinación, valoraciones estéticas, etc.) que hacen posible la 
identificación del sonido resultante como raga. Los dispositivos también com- 
ponen (y se componen) de procedencias que los configuran como conjuntos 
y, como el sitar en los ragas, si bien pueden llegar a identificarse, no resulta 
posible prever efectivamente hacia donde derivarán (aunque los sentidos —-las 
direcciones— sí puedan ser identificados, al menos por proximidad). 

Atendiendo estas consideraciones, los juegos de lenguaje que nos convocan 
bien pueden ser atendidos como derivas de un dispositivo. En efecto, el sistema 
sexo/género se configuraría desde una composición de diversas líneas diferencia- 
das, en diferentes direcciones y en procesos de creciente desequilibrio. Pensado 
desde otros recursos retóricos, operaría en un juego iterativo con principio de 


entropía. Es en este plano que Ilya Prigogine (1972/1983, 1991/2012 y 
1993/1997), físico que recibió —en 1977— el Premio Nobel de Química (pro- 
tagonista, aunque sea por dicho reconocimiento, de juegos hipertextuales que se 
articulan en sucesión deconstruccionista de huellas y relatos), nos proporciona 
imágenes metafóricas que resultan también de particular instrumentalidad para 
este relato que venimos narrando. La entropía (del griego évrporía vuelta”), refiere a 
la medida de la incertidumbre existente ante una pluralidad de mensajes. Consiste 
en un parámetro del desorden, la probabilidad de un estado particular, definido 
como el número de formas en que se pueden armar a partir de sus mínimas uni- 
dades de composición. A pesar de la identificación entre la entropía y el desorden, 
desde algunas transiciones de fase emerge una fase ordenada y al mismo tiempo 
la entropía aumenta. Lo que se iteran son funciones, siempre con principio de 
entropía, no resultados, y en este sentido es que adquiere su cualidad de irrever- 
sibilidad. Todo ello explica cómo el principio de entropía ha resultado un recurso 
fundamental para la obra de Prigogine. Sus investigaciones desde la teoría del 
caos (variaciones iniciales que implican grandes diferencias que imposibilitan la 
predicción) lo han llevado a deducir que el principio de entropía (más precisamen- 
te, la explosión de entropía) se configura como el principio cardinal de la propia 
existencia (1993/1997). Así, ha propuesto la imagen de «estructura disipativa» 
(1972/1983), metáfora aparentemente paradójica (una estructura que se disipa 
en el propio proceso estructural) que busca representar el orden asociado a la di- 
sipación de energía y de materia, que suele relacionarse con la noción de pérdida 
y de evolución hacia el desorden, convertida —lejos del equilibrio— en fuente 
de orden, pero en proceso entrópico de disipación. Todo resulta huella de huella, 
relato de relato, iteración. De allí que este juego iterativo permita identificar trazas, 
hiperenlaces, juegos de transtextualidad entre variaciones iniciales que implican 
grandes diferencias (dispositivo, sistema sexo/género, iteración, estructura disipa- 
tiva), pero que —sin embargo— pueden emerger en un orden en el cual (tal vez 
paradójicamente) aumente la entropía. No es de extrañar que los estudios de estas 
dimensiones hayan sido tipificados como teoría del caos (Prigogine, 1993/1997) 
y hayan posibilitado una inquietante pregunta: ¿cómo el caos puede ser estudiado? 

caos (Del lat. chaos, y este del gr. xGog chdos;, propiamente “abertura”, “agujero”.) 

1. m. Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del 

cosmos. 2. m. Confusión, desorden. 3. m. /%s. y Mat. Comportamiento aparen- 

temente errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos deterministas 

con gran sensibilidad a las condiciones iniciales. (RAE, 2018). 


¿Cómo el caos puede ser estudiado? conforma una pregunta tan inquietante 
como aquellas que preceden este apartado: ¿cómo y dónde leer la ausencia del 
libro? La cualidad performativa del sistema sexo/género, como los dispositi- 
vos, como los juegos de lenguaje, como las huellas de huellas, se estructura en 
proceso de disipación. Se trataría, entonces, de una estructura disipativa. Si la 
entropía configura el principio fundamental de la existencia, ¿habría algo que no 
se configurara de tal manera? 


Como nada hay más allá del texto, como texto y contexto configuran el 
relato en el conciso proceso de ser relatado (leído o escuchado), leer la ausencia 
del libro implica leer también las condiciones de su ausencia. Si hay más de una 
lengua, cada relato se relata desde hiperenlaces transtextuales que trascienden el 
acto de la palabra. El libro ausente se configura (tanto como su propia ausencia) 
en un haz de relaciones entre diferentes líneas de significación que se retroali- 
mentan entre sí; líneas de significación, procesos, lógicas de sentido, devenires 
antes que significados. 

En estos juegos de hiperenlaces, hemos optado por discriminar operativa- 
mente un plano al cual podríamos denominar «soporte no verbal». Se trataría, 
este, del conjunto de aspectos que configuran una sincronía entre los relatos 
que atenderemos; procedimientos de relación y vestuarios metaverbales, movi- 
mientos, uso y modalidad de uso de los espacios, agrupamientos, etc. Desde allí 
es posible delinear estrategias de abordaje consecuentes con las necesidades de 
nuestra tarea. En los juegos de lenguaje que nos convocan, los signos verbales 
se articulan con signos no verbales. Por ello, el soporte no verbal trasciende su 
cualidad de mero soporte para devenir también en un conjunto de signos cons- 
titutivos de ese juego de diferencias al que hemos denominado «sistema sexo/ 
género». Los procesos de significación, en el discurrir de los signos, comprome- 
ten a todos los soportes articulados entre sí (verbales y no verbales). Las palabras, 
los objetos, los modos de acción no estrictamente lingúísticos, se amalgaman en 
juegos de significación que hacen posible el ejercicio de los relatos. Lo dicho se 
configura en y desde un lugar de emisión, en y desde una modalidad de emisión, 
en y desde haces de posibilidad de emisión. Los enunciados en sí mismos, enton- 
ces, conforman distintos procesos de significación en función de esas tramas de 
soportes no verbales con los que se inscriben; signos verbales y signos no verba- 
les se alinean para disponer la trama de los relatos narrados. No se puede narrar 
si no se hace en un régimen de existencia que habilite tal ejercicio narrativo. Se 
trata de un régimen de existencia, sin embargo, polimorfo, de una acción de dis- 
poner, de un dispositivo que configura un haz de relaciones entre diferentes lí- 
neas que se retroalimentan entre sí; procesos, lógicas de sentido, devenires antes 
que significados, ese «entre» ni sintáctico ni semántico que inquietara a Jacques 
Derrida en La diseminación (1975/1997), tanto como a Gilles Deleuze en sus 
Diálogos (1977/1980) con Claire Parnet: 

Y allí en ese «entre» anunciado por Deleuze de simbolización permanente, se 

abre la multiplicidad, y se concatenan otros elementos, dimensiones, haces de 

relaciones, regularidades, polimorfismos y abismos profundos en los cuales la 
antropología, las ciencias de la comunicación y las ciencias sociales apenas se 
animan a asomarse, tal vez para evitar sus propios abismos, esa inanidad que en 
buena parte constituye sus discursos. Entonces desde esta mirada, los discursos 
sobre el mundo social tienen como interés no únicamente la previsible situa- 
ción de vivirse como discursos, sino también todo lo que no abarcan, los luga- 
res donde chirrían, las enormes dificultades para que todo devenga en discurso, 
lo indecible, lo que no se puede decir |...] o bien aquello apenas esbozado o 


excesivamente representado, que muestran los límites, las intermitencias de un 

universo radicalmente significado. (Guigou, 2013, p. 22) 

Pese a la mayoría (en el sentido deleuziano) antropológica de la cual parece 
proceder, y al menos en el citado texto, Nicolás Guigou parece dejarse atrapar 
por ese devenir minoritario que lo arrastraría hacia vías desconocidas si se deci- 
diera a seguirlo, tal como nos invitara Gilles Deleuze desde sus Conversaciones 
(1990/1996). Las minorías carecen de modelo, son un devenir, un proceso. Tal 
vez sea en dicho devenir minoritario que pudiera advertirse cierta armonía entre 
estas palabras de Guigou con aquellas ausencias de las que hemos venido hablan- 
do. En efecto, cuando este advierte las ausencias en los discursos de las ciencias 
humanas (lo que no abarcan, las dificultades para que todo devenga en discurso, 
lo indecible) no hace ni más ni menos que reconocer la ausencia del libro. No 
obstante, el libro ausente no implica ausencia de relatos, sino ausencia de esa 
superficie en la cual los relatos se escriben, la ausencia de un gran metarelato 
trascendente. Los textos, sin embargo, siguen estando por la sencilla razón de 
que no hay nada fuera de ellos, tampoco nada que los re-presente que no sea la 
propia acción de narrar. Y las narrativas están constantemente en formación (en 
acción de formar y de formarse), por ello son flujos —antes que objetos— sin 
principio ni final; solo fluyen, discurren, en un haz de cosas que compromete 
signos y sentidos más allá de los signos verbales. Como advirtiera Derrida, hay 
más de una lengua, y muchas más que aquellas que contienen palabras. En razón 
de ello, la inanidad configura no solo una cualidad de las ciencias humanas sino 
de todo el discurrir discursivo. 

Precisamente por esto, y como hemos venido insistiendo, seguiremos tozu- 
damente hablando sobre aquello de lo que no se puede hablar, aun reconociendo 
(y tal vez por eso) que los límites del lenguaje configuran los límites de nuestros 
mundos. Nos encargamos de este orden de inanidad de los relatos configurando 
su discurrir como un dispositivo que comprende a los signos no verbales en el 
mismo estatuto que aquellos que sí los son. El discurrir de estas formaciones 
discursivas, entonces, compromete al devenir de signos múltiples y polimorfos, 
mucho más allá de las palabras y su gramática normativa. Los múltiples soportes 
(verbales y no verbales) del sistema sexo/género configuran relatos a través del 
procedimiento que los hace articularse entre sí; sin tal articulación no hay relato, 
sino apenas un balbucir. Hay más de una lengua, hay más de una modalidad de 
signos, hay más sistemas de diferencias que aquellos inscritos en el plano de las 
palabras. No obstante, esta multiplicidad de sistemas de signos configura, a par- 
tir de sus enlaces de mutua significación, el haz narrativo del sistema. 

Por ello, entre 2012 y 2013 hemos realizado observaciones etnográficas 
dentro del barrio Cordón que nos han posibilitado seleccionar tanto los bares 
y espacios callejeros antes expuestos, como los puntos de emergencia a los que 
se podría llamar ¿1f0rmantes clave. El apartado siguiente intentará ilustrar sobre 
esta trama de relatos y relaciones. 


Cuaderno de bitácora; hacia la lectura del libro ausente 


Las lecturas del texto-con-texto que nos inquietan nos han llevado, durante 
dos años, a un constante juego de entrada y salida de aquello que hemos deno- 
minado «eje universitario Cordón». Para tal ejercicio hemos tomando la Guía de 
observación etnográfica y valoración cultural a un barrio (Ferro Medina, 2010) 
como orientador metodológico. Ello nos ha concedido la oportunidad de orga- 
nizar tanto la búsqueda como la selección de los relatos requeridos, atendiendo 
tanto a los soportes verbales como a los no verbales. 

El sentido y el significado de los símbolos verbales y no verbales de la gente 

solo puede determinarse en el contexto de lo que realmente hacen y después de 

un extenso período. [...] Aunque las palabras que emplean las personas ayudan 

a comprender los significados que asignan a las cosas, es ingenuo suponer que 

los laberintos de un escenario social pueden ser revelados por el simple voca- 

bulario. (Taylor y Bogdan, 1984/1994, p. 74) 

El espacio urbano constituye, en tanto soporte no verbal del agenciamiento 
colectivo de enunciación que nos convoca, el sistema de signos que se arti- 
cula en el haz de relatos estudiado. Ello impulsa la necesidad de comprender 
las narrativas que desde él, como espacio etnográfico, se desprenden. Signos 
espaciales, nomenclaturas, modalidades de uso, tránsitos y procedencias sig- 
nificacionales, configuran tanto las tramas de relatos como los signos verbales 
del ejercicio de relatar. Por tal razón componen relatos por sí mismos, sin los 
cuales aquellos que atenderíamos en las narrativas se desdibujarían. La escucha 
de tales narrativas nos conduce a atender esta multiplicidad de signos que, al 
amalgamarse, configuran el texto. Los nombres de estos espacios, sus pequeñas 
historias, sus mitologías, las asociaciones de su vida cotidiana, sus prácticas, 
sus rincones, sus usos, el fluir urbano de sus usuarios, sus impactos intra/extra 
territoriales, configuran activamente la performance que nos proponemos aten- 
der. Por estos motivos, iniciamos la actividad con innumerables tránsitos de 
deriva urbana en los lapsos que identificamos como de mayor actividad recrea- 
tiva nocturna. Tal procedimiento (deriva, del francés dérive) surge a partir de 
los aportes de la Internationale Situationniste (1957-1972). En tal dirección, 
Guy Debord (1958/1999) ha propuesto la deriva para establecer una reflexión 
entre las formas de ver y experimentar la vida urbana dentro de una propuesta 
más amplia que denominaba psicogeografía, orientada a entender los efectos y 
las formas del ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento de 
las personas. Así, ante el dejarse aprisionar por la rutina diaria sugiere seguir las 
emociones y mirar a las situaciones urbanas a partir de la idea de situación cons- 
truida; «un momento de la vida construido concreta y deliberadamente para 
la organización colectiva de un ambiente unitario y de un juego de aconteci- 
mientos» (Internationale Situationniste, 1958, p. 1). Entre los procedimientos 
situacionistas, la deriva se presenta como una técnica de pasos ininterrumpidos 
a través de ambientes diversos. 


El concepto de deriva está ligado indisolublemente al reconocimiento de 
efectos de naturaleza psicogeográfica y a la afirmación de un comportamiento 
lúdico-constructivo que la opone en todos los aspectos a las nociones clásicas 


de viaje y de paseo. (Debord, 1958/1999, p. 2) 


Los situacionistas erraban por la ciudad durante horas o días, investigando 
caminos poco conocidos, dejándose llevar por los flujos de la ciudad, investigan- 
do la influencia del espacio físico-mental de la ciudad sobre su percepción y su 
fantasía. Buscaban, así, identificar una manera de percibir las propiedades de la 
ciudad, más allá de su cara oficial y representativa, o de sus límites estructurales; 
experimentar la ciudad con sus flujos, percibiendo planos móviles y no controla- 
dos del espacio urbano, en semejanza con un ser vivo. Los antecedentes situacio- 
nistas han configurado la «teoría de la deriva» (López Rodríguez, 2005), desde 
la cual —en hiperenlace iterativo; texto de texto, relato de relato— se han con- 
figurado también las derivas urbanas que habilitaron nuestra tarea. Recogiendo 
las recomendaciones del referente del situacionismo, recurrimos a conformar 
pequeños grupos aleatorios con estudiantes y docentes universitarios que nos 
auxiliaron en los tránsitos de dichas derivas (realizadas en un lapso de tres me- 
ses), posibilitando —así— una instrumentación más adecuada de la técnica. 

Se puede derivar solo, pero todo indica que el reparto numérico más fructífero 

consiste en varios grupos pequeños de dos o tres personas que han llegado a 

un mismo estado de conciencia; el análisis conjunto de las impresiones de estos 

grupos distintos permitiría llegar a unas conclusiones objetivas. Es preferible 

que la composición de los grupos cambie de una deriva a otra. Con más de cua- 

tro o cinco participantes el carácter propio de la deriva decrece rápidamente, 

y en todo caso es imposible superar la decena sin que la deriva se fragmente en 

varias derivas simultáneas. (Debord, 1958/1999, p. 2) 

Así, durante las derivas, y tomando como punto de partida a calle Tristán 
Narvaja del Municipio B, nos dejamos llevar hacia siete escenarios que, a partir 
de ello, hemos seleccionado en el apartado «¿Sexo/género?» Una vez trazados 
los flujos de la deriva y disueltos lo grupos conformados con los colaborado- 
res, mantuvimos conversaciones con actores de la cotidianidad de este espacio 
(cuidacoches, comerciantes, personal de los diversos servicios allí localizados), 
estudiamos los documentos del gobierno local, así como los datos actualiza- 
dos del Instituto Nacional de Estadística (2012) y de la Dirección General 
de Planeamiento de la Universidad de la República (2011). Esta operativa se 
conjugó con una identificación y registro de hitos espaciales, polos de atrac- 
ción y de rechazo, modalidades expresivas, grupos de discusión , puntos de 
encuentro y actividades, así como las tipificaciones elaboradas por sus actores. 
Si cada uno de los escenarios posee sus propias narrativas históricas, estas se 
amalgaman con otras historias dentro de las cuales se inscriben. Se trata de un 
conjunto de relatos que, verbal y no verbalmente, narran otros relatos en una 
trama iterativa con carácter de estructura disipativa. Todo ello nos promovió 
a recurrir, también, a registros históricos sobre aquellas procedencias barriales 


cuyo haz de sentidos se despliega en dicha trama. Entre ellos Montevideo an- 
tiguo. Tradiciones y recuerdos (de María, 1957), referido como fuente ilus- 
trativa por la Intendencia de Montevideo, ha resultado de particular utilidad. 
Sin embargo, esta operativa reconoce señalamientos que recientemente hi- 
ciera Tomás Ibáñez en su conferencia de homenaje a Michel Foucault en la 
Universitat Autónoma de Barcelona: 
Nada más difícil que acotar el a priori histórico de la experiencia posible, 
porque es precisamente ese a priori el que conforma nuestra experiencia, es 
decir, el que conforma la perspectiva desde la cual vemos y pensamos las cosas, 
así como las categorías desde las cuales nos vemos y nos pensamos a nosotros 
mismos. Es conocido que el ojo no puede verse a sí mismo viendo, no puede 
hacerlo porque es el instrumento de la mirada, y, como tal, no pudiendo ser, 
simultáneamente, causa y efecto, producto y proceso, lo único que puede al- 
canzar a ver es una imagen de sí mismo... (Ibáñez, 2014, p. 7) 


Seguidamente, incluso y debido a este tipo de objeciones, consideramos 
necesario registrar fotográficamente cada uno de estos aspectos no verbales, re- 
gistros de imágenes que se han dispuesto buscando eliminar —en acuerdo con 
los criterios éticos para la protección de seres humanos que participan como 
sujetos en procesos de investigación (Decreto cm/515 del Poder Ejecutivo de 
la República Oriental del Uruguay)— cualquier escena que pudiera identificar 
aspectos privados de las personas allí comprometidas. 

Por otra parte, nuestra tarea motivó la necesidad de requerir un mapa 
zonal para orientar —y en el cual trazar— los trayectos recorridos. Ello cons- 
tituye, también, un registro gráfico que consideramos fundamental por ha- 
bilitarse desde allí los trazos de nuestra trama de relatos desde un respaldo 
imagenológico más accesible. Como la cartografía disponible en los sitios web 
oficiales consiste en enlaces con el servicio de Google Maps, hemos optado 
por descargar un recurso gráfico como orientador de la zona de operaciones. 

Posteriormente, concurrimos durante dos años (entre 2012 y 2013) a los 
escenarios seleccionados para realizar observaciones participantes, para las 
cuales hemos tomado, como orientadores operativos, tanto la Introducción a 
los métodos cualitativos de investigación de Taylor y Bogdan (1984/1994) 
como el manual reflexivo sobre Técnicas cualitativas de investigación social 
de Valles (1999). Previamente al trabajo específico de campo, y a modo de 
juegos cruzados como bricoleurs metodológicos, estos dos manuales fueron 
puestos en dialogía con otras reflexiones al respecto, como los trabajos de 
Lupicinio Íñiguez (1995), Marta Anadón (2008), Alicia Gurdián-Fernández 
(2007) y una compilación sobre estas estrategias a cargo de Irene Vasilachis 
de Gialdino (2006). A partir de establecer una dialogía entre estos textos, 
nos resultó factible situar las modalidades de abordaje que se configuran en 
este trabajo. Modalidades que finalmente hemos recurrido a un tratado catalán 
recientemente elaborado (2014) por Berenguera, Fernández de Sanmamed, 
Pons, Pujol, Rodríguez y Saura. 


Los boliches de la movida de Cordón 





Clandestino Bar 





o Barba Museum-pub TP Ls 





Fuente: Google Maps. Recuperado 10/3/2013 


En este marco, la tarea implicó un complejo proceso de establecimiento de 
rapport para lograr una familiarización con sus usuarios y un adecuado recono- 
cimiento de la escenografía. Con este encuadre, se establecieron conversaciones 
con los actores cotidianos del espacio para explicar las características de la 
investigación y llegar a acuerdos operativos que permitan un registro confiable 
de las actividades sin perturbar sus rutinas ni alterar sus necesidades e intere- 
ses. En este plano, optamos por operar desde puntos específicos de los bares 
(mesas apartadas, mostradores) y de sus cercanías (esquinas, estacionamientos, 
paradas de ómnibus, calles de los alrededores), intentando no obstaculizar los 
movimientos habituales en dichos espacios. 

Sin embargo, «Il n'y a pas de hors-texte» (Derrida, 1967/1989, p. 202). Nada 
hay fuera del texto; los lectores constituyen el texto tanto como el texto constituye 
a los lectores, configurando así un ejercicio de mutua implicación. Pero la pregunta 
por quienes son los implicados debería formularse más certeramente en torno a 
cuáles son las procedencias, cuáles son los sentidos y desde qué reglas todos estos 
planos se amalgaman. La pregunta por los «¿quiénes?», entonces, debería ser susti- 
tuida por la interpelación a los «¿cómo?», los «¿cuáles?» y los «¿dónde?». La implica- 
ción refiere a los aspectos plegados dentro de un algo que oculta lo que hay en 
su interior. De este modo, lo plegado no sería perceptible aunque efectivamente 
allí se encuentre; se trata de un término contrapuesto a la explicación, es decir, 
el desplegar lo plegado, el hacer comprensible lo implicado en el interior de 
algo que lo hacía oculto o no comprensible. No obstante, el devenir de los acon- 
tecimientos no discurre desde cosas o hechos aislados sino desde conjuntos de 
hechos y de cosas relacionadas entre sí de forma que unas dependan de otras; los 
hechos suceden a otros, o suceden siempre que se den en un juego relacional. En 
los juegos de nuestros sistemas de signos, la heteroglosia de Bajtín (1979/1999) 
adquiere especial materialidad referente; los relatos resultan re-relatados por el re- 
lato que pretende transmitirlos. Bajtín (1928/1994) sostiene que dichos relatos 


proceden de la coexistencia entre diferentes tipos de discurso; el de los perso- 
najes, el de los narradores, e incluso el discurso del autor; la heteroglosia sería 
el habla en el idioma del otro, que sirve para expresar las intenciones del autor, 
pero de una manera refractada. Ningún relato puede evitar su juego heterogló- 
sico. El plano de la implicación configura, entonces, un orden axiomático de los 
procesos de significación; los sentidos se difieren al tiempo que se diferencian, 
no hay dentro ni fuera sino mutua saturación. En estas relaciones en las que unas 
cosas codifican (y se codifican desde) otras, se inscribe el acto de relatar. No 
hay nada detrás de la huella, no hay nada que a ella le anteceda que no sea otra 
huella, la experiencia está hecha de huellas. El conocimiento se elabora a través 
de datos captados por las huellas; se lo maneja conceptual y linguísticamente y 
se comunica según las interpretaciones desde allí diagramadas. Nada escapa a 
este movimiento que constituye lo finito a la vez que lo sobrepasa. El juego de la 
différance (Derrida, 1967/1989) interpela, de este modo, las formas en las que 
hemos aprendido a conceptualizar la historia y el tiempo. 

Reconocer el orden de implicación del investigador conlleva reconocer el 
orden de implicación de las procedencias semióticas allí comprometidas. A este 
plano del reconocimiento, posibilitador de exégesis, Félix Guattari (1972/1976) 
lo denominará «coeficiente de transversalidad». 

Póngase en un corral cerrado algunos caballos con anteojeras regulables y 

digamos que el «coeficiente de transversalidad» será justamente esa regula- 

ción de las anteojeras. Comprendemos que a partir del momento en que los 
caballos estén completamente enceguecidos, un cierto choque traumático 
tendrá que producirse. A medida que se vayan abriendo las anteojeras pode- 

mos imaginar que la circulación se realizará de una manera más armoniosa. 

(Guattari, 1972/1976, p. 100) 

En este plano, el trabajo de campo en el eje recreativo nocturno del Cordón 
implicó un posicionamiento del investigador como actante, portando (y portán- 
dose como) signo en los relatos allí relatados; signo a ser leído por el texto y signo 
leyendo el texto. De este modo, se implicaron allí procedencias que se textua- 
lizaron en la operativa, y por ello así debieron ser reconocidas. El investigador 
actúa y porta signos directamente operantes sobre el texto leído; su estatuto de 
actante masculino, así como su estatuto de profesor universitario (particularmen- 
te significativos en esta performance) le han impelido a negociar procedimientos 
que moderen los efectos de sobrecodificación en los relatos. Buscamos, de este 
modo, atender a los peligros a los cuales conduciría la sobreimplicación a la que 
atendiera René Lourau (1991) en una conferencia dictada en Buenos Aires, en el 
intento de dejar atrás el segmento subjetivismo/objetivismo en el que se refugian 
las variedades del fenomenologismo. 

La publicación de 4 diary in the strict sense of the term, de Bronistaw 
Kasper Malinowski (creador de la, así llamada, «observación participante»), de- 
moró muchos años en hacerse efectiva. Cuando así sucedió, el texto se publicó 
censurado. Pese a que su viuda extrajo páginas, los editores eligieron censurar el 


texto por miedo al escándalo. Solo en 1967, muchos años después de su muerte 
en 1942, pudieron publicarse sin pudor (Nueva York: Harcourt, Barce, and 
World) estos incómodos registros de sus trabajos de campo en Nueva Guinea y 
en las islas Trobriand. En efecto, aquel que tal vez fuera el más mítico trabajo de 
campo de la antropología social, mostraba a un Malinowski diferente al venera- 
do investigador académico; un hombre hipocondríaco, confuso, enojado, escép- 
tico, irritado y desordenado. Tal incomodidad podría tal vez explicar que solo se 
tradujeran en 1989 al español bajo el tranquilizador título de Diario de campo 
en Melanesia (Madrid: Júcar). Sin embargo, y tal como señalara James Clifford 
(1995/2001), la antropología social basada en el trabajo de campo, al constituir 
su autoridad, construye y reconstruye otros culturales y otros sujetos. Este reco- 
nocimiento permite atender a las objeciones de Nietzsche (1873/2012) sobre 
la naturaleza de la verdad, al tiempo que posibilita estatuir una modalidad de 
registro de particular potencia. El antropólogo como autor (Geertz, 1988/1997), 
reconoce de esta manera no solamente la cualidad literaria de sus producciones; 
se posiciona como un relator de relatos, aquello que llevara a Michel Foucault 
a preguntarse sobre «¿Qué es un autor?» (1969/1998) y que lo inquietara en £/ 
orden del discurso (1970/1992). Esto le conduciría a afirmar, en Microfisica del 
poder (1977/1992): 

[...] me doy cuenta que no he escrito más que ficciones. No quiero, sin embar- 

go, decir que está fuera de verdad. Me parece que existe la posibilidad de hacer 

funcionar la ficción en la verdad; de inducir efectos de verdad con un discurso 

de ficción, y hacer de tal suerte que el discurso de verdad suscite, «fabrique» 

algo que no existe todavía, es decir, «ficcione». (Foucault, 1977/1992, p. 162) 


En nuestra amalgama de bricoleur metodológico, El diario de investigación 
(1986/1989) de René Lourau, cuya procedencia desde una re-lectura de la 
obra de Malinowski aparece incuestionable, proporciona otro fundamento que 
impulsa esta modalidad de registro. Por ello, nuestras observaciones participan- 
tes fueron inscritas, a modo de diario, inmediatamente después que cada una 
de ellas finalizara, como bitácoras de campo. Esta modalidad de registro nos 
ha permitido triangular cada observación, al tiempo que nos ha posibilitado, 
también, construir triangulaciones con los relatos constituidos desde las entre- 
vistas realizadas posteriormente; textos relatados en amalgama con otros textos 
relatados; juegos de iteración. 

Aunque las notas de campo basadas en la experiencia directa en un escenario 

proporcionan los datos claves en la observación participante, otros métodos 

y enfoques pueden y deben emplearse en conjunción con el trabajo de cam- 

po. La triangulación suele ser concebida como un modo de protegerse de las 

tendencias del investigador y de confrontar y someter a control recíproco 

relatos de diferentes informantes. Abrevándose en otros tipos y fuentes de 
datos, los observadores pueden también obtener una comprensión más pro- 
funda y clara del escenario y de las personas estudiados. (Taylor y Bogdan, 


1984/1994, P- 92) 


Nuestra búsqueda de relatos nos impulsó al establecimiento de entrevistas 
con aquellos que pueden pasar a ser denominados como «informantes clave» 
(Taylor y Bogdan, 1984/1994). En tal sentido, hemos optado por recopilar 
narraciones producto de «entrevistas en profundidad», tal como estos autores 
las propusieran. Pese a advertir, tal como señalara nuestro asesor científico (el 
doctor Henrique Nardi), que la denominación «en profundidad» podría llevar 
a equívocos interpretativos al poder llegar a presuponerse la existencia de una 
profundidad oculta tras una aparente superficie (lo cual conllevaría el peligro 
de caer en una esencialidad lejana a nuestro posicionamiento), hemos optado, 
no obstante, y solo a los efectos operativos de plantearlo aquí, por utilizar este 
binomio de palabras para recuperar esta metodología del modo que lo hicieran 
Taylor y Bogdan: 

Por entrevistas cualitativas en profundidad, entendemos reiterados encuentros 

cara a cara entre el investigador y los informantes, encuentros estos dirigidos 

hacia la comprensión de las perspectivas que tienen los informantes respecto 

de sus vidas, experiencias o situaciones, tal como las expresan con sus propias 

palabras. Las entrevistas en profundidad siguen el modelo de una conversación 

entre iguales y no de un intercambio formal de preguntas y respuestas. Lejos 

de asemejarse a un robot recolector de datos, el propio investigador es el ins- 

trumento de investigación y no lo es un protocolo o formulario de entrevista. 

El rol implica no solo obtener respuestas, sino también aprender qué pregun- 

tas hacer y cómo hacerlas. (1984/1994, p. 101) 


Desde esta perspectiva, hemos realizado y registrado entrevistas con actan- 
tes del personal de servicio (camareros y propietarios) de los bares seleccionados, 
así como con usuarias y usuarios de la actividad recreativo-nocturna asociada a 
estos bares. Texto-con-texto del sistema sexo/género, iterativos relatos de rela- 
tos, estos juegos configuran el campo operativo de nuestras indagatorias. En la 
textura de esta amalgama intentaremos configurar un nuevo relato que lo relate, 
articulando los movimientos de un plano etnometodológico. 


La recomendación central que se desprende de estos estudios es que las activi- 
dades por las que los miembros producen y manejan escenarios organizados de 
asuntos cotidianos, son idénticas a los procedimientos por cuyo medio dichos 
miembros dan cuenta de y hacen «explicables» laccountable) esos escenarios. 
El carácter «reflexivo» o «encarnado» de estas prácticas explicativas y de las 
propias explicaciones es el punto esencial de esa recomendación. Con «expli- 
cables» mi interés se dirige a circunstancias como las siguientes. Me refiero a 
lo observable y susceptible de rendimiento de cuentas, esto es, a lo asequible a 
los miembros como prácticas situadas del mirar-y-relatar. Me refiero también 
al hecho de que semejantes prácticas consisten en un continuo e interminable 
logro contingente; a que esas prácticas son llevadas a cabo bajo los auspicios 
de, y como eventos internos a los mismos asuntos ordinarios que describen en 
su organización. Me refiero a las prácticas que realizan las partes dentro de 
los escenarios en los que obstinadamente dependen de habilidades y conoci- 
mientos que dan por sentados y reconocen, y al conocimiento y al derecho o 
competencia que tienen de realizar el trabajo necesario para esos logros. Y por 


último también me refiero a que el hecho mismo de que den por sentadas esas 
competencias proporciona a las partes escenarios distintivos y características 
particulares y, por supuesto, les aporta también recursos, problemas y proyec- 
tos. (Garfinkel, 1968/2006, Pp. 9-1 o) 


En este juego del relatar relatos, en este rol artesanal de narrar el narrar 
en y desde narrativas, nos hemos visto impulsados a recurrir a una herramienta 
clásica y de uso recurrente en la tradición de las ciencias sociales; el «grupo de 
discusión» (Ibáñez, 1979). Se trata de una herramienta de artificio, de un «ana- 
lizador artificial» (Lourau, 1988/2001). El «grupo de discusión» conforma un 
dispositivo técnico que, antes que sondear sobre relatos previa y completamente 
configurados, facilita el desarrollo de narrativas emergentes de las propias carac- 
terísticas de la herramienta. Si bien estos relatos se inscriben en las reglas de los 
juegos de lenguaje que los hacen posibles, vale reconocer que sus especificidades 
tienen propiedades que los hacen merecedores de ser calificados como inéditos; 
se escriben en el propio proceso de discusión del grupo en el cual se relatan. 
Estos grupos permiten acceder, antes que al contenido de relatos previos, a 
procesos colectivos de construcción de relatos; de allí su instrumentalidad para 
aproximarnos tanto a los procesos de significación como a las estrategias de 
semiotización en las que se inscriben y a las cuales inscriben. Por estas razones, 
hemos optado por conformar tres grupos de discusión con estudiantes univer- 
sitarios que frecuentan el eje recreativo nocturno del barrio Cordón. Relatos de 
relatos de relatos; huellas de huellas para asistir al ejercicio de trazar huellas. 

Pero como nada hay fuera del texto, la lectura del texto-con-texto exige 
también jerarquizar el plano verbal de los relatos registrados en las entrevistas en 
profundidad. Sin embargo, estas derivas de certificaciones no pueden evadir su 
condición de flujos, devenires que no refieren a convertirse en una cosa renun- 
ciando a la otra sino en recuperar los aspectos que ambas comparten y establecer 
entre ellas una sincronía. Por ello, para la lectura de los relatos hemos apelado a 
los aportes del doctor Emmánuel Lizcano (1990/2006) y su preocupación por 
la retórica de las metáforas. Por otra parte, el profesor Félix Vázquez Sixto, de la 
Universitat Autónoma de Barcelona, también vino a socorrernos en la tarea a través 
de sus documentos de trabajo. A la hora de establecer la fragmentación de los 
textos, nuestras «unidades de contexto» (Vázquez Sixto, 1996) se sitúan a partir 
de una diferenciación entre dos tropos referidos al sistema sexo/género: metá- 
foras y metonimias. Las metáforas serán identificadas como aquellas imágenes 
retóricas que busquen ilustrar figuradamente sobre aquellos aspectos asociados 
a las identidades. Las metonimias serán identificadas como el uso de un seg- 
mento de la identidad para explicar la totalidad. Si bien la metonimia no puede 
evadir su condición de metáfora, su cualidad específica de parte por el todo le 
confiere una particular instrumentalidad para atender a los procesos de centrali- 
zación. De esta manera, nuestras unidades de contexto serán el punto de partida 
para establecer las «unidades de registro» (Vázquez Sixto, 1996). Vale señalar, 
no obstante, que esta nomenclatura refiere exclusivamente a la propuesta del 


profesor de Barcelona y se recupera, como tal, en forma exclusivamente opera- 
tiva. Recordando los señalamientos de Derrida (1967/1989), se trata siempre 
de un texto-con-texto. Por tal motivo, la categoría «unidad de contexto» refiere 
específicamente a un segmento de texto que permite comprender las unidades 
de registro de dicho texto. En última instancia, se trata de un texto-con-texto 
segmentado exclusivamente por razones operativas de análisis, y no del recono- 
cimiento de un extra-texto discriminado del texto. 

Las unidades de registro (aquellos trozos que puedan ser categorizados 
como ejes semánticos) se relacionarán con el tipo de valoración asociada a cada 
una de estas metáforas y metonimias. Por ello serán catalogadas como calificati- 
vas y descalificativas. Por otra parte, también serán catalogadas en función de su 
proximidad a las categorías «vivas» o «zombis» (Lizcano, 1999), en el entendido 
de tener presente sus cualidades de instituidas o instituyentes. 

Así, pasaremos a la efectiva lectura de nuestro texto-con-texto ausente; 
aquellos procesos de los agenciamientos colectivos de enunciación en la perfor- 
mance performativa del sistema sexo/género, unas condiciones de enunciación 
hipertextual que se configuran en ese juego de afinidades al cual se le suele lla- 
mar identidad. 


Escenas. Registros y performance. (¿Resultados?) 


No se es buen observador cuando solamente se 
observa la mano que mata y no quien la dirige. 


(Nietzsche, 1886/2003, p. 65) 


Espacios y deriva urbana 


Tristán Narvaja (1819-1877), jurista, teólogo y político nacido en la ciudad 
de Córdoba y doctorado en la ciudad de Buenos Aires, se constituyó en referen- 
te de la Cátedra de Derecho Civil de la Universidad de la República hasta 1872, 
integró el Tribunal Superior de Justicia, fue electo diputado por el departamen- 
to de Durazno en 187 5 y fue designado ministro de Gobierno hasta 1876 por la 
República Oriental del Uruguay. De acuerdo con Jorge Peirano Facio (2008), 
redactó el Código Civil del Uruguay en 1868, fue autor del Código de Minería 
en 1876, contribuyó a la corrección del Código de Comercio preparado por el 
doctor Eduardo Acevedo. Este abogado fue un impulsor de la legislación que 
permitió la consolidación de Uruguay como estado independiente. De allí que 
su nombre se integre a Montevideo, al denominar la calle que ha oficiado como 
punto de partida para nuestra deriva urbana. 

En el área metropolitana, sin embargo, pocos son los que reconocen, en este 
signo, a aquel jurista cordobés refugiado en Uruguay. En efecto, el signo Zristán 
Narvaja se asocia fundamentalmente a una emblemática feria que toma como 
centro dicha calle todos los domingos del año, exceptuando aquellos que coinci- 
den con primero de mayo o Navidad. No se trata de un dato menor, pues desde 
el domingo 3 de octubre de 1909 (Vivalda, 1996), la feria de Tristán Narvaja 
se ha ido desarrollando potencialmente hasta ocupar la mayor parte de las calles 
de sus alrededores; convocando tanto a los paseos dominicales de los habitantes 
metropolitanos como a turistas que concurren a las ofertas de sus anticuarios y 
mercaderes. En este orden, esta feria suele ser comparada con el Rastro madri- 
leño y con el parisino Marché aux Puces de Saint-Ouen, pues en ella pueden 
encontrarse todo tipo de productos y espectáculos callejeros con una diversidad 
no disponible en otros lugares del país. Si bien sus actividades se desarrollan 
específicamente durante las mañanas, desde la medianoche anterior se inician 
los movimientos preparatorios para esta efigie de la cultura montevideana. El 
sábado a la noche, por su parte, constituye un momento estratégico de la cultura 
recreativo-nocturna de dicha ciudad; por ello la feria y el movimiento nocturno 
de los bares de Tristán Narvaja se articulan casi inevitablemente. Durante los 
años de nuestras actividades de campo, las últimas salidas de los usuarios de los 
bares coincidían con los inicios de la feria en pleno. Los flujos de tránsito confi- 
gurados por estas movidas, constituyeron los vectores de nuestra deriva urbana, 


de allí la necesidad de disponer este párrafo. Dos bares en particular, Verde y La 
Tortuguita, volvían a abrir en la mañana del domingo para ofrecer sus productos 
en la feria. Pese a ser este su principal objetivo comercial, y en función de com- 
partir el mismo espacio de la actividad nocturna central, estos lugares pasaron a 
ser considerados como disponibles para los «momentos de achique», en el caso 
de aquellos tertulianos cuyo estado anímico y físico así lo permitiera. Para la 
RAE (2018), achique refiere a la «Acción y efecto de achicar», al «Amenguar el 
tamaño, dimensión o duración de algo». En la jerga nocturna, los momentos de 
achique implican lapsos de descanso y recuperación, así como renuncia o reduc- 
ción del consumo de drogas (en el caso de sus usuarios). Para las narrativas que 
nos ocupan, los «achiques» comprenden conversaciones a/er hour en las cuales 
el café suele sustituir a las bebidas alcohólicas. 

Nuestros relatos se narran en las reglas de un juego que nos impone asumir 
su cualidad de sobrecodificación. En razón de inscribirse dentro de actividades 
de investigación académica, su modalidad de escritura se ve apremiada por el 
estándar adoptado por la Asociación Estadounidense de Psicología (APA, por 
sus siglas en inglés). Es que desde el Manual of the American Psychological 
Association (2009) se establecen directrices de redacción y citación que la 
mayor parte de las revistas académicas toman como únicas válidas para la crea- 
ción de citas y referencias bibliográficas. Se trata de un juego reglado, de un 
juego que se va reglando en la medida en que se juega y en la medida en que 
se regla. Si nada hay fuera del texto, la institucionalización académica juega 
así a reglar sus hiperenlaces. En el momento en que se escriben estas palabras, 
dicho manual ya ha publicado su sexta edición en inglés y la tercera en español; 
su deriva, por lo tanto, también es un flujo, un sentido, una dirección antes 
que un objeto. Se trata, por lo tanto, de una dirección que se ha extendido in- 
ternacionalmente, mucho más allá de la American Psychological Association, 
hasta imponerse incluso en la elaboración de los artículos de Wikipedia. Por 
ello, esta escritura intenta orientarse por esos diques normativos que van diri- 
giendo la corriente de su fluir. De este modo, nos vemos impulsados a seguir 
el tránsito de esta deriva del escriturar atendiendo a estos modelos. Los datos 
de nuestros relatos, impelidos así por estas reglas, se disponen de esta manera. 
Como señaláramos antes, no obstante, las reglas se reglan mientras se juega, 
y el juego se juega mientras se regla, lo cual parece configurar un problema 
existencial para la metafísica de la presencia. 

Algunos de estos aspectos ya habían sido advertidos por el falsacionismo 
de Karl Popper, quien (como recordara Feyerabend), solía iniciar sus cursos 
señalando que era «profesor de método científico», pero con el problema de que 
«el método científico no existe» (Vásquez Rocca, 2006, p. 3). Relato de relatos, 
huella de huellas, las objeciones de Popper también resultaron objetadas por uno 
de sus estudiantes preferidos. 

La idea de que la ciencia puede, y debe, regirse según reglas fijas y universa- 

les, es a la vez irrealista y perniciosa. Es ¿rrealista porque supone una visión 


demasiado simple del talento de los hombres y de las circunstancias que ani- 

man, o producen, su desarrollo. Y es perniciosa porque el intento de reforzar 

las reglas está condenado a incrementar nuestra cualificación profesional a 

expensas de nuestra humanidad. Además, semejante idea es perjudicial para 

la ciencia misma porque olvida las complejas condiciones físicas e históricas 

que influyen sobre el cambio científico. Convierte la ciencia en algo menos 

agradable y más dogmático: toda regla metodológica va asociada a suposicio- 

nes cosmológicas, de modo que al usar la regla estamos dando por supuesto 

que dichas suposiciones son correctas. El falsacionismo ingenuo da por su- 

puesto que las leyes de la naturaleza son manifiestas y que no se ocultan bajo 

irregularidades de una magnitud considerable. El empirismo da por supuesto 

que la experiencia sensible refleja mejor el mundo que el pensamiento puro. 

El elogio de la argumentación da por supuesto que los artificios de la Razón 

dan mejores resultados que el juego incontrolado de nuestras emociones. 

Semejantes suposiciones pueden ser perfectamente plausibles e incluso ver- 

daderas. Sin embargo, ocasionalmente, deberían ser sometidas a contrasta- 

ción. (Feyerabend, 1975/2003, p. 207) 

Estas objeciones condujeron a Paul Feyerabend al dudoso honor de ser 
identificado como «el peor enemigo de la ciencia» (Theocharis y Psimopoulos, 
1987, pp. 595-598), lo que le causaría, tal como lo reconociera en su autobio- 
grafía (1994/1995), una profunda depresión. En efecto, desde una suerte de 
compulsión metafísica, lo instituido demostró así su capacidad de reacción inten- 
tando forcluir el fluido de las huellas. Sin embargo, desde que, al mismo tiempo 
que Thomas Kuhn (1962/2004), introdujera su tesis de la inconmensurabilidad 
(1962/1976), nunca dejó de reconocer los logros materiales de la ciencia ni sus 
flujos instituyentes. Su posicionamiento crítico se dirigía hacia el proceso de 
institucionalización que trasformaría el relato científico en un aliado estratégico 
de la metafísica de la presencia. Feyerabend ubica la inconmensurabilidad desde 
un principio en el terreno semántico; la noción fundamental que hay detrás es el 
cambio de significado de los términos básicos de una teoría, cambio que invade 
la totalidad de los términos de la nueva teoría sin que existan consecuencias 
empíricas comunes. Su escepticismo se ubica ante la creencia metafísica en un 
macrorelato que otorgue inapelabilidad a los relatos instituidos, con sus conse- 
cuentes efectos en la imposición del decir. En el juego de relatar relatos, Popper 
(1934/1980) encuentra una manera de delimitar uso del adjetivo científico desde 
del criterio de refutabilidad; lo científico sería aquello que pudiera someterse a 
la posibilidad de poder ser falseado. No obstante, sería su exestudiante quien lo 
objetaría, al señalar que no hay nada malo en la incongruencia y argumentar que 
en la ciencia algunos relatos incongruentes han contribuido a la producción de 
nuevos relatos. En efecto, el relatar siempre se inscribe en procesos de invoca- 
ción performativa; tras las huellas siempre hay huellas, los relatos lo son desde 
otros relatos en/desde/con los que se inscriben. 

No obstante, estos señalamientos también han sido objetados por la analí- 
tica de Mario Bunge. La extensa y rigurosa obra de este filósofo y epistemólogo 


argentino, defensor del realismo científico y la filosofía exacta, expone una nece- 
sidad de metarrelato que podría explicar su inconformidad ante el escepticismo 
de Popper, así como también ante la radicalidad de Feyerabend. En Cá4psulas 
(2003), dedica segmentos específicos para intentar rebatir tanto a Popper (pp. 
13-19) y a Kuhn (pp. 20-24) como a Feyerabend (pp. 25-30); ello dentro de un 
capítulo dedicado a objeciones titulado «Personas» (pp- 12-69). Sin embargo, 
pese a su rigurosidad, Bunge parece inscrito en similares preocupaciones por la 
metafísica, como sucedería con las Imposturas intelectuales de Sokal y Bricmont 
(1998/1999). Su necesidad de descalificar las pseudociencias (dentro de las 
cuales ubica la microeconomía, el psicoanálisis, la praxeología y la homeopatía) 
parece impulsarlo a recurrir a procesos de adjetivación retórica de similar tenor 
a aquellos a los cuales objeta; sus «niños terribles» serían todos aquellos que re- 
plicaran las creencias en la posibilidad de metarrelatos. Tal vez de allí provenga 
su manifiesta oposición a Martin Heidegger, así como su minuciosa capacidad 
para taxonomizar aquellos relatos a los cuales le urge administrar. En este or- 
den, no resulta extraño que aquellos metarrelatos que no coincidan con el suyo 
puedan ser calificados como «timos» (Bunge, 2010). 

Pero, tozudamente (y aunque esto pueda ser calificado como «timo»), siem- 
pre hay huellas que preceden a las huellas, y en ese fluir así deberían ser pensa- 
das para acceder a los sentidos de las tramas. Este relato de relatos de relatos se 
reconoce como tal, y como a tales atiende a los relatos que se narran desde las 
condiciones de enunciación que los hacen posibles en el barrio Cordón. 

Continuando en ello, vale señalar que la actividad recreativo-nocturna tam- 
bién se dispone como una estructura disipativa (Prigogine, 1972/1983) en sus 
cronogramas. En efecto, si bien los sábados a la noche configuran una centra- 
lidad, la mancha de su color se extiende en disipación hacia aquellos domingos 
que los suceden, y hacia aquellos miércoles, jueves y viernes que los anteceden. 
La particularidad de nuestro eje universitario Cordón agrega particular impor- 
tancia a los días que anteceden al sábado. Ello obedece a que la mayor parte de 
las actividades de la Universidad de la República se desarrollan entre lunes y 
viernes, desplazando a los sábados hacia un segundo plano. Esto se traduce en un 
mayor movimiento poblacional durante esos días. Si bien los sábados constituyen 
una centralidad recreativa, al coincidir el cierre de las ocupaciones universitarias 
habituales con las noches que les preceden, estas definen un fuerte atractivo para 
finalizar el día. Así, como bien lo saben los cuidacoches de la zona, miércoles, 
jueves y viernes alinean lapsos de alta actividad nocturna para los bares del eje. 
Un gran número de estudiantes, docentes y funcionarios universitarios concu- 
rren en estas noches a dichos espacios, distendiéndose en tertulias en las cuales 
se comentan las actividades del día a modo de rutina cotidiana. 

Los sábados exigen que este conjunto de usuarios se traslade específicamen- 
te hacia la zona, razón por la cual tal acción no se conforma con el mismo rango 
de cotidianidad que otros días. No obstante, esto no impide que se coordinen 
encuentros de los sábados, aunque con una mayor esfera de «producción» que 


para las demás noches, facilitada por dichas coordinaciones. En la jerga noc- 
turna, la «producción» refiere a la elaboración de signos corporales orientados 
a proporcionar imágenes específicas dentro de la performance del sistema sexo/ 
género (el mayor o menor calificativo de «producidos» de los actores se corres- 
ponderá con la laboriosidad con que se realice esta tarea). Por otra parte, esta 
estructura disipativa de carácter cronológico se configura también a lo largo de 
cada noche; la intensidad de su mancha central se va tornando más fuerte, auxi- 
liada por el consumo de alcohol, en la medida en que trascurren las horas. 

La calle Tristán Narvaja, también, conforma una centralidad espacial. 
Localizada en un punto estratégico del eje universitario Cordón, convoca una 
población en la cual se reúne una multiplicidad de universitarios provenientes de 
los servicios localizados en sus cercanías. Por este motivo, el bar La Tortuguita 
(Tristán Narvaja 1597, en su esquina con la calle Mercedes) ocupa una referen- 
cia de particular potencia desde la cual esta multiplicidad se va desdibujando en 
la medida en que otros bares se acercan a otros servicios que adquieren por ello 
más especificidad. Así, la mancha central se configura desde La Tortuguita cap- 
turando las inmediaciones de La Fábrica (Tristán Narvaja 1586) y La Conjura 
(Tristán Narvaja 1634). En dirección hacia la Facultad de Psicología se encuen- 
tra Verde (Tristán Narvaja 1679), en relación directa con la impronta de dicho 
servicio. Algo más alejado, hacia la Facultad de Derecho, se localiza el UniBar 
(Eduardo Acevedo 1450, esquina Guayabos). Si bien estos dos bares aparecen 
pautados por sus facultades inmediatas, ello no dificulta constantes derivas ha- 
cia allí de las multiplicidades que habitan los alrededores de La Tortuguita. La 
cercanía de Verde permite explicar estos procesos. 

Por otra parte, el UniBar, también cercano, convocaba por ofrecer una «cer- 
veza verde» (cuya fórmula se mantiene en secreto), así como por ser uno de los 
pocos bares que oferta el w/1sky de Tennessee Jack DanieP's, filtrado con carbón 
de arce sacarino que le da un sabor y un aroma diferente. A estos productos se 
agregan algunas valoraciones míticas por su larga historia en la movida nocturna 
y por localizarse, diagonalmente, frente al local de La Bastilla. Este último bar 
(conocido por su diminutivo, La Bastillita), fue un centro de convocatoria noc- 
turna para los universitarios durante más de dos décadas. En efecto, si bien se 
trataba de un local pequeño, La Bastilla convocaba por su iluminación reducida, 
por sus paredes recubiertas con una colección de afiches de la actividad cultural 
montevideana, así como por recordadas performances de blues y tango-teatro en 
las que el escenario integraba a músicos y público en un solo espectáculo. 

La deriva de la actividad nocturna solía conducir, también, hacia Barbacana 
Museum Pub (Joaquín Requena 1120). Situado a una mayor distancia del eje 
en torno a la calle Tristán Narvaja, aunque esta distancia que no resulta lo su- 
ficientemente significativa como para limitar caminatas hacia allí. Por otra par- 
te, sus características le confieren una capacidad de convocatoria de particular 
energía. A sus espectáculos culturales se agrega su configuración como museo 
de antigúedades integradas activamente (y con acceso libre) a la cotidianidad del 


lugar. La espaciosa superficie de Barbacana (dispuesta en tres grandes niveles), 
habilita un gran número de concurrentes que pueden actuar sin entorpecer el 
movimiento de los demás. La disposición en niveles, a los cuales se accede por 
grandes escaleras, permite diversas reuniones al mismo tiempo. Desde el tercer 
nivel es posible observar los movimientos en los demás, lo cual invita a los clien- 
tes interesados en ejercitar la mirada, así como al investigador que necesita hacer 
sus Observaciones sin alterar las actividades observadas. 

Ahora bien, identificar a cada uno de estos bares como centros de reunión 
no implica que la actividad se vea reducida a tales espacios. Lejos de un em- 
plazamiento de carácter sedentario, la movida nocturna se asemeja más a un 
carácter de trashumancia; al vagar de uno a otro punto, aunque dicho vagar 
implique tomar algunos lugares como referencia. Se trata de un flujo antes que 
de un establecimiento, por ello la deriva constituiría una categoría acertada 
para referir a la constitución de espacios para estas actividades. Estas derivas se 
han visto incrementadas a partir del Ó de marzo de 2008, con instrumentación 
de la Ley 18.256 de control del tabaquismo. Justamente, la imposibilidad de 
fumar en espacios cerrados ha exhortado a la conformación de tránsitos por la 
vía pública. En este sentido, las puertas de los servicios universitarios se han 
visto configuradas como tertulias de fumadores, al tiempo que se ha promovido 
la construcción de terrazas externas a los bares y la disposición de mesas en las 
calles. A pesar de la posibilidad de mal tiempo o de frío, estos espacios apare- 
cían habitualmente llenos de personas que pueden combinar allí el consumo de 
tabaco y alcohol acompañando sus veladas. 

Por todo ello, la actividad callejera y el tránsito entre los bares también se 
presentaban como componentes activos de las actividades. La interacción entre 
las mesas de la calle, especialmente entre los bares más cercanos, así como con 
grupos de usuarios que optaban por no posicionarse en ningún bar en particu- 
lar, resultaba frecuente y se multiplicaba en la medida en que las horas avan- 
zaban. Estos movimientos podían derivar a tránsitos hacia bares más alejados, 
del mismo modo que podían construir nuevos bares como referentes de tales 
movimientos. Este sería el caso de Clandestino Bar (Víctor Haedo 1997, esqui- 
na República), cuya integración al eje universitario Cordón logra consolidarse 
a inicios del segundo año (2013) de nuestro trabajo de campo. Tal comercio ha 
optado por dibujar su perfil a través de su especialización en la oferta de fernet y 
grapamiel, de la construcción de espectáculos de stand-up comedy y del recurrir 
a la oferta desde espacios en Facebook y Foursquare. 

Los tránsitos por estas derivas han devenido también en una multiplicidad 
de grafitis que decoran, e insisten en decorar (pese a reiterados intentos de lim- 
pieza y repetidas manos de pintura), las fachadas de aquellas construcciones que 
las acompañan. De este modo, los grafitis, en permanente devenir, se agregan a 
los signos que conforman nuestros relatos de relatos. Desde una grafía mural, 
también se van constituyendo aquellos soportes donde se sostienen las tramas de 
nuestra performance. La ausencia del libro no implica ausencia de relatos, sino 


una configuración de relatos que se van constituyendo en las modalidades del 
relatar. Los signos de los muros (en calles y baños) se articulan con y desde los 
otros signos, estructurándose disipadamente a través de haces de significación 
que recurren a amalgamarse con y desde diferentes medios. 

Las tecnologías de información y comunicación (Tic) también se han in- 
tegrado rápidamente a este fluir de signos. Sin duda, la consolidación de redes 
sociales (Facebook, WhatsApp, MySpace y Twitter), así como la generalización 
de los simariphones, han añadido nuevas modalidades de relación que se imponen 
inevitablemente al día a día. Tal circunstancia también ha sido reconocida por 
las empresas propietarias de los bares, por ello en su mayor parte disponen en 
dichas redes de sus propios espacios. El uso sencillo de mensajes de texto y la 
progresiva inclusión de aplicaciones como Instagram y WhatsApp agregó flujos 
de información que multiplicaron el devenir de los relatos. En este sentido, sobre 
la superficie de las mesas de los bares, junto a vasos y botellas, resultó posible 
observar los smartphones integrados constantemente al accionar. Resultó habi- 
tual encontrar, entonces, a algunos usuarios ocupados esporádicamente con el 
uso de estos aparatos. Con estos recursos, en los flujos de la actividad nocturna 
se desdibujaron aún más las fronteras entre el afuera y el adentro, tanto como los 
límites entre el ahora, el antes y el después. De este modo, los usuarios pudieron 
estar incluidos en una tertulia específica al mismo tiempo que se relacionaron 
con otras distantes, en el espacio y en el tiempo. La publicación en las redes 
sociales de comentarios, imágenes y sonidos fue desdibujando también las fron- 
teras entre lo público y lo privado, poniendo a disposición de empresas y desco- 
nocidos información que podría ser considerada exclusivamente personal. Así, 
los rituales de cortejo aparecen también directamente relacionados con estos 
recursos, facilitando tanto las mayores posibilidades de registro y de contacto 
como los efectos la veces no deseados) de una excesiva exposición. El peligro de 
transmisión viral de datos no deseados y ciberacoso (cyberbullying) constituye, 
por lo tanto, una variable reconocida para las poblaciones que atendimos. Por 
este motivo, la performance del sistema sexo/género también se encuentra co- 
dificada por todos estos aspectos, dejando su impronta tanto para aquellos que 
pretenden minimizar sus daños como para quienes de ello pretenden hacer un 
uso placentero. El impacto de estas modalidades en el fluir de los relatos se torna 
altamente significativa al naturalizarse como estilo. No se trata apenas de una 
sucesión de contenidos, su fuerza es genésica; opera sobre los propios procesos 
de construcción de la realidad. Nicholas Carr se ha ocupado de epilogar sus 
investigaciones advirtiendo sobre ello: 

Los ordenadores, como señalara Joseph Weizenbaum, se limitan a aplicar reglas, 

no a hacer juicios. Incapaces de subjetividad, se atienen a una fórmula. La his- 

toria revela cuán profético fue Weizenbaum hace decenios al advertirnos de que 

cuanto más nos acostumbramos a nuestros ordenadores y dependemos de ellos, 

más fácil es que caigamos en la tentación de confiarles tareas que requieren sabi- 

duría. Y una vez que lo hagamos no habrá vuelta atrás. El so/hvare se convertirá 

en indispensable para realizarlas (Carr, 2010/2011, pp. 268-2 69) 


La performance performativa del sistema sexo/género también se inscribe 
en procesos de naturalización semejantes, aunque de mucha más larga data que 
las Tic. Estas últimas operan como nuevas herramientas para iterar funciones en 
un relatar que se viene relatando con anterioridad. 

Las derivas de la actividad recreativo-nocturna, teniendo presente estas 
cosas, se configuran como un flujo disipativo que trasciende encuadres témpo- 
ro-espaciales claramente delimitados. Vale insistir en este reconocimiento; nos 
encontramos frente a huellas de huellas, frente a una multiplicación de relatos de 
relatos dispuestos en haces de direcciones. Las reflexiones de Donna Haraway 
(1991/1995) se tornan aquí particularmente pertinentes. En efecto, a partir de 
los datos centrados en el párrafo anterior, la metáfora de la identidad cyborg 
parece irse configurando con especial utilidad instrumental. 


Escenas y deriva nocturna 


Entre las horas 21 y 22 de los días previos al sábado, así como a partir de 
las 2 3 de este último día, comienzan a trazarse las tramas de actividad que carac- 
terizan estos movimientos. Desde las puertas principales de los diferentes servi- 
cios universitarios, y una vez finalizadas las actividades cotidianas, se configuran 
erupalidades que poco a poco inician sus desplazamientos hacia los bares más 
cercanos. A dichos actores se suman, algo más tarde, concurrentes desde otros 
lugares que hasta allí se dirigen atraídos por los espectáculos que eventualmente 
pudieran ofrecerse, así como también por los propios movimientos que tales 
concurrencias despiertan. 

Durante las primeras horas, estas tertulias se encuentran caracterizadas por 
conversaciones en las cuales se suele tematizar el cierre de las actividades del día. 
De este modo, en las mesas de los bares se establecen grupos de compañeros 
de estudio o de trabajo que comparten reflexiones sobre sus labores cotidianas. 
Por tal razón, estos grupos iniciales presentan mayores rasgos de homogeneidad 
en relación a los que posteriormente se irán conformando. Las modalidades de 
consumo suponen algunas bebidas alcohólicas y tabaco, lo cual hace que rápi- 
damente se vayan completando los espacios en los que la práctica de fumar se 
encuentre habilitada. Así, las terrazas y mesas callejeras resultan ser las primeras 
en completarse, al tiempo que se inician movimientos de entrada y salida hacia la 
calle. Estos movimientos obedecen a los tránsitos de aquellos fumadores que, sin 
haber encontrado espacios disponibles en el exterior, se hayan visto obligados 
a ubicarse en el interior de los bares. De este modo, comienza a configurarse el 
carácter trashumante de las movidas nocturnas. Este carácter se consolidará unas 
horas después, cuando los concurrentes más parciales (aquellos que consideran 
finalizada su tertulia cotidiana) se vayan retirando. 

Como no resulta posible atender directamente a las orientaciones identitarias 
de los usuarios observados, no si no lo es a través de asociaciones de sus prácticas 


con presunciones sobre estas orientaciones, el identificar a los personajes de la 
performance como «hombres» o como «mujeres» solo resulta posible a través de in- 
ferencias que parten desde sus manifestaciones. Del mismo modo, solo a partir de 
estas inferencias resulta posible identificar si estamos observando escenas hetero, 
homo o bisexuales. Estas inferencias no pueden evadir su condición de inscribirse 
en las condiciones de enunciación que las hace posibles. Por esta razón, las nomi- 
naciones utilizadas en este escrito refieren necesariamente a estas asociaciones, y 
como tales deberían ser atendidas. Estas nominaciones refieren a actantes, a cro- 
notopos (Bajtín, 1979/1999) en los relatos. El situar aquí este reconocimiento se 
explica por la necesidad de recordar que nos encontramos ante una configuración 
narrativa, por ello vale señalar que nos referimos a personajes de relatos. Se trata, 
entonces, de roles en la trama de textos del sistema sexo/género antes que de 
materialidad concreta, de una búsqueda en la comprensión de los papeles de una 
performance antes que de la identificación de cualidades personales. Los procesos 
de naturalización propios de la cualidad performativa del lenguaje son aquellos 
que nos obligan a plantear este párrafo/paréntesis. 

Las mesas de los bares se habitúan a la presencia de diversos objetos en 
relación directa con las modalidades de consumo para las cuales estas mesas se 
disponen. Es frecuente encontrar en ellas, además de los inevitables equipos 
comunicación (smartphones), varias botellas de cerveza, eventualmente vinos, y 
vasos con distintas bebidas destiladas. Por otra parte, también aparecen allí al- 
gunos de los elementos de las «picadas» (acompañamientos similares a las «tapas» 
españolas y cercano al «antipasto» italiano) habituales en la zona; pizza, fainá, 
muzzarella, aceitunas, quesos, maní, etc. 

Si toda taxonomía obedece fundamentalmente a las necesidades del taxón 
que territorializa antes que aquello a lo que refiere, esta verificación no inha- 
bilita una tipificación operativa que nos indique cuáles son las preferencias de 
consumo que hemos contemplado en nuestras observaciones. En este sentido, 
hemos registrado distintas tendencias relacionadas con juegos de identidades 
articuladas con roles de masculinidad y femineidad. El consumo de cerveza pa- 
rece orientado por igual hacia ambos términos del binomio, cosa que también 
sucede con los vinos, aunque con una preeminencia más acentuada hacia rosados 
y blancos desde el plano femenino y hacia los tintos desde el masculino. Sin em- 
bargo, en el caso de los destilados las identidades se dirigen hacia opciones más 
claramente discriminadas. Las bebidas o «tragos» con características de dulzor 
(grappamiel, licores, cocktails con frutas) parecen ubicarse como predilectos para 
la trama femenina, mientras que aquellas que se destacan por un contenido de 
mayor sequedad (grappa, caña, whisky, vodka, ginebra), así como algunos «tra- 
gos» característicos de los bares montevideanos (grappa con limón y «medio y 
medio», compuesto con media medida de caña y media medida de vermut rojo), 
aparentan ser escogidos por la trama masculina. Los cuerpos de las identidades 
masculinas parecen ingerir una mayor cantidad alcohol que los de las femeninas, 
tal como lo registran las facturas de los comercios. Sin embargo esto no implica 


una mayor prevalencia de la embriaguez en el caso de los primeros; ambos sec- 
tores del binomio parecen mostrar similares prevalencias de intoxicación. Ello 
podría explicarse, entre otras cosas, porque por lo general (aunque no siem- 
pre), las mujeres tienen un mayor porcentaje de grasa corporal que los hombres. 
Como tales, tienen un menor porcentaje de agua en sus cuerpos. Esto significa 
que cuando un hombre y una mujer de igual peso beben la misma cantidad, el 
alcohol en el torrente sanguíneo de la mujer se diluirá menos y será porcentual- 
mente superior que en un hombre (Estruch, 2002). Como se suele decir en las 
conversaciones nocturnas, «las mujeres necesitan menos para que les pegue más». 
Estas diferencias no aparecen para el caso del tabaco, ambos (en el caso de ser 
fumadores) establecen formas de relacionarse con el cigarrillo que poseen simi- 
lares características, aunque los fumadores de tabaco negro sean más frecuentes 
entre los hombres. 

En la medida en que trascurren las horas, y tal vez bajo los efectos deshi- 
nibidores del alcohol, los movimientos de las performances del sistema sexo/ 
género se van configurando con mayor claridad. Los juegos de estas identidades, 
así, van otorgando mayor fuerza al accionar nocturno. En este marco, los actos 
de la performance pasan a visibilizarse, desde allí, de manera más definida. El 
uso del mostrador (la barra) aparece más frecuentemente asociado a identidades 
masculinas, así como su acercamiento a la movida en modalidad solitaria. La 
identidad femenina prefiere localizarse en las mesas y en corro, en torno a ellas o 
en torno a espacios callejeros. Es posible identificar hombres que se aproximan 
solitariamente a la movida para luego integrarse al devenir de los colectivos, o 
que opten por no integrarse configurando posturas de observadores pasivos. No 
sucede así con las mujeres; lo más frecuente es que aparezcan en grupos. Cuando 
lo hacen solitariamente, frecuentemente se integrarán con otros que las estaban 
esperando o esperarán la llegada de aquellos con quienes hayan coordinado al- 
gún encuentro. De acuerdo con los informantes, sería difícil encontrarse con 
mujeres bebiendo en solitario, ya sea en la barra o en las mesas. No obstante, esto 
también puede aparecer, aunque excepcionalmente. 

Poco a poco, comienzan a llegar grupos de personas que se trasladan espe- 
cíficamente a la actividad nocturna; grupos en los cuales son más claros los ejer- 
cicios de «producción» y en los cuales la presencia colectiva de identidades de 
género se delimita expresamente; se trata de grupos de «tipos» o grupos de «ti- 
pas». En dichos grupos, es posible constatar un mayor ejercicio de «producción» 
para las tramas de identidad femenina («están más producidas») que para aquellas 
que se relacionan con la identidad masculina. La «producción» femenina aparece 
expresamente dispuesta, mientras que la «producción» masculina aparece como 
más casual. Sin embargo, la disposición altamente teatralizada de los lenguajes 
corporales permite presuponer que dicha apariencia de casualidad también for- 
ma parte del ejercicio productivo de la masculinidad, tanto como lo es la expresa 
y detallada «producción» para los juegos de identidad en la feminidad. 


La dirección de las miradas, que no ocultan su carácter fiscalizador (a tra- 
vés de comentarios y expresiones gestuales), también encuentra un orden de 
diferencia. Mayoritariamente la mirada masculina se dirige hacia las mujeres, 
evaluando sus cualidades así como la posibilidad de lograr una seducción. Estos 
parámetros suelen ser valorados y discutidos en el intragrupo. Habitualmente, 
desde allí se habilitan juegos competitivos en torno a la capacidad de logros, 
por parte de los actantes, para el ejercicio de la seducción. Si bien estos juegos 
también se diagraman dentro de los grupos de mujeres, sus miradas evaluativas 
no se dirigen (al menos inicialmente) hacia hombres sino hacia mujeres, prima- 
riamente del exogrupo. La mirada femenina, entonces, opta por evaluar primero 
a otras mujeres, analizando sus cualidades, la calidad de sus «producciones» y el 
estatuto de los hombres con los cuales puedan venir acompañadas. Las reglas del 
juego de la competencia aparecen aquí marcadas de formas diferentes; si bien 
los hombres y las mujeres compiten entre sí desde similares ejercicios competi- 
tivos, estos se diagraman desde modalidades diferenciadas. En las observaciones 
en La Tortuguita, una de las informantes nos señalaría una hipótesis acerca de 
estas diferencias: «Los tipos siempre están peleando para ver quien la tiene más 
larga, y las tipas siempre están peleando para ver quien consigue al que la tiene 
más larga». Esta frase, que parece constituir juegos de diferencias en función de 
presencia y ausencia, toma diversas modalidades de enunciación, pero aparece, 
de manera iterativa, en un porcentaje significativo las observaciones realizadas. 
No obstante, estos juegos de relaciones aparecen conformando los estatutos de 
lo esperable; lo activo se asocia con lo masculino y lo pasivo con lo femenino, 
en proceso de naturalización de aquellas prácticas sexuales adjudicadas a ambos 
términos del binomio. 

Por otra parte, también aparecen distinciones en relación a las modalidades 
para el consumo de alcohol. La manera femenina manifiesta una mayor proxi- 
midad con un uso manifiestamente colectivo; lo más frecuente consiste en la 
disposición de botellas de cerveza compartidas desde la superficie de la mesa. La 
relación con la bebida se muestra aquí más instrumental a las relaciones inter- 
personales. Las botellas aparecen, así, como habilitadoras del intercambio con- 
versacional, como herramientas de relación en la las cuales la ingesta de la bebida 
pasa a un segundo plano frente a la preeminencia que adquiere la conversación 
por sí misma. Si bien los hombres también utilizan el consumo de alcohol como 
instrumento de intercambio, estos parecen preferir jerarquizar el consumo para 
sí mismos, motivo por el cual el acto de beber parece más individual. De este 
modo, la ingesta adquiere una preeminencia por sí misma, y es desde ella que se 
habilita el relacionamiento. Antes de ser privilegiada como vehículo instrumen- 
tal para las relaciones, la bebida pasa a ser considerada como punto de partida 
desde el cual las conversaciones se realizan. El beber constituye, aquí, una acti- 
vidad desde la cual se habla, antes que una actividad de intercambio que facilite 
la conversación. Por ello resulta más usual encontrar vasos con dosis individuales 
en las mesas con impronta masculina que en aquellas de trazas mayoritariamente 


femeninas. Estas últimas parecen preferir el compartir una botella con el objeti- 
vo de charlar antes que consumir su propia bebida y charlar desde allí. 

En la medida en que avanza la noche se van desdibujando las especificidades 
grupales de las mesas. Si bien resulta posible diferenciar unas de otras, los inter- 
cambios entre ellas se van extendiendo y los grupos pasan a superponerse como 
conjuntos de estructuras disipativas. Por otra parte, estos tránsitos comienzan a 
incluir traslados que facilitan la superposición entre diversos bares, así como la 
integración de los espacios públicos, desdibujando los límites entre interioridad 
y exterioridad. La calle Tristán Narvaja se va configurando como un espacio 
múltiple, que comprende a todos sus bares y a la misma calle en modalidades 
interactivas. Se puede constatar el ir y venir de un bar a otro, traslados hacia 
lugares algo más alejados (como UniBar, Barbacana y últimamente Clandestino 
Bar), así como la conformación de grupos callejeros que en corro comparten 
cerveza y, en algunos casos, marihuana. 

Los baños de los bares, además de cumplir con aquellas funciones para las 
cuales fueron dispuestos, operan asimismo como espacios de administración de 
ciertas operaciones que demandan algún margen de privacidad. Allí se retocan 
eventuales desajustes de «producción», se conversa sobre algunas de las activida- 
des de la noche, y se coordinan movimientos consecuentes. Eventualmente, tam- 
bién operan como espacios clandestinos en los cuales aspirar («jalar») cocaína, así 
como transacciones comerciales ilegales («tranzas») referentes a sustancias ilícitas. 
Como la mayor parte de los baños públicos, estos espacios constituyen también 
un privilegiado telón para la traza de grafitis en los cuales sus usuarios expresan lo 
políticamente incorrecto. En este último plano, pese a la constante re-escritura y 
borroneo, fue posible constatar (durante el lapso del trabajo de campo) algunas di- 
ferencias entre las grafías presentes en los baños dispuestos para hombres de aque- 
llas localizadas en los dispuestos para mujeres. En efecto, en los baños masculinos 
abundan referencias a la competitividad deportiva y el uso de adjetivos peyorati- 
vos de carácter homofóbico. En los baños femeninos, en cambio, abundan referen- 
cias hacia las aptitudes sexo-genitales de figuras masculinas, reivindicaciones de 
la identidad femenina y resarcimientos lésbicos. Las paredes de los baños, además 
de exponer particulares modalidades de entender el humor, parecen mostrarnos 
diferentes posicionamientos frente a las prácticas sexuales, así como formas de 
valoración disímiles ante aquellos ejercicios asociados a categorías homosexuales. 

Similares características se pueden constatar en las escrituras grafiti realiza- 
das sobre mobiliario urbano de los alrededores. El arte del grafiti, al constituirse 
como experiencia témporo-espacial articulada en imagen, exige la identificación 
de un conjunto de condiciones de existencia sin la cual sus cualidades (en tanto 
grafiti) se desdibujarían. Estas condiciones pueden ser entendidas desde aquello 
que Mijaíl Bajtín (1979/1999) señalara como heteroglosia de la expresión; cada 
palabra hablada o escrita está constituida por series de condiciones (históricas, 
políticas, meteorológicas, psicológicas, etc.) que le darán un carácter único al 
significado de esa palabra, siendo a su vez diferente del significado que tomará 


el mismo significante expresado bajo otro conjunto diferente de condiciones. Se 
trata, nuevamente, de aquello que advirtiera Jacques Derrida (1967/1989): nada 
hay fuera del texto. Válido para las trazas del mobiliario urbano, para aquellas 
> 
de los baños y para los soportes no verbales en general, así como para toda la 
trama performático-performativa a la cual venimos atendiendo. La heteroglosia, 
esa cualidad de interdependencia entre signos y entre sistemas de signos, da por 
predecible el fenómeno de la iteración. Así, los grafitis transportan consigo las 
condiciones en las que se inscriben. Como advirtiera Michael Billig (1996), las 
percepciones de los espectadores, así como la comprensión de lo que ante ellos se 
presenta, se liga necesariamente con el conocimiento de las condiciones de enun- 
ciación de lo manifestado. Por todo esto, en la trama de circulación que configura 
la deriva urbana entre todos estos bares, es posible constatar similares juegos 
retóricos a los constatados entre sus baños. La continuación de la calle Tristán 
Narvaja, a través de la peatonal Emilio Frugoni (que separa el edificio central de 
> 
la Universidad de la República del edificio de la Biblioteca Nacional), así como 
»] 

la cuadra de la calle Guayabos en dirección a la calle Eduardo Acevedo, configu- 
ran uno de los recorridos más directos entre la centralidad de La Tortuguita, el 
UniBar y La Bastilla. Resulta pronosticable, entonces, identificar en estos juegos 
iterativos similares trazas, juegos retóricos que concilian las paredes de los baños 
de estos bares con el mobiliario de dicho trayecto urbano. 

Cerca de la medianoche, la actividad comienza a configurarse desde el cen- 
tro de su estructura disipativo-temporal. Las grupalidades empiezan a mani- 
festar dos diferentes direccionalidades en sus modalidades tertulianas. Por una 
parte, algunos grupos pasan a profundizar un cierre sobre sí mismos; se trata 
de aquellos concurrentes para los cuales el núcleo que los ha convocado se sos- 
tiene fundamentalmente en las actividades del día a través de encuentros con 
sus compañeros de tarea. Por otro lado, se manifiestan más claramente aquellos 
grupos que asisten a estas actividades convocados primordialmente por la even- 
tualidad de instituir nuevas relaciones sociales, así como por la probabilidad de 
establecer contactos de carácter afectivo y sexual. Estos últimos serán aquellos 
que multiplicarán sus tránsitos trashumantes, desplazando el impacto perceptivo 
de los primeros hacia un segundo plano. Si bien, de manera ocasional, pueden 
acontecer derivas desde una a otra modalidad, a lo largo de la noche ambas mo- 
dalidades se irán posicionando como colectivos claramente discriminados que 

»] 
además, irán perdiendo su mutua percepción. Los primeros irán así desdibujan- 
do su visibilidad en contraste con los segundos, que irán ocupando lugares cada 

El 
vez más significativos en el interior de la noche. 

Es entonces cuando comienzan a trazarse procesos de cortejo que van ad- 
quiriendo cualidades de ritual. En este punto, consideramos operativa una breve 
glosa sobre los mismos. El etólogo británico Desmond Morris, reconocido por 
El mono desnudo (1967/1992), considera que las pautas de aproximación sexual 
podrían ser resumidas en apenas una docena de procedimientos: 


1. Mirada al cuerpo. |...] 2. Mirada a los ojos. |...| 3. Intercambio vocal. |...] 
4. La mano en la mano. |...] 5. El brazo en el hombro. [...] 6. El brazo en la 
cintura. [...] 7. La boca en la boca. [...| 8. La mano en la cabeza. |...| y. La mano 
en el cuerpo. |...| 10. La boca en el pecho. [...] 11. La mano en el sexo. [...] 
12. El sexo en el sexo. |...] (Morris, 1971/1974, PP. 37-39). 

Estas son, pues, las doce etapas típicas en el proceso de formación de la pare- 
ja. Hasta cierto punto, están culturalmente determinadas, pero dependen, en 
grado mucho mayor, de la anatomía y de la fisiología sexual común a nuestra 
especie. Las variaciones impuestas por las tradiciones y los convencionalismos 
culturales, y por las peculiaridades personales de ciertos individuos poco co- 
rrientes, alterarán de muchas maneras aquella secuencia básica, y estas maneras 
pueden estudiarse ahora sobre el telón de fondo de la serie típica que acabamos 
de examinar. (Morris, 1971/1974, p. 39) 


Autor referente para la sociobiología, Morris opta explicar la conducta hu- 
mana desde un punto de vista estrictamente zoológico. Por ello, sobrecodificado 
por los procesos de territorialización de dicha disciplina, deja de lado las estra- 
tegias de semiotización inherentes al acontencer histórico. Reduce tales variables 
a «convencionalismos culturales» y los desplaza hacia un segundo plano. esta ha 
sido una de las críticas centrales que ha merecido la sociobiología. Stephen Jay 
Gould (1981/2003) identifica allí vínculos con el determinismo biológico, com- 
parables al darwinismo social, el movimiento eugenésico y las discusiones sobre 
los tests de coeficiente intelectual de la década de 1970; con el consiguiente 
riesgo de justificar un estado de cosas conveniente para las élites y de colaborar 
con la legitimación de programas políticos conservadores. Efectivamente, la so- 
ciobiología ha servido para justificar las actividades de la Heritage Foundation 
contra afroamericanos, así como los posicionamientos del British National 
Front. Sin embargo, el anarquista Noam Chomsky (1972/1979), aunque recha- 
zara las conclusiones de los sociobiólogos, ha reivindicado su modalidad opera- 
tiva. Algunos de estos procesos de naturalización biológica pueden identificarse, 
también, en una fundamentación de corte sociobiológico para la anarquía a car- 
go de Piotr Kropotkin (1902/2009). El propio Morris, a partir de su tránsito 
por las diferentes culturas, logra evadir este tipo de objeciones acercándose al 
feminismo a partir de La mujer desnuda (2004/2005). Es que, en última instan- 
cia, no hablamos más que de relatos diferidos y diferenciados, que devienen en 
haces de significación. Se trata de aquellos juegos de la d¿/fJérance que preocupa- 
ran a Derrida (1967/1989); un discurrir en flujos de tramas. Como prácticas de 
animales semióticos, los aconteceres humanos se inscriben en permanentes pro- 
cesos de significación, ninguna de sus actividades puede ser comprendida por 
fuera de las estrategias de semiotización de las cuales da cuenta. Por esta razón, 
las pautas de aproximación del cortejo humano no pueden reducirse a los doce 
procedimientos que señalara Morris en el Comportamiento íntimo (1971/1974). 
Estas no pueden ser explicadas desde de la jerarquización de «la anatomía y de 
la fisiología sexual común a nuestra especie» (Morris, 1971/1974, p. 39). Los 
seres humanos producen y consumen signos, y es desde allí que su realidad se 
configura, por dicha razón esto no podría ser desplazado a un segundo plano. 


Como señaláramos anteriormente, y una vez iniciada la centralidad de esta 
movida nocturna, los modos de acción asociados a modalidades de cortejo pasan 
a desplegarse iterativamente. En efecto, la noche en estos espacios integra una 
serie de acciones simbólicas directamente relacionadas con la performance del 
sistema sexo/género. La actividad recreativo-nocturna, sustentada en sistemas 
de creencias y modos de hacer de la memoria colectiva, conforma un hito per- 
formativo fundamental a la hora de diagramar las pautas de aproximación sexual. 
La noche en los boliches es percibida como un acontecimiento de «cargue» o de 
«levante», lo cual instituye tales prácticas en dichos lugares. La salida nocturna, 
entonces, se dispone como un signo cardinal del cortejo. Estas características 
son aquellas que le confieren su carácter de ritual; constituye un conjunto de 
ritos (costumbres o ceremonias) asociados a procederes existenciales. Y, como 
todos los rituales, responde a la necesidad de realizar, de confirmar o de reforzar 
un sistema de creencias; allí se sostiene su cualidad performativa. Relato que 
relata relatos, el ritual de cortejo relata también las condiciones de existencia de 
tales relatos, así como del propio ejercicio de relatar. 

Vale señalar los significados que el diccionario de la RAE les confiere a estas 
palabras utilizadas en la jerga nocturna montevideana para establecer la posibi- 
lidad de relaciones sexuales: 

cargar (Del lat. vulg. carricare, y este der. del lat. carrus carro”). 1. tr. Poner o 

echar peso sobre alguien o sobre una bestia. 2. tr. Embarcar o poner en un ve- 

hículo mercancías para transportarlas. 3. tr. Proveer a algún utensilio o aparato 

de aquello que necesita para funcionar. Cazgar una estilográfica, un arma. 4. 

tr. Introducir la carga o el cartucho en el cañón, recámara, etc., de un arma de 

fuego. Carga los cartuchos en la escopeta. 5. tr. Suministrar energía eléctrica 

a un cuerpo. 6. tr. Acopiar con abundancia algunas cosas. 7. tr. Aumentar, 

agravar el peso de algo. 8. tr. Imponer a alguien o a algo un gravamen, carga u 

obligación. 9. tr. Imputar, achacar a alguien algo. Fa] (RAE, 2018) 


levantar (De /evante, ant. part. act. de levar). 1. tr. Mover hacia arriba algo. U. 
t. c. prnl. 2. tr. Poner algo en lugar más alto que el que tenía. Ú. t. c. prnl. 3. tr. 
Poner derecha o en posición vertical la persona o cosa que esté inclinada, ten- 
dida, etc. U. t. c. prnl. 4. tr. Separar algo de otra cosa sobre la cual descansa o a 
la que está adherida. Ú. t. c. prnl. 5. tr. Dirigir hacia arriba algo, especialmente 
los ojos o la mirada. 6. tr. Recoger o quitar algo de donde está. Levantar la 
tienda, los manteles. 7. tr. Alzar la cosecha. 8. tr. Construir, fabricar, edificar. 9. 
tr. Proceder a dibujar un plano de una población, una construcción, etc., según 
procedimientos técnicos. [...] (RAE, 2018) 


La movida nocturna centrada en Tristán Narvaja es percibida como un lugar 
donde resultan factibles, pues así aparece integrada a su cotidianidad, las posibili- 
dades de «cargar» o «levantar». Si todo proceso de significación se diagrama como 
un haz, esto sucede tanto en los sentidos hacia donde se dirige como en aquellos 
desde los cuales proviene. El uso de estas palabras como sinónimos de la activi- 
dad de cortejo nos proporciona datos sobre sus procedimientos de significación; 
procesos que se manifiestan de este modo asociados con la apropiación de bienes. 


Es en este marco que hemos tenido la oportunidad de asistir, en una de las mesas 
masculinas de La Tortuguita, a un debate en el cual se discutió la eventualidad 
de considerar a las mujeres como «bienes de uso» o «bienes de intercambio». Este 
recurrir a un uso caricaturizado del instrumental retórico del marxismo colabora 
con la posibilidad de acceder a ciertas modalidades de semiotización de las rela- 
ciones presentes en estos rituales. Tanto el valor de uso como el valor de cambio 
(mercancía) pasan a configurar reglas de juego a la hora del intercambio sexual. 
Inscrito este en un modo de producción capitalista, sus reglas de funcionamiento 
también parecen adjuntarse en este intercambio. Si la unidad general del capita- 
lismo se sostiene en la mercancía, esto sucede porque su forma de funcionamiento 
se relaciona con la acumulación de ella. Así, el valor de uso pasa a ser abstraído de 
la mercancía posibilitando la producción de plusvalía. Este conjunto de relacio- 
nes, entonces, parece inscribirse en un juego de capitalismo simbólico; los bienes 
de uso devienen en bienes de intercambio orientados a producir más capital sim- 
bólico (tanto variable como constante) y, en última instancia, plusvalía. Por ello, 
estas relaciones humanas no parecen configurar aquí solo el acceso a bienes de 
uso afectivo-sexual, sino también la acumulación de bienes simbólicos destina- 
dos a producir mayor acumulación de tales bienes; capital en el sentido que le es 
adjudicado por la economía política a tal significante. La satisfacción no aparece 
aquí solamente relacionada con la sexualidad, sino también con la acumulación de 
objetos simbólicos a ella vinculada, lo cual permitiría un crecimiento jerárquico 
dentro del circuito allí en juego. 

El éxito en los rituales de cortejo posibilita acceder al estatuto de ser más o 
mejor hombre, así como más o mejor «mina». Para su uso en el Río de la Plata, el 
vocablo mina ha logrado sinonimia con la palabra ayer. La procedencia de este 
significante resulta un buen analizador de los procesos falogocéntricos que estu- 
diara Jacques Derrida (1975/1997). Su procedencia se relaciona con una metá- 
fora despectiva del lunfardo para referirse a la prostituta; la «mina» sería el lugar 
de donde el «fiolo» (proxeneta) extrae la «plata» (dinero). La forma en la cual esta 
procedencia ha devenido en una sinonimia con la identidad femenina posibilita 
reflexiones sobre los procesos de centralización masculino-genital-heterosexual 
en el Río de la Plata. 

De este modo se permitiría acceder al acopio de bienes para el intercambio 
simbólico. Los rituales de cortejo, como les corresponde en tanto rituales, com- 
prenden tanto a los actores protagonistas del «levante» como al colectivo confi- 
gurado como público. La «carga», consecuentemente, se dibuja como actividad 
personal y, paralelamente, como espectáculo montado dentro de la performance 
del sistema sexo/género. 

En estos juegos, la administración del espacio y de los movimientos nos ha- 
bla sobre los roles y, por lo tanto, también sobre las estrategias de semiotización 
inscritas en estos procederes. Este plano conforma otro sistema de signos desde 
las características de esta forma de relatar. Relatos de relatos, la amalgama de 
lenguajes del sistema articula estos soportes no verbales con las procedencias de 
las metáforas del «cargue» y el «levante». 


En esta performance nocturna, roles masculinos y roles femeninos operan 
desplegando ritos que revaliden el grado de probabilidad de las identidades. De 
este modo, aparece un conjunto de escenas orientadas a prescribir las cualidades 
iterativas del sistema. Los personajes masculinos, en acuerdo con las disposi- 
ciones de su guion, se dispondrían a atrapar aquellos personajes femeninos que 
consideren disponibles. Estos últimos, en cambio (también en acuerdo con las 
disposiciones del guion), se dispondrían en posicionamiento figuradamente pasi- 
vo; se expondrán para ser capturados o establecerán tácticas para evitarlo. El par 
hombre/mujer aparece así sobrecodificado desde un binarismo aparente entre 
actividad y pasividad; unos en el acecho, otros en la oferta. 

Sin embargo, esta codificación no puede ocultar su carácter de paradoja. 
Si por pasiva se califica a la persona «Que deja obrar a los demás o permanece 
al margen de una acción» (RAE, 2018), no aparecen en nuestra movida actores 
que puedan así ser calificados. En los juegos del cortejo no aparecen personajes 
que ocupen roles en sinonimia con dicha categoría. No se configuran personajes 
indiferentes, inertes, inmóviles, inactivos, estáticos, quietos, o insensibles. Lejos 
de ello, las tramas de la performance constituyen figuras activas, «que obra|n] 
o tiene[n] capacidad de obrar» (RAE, 2018). La totalidad de los personajes del 
guion pueden ser adjetivados con funciones asociadas a la actividad, operan 
dinámicamente. Por definición, en los espacios del juego todos los jugadores 
juegan. No hay exterioridad al juego, no mientras se esté jugando. No obstante, 
los diferentes papeles asumidos implican también el asumir roles binarios que se 
articulan con estas presunciones de lo activo y lo pasivo; aunque no se trata más 
que de un juego en el cual todos juegan a creer en dichas presunciones. Pero es- 
tos juegos tienen cualidades performativas; constituyen, performan, aquello a lo 
cual se refieren. Sandino Núñez, a través de Disney War (2011), se ha ocupado 
de atender a esta particular modalidad de sobrecodificación que nuestros juegos 
poseen. Justamente, allí se encarga de señalar que lo que le confiere al juego la 
cualidad de ser libre se sostiene en la posibilidad de dejar de jugar. El recono- 
cimiento del carácter ficticio del juego es lo que garantiza que el problema de 
las propias condiciones de existencia del jugador sea planteado. No obstante, y 
como se inscribe en juegos de lenguaje, su carácter performativo minimiza esta 
posibilidad. Por eso se dificulta diferenciar entre las reglas del juego y el más 
allá de dicho juego, perdiendo así la percepción de identificar la salida y confi- 
gurando todo como parte del juego. En su blog personal, bajo el titular «juegos 
absolutos» (2011), Núñez extrae un fragmento de Disney War que nos permite 
reflexionar sobre estos aspectos: 

Sin el recurso de la realidad, sin posibilidad alguna de despertar del sueño, todo 

crece y se exacerba en el exponente realista del juego hasta enterrarse finalmen- 

te, como un cuchillo o una bala, en lo Real del cuerpo y de la vida. Y todo está 

ciegamente cosido en mmicry, en la deslumbrante economía hiperrealista de 

los roles, la mímesis, la expresión y el disfraz. Si hombre /mujer es un concepto, 

un antagonismo que organiza y da sentido a la energía social en la realidad (los 


relatos de la alteridad, el deseo, la seducción, etc.), macho/hembra son disfraces 

hiperrealistas que tocan el cuerpo, lo producen y lo arman (como el disfraz de 

mujer hecho de piel de mujer que se estaba confeccionando el travesti psicóti- 

co Buffalo Bill, en 7he silence of the lambs). La tecnología transformista de la 

vestimenta, la cirugía, las hormonas, la gimnasia, la gestualidad, aparece como 

la «solución final» sobre el cuerpo, de un furor o un empuje de realismo (verosi- 

militud o engaño) que nace sin metáfora y parece condenado a no detenerse. Lo 

mismo ocurre con los demás roles sociales: padre de familia, jefe, intelectual, 
académico, técnico, militante, mujer fatal. Los rasgos de la subjetividad son 
absorbidos totalmente por los roles y los disfraces en la fiesta pagana despreo- 

cupada y alegre del carnaval de los juegos. (Núñez, 2011, dic. 28). 

Los jugadores juegan sus personajes y los personajes juegan sus jugadores, 
las fronteras entre unos y otros continúan desdibujándose en haces de sentidos. 
Desde los mostradores, las mesas y los tránsitos callejeros, las figuras masculinas 
juegan a evaluar las direcciones de sus capturas. El ritual comprende procedi- 
mientos de observación y evaluación de las posibilidades de seducción, junto 
con comentarios al respecto con grupos de pares. Este es el momento el cual se 
despliega la «manija» (influencia que alguien intenta ejercer sobre otra persona 
para incitarla a pensar o a actuar de cierta manera), procedimiento predecible 
desde el carácter societario que implican estos ritos; el actor espera el apoyo de 
sus pares a la vez que los pares presuponen que así es como se debe actuar. El 
establecimiento de estrategias de aproximación comprende miradas insistentes, 
aproximación gestual y halagos centrados en la belleza; la ceremonia siempre im- 
plica la reiteración de estos procederes. Eventualmente, se recurre al auxilio de 
terceros para acceder a números de teléfono celular con el objetivo de llamar o 
enviar mensajes (sms) o para establecer vínculos de intermediación que faciliten 
el acercamiento. La experiencia anterior en estos juegos, reafirmada desde la in- 
sistente «manija» del grupo de pares, diagramarán modalidades de presentación 
en la que se expongan (reales, exageradas O fantaseadas) cualidades protagónicas 
dentro del capital simbólico allí considerado. En el universo semiótico del eje 
universitario Cordón adquiere particular valor la participación en actividades ar- 
tísticas, gremiales o académicas, así como la cercanía con consonancias identifi- 
cadas con lo alternativo, minoritario o underground (contracultural, en el sentido 
acuñado por Theodore Roszak, 1968/1981). Una frase reiterada de la noche, 
con pocas modificaciones gramaticales; «la mina siempre quiere una buena par- 
la» (conversación persuasiva tal como se la entiende en la jerga nocturna). Una 
vez establecidas líneas directas de comunicación, se suceden conversaciones en 
las cuales ambas figuras intentan exponer, siempre en el marco de este universo 
semiótico, la buena calidad del producto ofrecido. 

Los actantes femeninos, tan activos como los masculinos, juegan sin embar- 
go a una posición de pasividad. Se circunscriben en mesas o pasillos buscando 
atraer la mirada de sus objetivos, motivo por el cual dedican un esfuerzo espe- 
cífico a las tareas de «producción». La centralidad de sus acciones prefiere atraer 
las miradas antes que jerarquizar el acto de mirar. Ello no implica que las miradas 


no se dirijan, sino que el no dirigirlas, enmascararlas como efectos casuales, con- 
forma a la disponibilidad de los juegos de seducción. La «manija» de pares, desde 
este lado del binomio, insta hacia estos procedimientos. Ante una llamada o un 
sms a través del celular, la ceremonia delimitará una aparente sorpresa, aunque 
esta haya sido coordinada. Una paciente atención a las exposiciones del capital 
simbólico de los pretendientes configura, asimismo, parte del diagrama prescrito 
de la ceremonia. Al tiempo que se despliega como herramienta de seducción, 
halagando las dotes del seductor y fortaleciendo así su autoestima. 

Si el «levante» masculino se juega desde acciones específicas, el «cargue» 
femenino lo hará desde una oportuna y estudiada espera. Si el primero juega 
a «trabajar» el encuentro, el segundo adjudicará la atracción a la «magia» de la 
noche, así como a difusas metáforas adjetivas, como «la química» o la percep- 
ción de «la piel». El posicionamiento manifiestamente activo de unos, así como 
el aparentemente pasivo de otros, compone diversos coeficientes de la com- 
prensión y del malinterpretar entre los personajes. La afirmación y la negación 
no siempre implican un sí o un no, pueden referirse apenas a movimientos 
dentro de un juego que tal vez conduzca hacia sus opuestos; la asociación lige- 
ra entre hombre/mujer y activo/pasivo fundamenta estas actuaciones. Ambos 
actores ejercitan sus papeles jugando a la fascinación con los roles interpre- 
tados; «Los rasgos de la subjetividad son absorbidos totalmente por los roles 
y los disfraces en la fiesta pagana despreocupada y alegre del carnaval de los 
juegos. (Núñez, 201 1, dic. 28). 

En el marco de estos juegos, y aún desde unas reglas ceremoniales prescritas, 
las reglas del juego se van reglando en la medida en la que este se juega. Esta «fiesta 
pagana» se extiende más allá de la búsqueda de partenaires sexuales. El ritual del 
cortejo tiende a configurar las modalidades de las relaciones femenino/masculinas 
pese a que estas no estén directamente vinculadas con los ejercicios de la seduc- 
ción; diagrama los demás juegos de la noche aunque estos no estén orientados es- 
pecíficamente hacia dicho plano. El juego del «histeriqueo» (seducción sin objetivo 
de consumación sexual) puede configurarse desde su específico carácter ficticio, 
habilitando así la posibilidad de dejar de jugar. Los agenciamientos colectivos de 
enunciación performan estas actuaciones en un proceso de territorialización iden- 
titaria, proceso que logra naturalizar estos rituales en relaciones que trascienden 
las necesidades concretas del cortejo; se juega a estar cortejando desde un juego 
anteriormente previsto para su abandono. He aquí uno de los tantos efectos dis- 
puestos desde esas tramas constituidas en el sistema sexo/género. 

Las particularidades de estos juegos, sus modalidades de reglamentación, 
su capacidad de transtextualizarse hacia movimientos no relacionados especí- 
ficamente con el «cargue», instituyen modos de hacer cuya mayor complejidad 
consiste en identificar la naturaleza de sus límites. Es aquí donde alcanzan a con- 
figurarse las dificultades y las interpretaciones desacertadas de los actantes. Las 
negativas, así como las afirmaciones, bien pueden ser interpretadas a la inversa; 
como simples jugueteos en las parodias del ir y venir. Estos malentendidos se 


multiplican también porque en el espacio de la movida nocturna no todos los 
actores se encuentran jugando a lo mismo. La salida en la noche compromete 
muchas actividades que trascienden a aquellas orientadas hacia los rituales de 
cortejo, aunque estos manifiesten reiteradamente su presencia. Se trata de una 
misma cancha en la cual se juegan diferentes juegos, no necesariamente arti- 
culados entre sí. En efecto, los bares también convocan a tertulianos que con- 
curren específicamente a reflexionar sobre las actividades cotidianas, así como 
a encuentros de pareja, a cenas de amigos o a aficionados a los eventuales es- 
pectáculos que allí se presenten. Si hay más de una lengua, también hay más de 
un texto-con-texto, y el contacto entre ellos puede resultar conflictivo. Como 
señalara Butler, el sexo/género conforma una performance performativa, y ello 
se materializa en un plano identitario. La identidad, por otra parte, tiende a 
esencializarse en un juego existencial que potencia los desencuentros. Este plano 
ontológico invita a la conflictividad; la identidad esencializada, diría Femenías 
(2008), implica violencia activada. 

Dicho plano de dificultad se manifiesta, insistentemente, en los relatos reco- 
gidos por nuestras entrevistas. La naturaleza ontológica de la asociación identi- 
taria entre lo activo/pasivo y lo masculino/femenino configura modos de hacer 
que se traducen en estos conflictos. La «manija» masculina hacia el acecho por 
«levantar», así como aquella femenina orientada hacia la oferta o el «zafe» (des- 
entenderse, librarse de un compromiso o de una obligación) en los «levantes», 
conduce a posicionamientos orientados tanto al ataque como a la defensa, me- 
táforas militares que, como señalaran Lakoff y Johnson (1980/2005), operan 
desde el fluir de estos textos de la vida cotidiana. Posiblemente, la disposición 
hacia la «conquista» componga estrategias de huida, defensas y amoldamien- 
tos por parte de quienes se diagraman desde la pasividad de la espera. Pero, 
como los juegos del cortejo se yuxtaponen territorialmente con otros juegos que 
poco tienen que ver con ellos, la irritación suele acompañar a quienes no están 
dispuestos a ser integrados en estos rituales. Esta amalgama de juegos configu- 
ra múltiples espacios de conflictividad, acentuados desde la naturalización del 
binomio activo/pasivo. Resulta previsible, entonces, la ocasional presencia de 
desencuentros; hacen a la propia naturaleza de los libretos característicos para la 
performance nocturna, máxime si uno de sus roles se configura desde una identi- 
dad que presupone el acto de acechar. La «fiesta pagana despreocupada y alegre 
del carnaval de los juegos» (Núñez, 2011, dic. 28) deviene en inconvenientes 
preocupados y sin tanta alegría; ciertos territorios no admiten la expansión de 
reglas de unos a otros, por ello la discusión o la huida se tornan ineludibles. La 
frecuencia de estas discordias se manifiesta reiteradamente en el fluir de nuestro 
eje recreativo-nocturno. 

Vemos a la persona con la que discutimos como un oponente. Atacamos 

sus posiciones y defendemos las nuestras. Ganamos y perdemos terreno. 

Planeamos y usamos estrategias. Si encontramos que una posición es indefen- 

dible, la abandonamos y adoptamos una nueva línea de ataque. Muchas de las 


cosas que hacemos al discutir están estructuradas parcialmente por el concep- 

to de guerra. Aunque no hay una batalla física, se da una batalla verbal, y la 

estructura de una discusión —ataque, defensa, contraataque, etc.— lo refleja. 

En este sentido, la metáfora UNA DISCUSIÓN ES UNA GUERRA es algo de lo que 

vivimos en nuestra cultura, estructura las acciones que ejecutamos al discutir. 

(Lakoff y Johnson, 1980/2005, p- 41) 

Las metáforas no se localizan estrictamente en los soportes verbales, sino 
en todo el proceder del dispositivo. Metáfora y concepto, lejos de diferenciarse, 
se sinonimian. La palabra y la acción no verbal no se desplazan entre sí sino que 
se configuran mutuamente, se performan. En última instancia, el hablar no es 
más que un modo de acción, por ello los aconteceres del sistema sexo/género 
bien pueden ser atendidos como movimientos dentro de un juego del lenguaje. 
Palabras, cuerpos y existencias juegan a un juego que se va reglando en la medi- 
da en que se juega. Sin embargo, no se trata de un juego libre, las posibilidades 
para dejar de jugar se difieren. Juego y realidad-más-allá-del-juego se codifican 
mutuamente hasta fagocitarse entre sí. Una línea de segmentaridad dura (mas- 
culino/femenino) dispone hacia la territorialización de modos de existencia que 
minimizan la posibilidad de identificar líneas de fuga. 

Los actantes actúan sus roles en estos juegos, y desde allí corren el riesgo 
de convocar a la conflictividad en estas derivas nocturnas. El poder activo se ma- 
nifiesta dentro de los guiones identitarios; poder activo en juego relacional con 
un poder vestido tras el signo de la pasividad. Lejos de eliminar a la resistencia, 
la «manija» masculina y femenina así la requiere. No hay exterioridad en estos 
juegos de poder, el binomio actúa desde posiciones de mutua constitución. 

En el corazón mismo de las relaciones de poder y constantemente provocán- 

dolas, están la resistencia de la voluntad y la intransigencia de la libertad. En 

vez de hablar de una libertad esencial, sería mejor hablar de un «agonismo», de 

una relación que es al mismo tiempo recíprocamente incitación y lucha, es una 

provocación permanente, en vez de una confrontación cara a cara que paraliza 

a ambas partes. (Foucault, 1983/2014, p. 24) 


Relatos desde la deriva nocturna 


Relatos de relatos, diálogos con actantes y escuchas de grupos nos han 
proporcionado una acumulación de narrativas que configuran el soporte verbal 
de nuestro texto-con-texto. En la pantalla de nuestro f4 (software de transcrip- 
ción) se iteran conversaciones que contribuyen con la trama de la performance 
que venimos dibujando desde apartados precedentes. Entrevistas realizadas a 
modo de mesa de bar, estas han buscado configurarse como conversaciones 
sobre los recuerdos de aquello vivido por los informantes en dichos espacios. 
Jugando un juego con estos juegos de lenguaje, nuestras conversaciones han 
jugado a estar allí respetando su modalidad coloquial. Atendiendo a que «las 
entrevistas en profundidad siguen el modelo de una conversación entre iguales 


y no de un intercambio formal de preguntas y respuestas» (Taylor y Bogdan, 
1984/1994, p. 101), intentamos aproximarnos a esta modalidad de intercam- 
bio, haciendo el esfuerzo de desplazar a un segundo plano la inevitable pre- 
sencia del dictáfono mp3 que registrara estas charlas. Hemos optado, a estos 
efectos, por confiscar sus recursos retóricos (que contienen tanto relatos de 
usuarios como de trabajadores en la movida nocturna), junto con aquellos que 
se configuran en los narrares que se habilitan desde los grupos de discusión 
para ello dispuestos. Así, nos hemos propuesto observar, durante este lapso, los 
juegos de mutua significación entre los más de un lenguaje que se configuran 
en estos agenciamientos colectivos de enunciación. 

Los investigadores no pueden evadir su cualidad de actantes en la trama 
a la cual atienden, pues en dicha trama inevitablemente se inscriben. Así, se 
configuran como participantes de estos programas narrativos, agrupando los 
diversos papeles que se ponen en juego desde su rol actancial. Por ello, resul- 
ta pertinente que sean reconocidos como signo activo en sus observaciones de 
campo, comprendiendo el espacio semiótico que ellos también ocupan en tanto 
signo. El texto a leer (al igual que el lector) se transforma en la misma medida 
en la que este es leído, convocando aquel principio de incertidumbre al cual 
refiriera Heisenberg (1955/1985); lo observado siempre acabará perturbado 
por el propio mecanismo de la observación. Los investigadores tienen acceso 
a diferentes textos, puesto que tienen acceso a personas, escenarios y cuerpos 
de conocimientos diferentes. La observación participante está dirigida por una 
mirada sesgada que sirve como instrumento de recolección de datos; ello obliga 
a que se deba reconocer cómo las miradas diagramadas por los diversos sistemas 
(sexo/género, etnicidad, clase social y aproximación teórica) pueden afectar la 
observación, análisis e interpretación y re-configuración de lo observado. 

En este plano del problema, las especificidades del eje universitario del barrio 
Cordón invocan variables que diagraman particularmente las lógicas de sentido 
que desde allí se procesan. Nuestras características (en tanto investigador, profe- 
sor adjunto, identidad masculina), así como las de los soportes no verbales (que 
nos adjudican una procedencia pequeño burguesa) no pueden pasar inadvertidas. 

Desde estos reconocimientos, y haciendo uso de una operativa etnometo- 
dológica (Garfinkel, 1968/2006), la observación participante ha colaborado con 
permitirnos observar aquello que los informantes no pueden (o no quieren) com- 
partir en entrevistas y grupos de discusión, así como observar las situaciones que 
allí se describen. Así, hemos identificado y guiado nuestras relaciones con los in- 
formantes, posibilitándonos (de este modo) acceder a un rapport operativo que nos 
permita seleccionar informantes, facilitar el proceso de investigación y contar con 
una fuente de preguntas dialógicas para ser trabajada con los participantes. 

En los tránsitos por la movida nocturna, nuestra postura de observador 
participante nos ha permitido recoger relatos y establecer vínculos con infor- 
mantes conscientes de nuestras actividades de observación. Ello nos ha permi- 
tido observar e interactuar lo suficientemente cerca con los entrevistados como 


para establecer dialogías sin participar directamente en aquellas actividades 
que configuran la trama de los relatos observados. No obstante, y pese a ello, 
nuestro juego dialógico necesita también ser reconocido como un relato vuelto 
a relatar desde las particularidades de nuestras cualidades performativas en 
tanto actantes del texto. 

En la medida en que la trama así lo ha ido habilitando, hemos ido selec- 
cionando aquellos informantes con los cuales la movida nocturna nos ha posi- 
bilitado (a través de lapsos en los cuales estos así lo han permitido) establecer 
conversaciones que pudieran ser registradas. En régimen de obediencia con la 
Ley Habeas Data (Parlamento del Uruguay, 2008), se ha puesto particular én- 
fasis en preservar el anonimato de los participantes en la escritura final y en las 
notas de campo para prevenir su identificación. La operativa con las individuales 
buscaron describirse de forma tal que los miembros de esta población no pue- 
dan identificar a los participantes; la confidencialidad constituye un componente 
definitorio para la confianza recíproca establecida con la población en estudio. 

En este marco, las entrevistas en profundidad recogen relatos provenientes 
de dos decenas de informantes que han accedido a que estas se realicen en las 
condiciones que se han señalado. Por ello se brindan solo condiciones globales 
que carecen de detalles específicos que pudieran identificar las individualidades 
de las personas que han colaborado con esta tarea. En estas condiciones globales 
vale indicar que estos informantes forman parte de una población heterogénea 
convocada fundamentalmente por las características de la actividad recreativo- 
nocturna de la zona. Los ejercicios de observación participante nos han permitido 
identificar a aquellos actantes que pudieran ser considerados como informantes 
calificados. La heterogeneidad referida posee ciertos coeficientes de homogenei- 
dad diagramados por las reglas del juego jugadas por los movimientos noctur- 
nos. Nuestros informantes, entonces, resultan ser usuarios y usuarias habituales 
de la movida nocturna. Hay, entre ellos, personal (docente y no docente) de 
los servicios universitarios, estudiantes, personal (que habitualmente también se 
conforma con estudiantes) de los bares de la zona y clientela no universitaria que 
asiste a allí por las características de su movida. Se trata entonces de informantes 
inscritos en diagramas socioeconómicos de ingresos predominantemente medios 
y altos, así como en reglas de juego que no pueden evadir procesos de significa- 
ción codificados desde el impacto semiótico de la Universidad de la República 
(sean los relatores estrictamente universitarios o no). 

Identidades femeninas e identidades masculinas fueron identificadas en la 
misma proporción a la hora de ser seleccionadas para atender a sus relatos. Cada 
una de ellas, así como su conjunto, fue seleccionada por las posibilidades de ofre- 
cer información detallada sobre el asunto de interés de la investigación. Se trata, 
entonces, de un muestreo selectivo. De acuerdo con la taxonomía de muestreo 
elaborada por Teddlie y Yu (2006/2007), los juegos de la observación participan- 
te nos han permitido conformar entrevistas que podrían localizarse en el cuarto y 
último de sus subconjuntos, combinando diversas modalidades de selección con 


el muestreo teórico de Strauss y Corbin (1998/2002). El diseño de muestreo ha 
orientado la forma en la que se buscó a los informantes, pero su selección final se 
elaboró en forma iterativa, de acuerdo con la información surgida en el trabajo de 
campo. Lo importante aquí se ha localizado antes en los relatos proporcionados 
por los actantes que en el tamaño de la muestra de relatores, manteniendo el pro- 
ceso de escucha abierto a todas las posibilidades. 

Adherirse rígidamente a las guías iniciales durante todo el estudio, como suele 

hacerse en algunas formas de investigación cualitativa y cuantitativa, impide 

el descubrimiento porque limita el tipo y la cantidad de datos que se pueden 

conseguir. (Strauss y Corbin, 1998/2002, p. 223) 

De acuerdo con estos autores, la recopilación de relatos debería continuar- 
se hasta que ocurra la saturación (pp. 231-235). No obstante, ¿cómo se define 
cabalmente este coeficiente? Habitualmente se lo hace a partir del momento en 
el cual ya no aparecen elementos nuevos. Sin embargo, y como Norman Denzin 
(2001) ha señalado, la complejidad de la realidad nunca puede ser capturada. 
Por esta razón, no habría ningún momento en el cual se dejara de encontrar 
elementos nuevos y relevantes. El relato, entonces, siempre continúa relatándose 
para reconfigurar nuevos relatos. Reconociendo estas objeciones, no nos hemos 
propuesto entrevistar hasta encontrar una inalcanzable saturación, sino hasta 
considerar un lapso en el relato que nos pueda decir algo importante y novedoso 
sobre el fenómeno que lo ocupa. Esto no será ni la totalidad ni lo único sobre el 
asunto, pero nos auxiliará a identificar algo relevante o problematizador que jus- 
tifique el esfuerzo. Desde allí, podrán configurase nuevas huellas que conduzcan 
a otras huellas en la tarea de investigar. 

En algunos segmentos, nuestros actantes han centrado sus conversaciones 
en las posibilidades de encuentro que la noche habilita. Se trataría de una terri- 
torialidad definida por agenciamientos en los cuales los roles más allá de la mo- 
vida pasan a desdibujarse. En efecto, la identificación de los personajes en tanto 
docentes o estudiantes parece irse desplazando en función de otras prioridades, 
lo cual nos habla de cómo operan estos roles en el relato. Las características de 
quien entrevista (investigador y profesor universitario) contribuyen con centrar 
la mirada en este desdibujamiento de roles, cosa que se profundiza para los en- 
trevistados debido a las cualidades propias de toda entrevista en profundidad, 
ese «modelo de una conversación entre iguales y no de un intercambio formal de 
preguntas y respuestas» (Taylor y Bogdan, 1984/1994, p. 101). ¿Cuáles son los 
roles en el juego de estas conversaciones? Las fronteras de las diversas proceden- 
cias parecen, a lo largo de la noche, permeables; se desdibujan a partir de un pro- 
ceso de centralización que jerarquiza los procesos de codificación directamente 
diagramados por el sistema sexo/género. El binomio hombre/mujer aparentaría 
brillar con tal fuerza que lograría opacar al binomio docente/estudiante (entre 
paréntesis se identifica el sexo). 


Yo creo que lo que se puede haber jugado en La Buhardilla es una cosa como 

de un encuentro con un igual a nivel de estudiantes y docentes, allí se bo- 

rraban esas diferencias. Al menos para la mayoría. Dentro de la facultad los 

docentes y los estudiantes estaban claramente diferenciados y en el boliche 

eso se borraba. (Jem.) 

Lo que pasa es que la cosa a veces se complica. No me gusta nada el entrevero 

que se arma. Se mezclan estudiantes y docentes a moverse en cosas que no de- 

berían ser así. “Ta todo bien, cada uno hace lo que quiere, pero no corresponde 

que los docentes se metan con estudiantes porque hay diferencias obvias que 

no se puede jugar a que no existen. No es buena cosa que los docentes se estén 

emborrachando junto con sus estudiantes, y con algunos funcionarios. Hay un 

lugar del docente que le da un estatuto que debería estar cuidando. Sin embar- 

go hay mucho entrevero. (masc.) 

Elemento iconográfico para la ciudad de Montevideo, El entrevero es una 
escultura de José Belloni hecha en bronce sobre basamento de granito y situada 
en el centro de la plaza Ingeniero Juan P. Fabini, sobre la avenida 18 de Julio y 
a poca distancia de nuestro eje recreativo nocturno. Inaugurada el 2 de enero de 
1967, la obra monumentaliza aquellos encuentros entre dos cuerpos de caballería 
que caracterizaron los enfrentamientos bélicos en el Uruguay del siglo XIX. Se 
trata de una mezcla desordenada de caballos, jinetes, cuchillos, lanzas y bolea- 
doras en una lucha cuerpo a cuerpo. Belloni ha logrado configurar, en esta gran 
masa escultórica, el desdibujamiento de límites entre todos esos objetos que se 
encontraban en el calor de aquellas batallas. El impacto perceptivo de la escultura 
ha logrado sustituir el nombre de la plaza Fabini por el coloquial apelativo de del 
Entrevero. Así como el diccionario de la RAE (2018) le confiere a esta palabra el 
significado de «acción y efecto de entreverarse» (así como de «confusión y des- 
orden»), en Montevideo la imagen de El entrevero ha conseguido conformarse 
como metáfora privilegiada a la hora de ilustrar sobre aquellos aspectos en los 
cuales una multiplicidad de factores desdibuja sus límites. 

Es así como nuestro informante utiliza esta metáfora, desdibujada como 
tal, para referir a su inconformidad con el borramiento de límites a los cua- 
les pretende definir como éticamente naturales. Pero, ¿qué es aquello que se 
entrevera? No resulta un dato menor el que la identidad de este actante se 
manifieste como masculina; de alguna manera, los límites a los cuales refiere 
se instituyen desde juegos jerárquicos, tanto en la relación entre docentes y 
estudiantes como en el binomio hombre/mujer del sistema sexo/género. En 
efecto, en ambos casos parece configurarse una suerte de rechazo al adjudica- 
do abuso de autoridad (académica por un lado, género-jerárquica por el otro) 
en los juegos de acecho prescritos por los rituales de cortejo. Por ello —desde 
un posicionamiento que busca ser calificado como libertario— el actante se- 
ñala su resistencia a estos juegos de autoridad, «porque hay diferencias obvias 
que no se puede jugar a que no existen». Lo obvio resulta obvio en razón de los 
juegos de lenguaje que así lo determinan. 


En este caso aparecen niveles de disconformidad con estas características, 
sin embargo, en otros es este desdibujar lo que resulta atractivo. 

Está eso de que se desdibujan las funciones entre docentes y estudiantes. 

Todos son algo distinto y nos vemos desde otros lugares. Cuando salís a la 

vereda eso todavía es más difuso, porque de hecho la mesa recorta mucho 

más. Tuve momentos donde eso me preocupaba un poco más, un poco me- 

nos, y a veces nada. Y sentía la mirada y comentarios. Pero al encontrarnos 

repetidamente hacíamos vínculos distintos y se generaban otras cosas. De 

hecho los colectivos se fortalecen, y con sus diferencias porque de hecho los 
lugares de poder igual están marcados. Docentes estudiantes y funcionarios 
podemos ahí lograr cosas que adentro de la facultad no. Porque comparti- 
mos otras cosas, porque te mostrás de otra manera. Aparece una dimensión 
humana mucho más compleja y abierta. Para mí eso no es un problema, pero 
algunos lo han señalado muchas veces como un problema por falta de límites. 

Pero yo pienso que en la universidad somos todos grandes y hay que dejarse 

de boludeces. A mí eso no me preocupa ¿por qué tendríamos que andar si- 

guiendo esas reglas de jerarquía? (/em.) 

Según advirtiera Carole Pateman (1988/1995), del Departamento de 
Ciencia Política en la Universidad de California, el mítico contrato social que 
postulara Rousseau (1762/2004) operaría alimentando otro contrato ficticio 
que, paralelamente, también se impulsaría como legitimador de los sistemas je- 
rárquicos; el contrato sexual. Ciertamente, la consigna revolucionaria «Liberté, 
égalité, fraternité» (que fuera establecida por el gobierno de la Segunda República 
Francesa como lema oficial del Estado, hacia 1848) deviene finalmente, a tra- 
vés de esta mítica forma contractual, en una racionalización legitimadora de la 
subordinación y sujeción de los ciudadanos. Pateman sostendrá que este ficticio 
procedimiento contractual, de carácter público (el contrato social), aparece di- 
rectamente agenciado con un contrato correspondiente a la esfera privada; la 
subordinación y sujeción de las mujeres. La autora, como muy anteriormente lo 
advirtiera Emma Goldman, identifica en el uso de la palabra (y sus juegos retó- 
ricos) una operatividad de significativo impacto político. Justamente, si en las 
sociedades de soberanía (Foucault, 1975/2002) el principio teológico de repre- 
sentación modulaba, como efecto de conjunto, los recursos retóricos que hacían 
inteligible la vida, esto obedecía a un diagrama que otorgaba a la Iglesia la tarea 
de producir épicas legitimadoras del deber ser; sistemas de significación funcio- 
nales al estado de cosas que hacían posible un agenciamiento de enunciación con 
el arte de gobernar. Esto posicionaba a la institución eclesiástica en un espacio 
estratégico de potencia política, y le confería —vía invocación performativa— 
un prestigio que naturalizaba el estatuto adquirido. En las sociedades del Nuevo 
Régimen (Foucault, 1975/2002) se impone una nueva épica fundacional que 
racionaliza su nueva legitimidad. La sustitución del principio de representativi- 
dad teológica por la consolidación de la ley de mercado —como principio de 
cohesión social— promovió un mito fundacional que instituyó la naturalización 
ética de la democracia representativa de corte liberal. La figura del contrato 


social (Rousseau, 1975/2002) se impuso como recurso retórico axiomático para 
explicar la legitimidad política del Estado. Dicha imagen se despliega como un 
mito fundacional alimentado por reglas de juego que habilitan el libre flujo del 
capital, como un corrimiento semiótico desde las necesidades del mercado al 
ejercicio de la gubernamentalidad. Los colectivos humanos pasan a ser concep- 
tualizados como sociedades; conjuntos de miembros que se asocian renunciando 
a parte de sus libertades para hacer posible la convivencia de una manera más es- 
table, organizada y amable con el mercado. También, y en una paradoja tan solo 
superficialmente aparente, la presencia del contrato garantizaría (como ante un 
contrato comercial) la presencia de un orden estable, con sus correspondientes 
procedimientos de resguardo y fiscalización, que permitiría la protección de los 
derechos adquiridos a partir la firma de dicho contrato. 

De acuerdo a la tesis sustentada por Pateman (1988/1995), el contrato 
sexual incorporaría relaciones de subordinación y de dominación al descansar 
sobre una concepción del individuo como propietario de su propia persona; 
una entidad posesiva. Individuo y contrato son, para ella, categorías patriarca- 
les. Esto la conduce a concluir que las mujeres han sido excluidas del contrato 
social original; no serían individuos sino que accederían al mundo público 
como mujeres, como bienes de uso y de cambio, tal como advirtiera Gayle 
Rubin (1975/1996). 

Un viejo lema anarquista dice que «ningún hombre es lo suficientemente bue- 

no para ser el amo de otro hombre». El sentimiento es admirable pero el lema 

silencia un punto crucial. En la sociedad civil moderna todos los varones son 

considerados suficientemente buenos para ser los amos de las mujeres: la libertad 

civil depende del derecho patriarcal. El fracaso en ver el derecho patriarcal como 

central al problema político de la libertad, el dominio y la subordinación está 

tan arraigado que incluso los anarquistas, tan suspicaces respecto de la sujeción 

entre los hombres, han ofrecido pocas batallas junto a sus compañeros socialis- 

tas a propósito de la dominación sexual. Desde el comienzo de la era moderna, 

cuando Mary Astell se preguntaba por qué si todos los hombres nacían libres, 

todas las mujeres nacían esclavas, las feministas han desafiado persistentemente 

el derecho masculino pero, a pesar de todos los cambios sociales, reformas le- 

gales y políticas de los últimos trescientos años, la cuestión de la subordinación 

de la mujer aún no es vista como una cuestión de mayor importancia, sea en los 

estudios académicos sobre política o en la práctica política misma. La contro- 

versia sobre la libertad gira en torno de las leyes del Estado y de las leyes de 

la producción capitalista pero se mantiene el silencio sobre el derecho sexual 

masculino. El contrato original es simplemente un relato, una ficción política, 

pero su invención fue una invención memorable en el mundo político; el encanto 
ejercido por las narraciones de los orígenes políticos debe ser roto a fin de que la 

ficción pierda efectividad. (Pateman, 1988/1995, pp. 300-301) 


«Ya no se trata de establecer una verdad (lo que es imposible) sino de apro- 
ximársele, de dar la impresión de ella, y esta impresión será tanto más fuerte 
cuanto más hábil sea el relato» (Todorov, 1968/1972, p. 11). Las narrativas del 
universo falogocéntrico revelan haber impuesto estrategias de semiotización que 


performan cuerpos, identidades y naturaleza. Así como ha sucedido con la me- 
táfora del contrato social, el binomio femineidad y masculinidad (hombre-activo 
y mujer-pasiva) deviene en metáfora zombi (Lizcano, 2006) que configura cuer- 
pos de hombres y mujeres de forma cuasi imperceptible para los actantes. El 
contrato sexual, que identificara la doctora Pateman, parece haber diagramado 
el sistema de diferencias que establecen las fronteras de los procesos de territo- 
rialización en el sistema sexo/género. La asociación del signo mujer con el signo 
naturaleza parece haber diagramado una relación de dependencia con el signo 
varón, el cual se configura como aquel que opera sobre la naturaleza. De allí que 
«la cosa a veces se complica». Las relaciones de sometimiento contractual impli- 
carían, en esta impronta de «cargue» o «levante» que caracterizaría a la actividad 
recreativo-nocturna, una alianza entre dos lugares jerárquicos (docente y mas- 
culino) orientados hacia la conquista (el acecho) de lugares que se encontrarían 
en inferioridad de condiciones, los territorios de féminas y de estudiantes. Este 
diagrama resultaría inaceptable para quienes se perciben a sí mismos identifica- 
dos con alternativas libertarias. Sin embargo 


El fracaso en ver el derecho patriarcal como central al problema político de la 
libertad, el dominio y la subordinación está tan arraigado que incluso los anar- 
quistas, tan suspicaces respecto de la sujeción entre los hombres, han ofrecido 
pocas batallas junto a sus compañeros socialistas a propósito de la dominación 
sexual. (Pateman, 1988/1995, p. 300) 


Es en este sentido que consideramos que, como sujetos «generizados», solo 
podemos llegar a sobrevivir, existir o «ser» subordinándonos a la catego- 
ría de género específica que nos interpela (siempre en conjunción de forma 
específica con otras categorías como la clase, la edad, la etnia, etcétera), 
y heredando ese vínculo apasionado que se crea en el proceso relacional 
de cuidado e interpelación social de nuestra constitución. Vínculo que nos 
conduce de forma inevitable y diversa a desear obstinadamente ser mascu- 
lino o femenina sin saberlo del todo (y sin necesidad de saber lo que signi- 
fica) y, por lo tanto, sin haberlo elegido. Nos formamos como sujeto-mujer 
u hombre dejándonos interpelar por ese ideal regulador o mandato social 
que nos empuja a responder apasionadamente a los mandatos de género, a 
través de representaciones corporales reiteradas de las normas sociales he- 
gemónicas. En el caso específico de las mujeres, la interrelación entre el 
vínculo al sometimiento y el mandato de género femenino construye al su- 
jeto-mujer como un «sujeto de deseo del otro» en un doble sentido: ser de 
otro en la dependencia y ser de otro en la carencia, ya que simbólicamente 
en nuestra cultura el hombre no es el otro de la mujer, pero la mujer sí es 
el otro del hombre-Uno. Ello conforma subjetivamente a las mujeres con 
un «plus» de dependencia, como un «Ser de Otro», en mayúsculas, despo- 
jándolas subjetivamente en un grado mayor. Esta es la vulnerabilidad fun- 
damental de las mujeres como seres sociales: devenir en «un sujeto de deseo 
del otro» en un sentido fuerte. (Amigot Leache y Pujal i Llombart, 2009, 


pp- 138-139) 


Las actantes de manifiesta identidad femenina no parecen identificar este 
desdibujamiento de roles jerárquicos a la manera peyorativa de un entrevero; 
centran su mirada en la desjerarquización de la relación docente estudiantil, 
y rescatan allí una valoración positiva al intuir una posibilidad de simetría: 
«Docentes estudiantes y funcionarios podemos ahí lograr cosas que adentro de 
la Facultad no. Porque compartimos otras cosas, porque te mostrás de otra ma- 
nera». Tal vez esto obedezca a la implacable potencia de los actos performativos 
que instituyen al «sujeto del deseo del otro» como una ventaja identitaria que no 
merecería ser interpelada por configurarse dentro del inapelable diagrama de la 
realidad ontológica; se trataría del ser, y sobre el ser nada se podría decir. En es- 
tos juegos de lenguaje, los límites del juego también serían los límites del mundo. 
¿Cuál sería entonces el entrevero? La conformación subjetiva del «ser mujer» en 
tanto «ser de otro» disfrazaría (mediante compulsión identitaria) las modalidades 
de subordinación que impondría el contrato sexual de Pateman (1988/1995), 
cuya vigencia se manifiesta así presente. 

Sin embargo, visto de una u otra manera, este desdibujar límites entre los 
roles aparece reconocido como poseedor de un cierto margen de conflictividad. 
Por una parte como consecuencia de valoraciones morales referidas al consumo 
de alcohol, pero por otra parte por las asociaciones de la movida nocturna con 
los cortejos inscritos en el sistema sexo/género. Esto último también implicaría 
juegos de valoraciones de carácter moral. Cosa que no resulta novedosa, funda- 
mentalmente desde los tres tomos que Michel Foucault dedicara a la Historia de 
la sexualidad (1976/1987, 1984/1986 y 1984/1987). Si, como también seña- 
lan Amigot Leache y Pujal i Llombart (2010), podemos identificar en el sistema 
sexo/género un dispositivo de poder, esto resulta así porque establece una línea 
de segmentaridad dura entre los extremos de un binomio (hombre/mujer) y sus 
consiguientes procesos de subjetivación identitaria. No obstante, esta segmenta- 
ridad no se establece apenas desde una simple dicotomía simétrica; lejos de ello, 
y en armonía con las sociedades estratificadas en las cuales se inscribe, los pares 
masculino-activo y femenino-pasivo bosquejan un contrato sexual de mandato y 
subordinación. De este modo, se producen y regulan las modalidades de relación 
entre ambos extremos del binomio, configurando a hombres y mujeres de acuer- 
do a la trama histórica de la cual ambos son productos y productores; no hay 
ajenidad en ninguno de los territorios que habitan, son producidos, y producen, 
los actantes. Si bien, y de acuerdo con Foucault, no habría localización del poder 
(este sería una estrategia, algo en juego), sus efectos son diferentes en función de 
los lugares que el sistema sexo/género delimita. Los procesos de centralización 
configuran tanto el centro como el margen, estableciendo direcciones jerárquicas 
de referencia; sujetos y objetos de deseo, ambos configurados por estos procesos 
de subjetivación. El punto-mujer (margen) del binomio se subordina al punto- 
hombre (centro), como ya intuyera Simone de Beauvoir (1949/2005). Ahora 
bien, la estratificación que caracteriza a nuestras sociedades diagrama una muti- 
plicidad de relaciones de desigualdad que configuran modalidades heterogéneas 


de retroalimentación; el sistema sexo/género se articula en iteracción con otras 
líneas de segmentaridad que se multiplican en otros procesos de centralización 
específicos a los diagramas de sus actantes. Para Heidegger (1927/2003) la úni- 
ca certeza era la muerte, no obstante vale señalar que la complejidad de la reali- 
dad también configura otra certeza. La complejidad de los múltiples procesos de 
estratificación que nos habitan establece haces de mutua saturación asimétrica. 
La performance performativa del sistema sexo/género así lo testimonia en nues- 
tro escenario del Cordón. 

Escenario para el «cargue» y el «levante», dicho espacio se delinea como ta- 
blado privilegiado para representar los avatares del sistema que nos convoca. Por 
este motivo, los rituales de cortejo han ocupado un lugar central en las narra- 
tivas de nuestros informantes; en sus recuerdos de la movida nocturna también 
aparecen relatados estos aspectos con particular énfasis. Dediquemos, entonces, 
atención a la configuración de estos asuntos. 

Veamos primero aquello referido a la distribución espacial y la relación con 
la bebida. Desde allí comienzan a dibujarse roles en el sistema. 

Ahora que lo pienso me suena a que el hombre tiene como que una cosa más 

solitaria del consumo, no sé por qué. Me parece que el hombre es más de ir a 

la barra solo, tomar solo y que no sea más que eso; tomar solo con la bebida. 

La mujer tiene algo más de tomar en grupo, en la mesa con gente. Sentarse en 

una mesa, charlar y tomar algo. Me acuerdo de hombres, de pasar y decir «me 

tomo un 10/115ky y me voy»; nunca vi a una mujer hacer eso. A la mujer la vi más 

como de sentarse con amigas en una mesa y charlar con la cerveza en la mano. 

Me acuerdo de docentes; de venir y tomar algo antes de entrar a dar clase, o 

al salir antes de volver a la casa. Tenía que ver con venir a tomarse algo e irse. 

Nunca vi a una mujer que hiciera eso. fem.) 


Aquí se relata aquello que, desde las observaciones, es posible atender en 
los relatos que relatan los cuerpos en acción. Los personajes identificados como 
masculinos parecen apropiarse —entre otras cosas— del mostrador, apropia- 
ción que también resulta asumida por los femeninos. En estos juegos semióticos 
los espacios también significan roles e identidades, relatados con la palabra y con 
la acción no verbal. Ambos lenguajes configuran un mismo relato reglado por la 
propia acción del relatar. Aquello que es de unos significa al espacio que es de los 
otros, así como a sus a procedimientos de territorialización; mismidad y otredad. 


A mí, personalmente, no me gusta estar en la barra, prefiero estar en la mesa. 
Sobre todo cuando no conozco y no tengo confianza con la gente de la barra. 
La barra, aparte y generalmente, estaba ya llena de gente. Pero cuando había 
gente sola en una mesa, ahora me doy cuenta de que eran solamente hombres. 
Había un cliente que siempre iba y se tomaba una jarra de vino solo en una 
mesa. Para mí era súper triste; se quedaba así y a veces se dormía, y no hacía 
contacto con nadie. Y después había personas, hombres, que iban siempre so- 
los pero a encontrarse con alguien; y si no había nadie tomaban solos. También, 
yo, cuando pienso que en el código Montevideo; hay cosas que cuando pienso 
en salir quiero que pasen y otras que no. Si pienso en salir sola y ponerme en 


una barra a tomar, en mi mente yo me imagino que no porque me va a venir 
todo el mundo a atomizar. No se puede porque no la voy a pasar bien, porque 
van a pasar esas situaciones. (/872.) 


Lo primero que pienso eso es que en la barra siempre hay hombres. Y que cada 
vez que me acerco a la barra para pedir cigarros, o hacer una llamada, o para 
pedir la de la casa, o para algo puntual, me sentía observada. Como que tenía 
que abrir esa cosa como que fuera un bloque armado. Un territorio que no era 
el mío y que era algo cerrado y que solo se me habilitaba porque me conocían 
desde atrás del mostrador. La barra tiene ese olor más a whisky, a tabaco, a esa 
cosa más identificada con el olor a hombre. (/2.) 


El mostrador se constituye como un lugar desde el cual se dirige la mirada 
masculina. Mirada que aparece destinada a evaluar lo que desde los otros espa- 
cios se oferta. La alteración de estos roles es vivida como un conflicto con lo 
esperado. «Si pienso en salir sola y ponerme en una barra a tomar, en mi mente 
yo me imagino que no porque me va a venir todo el mundo a atomizar». Para otra 
informante se trata de «un territorio que no era el mío y que era algo cerrado y 
que solo se me habilitaba porque me conocían desde atrás del mostrador». Así, 
en concordancia con los mandatos del contrato sexual (Pateman, 1988/1995), 
los roles de los actantes obran en función del libreto asignado. Unos al acecho, 
otras en postura defensiva o en postura de oferta. 

La territorialidad femenina, al menos en estas noches, aparece más asociada 
con las mesas y la calle. No obstante, ello no implica que estos espacios operen 
reservadamente para ellas, sino más bien que se trata de espacios en los cuales 
manifiestan sentirse integradas más naturalmente. De este modo, el orden de lo 
natural se relaciona con el orden de lo esperable; el integrarse «naturalmente» 
podría ser leído como referencia a una integración dentro del statu quo. Los 
espacios relatados aparecen como más propiamente colectivos, y dicha colecti- 
vidad aparenta asociarse más con la identidad femenina. Del mismo modo, estos 
juegos colectivos se presentan en modalidades de oferta y exhibición, donde la 
centralidad de los relatos parte desde una jerarquización del lenguaje corporal; 
el contrato demuestra así su vigencia. Si bien la palabra también aparece, esta 
quizá sea desplazada por la gestualidad y las «producciones», de lenguajes, de 
vestuario y de maquillaje. De acuerdo a los relatos, estas identidades se manifies- 
tan orientadas hacia una seducción «más con lo corporal, lo bonitas que son, lo 
maquilladas que están, o con lo bien que se han producido». Producto de estos 
procesos de territorialización, lo femenino se configura como cualidad de las 
habitantes para pasar a estar sometidas a ser «sujeto del deseo del otro» (Amigot 
Leache y Pujal i Llombart, 2009, p. 139). 

Generalmente las mujeres son mujeres que se arreglan, la mayoría al menos, 

no las que militan. Las mujeres se producen, se maquillan, van a la peluque- 

ría, no sé. Es como un juego capitalista de palabras, cuando una mujer se 

separa se dice que vuelve al mercado, como si fuera un bien de uso, y para 

volver al mercado hay que producirse. Eso es una lógica que se juega, y mucho. 


Seguramente que si lo que querés es ir a levantar un tipo lo vas a conseguir 
mejor si te producís que si no te producís; si no te arreglás, no te maquillás, y 
no sé qué, no te compra nadie. Esta cuestión de llamar a la mirada me parece 
que es lo que se juega para los que miran desde el mostrador. A ver, la cuestión 
del mercado es lo que nos tocó vivir en esta época. El alcohol desinhibe pero 
no del todo, los juegos siguen ahí, hay cosas que por más alcohol que te tomes 


no se dejan de jugar. Jem.) 


El hombre va más a la acción y la mujer va más al enriquecimiento del asunto 
para llegar a la acción. Si bien siempre se ha visto que la mujer usa más el 
cuerpo que la palabra, yo creo que cada vez más el hombre está utilizando 
el cuerpo para comunicarse. Creo que hay mucha más preocupación en el 
hombre actual por el cuerpo, eso de ser más musculoso y todo eso. No es solo 
ahora el que la tiene más grande sino el que tiene los músculos más grandes. 
Sin embargo, creo que eso del cuerpo en la comunicación la mujer siempre ha 
tenido un rol más de exhibición. Exhibición fundamentalmente frente a otra 
mujer, onda «mirá que soy más linda que vos». Como que compiten entre ellas 
para ver cual está mejor. Pero yo no creo que el hombre use mucho la palabra, 
no sé. Solo cuando se dice que le hizo el verso, ahí hay todo un palabrerío que 
es para la conquista. Está asumido que es así, muchas veces se está esperando 
que se haga el verso. Forma parte del asunto. La mujer ya sabe que todas esas 
cosas son un verso, pero está dispuesta a que el verso la conquiste, lo asume. 
Seguramente la mujer hace más el verso con el cuerpo, se toquetea, se agarra 
el pelo, se mueve, pero esta es la forma con la que ella arma su propio verso. 
Sí, el verso del ritual masculino está más centrado en la palabra, se versea con 
la parla, y el de la mujer con los jugueteos con el cuerpo. Creo que el verso de 
los tipos nace a partir de la limitación corporal de la mujer. En estos planos de 
conquista militar creo que se ha pensado que el hombre debe tomar la inicia- 
tiva de la palabra; a partir de los movimientos de la mujer el hombre sabe que 
tiene que hacer el verso con lo que le diga. Pero la mujer está haciendo el verso 
con el cuerpo. (masc.) 


En ese otro bar que nada que ver, pero, yo nunca había ido al Bacilón y fui 
ahora porque mis amigos me invitaron. Y fuimos y ta; me quería matar, porque 
ahí sí las lógicas entre hombre y mujer es que por un lado van los hombres y 
por otro lado van las mujeres. Y los hombres tipo que vos pasás caminando y 
te agarran de la mano y te dicen «qué divina» y te dan una vueltita, y se ponen 
a bailar y a decirte pavadas. Te movés un paso y pasa eso y otra vez, otra vez, 
otra vez. Y todo el mundo comenta que se va a eso. Así que si estás ahí eso va 


a pasar y ta. (Jem.) 


Capaz que en el hombre es más de andar a la pesca y en las mujeres de mostrar- 
se. Capaz que no lo veo tan claro en esos bares universitarios, pero si le sacás 
el velo termina siendo lo mismo. Ese mostrarse, esa forma corporal, así, en eso 
de la gesticulación. De ir a saludar efusivamente de uno a otro, de uno a otro. 
Y vos te das cuenta que es como una parte de estar en la vidriera permanente- 
mente. En el hombre no lo veo tanto, es una cuestión como más tranquila, más 
como de ir, llevar el vaso para afuera, mirar, quedar después conversando como 
que están en un encuentro. Yo siento que se reserva más para ese encuentro con 


quien está conversando. Mira y ta. La mujer está mucho más atenta a todo lo 
otro y no tanto a lo que se supone que está ahí. Es como una sensación de que 
hay mucho menos posibilidad de estar allí en eso, y está como más consciente 
de que la están mirando. Al mismo tiempo dispersa y no tanto conectando con 
eso, capaz que múltiples conexiones pero mucho más pendiente de mostrar. 
Más mirando que sea mirada que mirando ella. Es como entre vendedores y 
compradores. Pero pasa con los hombres también, pero en general, si me pon- 
go a pensar pasa más con las mujeres. De hecho, cuando vemos a un hombre 
así causa gracia. Cuando ves un hombre en esa actitud queda mucho más en 
evidencia porque no es común, y hasta parece que queda ridículo. Y en las mu- 
jeres el mostrarse parece que es parte de lo que a los hombres les gusta ver. En 
las mujeres se da que cuando lo ven en los hombres no les cae muy simpático. 
Pero hay muchas formas y se puede hacer más o menos evidente. Pareciera que 
tiene una cosa más erotizada, así, de moverse para la mujer. Tengo esa imagen 
como de las mujeres tocándose el pelo, haciendo movimientos como muy de la 
pelvis. Las mujeres están con el cuerpo y los hombres con la palabra. Aunque 
como este es un ambiente universitario la palabra juega mucho también en 
las mujeres. Acá no es tan claro como en otros lados, aparecen como zonas 
más difusas donde la palabra de la mujer también aparece, como saturada de 
importancia. Como que la erotización también pasa por ahí; hablar, discutir, 
mostrarse desde ahí. Pero el hablar parece más del hombre, y en la mujer, si 
escarbás un poco, el revoloteo con el cuerpo está siempre en el centro; la forma 
de fumar, de tomar. (/8.) 


Posiblemente por tratarse de «bares universitarios», los juegos enunciativos 
aparecen explícitamente asociados con metáforas provenientes de la economía 
política. Las racionalizaciones de los actores se construyen desde las herramien- 
tas cognitivas que su actividad cotidiana les confiere, y el eje Tristán Narvaja 
convoca procedencias de las ciencias humanas y las artes; ¿cómo no esperar re- 
cursos retóricos provenientes de allí? Este parece ser el carácter que definiría la 
especificidad de este eje recreativo, al menos así lo manifiestan los informantes. 
Y esta especificidad parece desplegar el uso coloquial de categorías directamente 
relacionadas con la producción marxista. Así se leen las actividades de cortejo, 
y desde allí se proporcionan estrategias de semiotización consecuentes. Como 
nada hay fuera del texto, las condiciones de su existencia se despliegan en todas 
sus manifestaciones. Los actores, reconociendo el carácter imperante del modo 
de producción capitalista, reconocen asimismo la imposibilidad de evadirse de él: 

la cuestión del mercado es lo que nos tocó vivir en esta época. El alcohol des- 

inhibe pero no del todo, los juegos siguen ahí, hay cosas que por más alcohol 


que te tomes no se dejan de jugar. (Jem.) 


El valor de uso y el valor de cambio también aquí configuran reglas de 
juego, reglas que van más allá de la simple nomenclatura, más allá del «juego 
capitalista de palabras». El hablar es acción, tanto como la acción es una forma 
de hablar. Los juegos del capitalismo simbólico se imponen performativamente, 
reglados por las lógicas de dicho sistema. De esta manera, enunciados tales como 


«mercado», «producción», «bien de uso», «oferta», «compra» y «venta», parecen 
ir olvidando su carácter de metáfora económica para institucionalizarse como 
conceptos naturales del acontecer de cortejo. Son aquellos juegos retóricos que 
se van aproximando al estatuto de metáforas zombis, tal como las propusiera 
Emmánuel Lizcano (2006). Así, las reglas de funcionamiento del capitalismo 
también parecen ajustarse a estos intercambios; los bienes de uso devienen en 
bienes de cambio orientados a producir más capital simbólico y, finalmente, 
plusvalía. Lo masculino y lo femenino se configuran como el capital simbólico 
sobre y desde el cual diagramar estrategias de captura. Se trataría de un ejercicio 
de acumulación de bienes destinados a producir mayor acumulación; capital. 
Los personajes operarían con las lógicas del mercado capitalista, una lógica que 
pasaría a ser naturalizada en esta búsqueda de acumulación. Por todo esto, los 
actores se ponen a la oferta exhibiendo las bondades de su producto, al tiempo 
que seleccionan aquellos productos que consideran más apetecibles para su acu- 
mulación simbólica. La competencia es una situación en la cual los agentes eco- 
nómicos tienen la libertad de ofrecer bienes y servicios en el mercado, y de elegir 
a quién compran o adquieren estos bienes y servicios. En general, esto se traduce 
por una situación en la cual, para un bien determinado, existen una pluralidad de 
ofertantes y una pluralidad de demandantes. Con estas lógicas, los movimientos 
dentro del sistema así aparecen en los relatos sobre la noche, relatos en los cuales 
la competencia aparece naturalizada desde los juegos de la oferta y la demanda. 


Los modos de seducción, por ejemplo, son distintos entre hombres y mujeres, 
más allá del tipo de agrupamientos. En las mujeres pasaba mucho más por una 
seducción a nivel de lo estético, de lo corporal. Había mujeres que seducían de 
otra forma no tanto así, pero se vestían de otra forma, de esa cosa que decimos 
de más de lo histérico. Y me parece que el hombre seduce más con la palabra, 
no tanto como con la estética. Esa cosa de hacerle el cuentito al otro. Sí había 
tipos que buscaban seducir con la facha, pero me parece que los hombres son 
mucho más una cosa como del habla, de seducir a partir del cuento. Y me pare- 
ce que la mujer seduce mucho más con lo corporal, lo físico. El hombre utiliza 
más los cuentos que hace y la mujer el escenario que monta con su cuerpo. 
Me imagino mucho más a un hombre usando la narrativa que a una mujer. Al 
menos en el boliche, eran pocas las que podían usar la narrativa o la palabra, 
más bien que se producían y actuaban con el cuerpo. Aunque hay muchas mu- 
jeres que seducen más bien como a partir de lo oral o de la narrativa. La típica 
militante universitaria, que por ejemplo son poco femeninas en el estereotipo 
femenino. A ver si me explico; son mucho más masculinas y seducen mucho 
más con lo que han leído, con lo que saben, en comparación con la mayoría 
que seduce más con lo corporal, lo bonitas que son, lo maquilladas que están, 
o con lo bien que se han producido. Las militantes, generalmente, son mujeres 
que no se producen. Las fuertes mujeres militantes, que han estado en la diri- 
gencia de la FEUU O del CEUP, no eran mujeres femeninas en el estereotipo de 
la mujer. Son mujeres que no se pintan, mujeres que no usan taco, mujeres que 
no usan minifalda. Pero son mujeres que pueden sostener una charla hablando 
de Marx o de cualquier autor. Eran como las menos, las que circulaban en el 


boliche eran minas, aunque no digo que no pudieran sostener una conversación 

intelectual, no seducían por ahí sino por otra parte del cuerpo. El hombre 

seduce más con lo intelectual, o por el lugar de poder que ocupa, o por los 
libros que ha leído, o por los discursos que sea capaz de hacer. Se mira si «habla 

en fácil» o «en difícil», no importa si es lindo o feo. Acá, en relación a otros 

lugares, es muy particular; está lleno de mujeres y hay muy pocos hombres. 

Los hombres que tienen o un cargo docente, o un cargo de militancia, o un 

cargo de cogobierno, así sea consejero, claustrista o lo que sea, tienen siempre 

un montón de gurisas alrededor de él; para elegir, tirar o usar varias. Siempre, 

puede ser espantoso, puede ser sumamente desagradable en muchísimas cosas, 

pero eso no importa si ocupa los lugares de los que te vengo hablando. No sé 

si es la cuestión del poder o la capacidad para, desde ahí, saber hablar de cual- 

quier cosa y convencer de lo que sea. Salvo que fuera algún varón que pasara 

muy desapercibido en Facultad, pero en esos lugares eso es imposible porque 
cuanto más los ocupan más son famosos y cuanto más famosos son parece que 

más vale la pena competir por ellos, no importa si son feos o mala gente. Y las 

mujeres, de por sí, es distinto. Generalmente las mujeres son mujeres que se 

arreglan, la mayoría al menos, no las que militan. Las mujeres se producen, se 
maquillan, van a la peluquería, no sé. (72m.) 

Los bienes y servicios, ofrecidos y demandados, no se configuran como 
bienes de uso, al menos no exclusivamente. Se trata de bienes de capital simbó- 
lico, adquieren valor como mercancía en relación con su capacidad de adquirir 
prestigio dentro de las escalas del sistema. Los personajes compiten por bienes 
de intercambio al tiempo que se ofertan a sí mismos como bienes con dicho 
valor. Este procedimiento bien puede ser tipificado como un intercambio de 
capital de cambio. Cada bien consigue su valor en relación directa con el es- 
tatuto que otorga a su adquiriente, y dichos valores se inscriben dentro de la 
jerarquía de imágenes atribuías a las identidades del sexo/género. Así como la 
tendencia de los juegos femeninos se posiciona en la exposición de atributos 
estético-corporales, la tendencia de los juegos masculinos se posiciona en la 
exposición de sus atributos estético-narrativos y en la jerarquía de sus localiza- 
ciones centrales dentro del sociodrama. Los bienes femeninos aparecen central- 
mente adjudicados a su utilidad sexual-corporal, mientras que los masculinos lo 
hacen en función de su capacidad retórica y su ubicación dentro del diagrama 
de prestigio sociojerárquico. La masculinidad acumula capital simbólico en la 
medida en la que multiplica su capacidad de acceso a cuerpos femeninos dentro 
de su cuenta corriente. La femineidad acumula capital simbólico en la medida 
que acumula imágenes jerárquicas asociadas a las masculinidades adquiridas. La 
figura mujer/hembra adquiere capital en la misma medida que lo hace la figura 
hombre/prestigio social. 

«Las militantes, generalmente, son mujeres que no se producen, no se pin- 
tan, son mujeres que no usan taco» y «pueden sostener una charla hablando de 
Marx o de cualquier autor». No obstante, esta forma de producción de «las mi- 
litantes» se configura como un estrato de segundo orden, como ya lo advirtiera 


Simone de Beauvoir en 1949 con El segundo sexo. Así, este margen femenino 
parece tomar al centro masculino como referencia a la hora de conformar sus 
estrategias en el mercado del capitalismo simbólico. La identidad contratante 
se conforma, fundamentalmente, desde una semiotización masculino-genital- 
heterosexual; de allí el significante falogocentrismo que usara Jacques Derrida 
(1975/1997) para referirse a estos aspectos. Se trata, sin embargo, de campos 
de acción, no de sentidos unidireccionales, estos procedimientos también se 
presentan como múltiples entrecruzamientos. No obstante, estas tendencias 
aparecen así centralizadas dentro de las entrevistas, en directa asociación con 
los soportes no verbales del diagrama. 


Yo no estuve mucho sola, pero las veces que he estado recuerdo muchas veces 
de ir y cuando todavía no querías despegarte de la zona, o querías encontrarte 
con alguien o lo que fuera, el lugar para esperar era sentarte afuera y esperar. 
Para ver qué podías encontrarte, que podía pasar. Es el lugar donde te sen- 
tís observada pero que también podés observar un montón. Ahí siento que 
hay mucha cosa del cortejo ligado como al conocimiento. No me identificaría 
nunca en otros circuitos, en otros bares. Es mucho más de la palabra, y de la 
conversación más política. Política de militancia, así, más pura. Pero figura 
como que forma más parte de ese cortejo, de los hombres, me parece a mí. Se 
me vienen a la cabeza varios personajes. Sobre la mesa, así una cerveza como 
dando parla de cambios sociales. Tengo recuerdos también de conversaciones 
más íntimas de la vida nuestra pero conectadas con cosas de militancia y con 
cuestiones de esas cosas que más nos apasionan de lo que hacemos. Creo que 
esos foros terminan siendo parte del cortejo en esos bares y en otros no. Esa 
cosa racionalizada, intelectualizada, como forma de seducir, incluso pasar e 
identificar cuando hay una mesa de Extensión Universitaria. Aparece como esa 
cosa que forma parte de la seducción, sobre todo de los varones, de tomarse la 
frente, hacer como que venís del medio del campo. Y se recortan, dentro de lo 
universitario, también como sectores. Y para mí esas cosas forman parte de ese 
cortejo, de esa forma de seducir, mostrarte como que sos como un universitario 
controversial. Recuerdo las noches del Comité del MPP Tupamaros cruzar al 
boliche y claramente identificarse. Con esa cosa de que son más machos, más 
de barra, más popu, y los ves discutir hasta corporalmente en una cuestión 
como mucho más cerrada entre ellos. Esas mesas las identificás. Después las 
mujeres ahí tienen como muchas calzas clavadas, así, muchos culos y muchos 
floriponetes. Una estética muy mucho que para seducir como que tiene que 
mostrar ser reventada, o libre. Como esa mujer que es femenina pero al mismo 
tiempo puede salirse de esos patrones más esperables, que circule como de 
otra manera. Como una cuestión de esas mezclas tan gestuales para mostrar 
onda, más circular. Al hombre lo veo más como pararse en un lugar, fumar, ir 
de una mesa en otra. A la mujer la veo más como mostrando. (7é.) 


Los circuitos de cortejo perecen presuponer movimientos de este tipo, los 
juegos del mercado imponen actividades asociadas a estas direcciones. De allí el 
despliegue de acciones orientadas a potenciar las consiguientes acumulaciones. El 
perfil de los personajes ofertante/demandantes se instituye desde configuraciones 


que posibiliten la atracción del producto. Los pares pasivo/activo y femenino/ 
masculino conducen a posicionamientos que comprenden las correspondientes 
negociaciones de estos intereses. Por un lado, se dispone una postura hacia el 
acecho constante de lo activo/masculino. Desde este lugar, el valor del capital se 
incrementa en la medida que se multiplican los bienes adquiridos. Por otro lado, 
lo pasivo/femenino se conforma desde el lugar de la defensa (cuando el deman- 
dante no cumple con los requisitos, o bien cuando el juego es otro), o del ofreci- 
miento para que el producto sea adquirido. Unos actúan y otros esperan, o bien 
actúan convocando a la acción de los primeros. Ambas modalidades de actuar se 
relacionan con el capital simbólico que tales modalidades proporcionan. Como 
las características del contrato sexual (Pateman, 1988/1995) incorporan rela- 
ciones de subordinación y de dominación, este contrato (como el de Rousseau, 
1762/2004) se configura desde una concepción del individuo como actante em- 
presarial de su propia persona; un actante-empresa que renuncia a ciertos benefi- 
cios en un orden de negociación que dé viabilidad a las posibilidades del contrato. 
En otros términos, se trata de una identificación tanto de los beneficios como de 
los costos a pagar por dichos beneficios. Como estos aspectos se inscriben en 
diagramas sociales significativamente estratificados, la relación entre las partes 
contractuales se configura, también significativamente, de manera asimétrica. En 
este plano los actantes-empresa, dibujados (al decir de Pateman) desde catego- 
rías patriarcales, adquirirían un formato falogocéntrico; las mujeres, excluidas del 
contrato social original, no serían empresas sino que accederían al mundo público 
como mujeres, como bienes de uso y cambio (Rubin, 1975/1996) a través del 
contrato sexual. De allí el escándalo que produjera Monique Wittig al concluir 
que «Las lesbianas no son mujeres» (1992/2010, p. 57), ya que para ella las les- 
bianas rompen «el contrato heterosexual» (p. 56) y, al hacerlo, descalificarían la 
vigencia de todo el contrato que mencionara Pateman. 

Tanto bienes de uso como bienes de cambio, los juegos identitarios feme- 
ninos parecen configurarse como productos a la oferta de contratantes. Sus 
características se trazan antes desde la manera de bienes a ser adquiridos que 
desde la de actantes-empresas adquirientes. Bienes de uso y de cambio antes que 
empresas, estos tienden a configurarse como productos a la oferta en un mer- 
cado. De este modo, jerarquizarán sus cualidades en tanto producto por sobre 
las referentes a su capacidad de compra; su capital simbólico se constituirá en 
relación a su valoración como bien en la demanda. Los juegos identitarios mas- 
culinos, en cambio, tenderán a jerarquizar la acumulación del capital simbólico 
en tanto capital financiero de una empresa (capital ahorrado y trasladado a un 
mercado financiero con el fin de obtener una renta). Esto les conferiría a ambas 
partes del contrato una funcionalidad claramente discriminada; unos parecen 
comprar y otros parecen vender, unos se apropian y otros se ofertan. Así, las 
identidades actantes masculinas buscarán multiplicar su capital simbólico ad- 
quiriendo la mayor cantidad posible de bienes (de uso y de cambio), lo cual les 
otorgaría un mayor capital empresarial. Este les permitiría una mayor potencia 


especulativa y, a su vez, una mayor capacidad para negociar los costos de los 
bienes adquiridos. No obstante, y como lo señaláramos anteriormente, se trata 
de tendencias y no de sentidos unidireccionales. Estos procedimientos también 
se presentan con múltiples entrecruzamientos, aunque aparezcan centralizados 
en este orden en directa asociación con los soportes no verbales del diagrama. 
En última instancia, el pasar a ser adquirido también otorga al bien (de uso y de 
cambio) una acumulación de capital, el cual habilitará otros juegos especulativos 
en asociación directa con el prestigio simbólico de la empresa adquiriente. En 
los órdenes jerárquicos del mercado no ocupa el mismo estatuto que un bien sea 
adquirido por una pequeña empresa que el serlo por una entidad de primera 
línea; todos los juegos valorativos terminan siendo proyectados desde las exigen- 
cias del mercado. 

Teniendo presente que este sistema opera desde un diagrama de libre mer- 
cado, estos juegos actúan desde las diversas contiendas inherentes a las reglas de 
la competitividad. De acuerdo a los señalamientos de Max Weber (1904/2012), 
la violencia de estas contiendas vendría siendo regulada por la ética protestante 
concebida como «espíritu del capitalismo». En efecto, el autor realiza allí un 
estudio de la significación del modo de vida protestante para la constitución del 
modo de ser capitalista, definiendo al «espíritu del capitalismo» como aquellos 
hábitos e ideas que favorecen el comportamiento racional para alcanzar el éxito 
económico según una maximinización del rendimiento y una minimalización de 
todo gasto innecesario. Este «espíritu», nacido bajo una forma religiosa, según 
la cual se considera el éxito como marca de la elección divina y glorificación 
a Dios, iría progresivamente desprendiéndose de esa motivación religiosa en 
un continuo proceso de secularización. Casi un siglo después, Eric Hobsbawm 
(1994/1998) —pese a su manifiesto posicionamiento marxista—, recuperará 
los señalamientos de aquel sociólogo alemán pero para advertir que la propia 
lógica funcional del capitalismo (mayor índice de ganancia a través de la mini- 
malización de la inversión) irá desdibujando (a fines del siglo XX) las posibili- 
dades de regulación ética a partir de progresivos procesos de fetichización de 
los beneficios. El competidor, cada vez más, pasará a ser calificado como una 
entidad merecedora de ser devaluada. En el libre mercado del capital simbólico 
la categoría /bre adquiere un estatuto de ficción conceptual; el término implica 
necesariamente alguna cosa de la cual liberarse (la libertad no es un objeto sino 
la cualidad de una acción; el liberarse de algo), y esa cosa se configura como 
el otro en competencia. En el relato de una de las informantes, esa constan- 
te acumulación de bienes-mujer, por parte de ciertas empresas-hombre, pasa a 
ser calificada como problemática por los conflictos competitivos que de allí se 
desprenden. Por otra parte, y en el mismo relato, cuando las contrapartes del 
contrato sexual adscriben a similares procesos de acumulación de capital, estas 
también merecerían ser calificadas peyorativamente, aunque tal calificación ope- 
re en forma diferenciada (tal como lo prescriben los lineamientos del contrato 
de Pateman); los bienes de uso y de cambio debieran asumir su cualidad de tales 


para que el contrato pudiera cumplirse, de lo contrario el ser «sujeto del deseo 
del otro» (Amigot Leache y Pujal i Llombart, 2009, p. 139) correría el riesgo 
de desdibujarse. 
Uno de los socios era particularmente problemático, cambiaba de parejas muy 
continuamente o atendía a varias al mismo tiempo. Aparecía siempre mucho 
eso de la circulación del cortejo y de la seducción, con todos los líos que 
acarreaba. [...] En las mujeres estaba muy marcado el tema de las que estaban 
«para la joda» y las que «eran en serio». Dentro del género femenino estaba la 
diferenciación de las que vienen para «la joda» y están para «el levante», las que 
son «más turras» y las que son «menos turras». (/87.) 


Se trata de un juego en el cual los jugadores conocen las reglas y desde ellas 
operan; son las reglas del mercado y en ellas se inscriben. La performance expone 
su carácter performativo, configurando las posibilidades de ganar o perder. No 
obstante, su carácter performativo minimiza esta posibilidad. Por eso se dificulta 
diferenciar entre las reglas del juego y el más allá de dicho juego, perdiendo así 
la percepción de identificar la salida y configurando todo como parte del juego. 
La performance hace a la realidad y por ello esta parece tornarse inapelable. Los 
rituales de la movida nocturna se constituyen como ritos asociados procederes 
existenciales. Responden a la necesidad de realizar, de confirmar, o de reforzar 
un sistema de creencias; allí se sostiene su cualidad performativa. Relato que 
relata relatos, el ritual de cortejo relata también las condiciones de existencia 
del relator y del ejercicio de relatar. Lo problemático del asunto se localiza, 
fundamentalmente, en algunos resultados no deseados (como el «no ganar») del 
juego, pero no en el propio juego. No hay exterioridad al juego, no mientras se 
esté jugando. Los actantes del ejercicio del contrato sexual, en última instancia, 
se impulsan a fiscalizar su cumplimiento; se trata de una compulsión ontológica, 
de verificar que lo real sea efectivamente lo real. 

En la performance nocturna, roles masculinos y roles femeninos operan 
desplegando ritos que revaliden el grado de probabilidad de las identidades. De 
este modo, aparece un conjunto de escenas orientadas a prescribir las cualidades 
iterativas del sistema. Los personajes masculinos, en acuerdo con las disposi- 
ciones de su guion, se dispondrían a atrapar aquellos personajes femeninos que 
consideren disponibles. Estos últimos, en cambio, se dispondrían en posiciona- 
miento figuradamente pasivo; se expondrán para ser capturados o establecerán 
tácticas para evitarlo. El par hombre/mujer aparece así sobrecodificado desde 
un binarismo aparente entre actividad y pasividad; unos en el acecho otros en la 
oferta. Los juegos identitarios masculinos aparecen demostrar satisfacción con 
estas asociaciones, del mismo modo que lo aparecen para el ser objeto del deseo 
del otro en los juegos identitarios femeninos. 

Pero después estaban personas que venían seguido que eran muy, muy, muy 

langas. Hombres, muy de tener parejas, que convivían con tener sus parejas 

estables y otras parejas a mansalva. Como muy que disfrutando de la conquista 

y el engaño y todo muy secreto. Había varia gente así. Yo como era moza y 


siempre que llegaba un grupo de gente o algo siempre había alguno que me 
tiraba onda y yo también jugaba con eso en el sentido de que estaba todo 
bien. Para atender bien y pasar un buen momento y que hubiera buena onda. 
Yo daba siempre rebuena onda y siempre piropo va piropo viene pero en una 
buena. No era nunca nada molesto. Eso era más cuando habían cumpleaños, 
que la gente en cualquiera, así de felicidad y de joda, pero siempre bien, re- 
bien. |...] Las mujeres están totalmente más expuestas a la caza que los tipos, y 
encontrar lugares, bares, pubs, cualquier cosa así, que eso no se dé es reimpor- 
tante para mí. Encontrar lugares para salir donde una pueda sentirse cómoda 
es siempre reimportante, desde chica para mí, y esos lugares son los menos. 
La mayoría tienen como esa forma de comportamiento. Que si estás sola, o si 
estás con amigas, o si vas al baño sola, o te movés para algún lado sola, ya tipo 
que viene algún buitre. Y no es de diálogo, o de casualidad, sino que van a eso. 
Yo no soy hombre pero me parece que a los hombres no les pasa tanto eso. Yo 
no salgo sola porque pienso inmediatamente en eso. Voy al cine sola, a otros 
ámbitos sí, pero a un boliche de noche no. Eso se mantiene más o menos así, 
y cuando viajaba sola, en España y otros países, Inglaterra, Holanda, Francia, 
se daba también lo mismo. Estaba parada sola cinco minutos en un boliche 
y alguien venía a hablar. Y la connotación a hablar acá es casi como de una 
molestia, que alguien te venga a hablar en esos lugares vos sentís que es que te 
vienen a engañar. En la noche siempre hay cargue y desde el engaño mucho, la 
falsedad, frasecitas hechas, preconstruidas. Hay un ritual salado, todo se repite 
siempre igual, por parte de los hombres y las mujeres también tienen rituales. 
Es que ellos hacen y ellas esperan en los boliches así. Roles de pasivas y de 
activos. Capaz que no en la misma noche, pero después sí. Cuando se despiden 
es como que le entregan el teléfono como si fuera algo. Otras amigas daban el 
teléfono falso, por ejemplo, y después era como si el teléfono fuera un poder 
ahí. Y como que se juega una cosa de un histeriqueo; me gusta gustarte pero 
no quiero que vos creas que gusto de vos. Mostrar y que pasen cosas y todo 
pero nunca. Muy dicotomizado, no sé. El texto del amor, como que el amor 
lo asocian con soy un gil. El tipo es onda estoy con una tipa que no conozco y 
lo único que quiero es coger y nunca más. y las tipas como que no están en su 
derecho de reclamar cosas, como que tienen que guardar una apariencia de no 
me importa. Después de un tiempo, si se cruzan y el tipo nunca la llamó ella 
actúa como si nunca hubiera querido que la llamara, como si esa espera de que 
la llamara nunca hubiera existido. Como que a las tipas les diera más placer 
ser deseada que otra cosa. [...] La mujer como que está ahí para ser deseada y 
si no pasa eso se sienten como que no valen tanto. Se sienten mal, feas, gordas, 
todo porque no le gustan a alguien. No puede ser que otra persona te pueda 
dar y quitar la autoestima. A mí me pasa que cuando estoy en pareja me siento 
mucho mejor en todo, por ahí se ve que a mí también me pasa. El que se apro- 
xima, el que está a la caza, es el hombre. La mujer espera, aunque su estrategia 
es ponerse a disposición del cazador. fem.) 


Como en eso de moverse, a fumar, al baño, hay como un tránsito que hace que 
se pueda ir de un lugar a otro, ahí puede haber algún histeriqueo. Como al ir 
al baño, o a la barra, o a la calle a fumar, como en una galería de muestras. Y 
luego en la vereda. Termina siendo una exposición toda la esquina. Como que 


casi todo el tiempo estoy hablando de La Tortuguita, pero también de La 
Buhardilla. Pero en La Buhardilla, impresionaban los jugueteos sexuales. El 
histeriqueo era muy intenso porque como a muchas les gustaba el dueño, y él 
atendía, había como una cuestión de ir a La Buhardilla para verlo y era un his- 
teriqueo impresionante eso. Desde dónde elegir la mesa, dónde ponerse, quién 
te atiende y todas esas cosas. fem.) 


Estos juegos se inscriben en reglas de competencia, en las batallas del mer- 
cado simbólico de los rituales de cortejo. De allí que estas modalidades de com- 
pra-venta de capital tomen la conformación de metáforas bélicas que plantearan 
Lakoff y Johnson para el caso de las discusiones: 


Muchas de las cosas que hacemos al discutir están estructuradas parcialmente 
por el concepto de guerra. Aunque no hay una batalla física, se da una batalla 
verbal, y la estructura de una discusión —ataque, defensa, contraataque, etc.— 


lo refleja. (LakofF y Johnson, 1980/2005, p. 41). 


En la amalgama de lenguajes que (performática y performativamente) se ar- 
ticulan en el eje recreativo-nocturno del Cordón, el sistema sexo/género parece 
no poder evadir estos recursos retóricos. 


Siguiendo el asunto con una metáfora militar, el verso es un conjunto de estra- 
tegias que intentan seducir. En ese conjunto se implican cosas que vos sabés 
que al otro o a la otra le van a gustar, es un montaje de escenas. Se trata de 
cosas que sabés que la van a convencer de que vos sos un buen candidato para 
ser pareja. Es como un teatro donde ya está libretado todo lo que tenés que 
hacer o decir. Es una retórica ya preparada, automática, que vos ya sabés que 
te va a dar éxito porque siempre funciona, siempre fue así. Es un juego retó- 
rico falaz y todos lo saben, pero funciona porque es eficaz. Es que como que 
son maniobras, como las que hace la mujer con el cuerpo, que funcionan para 
decir que estás disponible y sos seductor. Los dos se la juegan de ganadores y 
le dicen al otro lo buenos que están para que se copen creyendo que son fabu- 
losos. Pueden cambiar muy poco, como cambian los vocabularios y las modas, 
pero sin embargo creo que siempre fueron parecidas. Siempre han sido más o 
menos lo mismo, con sonrisitas y chistes, doble sentido, mostrando con juegos 
lo mucho que te gusta aquel o aquella que tenés enfrente. Está en el orden de 
los rituales, como los pajaritos en los árboles que juegan para levantarse. Se 
repiten siempre igual, sabés todo lo que va a pasar desde el primer movimien- 
to. Pero aunque todo sea predecible y parezca falso se hace igual y se disfruta 
haciéndolo. Porque son movimientos eficaces para producir el encuentro, fun- 
cionan porque siempre funcionaron. El rito, como tal, es casi siempre igual, 
predecible. El verso es como ese ritual que todos saben que es falaz, pero hay 
que hacerlo, y lo más raro es que a todos les gusta este teatro aunque suene 
falso. Pero es un ritual al que todos juegan porque así demuestran que están 
dispuestos. Capaz que es porque como siempre ha sido así nadie sabe otra 
manera de hacerlo. Es como que tenés que hacer el verso para que yo pueda 
hacerlo también. Versos sobre versos, todos verseamos. Sí, el verso del ritual 
masculino está más centrado en la palabra, se versea con la parla, y el de la mu- 
jer en los jugueteos con el cuerpo. Creo que el verso de los tipos nace a partir 
de la limitación corporal de la mujer. En estos planos de conquista militar creo 


que se ha pensado que el hombre debe tomar la iniciativa de la palabra; a partir 
de los movimientos de la mujer el hombre sabe que tiene que hacer el verso 
con lo que le diga. Pero la mujer está haciendo el verso con el cuerpo. (masc.) 


Insertos en una textura de libre mercado, estos juegos parecen adscribir a sus 
lógicas de funcionamiento. El sistema sexo/género deviene en una performance 
performativa que se manifiesta en los agenciamientos de esta trama. La fiesta 
pagana despreocupada y alegre del carnaval de los juegos (Núñez, 2011) toma 
estos colores, y adquiere los tonos específicos del eje universitario Cordón. La 
performance configura todas las posibilidades de ganar o de perder. Sin embargo: 

En la paráfrasis de un texto de Maurice Blanchot irrumpe el propio decir de 

Michel Foucault como discurso: Allí donde las palabras parecen haber huido 

de las cosas y se nos presentan como algo «normal», «natural», «inmediato»... 

expresan la ficción del «mundo humano», desprendido del ser; nos ofrecen 

más una ausencia que una presencia. Las palabras ya no designan algo, no 
expresan a nadie, tienen su fin en sí mismas. Ya no es un «yo» quien habla, es 

el lenguaje quien se habla, el lenguaje como obra, y como obra del lenguaje. 

Signo derruido como signo. Huellas de huellas... sin presencia. Huellas que 

instauran —sin origen— el juego de las diferencias y de la diferencia. Es el 

tiempo de la desposesión. Y de empezar una escritura que, sin embargo, ya vie- 

ne escribiéndose. No pensamos, somos pensados por el pensamiento. Somos 

pensamientos sin nadie que los piense: somos signos. No hay comienzo ni final, 

no hay ninguna manera de ganar o perder. ¿Cómo dar con la presencia de un 

sentido? (Gabilondo, 1990, pp. 1 1-12) 

Huellas de huellas, sin principio ni final; nada hay tras las huellas que no sea 
otra huella; relatos que se difieren al tiempo en que se diferencian; différance 
(Derrida, 1967/1989). Solo el reconocimiento de este vacío de la trascenden- 
cia del juego posibilitaría la reformulación del problema de las condiciones de 
existencia; tanto las del juego como las de los jugadores. Sin embargo, la meta- 
física de la presencia impone una compulsiva preocupación ontológica. ¿Cómo 
enunciar lo forcluido? ¿Como leer la ausencia del libro? La metafísica del ser 
disciplina las posibilidades de la existencia. El universo ya conformado performa 
un verso de existencia, desplazando lo demás hacia la periferia. El margen, así, 
se configura como el territorio de lo perverso. La imposibilidad de diferenciar 
el juego y la trama del más-allá-del-juego le confieren al afuera un carácter de 
inexistencia perceptible; este más-allá adquiere una asimilación con el vacío o la 
nada. Se trata de un núcleo rígido de creencia imposible de interpelar, porque 
para hacerlo sería necesario una línea de fuga que permita fugarse de dicho nú- 
cleo. Los relatos son también relatos de otras huellas; el sistema sexo/género re- 
lata también las condiciones de existencia tanto de estos relatos y relatores como 
del propio ejercicio de relatar. No habría posibilidades de exterioridad si no se lo 
hace desde una renuncia a las compulsiones ontológicas que así lo determinarían. 
En esta performance, roles masculinos y roles femeninos, así como la homo/ 
hetero sexualidad, operan desplegando ritos que buscan revalidar el grado de 
probabilidad de las identidades. De este modo, aparece un conjunto de escenas 


orientadas a prescribir las cualidades iterativas del sistema en un relato que traza 
las fronteras entre lo real y aquello que no lo es. La performance demuestra así 
su institucionalización. Los grupos de discusión (Ibáñez, 1979) configuran su 
re-relatar enfatizando estos aspectos. 


Relatos desde grupos de discusión 


No hay nada fuera del texto. Las lecturas no pueden transgredir el texto 
hacia otra cosa que no sea otro texto; las huellas solo refieren a huellas y no a una 
ontología (un ser metafísico, histórico, psicobiográfico, o de cualquier otro tipo). 
Cuando aquí nos referimos al texto no lo hacemos como a aquello que sería lo 
interpretado, sino a ese entramado en el que acontece la interpretación; tanto el 
espacio de la escritura como en el de la lectura, y el de ambos simultáneamente. 
El plano de los relatos se configura como el de la textualidad del texto. Estos 
relatos, entonces, son el texto considerado en y desde sus límites, dando formato 
a juegos de diferencias, a la différance que mencionara Derrida desde De /a gra- 
matología (1967/1989). 

En esta búsqueda de huellas de huellas, nos hemos propuesto incorporar 
otros relatos como uno, a través de la instrumentación de los grupos de dis- 
cusión (Ibáñez, 1979) en tanto analizador de artificio (Lourau, 1988/2001). 
Ahora bien, como señalara Enrique Martín Criado (1996), recogiendo aportes 
de Goffman (1971/1979) y Bourdieu (1982/1985), este dispositivo técnico 
debería ser atendido desde sus cualidades en tanto situación social. En efecto, y 
si acordamos con Criado, en estos analizadores de artificio no deberían desaten- 
derse aquellas trazas que también hacen a los relatos y sus actantes. En estos gru- 
pos, como en todas las situaciones sociales, se inscriben marcos específicos de 
interacción; las reglas de juego insertas en las procedencias sociales de los actan- 
tes se manifiestan como tales en su economía de relación; participar en un grupo 
implica compartir con el grupo una competencia comunicativa. En la perspec- 
tiva de Bourdieu, esto puede ser pensado como un desarrollo que bien podría 
ser considerado como mercado de la interacción, pues las reglas de juego que 
las situaciones sociales imponen a la conjugación de relatos se diagraman desde 
lógicas de mercado; lo discursivo se configura como producto que recibe valor 
desde las relaciones entre la oferta y la demanda. En estos grupos, los integrantes 
negociarán su valor en un mercado de interacciones que lleva diagramadas sus 
reglas de juego desde la situación en la que se ha producido: la anticipación de 
las condiciones de recepción formará parte de las condiciones de producción. 

Relación de comunicación entre un emisor y un receptor, fundada en la trans- 

cripción y el desciframiento, por consiguiente en el establecimiento de un có- 

digo, o de una competencia generadora, el intercambio lingúístico es también 

un intercambio económico que se lleva a cabo en una cierta relación simbólica 

de fuerzas entre un productor, provisto de un cierto capital lingúístico, y un 

consumidor (o un mercado), apto para procurar un cierto beneficio material o 


simbólico. Dicho en otras palabras, los discursos no son únicamente (o lo son 
solo excepcionalmente) signos destinados a ser comprendidos, descifrados; son 
también signos de riqueza destinados a ser valorados, apreciados y signos de 
autoridad destinados a ser creídos y obedecidos. Independientemente de los 
usos literarios —y especialmente de los usos poéticos— del lenguaje, en la 
vida ordinaria es muy raro que la lengua funcione solo como puro instrumento 
de comunicación; la búsqueda de la maximización del rendimiento informativo 
solo excepcionalmente es el fin exclusivo de la producción lingúística y el uso 
puramente instrumental del lenguaje que implica suele entrar en contradicción 
con la búsqueda, a menudo inconsciente, del beneficio simbólico. Si esto es así, 
además de la información declarada, la práctica lingúística comunica inevita- 
blemente una información sobre la manera (diferencial) de comunicar, es decir, 
sobre el estilo expresivo que, percibido y apreciado por referencia al universo 
de los estilos teórica o prácticamente competitivos, cobra un valor social y una 
eficacia simbólica. (Bourdieu, 1982/1985, p. 40) 


Anticipándose a Bourdieu, Valentín N. Voloshinov, señalaría sobre este plano 


del problema: 


El habla, como sabemos, se construye entre dos personas socialmente organi- 
zadas, y en ausencia de un destinatario real, se presupone uno en la persona, 
diríamos, de un representante normal del grupo social al cual pertenece el ha- 
blante. La palabra se orienta hacia un destinatario, hacia quien ese destinatario 
debe ser: un miembro o no-miembro del mismo grupo social, de situación 
superior o inferior (el estatus jerárquico del destinatario), alguien relacionado 
con el hablante por lazos sociales estrechos (padre, hermano, marido, etcétera) 
o no. No puede existir algo así como un destinatario abstracto, un hombre «en 
sí», por así decir, con quien no tendríamos por cierto un lenguaje en común, 
ni en sentido literal ni en sentido figurado. Aunque a veces tenemos pretensio- 
nes de experimentar y decir cosas urbi et orbi, en realidad vislumbramos este 
«mundo infinito» a través del prisma del medio social concreto que nos rodea. 
En la mayoría de los casos, presuponemos cierta es/éra social típica y estabili- 
zada hacia la cual se orienta la creatividad ideológica de nuestra propia época 
y grupo social, suponemos como destinatario a un contemporáneo de nuestra 
literatura, nuestra ciencia, nuestros códigos morales y legales. El pensamiento 
y el mundo interno de cada uno tiene su auditorio social estabilizado, que com- 
prende el entorno en el cual se forman las razones, los motivos, los valores. |....] 
La orientación de la palabra hacia el destinatario tiene muchísima importancia. 
En realidad, la palabra es un acto de dos caras. Está tan determinada por quien 
la emite como por aquel para quien es emitida. Es el producto de la relación 
reciproca entre hablante y oyente, emisor y receptor. Cada palabra expresa el 
«uno» en relación con el «otro». (Voloshinov, 1930/1976, pp. 107-108) 


En nuestros analizadores de artificio, como veremos, se han puesto en juego 
las reglas que le confieren a estos grupos de discusión ese parecido de familia (que 
inquietara a Wittgenstein) para darle su caracterización de juego. Así, y en fun- 
ción de su cualidad de situación social, los actantes han variado las características 
de los relatos producidos, no solo en el sentido de una mayor o menor censura, 
sino en el de los diferentes juegos de interpretación desde los cuales se dirigirán 


los sentidos; el texto será la interfase configurada entre relatores y escuchas, ese 
entramado en el cual acontece la interpretación. No hay allí (porque nunca lo 
hay) significados trascendentes, sino juegos de diferencias diagramados por las 
artes del diferenciar y diferir. Atender a estas cualidades conduce a comprender 
los modos de vida y las reglas allí en juego. En esta trama, la sucesión de huellas 
nos conduce al transitar de los sentidos que hacen a todo el juego del relato. 
Como todo es huella de huella, no todos los relatos son posibles en los grupos de 
discusión, sino solo aquellos que se inscriben en el haz de sentidos de producción 
que la trama orienta. La performance performativa del sistema sexo/género aquí 
nos exhibe sus características iterativas. La pregunta, como advirtiera Foucault 
(1969/2010), no debería ser sobre la autenticidad de estos relatos, sino sobre 
el porqué se jerarquizan estos sobre otros, sobre «¿cómo es que ha aparecido tal 
enunciado y ningún otro en su lugar?» (Foucault, 1969/2010, p. 41); ello nos 
permitiría hacer visible el ángulo de su haz direccional. 

Hemos optado por conformar grupos convocando a actantes que, por su 
cualidad de estudiantes universitarios del eje Cordón, también posean cualidad 
de actantes en su eje recreativo-nocturno. En este plano, y reconociendo el im- 
pacto allí de la Universidad de la República, hemos preferido utilizar el propio 
dispositivo universitario como herramienta de reclutamiento grupal. Dentro 
del plan de estudios vigente para la Licenciatura en Psicología (Plan 2013) 
se encuentran previstas actividades abiertas que pueden ser acreditadas en la 
currícula; seminarios optativos, cursos electivos y propuestas de cooperación 
institucional. Así, a inicios de 2014, invitamos a participar a estudiantes en 
nuestros dos grupos de discusión, dentro de una serie de actividades de la cu- 
rrícula optativa. El sistema de inscripción para estas actividades consiste en una 
oferta a través de la web de la Facultad de Psicología, dentro de la cual el orden 
estudiantil selecciona sus preferencias. El Sistema de Información verificará 
digitalmente los datos asociados a tal selección y cerrará las posibilidades de 
inscripción una vez alcanzado el cupo establecido. En función del gran número 
de estudiantes inscritos, este cupo se completa rápidamente a través del acceso 
directo al sistema de la Facultad. Las características de estos grupos, enton- 
ces, obedecen a un juego aleatorio de selección dentro de una población con 
pertinentes niveles de homogeneidad (estudiantes usuarios del eje recreativo- 
nocturno del Cordón) y heterogeneidad intragrupales (diversidad de roles iden- 
titarios dentro del sistema sexo/género). 

Considerando la necesidad de disponer de un espacio físico de confianza y 
acogedor, los grupos de discusión (conformados por 12 estudiantes) fueron rea- 
lizados en dos diferentes salones de la Facultad de Psicología de la Udelar. Allí 
se dispusieron mesas redondas la modo de permitir una interacción cara a cara) 
y se instaló una grabadora mp3 con micrófono de alta sensibilidad. 

Si bien las especificidades del grupo ya eran conocidas por sus integrantes 
(la través de la información disponible en el procedimiento de inscripción), la 
reunión fue iniciada con una breve reseña de los objetivos de la investigación, así 


como de las características personales y operativas del investigador. Se plantea- 
ron allí los señalamientos habituales para estas circunstancias (desconocimien- 
to del investigador, ausencia de evaluación, respeto por la privacidad, etc.) y, 
posteriormente, se expuso la pauta temática. Atendiendo a las inquietudes de 
los estudiantes (como disparador de las discusiones), se exhibió un programa- 
entrevista de 30 minutos, realizado por Radio Televisión Española y dirigido 
por Luis Carrizo, sobre Beatriz Preciado, titulado con una paráfrasis cartesiana: 
Pienso, luego existo. La figura de Preciado, al momento de ser exhibido el vídeo, 
aún resultaba completamente desconocida para esa población. Allí, la profesora 
española (que todavía no había utilizado su nombre actual —Paul—), temati- 
za el pensamiento y su relación con el sistema sexo/género desde un plano de 
problematización que consideramos instrumental como disparador. A partir de 
allí, invitamos a asociar los decires del programa y reflexionar sobre la actividad 
nocturna en la zona. 

En acuerdo con Gil Flores, García Jiménez y Rodríguez Gómez (1994), 
nuestro proceso de análisis se inició desde una lectura de los discursos comple- 
tos que nos permitiera (en estos juegos de bricolajes) el acceso a una mirada de 
conjunto. Desde allí, hemos realizado reducción de datos textuales en unidades 
de contenido, considerando aquellos fragmentos que se refirieran a un tema; una 
división de unidades por criterio temático. En algunas ocasiones una sola ora- 
ción podría configurarse como un fragmento diferenciado, pero en otras podría 
considerarse un mayor número de intervenciones referidas al mismo tema. Estos 
fragmentos diferenciados no necesariamente coinciden con las intervenciones 
individuales de los actantes; las intervenciones pueden constar de múltiples uni- 
dades. Cada fragmento, asimismo, puede configurarse en intervenciones de dos o 
más discutidores; los relatos se consideran como los resultados de interacciones 
grupales, no como una simple suma en el ejercicio del relatar. 

En estos grupos, los pivotes de oscilación conversacional parecen haberse 
dispuesto desde las particularidades de delimitación en los modos del ser. En 
todos ellos, muy posiblemente a partir del impacto de la retórica de Preciado, 
las discusiones se iniciaron sobre valoraciones en torno a la diversidad sexual y 
a una insistente necesidad de demostrar comprensión y permisibilidad. En con- 
cordancia con sus características de población universitaria, los actantes optaron 
por relatar desde posicionamientos que manifiesten explícitamente lo política- 
mente correcto dentro de dicho marco. La anticipación de las condiciones de 
recepción ha impulsado el desarrollo de figuras retóricas que demuestren un 
alto grado de tolerancia y respeto hacia el ser en la diferencia. Como anticipara 
Bourdieu (1982/1985), en estos grupos se ha configurado un intercambio eco- 
nómico desde una relación simbólica de fuerzas entre productores y consumi- 
dores, ambos dispuestos a procurar beneficios simbólicos. Los relatos también 
han buscado proporcionar estilos expresivos que buscaran cobran valor social 
y eficacia simbólica. En el mercado de interacciones de esta población resulta 
particularmente valorada la imagen de tolerancia y la apertura de perspectivas 


hacia diferencias y minorías; de allí la jerarquización de estas valoraciones antes 
que las de otras en su lugar. 

El pensamiento y el mundo interno de cada uno tiene su auditorio social es- 

tabilizado, que comprende el entorno en el cual se forman las razones, los 

motivos, los valores. (Voloshinov, 1930/1976, p. 108) 

La imagen de homofobia, en este diagrama, ocupa un espacio de capital nega- 
tivo que necesita ser erradicada para no desvalorizar los productos ante el consumo. 

En este auditorio social la metafísica del ser impone las posibilidades de 
la existencia insistentemente, y en este mercado simbólico se imponen también 
las exigencias de su demanda. Lo ya conformado performa toda existencia, des- 
plazando lo demás hacia la periferia; el ser determina y así se percibe como un 
deber. Sobre el ser nada se puede decir, sin embargo sobre el ser se dice y se rea- 
firma compulsivamente. Resulta el más primario de los presupuestos y no puede 
aceptarse una ausencia de definición. De este modo, y en este juego, se erradican 
las posibilidades del más-allá-del-juego. 

Si la imagen de homofobia ocupa en este diagrama un espacio de capital ne- 
gativo, parecería que la metafísica de la presencia impulsa la necesidad de definir 
(dar fin, dar límite) a la ausencia de dicha homofobia, las reglas de este mercado 
de interacciones así parecen imponerlo. «Algo hay que ser», las fronteras de la 
onotología así parecen exigirlo. Aparece la necesidad de definir (dar fin) a aque- 
llo que se configura como lo tolerado, y esto necesita ser explicado; «¿Porque 
somos heterosexuales u homosexuales?». La pregunta se impone metafísicamen- 
te; «Las categorías son necesarias, sin duda, si no hubiera categorías estaríamos 
bastante perdidos». Sobre el ser nada se puede decir pero se dice demasiado, 
como sucede con los otros procesos de significación que se configuran en las 
tramas de signos del sistema sexo/género. El juego se difiere y se diferencia en 
una trama sin principio ni final. «Por algo hay mil teorías que tratan de explicar 
eso. Si hay tantas es porque ninguna pudo hacerlo». La búsqueda de significados 
en el diccionario siempre conduce a nuevos signos que conducen a otros sin po- 
der identificar principio ni final; huellas de huellas, cinta de Móbius. Se trata de 
ausencias que, compulsivamente, tienden a ser forcluidas. 

Seguidamente, estos juegos iterativos se desplazan hacia otros ejes. La cen- 
tralidad masculino-hetero-centrada pasa a capturar los relatos en torno al sis- 
tema sexo/género desde la diferencia hombre/mujer, y desde allí comienzan a 
conjugarse los devenires de este mercado de interacciones. 

Las funciones de los relatos operan por iteración, aplicando repetidamente 
las modalidades del relatar y usando la salida de una iteración como la entrada 
a la siguiente. Huellas de huellas, los relatos configurados en estos grupos con- 
forman la globalidad del texto iterativo del sistema. Operan como algoritmos 
recursivos, expresando la solución a los problemas en términos de llamadas a 
sí mismos. Si bien se trata de repetición en un estado mutable, el juego de los 
procedimientos codifica las posibilidades en un haz que se desprende desde las 
direccionalidades (el sentido) de las huellas desde las que proceden; el haz del 


sistema sexo/género. Los relatos se difieren al tiempo que se diferencian, pero 
en una trama iterativa de particular impacto performativo. La différance aparece 
aquí como esa insistente preocupación por aquella metafísica que inquietara a 
Jacques Derrida desde sus estudios sobre los análisis de Martin Heidegger. No 
hay texto trascendente; «Somos pensamientos sin nadie que los piense: somos 
signos. No hay comienzo ni final, no hay ninguna manera de ganar o perder. 
¿Cómo dar con la presencia de un sentido?» (Gabilondo, 1990, p. 12). No obs- 
tante, la metafísica de la presencia impone una compulsiva preocupación on- 
tológica. ¿Cómo enunciar lo forcluido? ¿Cómo leer la ausencia del libro? Esta 
inquietud diagrama los relatos en una inquietante forclusión de la ausencia; «Las 
categorías son una necesidad de todos de pertenecer a algo. Si no te identificás 
con nada, ¿qué sos?». La ausencia de definiciones (dar-fines) delimitadas inco- 
moda hasta conducir a forclusiones. Si la existencia no tiene inicio ni final, esta 
«no es real»; la ausencia, entonces, debe ser forcluida para dar paso a la existencia 
de lo real. La metafísica del ser disciplina las posibilidades de la existencia. De 
otro modo, esta correría el riesgo de poder ser catalogada apenas como un juego 
(utilizando el juego como adjetivo peyorativo); «no real», inexistente, sin «los pies 
sobre la tierra», sin un «algo» a lo cual aferrarse. «Porque siempre algo hay que 
ser». El texto de la performance proporciona todas las respuestas a ese algo que 
«hay que ser». 

Heidegger, en su inconcluso Ser y tiempo (1927/2003), habría entendido 
que la existencia humana se configuraría desde un ente abierto al ser, pues solo 
así se mantendría una relación de mutua pertenencia. Se trata de un ser-en-ac- 
ción, de un ser-ahí (Dasein), de un estar siendo, un estar en el mundo. Desde allí, 
que la idea cartesiana de unos sujetos encerrados en sí mismos que se enfrentan 
a un mundo ajeno (un ser por separado) resulte inconsistente para Heidegger. 
El ser es una acción en el mundo, una acción que configura (y se configura) en 
los devenires en la existencia. Pero reconocer este carácter de caída que tiene 
la existencia, este estar-vuelto-hacia-la-muerte («Sein zum Tode») no parece ser 
soportado y conduce a su forclusión; desde allí se configuraría una «vida enaje- 
nada» que olvida el ser-ahí (Dasein) en nombre de los entes concretos. Por ello, 
en Nietzsche (1930/2005) y en De la esencia de la verdad (1931/2007), se 
ocuparía de estudiar la historia de la metafísica como un proceso orientado al 
olvido del Dasein; la inevitable caída en el nihilismo que antepone al ente, el cual 
acabaría por aparecer vacío. El Dasein, el ser que en cada situación interpela e 
investiga, terminaría siendo anulado por estas compulsiones metafísicas, cosa 
que retomaría Derrida para objetar la metafísica de la presencia. 

Las inquietudes ente-ontológicas se manifiestan iterativamente en los grupos 
de discusión. El Dasein (ese ser en-el-ahí) parece desdibujarse tras la implaca- 
ble fuerza de la metafísica. ¿Una necesidad de forcluir el estar-vuelto-hacia-la- 
muerte? Posiblemente se trate también de las reglas que diagraman estos juegos 
de lenguaje. En la performance del sistema sexo/género se configuran procesos 
de territorialización funcionales a este estado de cosas, configurando un diagrama 


políticamente estratégico a la hora de disciplinar la existencia; desde allí se con- 
figuran los territorios y, al hacerlo, también se configuran a sus habitantes. El 
juego retórico «divide et impera» (a veces también «divide et vinces», «divide ut 
imperes» o «divide ut regnes»), atribuido tanto a Julio César como a Filipo de 
Macedonia y a Luis XI, no hace más que argumentar sobre las artes del bien go- 
bernar; el territorio debe estar dividido en entes (provincias, o «cosas», o «algos») 
claramente delimitados para que se haga posible la administración de las relacio- 
nes entre dichas entidades. Ello resulta tan válido para los espacios geopolíticos 
como para el logos. Estos procesos de territorialización operan en el juego de la 
administración política del pensamiento; «Las categorías son necesarias, sin duda, 
si no hubiera categorías estaríamos bastante perdidos». De allí que las diferencias 
entre las entidades exijan la administración de sus límites tanto como la adminis- 
tración de sus habitantes, así como de las funciones adjudicadas a cada ente. 

Se trata de un juego de particular potencia performativa que, por tal, desdi- 
buja las posibilidades de salida. De allí su instrumentalidad política; las caracte- 
rísticas del mismo comprometen las cualidades de la identidad en una ontología 
de la existencia. La performance del sistema sexo/género instituye las realidades 
del ser y las de sus propiedades trascendentales. Esta imposibilidad de diferen- 
ciar el juego y la trama del más-allá-del-juego le confieren al afuera un carácter 
de inexistencia perceptible; este más-allá adquiere una asimilación con el vacío 
o la nada. Se trata de un núcleo rígido de creencia imposible de interpelar, por- 
que para hacerlo sería necesario una línea que permita fugarse de dicho núcleo. 
Los relatos son también relatos de otras huellas; el sistema sexo/género relata 
también las condiciones de existencia tanto de estos relatos y relatores como del 
propio ejercicio de relatar. Proceso de territorialización del ser y sus deberes, en 
estos juegos de lenguaje sus reglas se naturalizan (performan lo real) obstaculi- 
zando la posibilidad de hacer otros juegos y otras reglas; los roles no solo refieren 
a los personajes del texto, sino también a los actores que actúan a dichos perso- 
najes. Se trata, además y en armonía con las sociedades altamente estratificadas 
en las que se inscribe, de una performance caracterizada jerárquicamente; un 
proceso falogocéntrico en el cual las funciones del margen se establecen desde 
una periferia de subordinación; en estrategias de semiotización, en funciones 
adjudicables y en asociaciones cognitivas. 

Jacques Derrida (1967/1989) se ha encargado de jugar con el estructura- 
lismo a través de su interpelación a Tristes trópicos (Lévi-Strauss, 1955/1988). 
Desde allí, el pensador franco-argelino se ha ocupado de señalar que tras la 
admiración de Lévi-Strauss por la cercanía a la naturaleza por parte de los nam- 
bikwaras (aún no contaminados por la cultura, según el antropólogo) solo se 
desprende el anhelo por algún tipo de presencia logocéntrica. En efecto, y en 
términos derridianos, se podría identificar allí una compulsión por la metafísica 
de la presencia. No obstante, objetaría Derrida que tal exterioridad (tal no con- 
taminación) se deconstruye por sí misma al estar esta cultura del Brasil también 
sobrecodificada por sistemas de diferencias, y de desigualdades, en lenguajes no 


alfabéticos; costumbres, mitos, tabúes. Como se ha señalado en páginas anterio- 
res, no hay exterioridad porque no hay cultura ni naturaleza en tanto entidades 
separadas. Sin embargo, lo que sí hay son procesos de naturalización y desna- 
turalización a partir de las cualidades performativas del texto; una compulsión 
por la metafísica, una insistente búsqueda del relato trascendente a partir del 
cual se relaten todos los relatos, un metarelato al que se busca legitimar tras la 
inapelabilidad de lo natural. No hay naturaleza pero sí hay procesos de natura- 
lización; núcleos rígidos de creencias que por tales carecen de probabilidad de 
interpelación. 

No habría posibilidades de exterioridad si no se lo hace desde una renuncia 
a estas compulsiones ontológicas. En esta performance, roles masculinos y roles 
femeninos, así como la homo y la hetero sexualidad, operan desplegando ritos 
que buscan revalidar la probabilidad de identidades configuradas antes como 
ser-entes (Sein) que como estar-siendo-en-el-mundo (Dasein). De este modo, 
aparece un conjunto de escenas orientadas a prescribir las cualidades iterativas 
del sistema en un relato que traza las fronteras entre lo real y aquello que no 
lo es. La performance demuestra así su formidable capacidad de instituciona- 
lización; las reglas del juego a ello se orientan, el contrato sexual de Pateman 
(1988/1995) aparenta escribir desde allí sus cláusulas. 


Discusión 


Pero pensemos sobre todo en la formación de los 
conceptos. Toda palabra se convierte de manera 
immediata en concepto en tanto que justamente 

no ha de servir para la experiencia singular y 
completamente individualizada a la que debe su 
origen, por ejemplo, como recuerdo, sino que debe 
ser apropiada al mismo tiempo para inmumera- 
bles experiencias, por así decirlo, más o menos 
similares, esto es, jamás idénticas estrictamente 
hablando; así pues, ha de ser apropiada para 
casos claramente diferentes. Todo concepto se forma 
igualando lo no-igual. Del mismo modo que es 
cierto que una hoja munca es totalmente igual a 
otra, asimismo es cierto que el concepto hoja se 
ha formado al abandonar de manera arbitraria 
esas diferencias individuales, al olvidar las notas 
distintivas, con lo cual se suscita entonces la 
representación, como si en la naturaleza hubiese 
algo separado de las hojas que fuese la hoja, una 
especie de arquetipo primigenio a partir del cual 
todas las hojas habrían sido tejidas, diseñadas, 
calibradas, coloreadas, onduladas, pintadas, 
pero por manos tan torpes, que ningún ejemplar 
resultase ser correcto y fidedigno como 


copia fiel del arquetipo. 
(Nietzsche, 1873/2012, p. 27) 


El trazar de estos relatos 


Agenciamientos colectivos de enunciación; la máquina de guerra de Gilles 
Deleuze, conceptual y nómada, territorializa su estrategia de semiotización en 
los devenires de la tarea que hemos realizado. Porque ¿de qué se trata este texto- 
con-texto del sistema sexo/género sino de un conjunto múltiple de agencia- 
mientos? Para la raE (2018), la acción de agenciar se define como el «Hacer 
las diligencias conducentes al logro de algo». Pero, ¿qué es lo que se agencia? 
y ¿qué es lo que se logra? Deleuze respondería a esta pregunta hablando, nada 
más ni nada menos, de tecnologías. Sin embargo, y tal como señalara Derrida, 
estos juegos de lenguaje se diferencian al tiempo que se difieren; configuran su 
différance. El diccionario es una de sus manifestaciones más claras; toda palabra 
refiere a otra, y esta a otra, y a otra, y así indefinidamente. El agenciamiento 
refiere a tecnología, y la tecnología no se conformaría más que como el logos de 
la técnica; el lenguaje propio de un arte y el discurso que da razón de las cosas. 
En última instancia, un agenciamiento implica alianzas tecnológicas y, por ello, 


necesariamente compromete al ejercicio de la enunciación. Wittgenstein lo lla- 
maría juego de lenguaje (1921/1994) y Austin (1962/1990), su discípulo post 
mortem, señalaría que la cualidad central del lenguaje es su carácter performativo. 

En efecto, estos juegos de lenguaje parecen desplegarse tanto en las en- 
trevistas realizadas como en los grupos de discusión. Del mismo modo, estos 
despliegues se agencian en hiperenlaces con todas las otras lenguas reconocidas 
en las observaciones etnometodológicas; gestualidad, «producciones», adminis- 
tración de los espacios, modalidades de comunicación. Es desde el ejercicio de 
estos juegos que se corrobora la naturaleza de los signos vigentes en el sistema; 
los pares significantes hombre/mujer, activo/pasivo, se constituyen a partir de 
significaciones que naturalizan su lógica de sentido. De este modo, el eje uni- 
versitario Cordón se manifiesta como un texto-con-texto codificado desde estos 
sistemas de diferencias. La naturaleza de todo signo, así como de aquello a lo que 
los signos refieren, no se sostiene en el ser sino en el no ser lo que otros signos 
son, lo que proporciona un sistema de diferencias circunscrito por el plano de la 
otredad; esos modos a partir de los cuales los colectivos se piensan a sí mismos 
en relación con los otros, y a los otros en relación con sí mismos. Así, el sistema 
sexo/género determina tanto la naturaleza como las consecuentes modalidades 
de existencia de los actantes allí presentes. En correspondencia con su inscrip- 
ción en tramas jerárquicas de relaciones, y obedeciendo a esta lógica binaria del 
sentido, el binomio ser/no-ser antes que configurar una relación establece pro- 
cesos de centralización en torno al eje masculino-genital-heterosexual; la com- 
petencia se dibuja desde una significación entre quien consigue «al que la tiene 
más larga» y quien se apropia de aquel «que la tiene más larga». Son dibujadas así 
las características de un juego falogocéntrico que captura también al par homo/ 
hetero en este proceso de centralización del cual venimos hablando. El deber ser 
se instituye como ser, codificando así las posibilidades del devenir que señalara 
Deleuze. Resulta posible, entonces, distinguir estos juegos en relatos hablados, 
grafitis y en los demás soportes no verbales. Estos relatos de relatos nos han 
permitido relatar dichos procedimientos reconociéndolos como juegos de len- 
guaje. ¿Cómo identificar las referencias si no lo es a partir de las inferencias que 
el lenguaje habilita? 

Ahora bien, como señalaran Wittgenstein (1921/1994) y Austin 
(1962/1990), los juegos de lenguaje implican reglas de juego, aunque dichas 
reglas se vayan reglando en la misma medida en la que se juegan. Los rituales 
presentes en nuestro eje recreativo han dejado en exposición esta impronta 
reglada, al menos en sus fluidos direccionales; «pueden cambiar muy poco, 
como cambian los vocabularios y las modas, pero sin embargo creo que siem- 
pre fueron parecidas». Por ello, y tal como advirtiera Austin, los lenguajes se 
corresponden con modos de acción; implican accionares antes que mera pa- 
labrería. En este sentido, el «verso» comprende tanto la palabra como los ejer- 
cicios corporales, configurando los accionares que definen a los referentes de 
los signos allí en juego. Se trata del carácter performativo de los lenguajes; una 


repetición de procesos orientados a alcanzar resultados que se utilizarán como 
punto de partida para las siguientes iteraciones. Nos encontramos aquí con re- 
latos de relatos de relatos, con un proceso de huellas que se difiere y diferencia 
desde y hasta el infinito. Se trata de una performance; el sistema sexo/género 
actúa verbal y no verbalmente en una muestra escénica que desdibuja límites 
entre actores y público, así como entre escenario y tribuna. De este modo, se 
enmascara la posibilidad de dejar de jugar; actores y personajes se asimilan 
entre sí, en un proceso de naturalización cuyas líneas de fuga se invisibilizan. 
El método Stanislavski (1937/2009), sustentado en la premisa de que el actor 
debe vivir una acción antes que representar una ficción, parece en esta perfor- 
mance diagramarse hasta el extremo. Ficción y no-ficción se difuminan en el 
ficcionar de las reglas. Vista de este modo, la performance del sistema sexo/ 
género pone en escena las especificidades de la matriz semiótica de la cual pro- 
cede, en la cual se inscribe y a la cual otorga sentido. De allí que, para Victor 
Turner (1969/1988), las performances revelaran los caracteres más profundos 
de las culturas, conviniendo a lo construido como copartícipe de lo real. Los 
juegos nocturnos, inscritos aquí, testimonian estos procederes con una parti- 
cular asociación entre identidad y ontología; los roles identifican no solo a los 
personajes, lo hacen asimismo con los actores que los actúan. Estos rituales 
trascienden el mero hecho de que la «carga» o el «levante» efectivamente se eje- 
cuten en tanto encuentros sexuales o afectivos. Aquello con lo que se «carga», 
o aquello «levantado», se sostiene antes en la consolidación de las identidades 
que en las prácticas específicas asociadas con las relaciones sexuales. Se carga 
con un ente/natura, con la materialización del deber ser en la existencia, con 
una metafísica del Seín que opaca las posibilidades del Dasein; la tascendencia 
ontológica parece detener las posibilidades de reconocer el estar siendo ahí en 
el mundo. De allí que estos movimientos, estos flujos de la identidad, iteren sus 
funciones en los haces de sentidos de estas tramas, estatuyendo sus productos. 
Se esfuman así las fronteras entre lo creado para la ocasión y el universo que 
lo precede; ello tanto por el particular carácter performativo de los lenguajes 
que allí se ponen en juego como por el ficcionar del universo semiótico en 
el que se inscribe. Masculinidades y femineidades son aquello que hacen y 
hacen aquello que son, por esto resultan llamativamente exógenas aquellas 
particularidades que se desplazan de lo predecible; son percibidas conflictiva- 
mente, «causan gracia», «no les cae muy simpático», «y hasta parece que queda 
ridículo». Por todo esto, Judith Butler (1993/2002) jerarquizará los aspectos 
performativos de nuestra performance; una articulacion de juegos de lenguaje 
que constituye aquello a lo cual refiere. Los roles dentro de estos juegos de ac- 
tores no solamente son enunciados, performan aquello de lo que hablan. Unos 
y otros términos de este binarismo se hacen desde el propio ejercicio de enun- 
ciarlos como tales; los enunciados no se limitan a describir los hechos, sino que 
por el mismo hecho de ser expresados realizan aquello referido. 


No hay, entre los jugadores que juegan, exterioridad a estas reglas de juego. Si 
la hubiera no habría juego. Quienes se localizaran en el exterior no serían jugadores 
de estos juegos, podrían haber optado por salir del tablero o bien a él podrían no 
haberse prestado. ¿Pero cuál es el grado de posibilidad de que esto efectivamente 
hubiera sucedido? Esta fiesta pagana despreocupada y alegre del carnaval de los 
juegos logra borronear la posibilidad de dejar de jugar, otorgando al adjetivo «libre» 
una cualidad errónea. 

Estas performances se libretan desde los agenciamientos que allí se territoriali- 
zan. Sus guiones se inscriben en las artes del agenciar los discursos que dan razón de 
las cosas; el logos, la más específicamente significativa de las tecnologías. Desde allí 
se constituye la codificación y —por ende— los conceptos que logran performar 
lo inteligible. Como objetara Nietzsche (1873/2012), los conceptos no pueden 
evadir su carácter de arquetipos primigenios, pintados desde manos torpes que 
no logran fidelidad. Sin embargo, el carácter performativo instituye las metáforas 
de manera tal que estas olvidan su condición de tales; devienen en conceptos con 
pretensión de literalidad, devienen en aquello que Lizcano (2006) llamara «zom- 
bis». Entonces, no nos resulta posible evadir iterados hiperenlaces con aquel 
iconoclasta alemán, tal como le sucede esa heteroglósica nomenclatura que se 
despliega desde la teoría queer y, más contemporáneamente, desde el transfemi- 
nismo de Emi Koyama (2003). 

Solo mediante el olvido de este mundo primitivo de metáforas, solo mediante 

el endurecimiento y petrificación de un fogoso torrente primordial compues- 

to por una masa de imágenes que surgen de la capacidad originaria de la 

fantasía humana, solo mediante la invencible creencia en que este sol, esta 

ventana, esta mesa son una verdad en sí, en resumen: gracias solamente al 
hecho de que el hombre se olvida de sí mismo como sujeto y, por cierto, 
como sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma, seguridad y conse- 
cuencia; si pudiera salir, aunque solo fuese un instante, fuera de los muros de 

esa creencia que lo tiene prisionero, se terminaría en el acto su «consciencia 

de sí mismo». Le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el 

pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que 

la cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece 

totalmente de sentido, ya que para decidir sobre ello tendríamos que medir 

con la medida de la percepción correcta, es decir, con una medida de la que 

no se dispone. (Nietzsche, 1873/2012, p. 31) 

Como se desprende desde los relatos, estos agenciamientos producen, son 
producidos y juguetean en flujos de metáforas. La pregunta, entonces, no debe- 
ría ser sobre la veracidad de un enunciado, ni sobre la mayor o menor cercanía 
de este a lo real, ni siquiera sobre la existencia de la realidad (el solipsismo solo 
seduce por la simpática belleza de su plano significante, algo así como el falogo- 
centrismo). El plano metáforico es real sencillamente porque los conceptos no 
son ni más ni menos que metáforas. Su único problema reside en esa compulsiva 
tendencia a olvidarse que lo son; el texto-con-texto así lo impone. No se trata, sin 
embargo, de tomar posición en el enfrentamiento entre la tecnocracia científica 


y cuantitativa contra la tecnocracia cualitativa y literaria; ambas solo consideran 
reales sus propios juegos de lenguaje, por ello actúan como tecnocracias. El pro- 
blema es otro; olvidar el carácter metafórico del pensamiento. La enunciación es 
necesariamente un agenciamiento entre tecnologías; los agenciamientos tienen 
como producto los procesos de territorialización; la territorialización produce 
tanto los territorios como a los habitantes que sobre ellos transitan. Los con- 
ceptos son metáforas, las metáforas son juegos de lenguaje, el lenguaje performa 
aquello a lo que refiere. Discutir sobre la metafísica de la realidad se torna aquí 
banalmente inoperante. 

Aquello que guía nuestro juego de lenguaje, el devenir de nuestro siste- 
ma sexo/género, no puede ser más que las reglas que se reglan al enunciar; un 
agenciamiento colectivo de enunciación. Esto no deja de ser una redundancia 
trampeada por el uso de diferentes grafemas; un agenciamiento no puede ser 
otra cosa que colectivo, y como tal no puede evitar la acción de ser enunciado. 
Resulta inevitable, entonces, la presencia del arte del buen decir, el buscar dar al 
lenguaje eficacia para deleitar, persuadir o conmover; el ejercicio de la retórica. 
Para que esta eficacia se configure como tal debe inscribirse en una estética ca- 
paz de lograr tal cosa. Ello implica alianzas tecnológicas, institucionalización de 
acuerdos sobre los límites entre el bien decir y lo mal dicho; agenciamientos. Se 
despliega de este modo una negociación entre los tropos aceptables y aquellos 
que no lo son. Esta negociación deviene en un uso de metáforas cuya iteración 
termina transformándolas en conceptos que performan el universo en el cual 
transitan. Metáforas, muertas como tales, que pasan a alimentarse de aquellas 
que aún no han muerto para devenirlas en muertas; metáforas zombis, como 
propusiera Lizcano (2006). 

En sus relaciones con la investigación, como en sus relaciones con la ciencia, la 

investigación psicológica no manifiesta la dialéctica de la verdad; simplemente 

sigue las astucias de la mistificación. (Foucault, 1957/2015, p. 11) 

En el eje recreativo-nocturno que nos ha ocupado se recurre a los recursos 
disponibles; hay condiciones de enunciación. Vale esta obviedad, porque nos 
permite el juego retórico de señalar la consistencia de dichos recursos. Esta con- 
sistencia se sostiene en sus condiciones de verosimilitud. Es posible encontrar 
estos criterios de verosimilitud a partir de la procedencia con la cual se asocia 
el uso de los enunciados. En estos espacios universitarios se le confiere especial 
credibilidad al uso de una jerga que contenga directas alusiones a los juegos re- 
tóricos vigentes desde su procedencia académica. 

En estas condiciones de enunciación se imponen metáforas provenientes 
de la economía política, metáforas que permiten a sus habitantes la inteligibi- 
lidad de los movimientos que allí se despliegan. Desde el acaecimiento de las 
lógicas del libre mercado, los actores actúan, se piensan y son pensados, como 
bienes de uso y bienes de cambio. En este sentido, y recurriendo al análisis 
sociometafórico de Emmánuel Lizcano (1999), puede identificarse la configu- 
ración de sus movimientos como los de empresas atentas a los flujos de la oferta 


y la demanda. Desplegados de esta manera, los actores adscriben a los modos 
de funcionamiento del capitalismo; no se relacionan exclusivamente con bienes 
de uso, jerarquizan la apropiación en modalidad de bienes de cambio. Pierre 
Bourdieu (1980/2007, 1982/1985 y 2003/2010) ya ha advertido la necesidad 
de atender a la acumulación de un capital que debiera ser denominado de otra 
forma. Ha propuesto categorías tales como «capital simbólico», «capital cultural 
incorporado», «capital cultural objetivado», «capital cultural institucionalizado» 
y «capital social». Desde allí ha buscado construir herramientas conceptuales que 
posibiliten explicar algunos modos de actuar, más allá de la restringida significa- 
ción financiera del vocablo capital. 

Si se sabe que el capital simbólico es un crédito, pero en el sentido más amplio 

del término, es decir una especie de avance, de cosa que se da por descontada, 

de acreditación (créance), que solo la creencia (croyance) del grupo puede 

conceder a quienes le dan garantías materiales y simbólicas, se puede ver que 

la exhibición del capital simbólico (siempre muy costosa en el plano econó- 

mico) es uno de los mecanismos que hacen (sin duda universalmente) que el 

capital vaya al capital. (Bourdieu, 1980/2007, p. 190) 

En este orden, el sistema sexo/género aparece también constituido como un 
ejercicio de acumulación de capital simbólico, un juego orientado a enriquecer 
la cuenta corriente de la identidad. Los actantes establecerán allí estrategias que 
dispongan el fortalecimiento de sus cualidades para mejorar su valor jerárquico 
dentro del mercado de la noche. Acordando con las líneas de estratificación de 
la sociedad en la cual se inscribe, los estados de cuenta parecen modelarse desde 
un proceso de centralización en torno al pivote masculino-genital-heterosexual. 
Toda la performance aparenta desplegarse desde allí. Compradores y vendedores 
tomarán estas referencias, incluso cuando a ellas se resistan. ¿Cómo dejar de ju- 
gar a este juego inscrito como orden natural? Chela Sandoval (1995/2004) ha 
propuesto instrumentaciones desde el vocablo afinidad (afimity), el cual permi- 
tiría minimizar los daños de la identidad ontológica. Sin embargo, el proceso de 
naturalización falogocéntrica dificulta en extremo su propuesta; los hiperenlaces 
cyborg de Haraway (1991/1995), cuasi literalizados desde los flujos las TIC, apa- 
recen trazando líneas en beneficio de este statu quo; «Identidades esencializadas/ 
violencias activadas» (Femenías, 2008). 

Las huellas de huellas trazan hiperenlaces hacia todas las tramas semióticas 
del texto; nuevas huellas trazadas desde hilos de huellas iterativos. Los relatos se 
despliegan en una trama de mercado con relaciones mutuamente constituyentes. 
El capitalismo global integrado (Guattari, 2004) oficia diagramando la existen- 
cia desde un universo sin exterioridad ni más allá. De este modo, se configura 
un juego de particular potencia performativa, minimizando la eventualidad de 
diferenciar entre el juego y la trama del más-allá-del-juego. Vistos así, tanto las 
reglas del sistema sexo/género como las reglas de mercado se imponen como si 
estas fueran un metarrelato, una realidad trascendente. Las trazas de las huellas 
producen una economía ilimitada de mismidad y otredad, al tiempo que localiza 


a la mismidad en un juego de di/férance con todo aquello que resulta posible 
borrar solo a partir de una alteridad radical. La verdad, aquella cualidad del 
enunciado que lo adjetiva como certero, es también un acuerdo performativo; 
produce un efecto que no se restringe a la simple transmisión de un contenido 
semántico. No resulta sorprendente, entonces y en este diagrama, el agencia- 
miento colectivo de enunciación entre dos tecnologías estratégicas del pensa- 
miento; el sexo/género y la ley de mercado. 

La complicidad con el patriarcado sitúa la culpa del agotamiento de los recursos 

mundiales entre las piernas de las mujeres más pobres del sur, conduciendo al 

dumping farmacéutico de una peligrosa anticoncepción coercitiva a largo pla- 

zo, un control demográfico no revisado que hay que distinguir rigurosamente 

de la planificación familiar. La feminista benévola del norte, analfabeta en tér- 

minos transnacionales, apoya esto sin reservas, con «buena voluntad ignorante». 

Cualquier crítica queda encasillada como parte de una posición culturalmente 

conservadora contra la planificación familiar. (Spivak, 1985/2011, p. 401) 

Ahora bien, nada está fuera del texto, las estrategias de semiotización del 
sistema sexo/género no se limitan a la planificación familiar y el control demo- 
gráfico, como tampoco lo hace el capitalismo. Lejos de ello, constituyen mo- 
dos del hacer generales para la existencia; performan la realidad y forcluyen 
las posibilidades de fuga. Los juegos, al no entenderse desde su cualidad de 
juegos, minimizan las probabilidades del dejar de jugar. Proceso de centraliza- 
ción masculino-genital-heterosexual, el sistema «divide et impera» administran- 
do entes y relaciones en un orden jerárquico, proporcionando así herramientas 
retóricas para la gobernabilidad. ¿Cómo jugar a otra cosa sin cambiar las reglas 
del juego? No hay juegos sin otros con quienes se juegue. Toda territorialización 
implica una desterritorialización precedente, todo proceso de territorialización 
implica agenciamiento, y todo agenciamiento es (necesariamente) colectivo y de 
enunciación. El agenciamiento y lo colectivo se diagraman mutuamente; de no 
hacerlo configurarían un oxímoron. 

La pensadora posestructuralista Gayatri Chakravorty Spivak (1985/2011 
y 1999/2010), referente hindú de la poscolonialidad, se ha preguntado sobre 
la posibilidad de hablar de los subalternos, pregunta cardinal para los estudios 
del sistema sexo/género, así como para todos los sistemas de diferencias y sus 
procesos de centralización. Efectivamente, preguntas como esta demandan la 
interpelación de los procesos de naturalización de estos juegos; facilitan interro- 
gatorios sobre la cualidad performativa del lenguaje. Para Spivak, el subalterno 
no ocuparía una posición desde la que pueda hablar o responder, sino la interfase 
en blanco entre las palabras; ¿el lugar del margen” ¿el decir desde los imperativos 
de la centralización? Este problema sobre la localización y el hablar lo diagrama 
desde la relación entre los sujetos y la dominación, fundamentalmente a partir 
de los procesos de subjetivación identitaria que se inscriben en estas relaciones. 
Desde el proyecto de esta crítica literaria, se destaca la necesidad de descentrar 
al sujeto, señalando cómo la idea del individuo con libre albedrío no es más que 


una ficción que responde a una situación cultural, política e histórica; una ficción 
retórica no aplicable a condiciones de enunciación que no se correspondan con 
dicha situación. El sujeto subalterno no podría hablar por carecer de un lugar 
de enunciación que lo permita, si dejara de estar silenciado dejaría automática- 
mente de ser subalterno y por ello la pregunta ya no podría ser respondida (se 
fugaría de las reglas de ese juego del lenguaje). Si el margen escapara del pro- 
ceso de centralización, margen y centro se desdibujarían como tales; defender 
la identidad del margen potencia su cualidad de tal, racionalizando así la locali- 
zación del centro y fortaleciendo de esta manera los procesos de centralización. 
Discutir cuál sexo es el débil y cuál es el fuerte, defender el derecho ontológico a 
las identidades trans, bi u homosexuales, ¿interpela la centralización masculino- 
genital-heterosexual o racionaliza su existencia? Manifiesto trabajo de filosofía 
política, ¿Puede hablar un subalterno? (Spivak, 1985/2011) se encarga de dis- 
cutir las posibilidades de dejar de jugar sin abandonar las reglas de juego que así 
las constituyen. Tal vez por ello se ocupe insistentemente, en su extenso trabajo 
posterior de análisis político (1999/2010), de exponer los riesgos de nuevas 
y paradojales centralizaciones que pudieran desprenderse de la razón posco- 
lonial. La inquietud por el olvido del «ser-en-el ahí», del Dasein (Heidegger, 
1927/2003), aparece así manifiesta. 

Dirigida, para su tesis doctoral, por Paul de Man, y reconocida en 1976 por 
su traducción al inglés de Jacques Derrida (De la Grammatologie, 1967), resulta 
previsible que las huellas de la deconstrucción hayan orientado las huellas que ha- 
cen a las propias huellas de Spivak. Tal vez también por este trazar de las huellas, sea 
posible esperar un coeficiente de predictibilidad en el apendice (pp. 407-414) que 
a la deconstrucción dedicara en Crítica de la razón poscolonial. De allí que iden- 
tifique en la deconstrucción un modo privilegiado de leer (o des-leer) los relatos. 

Uno de los imperativos característicos de la práctica deconstructiva es fijar 

la mirada crítica no específicamente en la identidad putativa de los dos polos 

de la oposición binaria, sino en el programa ético-político oculto que empuja 

la diferenciación entre ambos. De hecho, así es como la práctica decons- 

tructiva llega a ser consciente del «momento histórico» del acontecimiento. 

(Spivak, 1999/2010, p. 323) 

No se trata, entonces, de jerarquizar el atender al posicionamiento de los 
actantes, ni de hacerlo con las cualidades ontológicas de los jugadores, ni siquiera 
con las especificidades de las jugadas. Estos han sido los errores en la mirada de 
Desmond Morris (1967/1992, 1971/1974 y 2004/2005), así como lo han sido 
—entre otros— los de la sociobiología. Los aconteceres humanos se inscriben en 
y desde permanentes procesos de significación, ninguna de sus actividades puede 
ser comprendida por fuera de las estrategias de semiotización de las cuales dan 
cuenta y a las cuales otorgan sentido. Juego de reglas que se reglan mientras se 
juegan, el sistema sexo/género debería ser comprendido atendiendo a este juego 
del reglamentar que hace posible que todo se configure como aquello a y des- 
de lo que se está jugando. En última instancia, no hablamos más que de relatos 


diferidos y diferenciados, relatos que devienen en haces de significación; un dis- 
currir en flujos de tramas estratificadas. Los seres humanos producen y consumen 
signos, y es desde allí que su realidad se configura. Se trata de reglas de juego, y 
de reglar reglas, que dan cuenta de (y hacen a los) modos de vida. 

Como en el ajedrez, se trata de un juego que no se puede comprender ni 
atendiendo exclusivamente a la morfología de sus piezas ni a la de su tablero. 
Tampoco se lo puede hacer intentando prever dónde terminará cada una de las 
piezas, ni los componentes materiales con los que estas se fabrican, ni siquiera 
con los diversos movimientos de sus jugadores. Se impone, sí, comprender el 
reglar de las reglas que instituyen aquello que sucede (cómo se mueven las piezas 
y en función de qué). Los jugadores intentarán ganar (dar mate) a sus oponentes, 
el empate (tablas) solo reinicia el juego nuevamente, no lo inhabilita; se trata de 
ganar o de perder. Esto solo podrá ser evitado cambiando todas las reglas o de- 
jando de jugar, estableciendo un nuevo juego o una línea de fuga. Sin embargo, 
para ello se hace necesario discriminar entre el juego y el más-allá-del-juego. 

¿En qué trama de textos se inscribe el estudio de estas reglas? ¿Cuál sería 
la asignatura dentro de la cual cabría la pertinencia de localizar estos estudios? 
¿Con cuáles reglas de lenguaje se pueden reglar los estudios orientados hacia el 
sistema sexo/género? ¿Cuál taxonomía disciplinar puede ser considerada certera? 

Si el pensamiento, como señala Foucault (1969/2010), puede ser conce- 
bido como el acto que instaura a los sujetos y los objetos, estudiar el pensamien- 
to conlleva estudiar las condiciones en las que se han formado y modificado 
estas relaciones. 

Huellas de huellas, nuestros estudios sobre la performance del sistema sexo/ 
género conllevan indagatorias sobre los procesos en los cuales sus sujetos y obje- 
tos se van constituyendo en tanto tales. Siendo procesos constituidos por proce- 
sos, comprender los procesamientos de este sistema nos implicó una particular 
atención hacia los modos subjetivación; esas modalidades desde las cuales se 
constituyen tanto los objetos como los sujetos allí diagramados. Confeccionamos, 
de este modo, un conjunto de tareas orientadas a rastrear aquellas prácticas en 
las que los sujetos aparecen como efectos de constitución antes que como ins- 
tancias de fundación. Así pensada, la subjetivación se configura como un modo 
de objetivación de los sujetos; un modo en el cual los sujetos pasan a definirse 
como objetos de estas relaciones. Modos de subjetivación y de objetivación, por 
lo tanto, se desarrollan mutuamente, y es en esta trama donde nuestra tarea ha 
devenido. ¿En cuál proceso de disciplinamiento se la puede codificar entonces? 
¿Cuales huellas jerarquizar para establecer su procedencia? ¿Hacia cuál trazo 
disciplinar se dirige este tránsito? Si hemos situado esta trama dentro de con- 
diciones de enunciación asociadas con la psicología. ¿Cómo delimitar nuestro 
tránsito en tras las fronteras de esta disciplina? ¿Cómo definir las condiciones en 
las que se han formado y modificado nuestras indagatorias? 


Huellas disciplinares 


El signo psicología se ha configurado a partir un agenciamiento compuesto 
entre dos vocablos del griego clásico; psykhé (Joni) y lógos (Aóyos). 

El verbo griego psycho (yóyw) refiere a «aire frío». Cuando desde allí se forma 
el sustantivo psykhé (po), este alude al aliento que exhala al morir el ser humano; 
como ese aliento permanece en el sujeto hasta la muerte, psykhé también pasa 
a ser comprendido como esencia de la vida humana. Es desde este plano que al 
signo psykhé se lo ha elucidado en sinonimia con signos como abma, actividad 
mental, fuerza vital, así como con todos los procesos y fenómenos que definen la 
mente humana como unidad. Por otro lado, el /ógos refiere a «palabra meditada, 
reflexionada o razonada»; por ello se lo sinonimia con razonamiento, argumen- 
tación, habla, inteligencia, pensamiento y sentido. De esta manera, la psicología 
pasaría a configurarse como una disciplina ocupada en tratar tanto la conducta 
como los procesos mentales de los sujetos, abarcando todos los aspectos de la 
experiencia humana. 

Si bien este agenciamiento refiere a signos procedentes del griego clá- 
sico, su primer uso registrado parece proceder de dos textos en latín. Krstic 
(1964/2001) lo localiza en Psichiologia de ratione animae humanae, un libro 
que habría sido escrito entre el siglo XV y el XVI por el poeta Marko Marulic, 
fundador de la literatura en lengua croata. Por otra parte, Juan Carlos Murillo 
(2009, p. 18) señala que sería Rudolf Góckel (Goclenius) quien lo introdujera 
desde una obra publicada en 1590 en Marburgo; Psychologia: hoc est, de homi- 
mis perfectione, animo, et in primis ortu hunus, commentationes ac disputationes 
quorundam theologorum € philosophorum nostrae aetatis, quos versa pagina 0s- 
tendit. No obstante, habría que esperar hasta 1879 para establecer un mito fun- 
dacional de la disciplina que fuera reconocida por su vertiente más cientificista. 

Es en ese entonces que Wilhelm Wundt inaugura el primer laboratorio de 
psicología experimental en Leipzig. La importancia que a ello se le concede da 
cuenta de hasta qué punto es decisiva para ciertos relatos la analogía con los 
procesos de emancipación de otras disciplinas científicas. La psicología habría 
comenzado cuando, más allá de las elucubraciones propias de la filosofía, el 
estudio de la mente humana tomó las sendas del método hipotético-deductivo 
y la referencia metódica a la experiencia. Por otra parte, las tesis de Wundt in- 
fluyeron decisivamente en institucionalizaciones posteriores y condicionaron el 
debate acerca de la naturaleza y los métodos de la psicología. 

En este marco, comienzan a configurarse diversas perspectivas psicológi- 
cas, cada una con sus propias teorías y metodologías. Ellas pueden coincidir, 
influirse, solaparse, o ser contradictorias e incompatibles; esta heterogeneidad da 
pie a múltiples acepciones y abordajes. Algunos enfoques, como en el humanis- 
mo (Maslow, 1954/1991) consideran que el método científico no es adecuado 
para investigar la conducta. El conductismo (Skinner, 1974/1994), en cambio, 
lo emplea para aquellos comportamientos observables que serían objetivamente 


medibles. La psicología cognitiva (Bruner, 1990/1991), definida a sí misma 
como heredera directa de Wundt, se centra en diversos procesos cognitivos, tales 
como la resolución de problemas, el razonamiento (inductivo, deductivo, abduc- 
tivo, analógico), la percepción, la toma de decisiones y la adquisición lingúística. 
La psicobiología (Bunge y Ardila, 1988/2002), haciendo uso exhaustivo de la 
matemática, la biología, la neurociencia, la química y la física, sostiene que los 
procesos mentales son procesos cerebrales. Con un fuerte acento en el idealismo 
trascendental kantiano, la psicología de la Gestalt (Wertheimer, 1959/1991) re- 
ferirá la organización de la percepción en el sujeto como un marco estructurador 
de lo real a priori, independientemente de la experiencia. La psicología transper- 
sonal (Grof, 1985/2001) busca integrar aspectos espirituales y trascendentes de 
la experiencia humana como marco de trabajo e investigación para la psicolo- 
gía científica. La psicología funcionalista (James, 1907/2000) considera la vida 
mental y el comportamiento en términos de adaptación activa al ambiente. El 
análisis transaccional (Berne, 1961/1976) centra su analítica desde un juego de 
relaciones entre los roles de tres personajes: padre, adulto y niño. Para la concep- 
ción operativa de grupo, la psicología social tendría como tarea la investigación 
de la realidad en la que esta está inmersa, para esclarecerse y esclarecer la explici- 
tación de lo implícito; un ejercicio crítico de la vida cotidiana (Pichon-Riviére y 
Pampliega de Quiroga, 1977/1985). La psicología psicoanalítica (Freud, 1937- 
1939/1991) ha considerado que tras la superficie en la que se representan las 
formas de comportamiento, así como también tras las normas y valores de una 
comunidad, se esconden contenidos y motivaciones inconscientes de difícil acce- 
so. El esquizoanálisis (Deleuze y Guattari, 1972/1985 y 1980/2010) se posicio- 
na como una teoría contrapuesta a la psicología psicoanalítica desde dos puntos 
principales: su culto a Edipo y su reducción de la libido a catexis familiaristas. 
La psicología sistémica parte de la teoría general de los sistemas (von Bertalanffy, 
1968/1989) para pensar las relaciones psíquicas y humanas, examinando como 
unidad de análisis el dinamismo de las interrelaciones del sujeto con los sistemas a 
los cuales pertenece. La psicología social comunitaria (Montero, 2003/2006) se 
define como un ámbito de investigación-acción cuyo objeto de estudio son los co- 
lectivos o comunidades a partir de factores sociales y ambientales, a fin de realizar 
acciones orientadas al mejoramiento de las condiciones de vida. El socioconstruc- 
cionismo (Gergen, 1994/1996) considera que la coordinación en los colectivos 
humanos crea artefactos sociales que componen todo cuanto se puede conocer, 
permitiendo así crear la experiencia consciente. A diferencia de la impronta so- 
cial de la perspectiva anterior, el constructivismo (Piaget, 1964/1991) centra 
su mirada en la modificación constante del aprendizaje desde las experiencias 
personales precedentes. La psicología crítica (Parker, 2007/2010) se posiciona 
como una perspectiva orientada al cuestionamiento sistemático de las psicologías 
dominantes desde una jeraquización del análisis del discurso. Ahora bien, este 
liviano catálogo de relatos psicológicos podría continuar indefinidamente, difi- 
riendo y diferenciando. 


Los diferentes juegos tras el signo psicología, tanto de coincidencias como 
de contradicciones irreconciliables, han inquietado particularmente a Michel 
Foucault. Licenciado en Psicología en 1949 (un año después de hacerlo en 
Filosofía), fue profesor de esta disciplina en París (1951), en Lille (1953) y en 
Clermont-Ferrand (1960). En Dits et écrits (1954-1988/1994), una recopila- 
ción de textos (la mayoría de ellos hasta entonces inéditos) que hiciera su compa- 
nero de vida Daniel Defert, se recoge un párrafo que ilustra sobre su inquietud 
como profesor. Edgardo Castro (2004/2005) se ha ocupado de traducirla y 
ponerla a nuestra disposición: 


La primera precaución que yo tomaría, si fuese profesor de Filosofía y tuvie- 
se que enseñar psicología, sería comprar una máscara lo más perfeccionada 
posible que pueda imaginar y lo más alejada de mi fisonomía normal, de 
modo que mis alumnos no me reconocieran. Trataría, como Anthony Perkins 
en Psicosis, de tener una voz completamente distinta, de manera que nada de 
la unidad de mi discurso pudiera aparecer. Esta es la primera precaución que 
tomaría. Luego, trataría, en la medida de lo posible, de iniciar a mis alumnos 
en las técnicas que se utilizan actualmente, métodos de laboratorio, métodos 
de psicología social; trataría de explicarles en qué consiste el psicoanálisis. Y 
luego, me quitaría la máscara, retomaría mi voz y haría filosofía. Entonces, 
me encontraría con la psicología como esa especie de impasse absolutamente 
inevitable y absolutamente fatal. Yo no la criticaría como ciencia, no diría 
que no es una ciencia efectivamente positiva, no diría que es una cosa que 
debiera ser más o menos filosófica. Diría simplemente que ha habido una es- 
pecie de sueño antropológico en el que la filosofía y las ciencias del hombre 
están, de alguna manera, fascinadas y adormecidas mutuamente, y que es 
necesario despertarse de este sueño antropológico, como en otro tiempo se 
despertaba del sueño dogmático. (Foucault, 1964-1969/1994, citado por 
Castro, 2004/2005, Pp. 213-214) 


Las perplejidades sobre las particularidades disciplinares de la psicología, 
que ya aparecen señaladas en Enjermedad mental y personalidad (195 4/2002), 
lo acompañarán a lo largo de toda su vida. Así, se encontraría con que lo que 
instituye a esta disciplina resulta un juego de relatos paradójicos que vagan entre 
diversos movimientos aparentemente irresolubles. 

[...] no pienso que sea necesario tratar de definir la psicología como ciencia, 

sino, quizás, como una forma cultural que se inscribe en toda una serie de 

fenómenos que la cultura occidental ha conocido desde hace bastante tiempo 

y en los cuales han podido nacer cosas como la confesión, como la casuística, 

como los diálogos, discursos, razonamientos que se podían tener en ciertos 

medios de la Edad Media, los cursos de amor o también en los medios precio- 

sos del siglo XVII (Foucault, 1964-1969/1994, p. 438). 


En £1 orden del discurso (1970/1992) Foucault se ha ocupado de identificar 
las disciplinas como formaciones discursivas orientadas a diagramar el ejercicio de 
los discursos, estableciendo las reglas de juego que se exigen en el modo de pro- 
ducir las proposiciones aún no formuladas. Esto operaría determinando cuales son 


las condiciones que las proposiciones deben cumplir para discriminar lo certero de 
aquello que no lo es; de qué se puede hablar, con qué caja de herramientas se debe 
operar y desde cuáles hermenéuticas debe diagnosticar. Las disciplinas, entonces, 
se ocupan de institucionalizar los procesos en los cuales sus sujetos y objetos se 
van constituyendo en tanto tales. Las huellas disciplinares no pueden evadir 
su condición disciplinaria; proporcionan modos de subjetivación y objetivación 
orientados al buen encauzamiento del conocimiento. 

En este sentido, el « Diccionario de la lengua española» documenta el uso de 
cinco acepciones del término que bien sintonizan con los señalamientos foucaultianos: 
1.f. Doctrina, instrucción de una persona, especialmente en lo moral. 2. f. Arte, 
facultad o ciencia. 3. f. Especialmente en la milicia y en los estados eclesiásticos 
secular y regular, observancia de las leyes y ordenamientos de la profesión o ins- 
tituto. 4. f. Instrumento, hecho ordinariamente de cáñamo, con varios ramales, 
cuyos extremos o canelones son más gruesos, y que sirve para azotar. |...] 5. £ 

Acción y efecto de disciplinar. (RAE, 2018) 


En este orden disciplinario, la universidad compone una institucionaliza- 
ción del conocimiento que habilita la posibilidad de diagramar las modalidades 
de su enunciación. De esta manera, amalgama modos de acción mucho más 
efectivos que la simple imposición de contenidos. En su curso de 1976 en el 
Collége de France, Foucault identifica cuatro conjuntos de procedimientos que 
vendrían actuando a este respecto: 


En primer lugar, la eliminación, la descalificación de lo que podríamos llamar los 
pequeños saberes inútiles e irreductibles, económicamente costosos; eliminación 
y descalificación, entonces. Segundo, normalización de esos saberes entre sí, lo 
que va a permitir ajustarlos unos a otros, establecer comunicaciones entre ellos, 
echar abajo las barreras del secreto y las delimitaciones geográficas y técnicas; 
en síntesis, hacer que sean intercambiables no solo los saberes sino quienes los 
poseen; normalización, por lo tanto, de esos saberes dispersos. Tercera operación: 
clasificación jerárquica de esos saberes que permite, en cierto modo, encajarlos 
unos en otros, desde los más particulares y más materiales, que serán al mismo 
tiempo los saberes subordinados, hasta las formas más generales, hasta los sabe- 
res más formales, que serán a la vez las formas englobadoras y directrices del 
saber. En consecuencia, clasificación jerárquica. Y por último, a partir de ahí, 
posibilidad de la cuarta operación, una centralización piramidal que permite el 
control de esos saberes, que asegura las selecciones y posibilita la transmisión, 
desde abajo hacia arriba, de sus contenidos y, a la vez, desde arriba hacia abajo, 
de las direcciones de conjunto y las organizaciones generales que se pretende 
hacer prevalecer. (Foucault, 1976/2001, pp. 168-169) 


En este orden, la universidad administra y gestiona aquellos saberes que 
logran ser reconocidos como tales, logrando un monopolio que le permite des- 
calificar a todas aquellas modalidades del conocimiento que no se ajusten al 
disciplinamiento de sus condiciones de enunciación. De este modo, se insti- 
tuye un formato de comunidad académica adscrita a un estatuto reconocido y 
con sistemas específicos de valoración; administración de consensos, evaluación 


de «pares», distribución de capital simbólico y financiero, publicaciones arbi- 
tradas, etc. En un juego etnometodológico de autoanálisis, Pierre Bourdieu 
(1984/2008) se ha ocupado de documentar tanto las modalidades como los 
efectos de estos procederes disciplinarios, atendiendo (poco tiempo después) 
aquello que Foucault señalara en 1976. 

El autoanálisis de Bourdieu colabora, casi paradojalmente, con corroborar 
el cómo estas modalidades internas de disciplinamiento tornan innecesaria la or- 
todoxia de los contenidos. El disciplinamiento interno del saber ha sustituido el 
control sobre el contenido de los enunciados por la necesidad de identificar 

[...] quién ha hablado y si estaba capacitado para hacerlo, en qué nivel se si- 

túa ese enunciado, en qué conjunto podemos volver a ubicarlo, en qué sen- 

tido y medida está de acuerdo con otras formas y otras tipologías del saber. 

(Foucault, 1976/2001, p. 172) 

En este diagrama, las procedencias de nuestras tareas de indagatoria, así como 
este producto escrito, transitan por una multiplicidad disciplinar que puede aso- 
ciarse con una territorialización —a la vez tan molar como molecular (Deleuze 
y Guattari, 1972/1985)— llamada psicología. No obstante, esta territorialidad 
resulta tan heterogénea que sus fronteras se hacen completamente difusas. 

En nuestra tarea hemos indagado la trama de huellas que diagraman modali- 
dades específicas del pensamiento que debieran ser, cuando menos, consideradas 
estratégicas. Desde esta perspectiva, hemos buscado contribuir con la compren- 
sión del sistema sexo/género con las reducciones que implica hacerlo desde una 
especificidad socio-témporo-espacial limitada; el espacio del eje universitario 
Cordón en el breve lapso de los dos años atendidos. Relatos de relatos, las narra- 
tivas atendidas nos han impulsado a un ir y venir entre los juegos de lenguajes de 
este texto-con-texto y las huellas teórico conceptuales de la amplia genealogía 
configurada en el planteamiento del problema. Los juegos de lenguaje dispues- 
tos en nuestras observaciones de campo, entrevistas y grupos de discusión, se 
fueron agenciando constantemente con lecturas y re-lecturas de huellas teóricas 
en el constante juego del diferenciar y diferir; la 4¿/Jérance así nos lo ha impuesto. 

El «Diccionario de la lengua española» no puede evadir su condición de re- 
gistro del uso de la lengua; la naturaleza de un lenguaje reside en sus condiciones 
de enunciación, en los ejercicios de sus hablantes, en las formas desde las cuales 
estos establecen su pragmática, antes que en una reglamentación definitiva. En 
su edición del tricentenario, /a psicología se comprende como: 

1.£ Parte de la filosofía que trata del alma, sus facultades y operaciones. 

2. f. Ciencia o estudio de la mente y de la conducta en personas o animales. 

3. f. Manera de sentir de un individuo o de una colectividad. 4. f. Capacidad 

para conocer y comprender la psicología de una persona. 5. f. Síntesis de los 

caracteres espirituales y morales de un pueblo o de una nación. (RAE, 2018) 

¿Cuáles son los guardafronteras que imposibilitan que nuestros estudios se 
instalen allí? Como el «Diccionario de la lengua española» no puede evadir su 
condición de registro del uso de una lengua, en su juego de diferir y diferenciar 


se manifiestan huellas de las formas de vida en las cuales se inscribe. El siste- 
ma sexo/género opera como una potente máquina de diagramar estas formas 
de vida y sus consiguientes modalidades de pensamiento; aquello que, como 
señalara Foucault (1969/2010), instaura a los sujetos y los objetos. Este es un 
problema al cual le ha dedicado unos trabajos que se han consolidado como 
emblemáticos. Relato de relatos, en el relatar foucaultiano puede identificarse 
cómo se corresponden los estares en el mundo con dos tipos de procedimien- 
tos; los modos de objetivación que transforman a los humanos en sujetos al 
objetivarlos, y los modos en los cuales estos se relacionan con sí mismos a través 
de técnicas que les permiten constituirse en sujetos de su propia existencia. El 
sistema sexo/género se posiciona, allí, como dispositivo estratégico. 

Desde este sistema se localizan las modalidades a partir de las cuales el 
animal humano se transformaría en sujeto de sexualidad. Así se desarrolla en los 
tres tomos publicados de su Historia de la sexualidad: «La voluntad de saber» 
(1976/1987), «El uso de los placeres» (1984/1986) y «La inquietud de sí» 
(1984/1987). Un cuarto volumen sería publicado recién en 2019, pese a que 
Foucault antes de su muerte (25 de junio de 1984) dejara registrada su oposi- 
ción: «Las confesiones de la carne» (1984/2019). Estas modalidades de activi- 
dad sobre el sí mismo constituyen aquello a lo cual Foucault denominara «modo 
de subjetivación»; si bien toda moral comporta un código de comportamientos y 
en algunas formas morales el modo de subjetivación adquiere una forma jurídica, 
en otras el sistema de reglas de comportamiento puede ser bastante rudimen- 
tario. En estas últimas formas morales se acentúa el elemento dinámico de los 
modos de subjetivación; las formas de la relación consigo mismo, los procedi- 
mientos y las técnicas mediante las cuales se elabora esta relación, los ejercicios 
por medio de los cuales el sujeto se constituye como objeto de conocimiento, las 
prácticas que le permiten al sujeto transformar su propio ser. 

Sujeto y objeto se configuran mutuamente, y la performance del sistema 
sexo/género ocupa un estatuto estratégico en esta mutua configuración. Nuestra 
tarea, desde esta perspectiva, se orientó con la pretensión de intentar contribuir 
con la comprensión de un orden específico de variables que confieren a la reali- 
dad su cualidad de tal; el texto-con-texto de las formaciones subjetivas. 


¿Conclusión(es)? 


A fuerza de andar buscando los comienzos se 
convierte uno en un cangrejo. El historiador mira 
hacia atrás; al final cree también hacia atrás. 


(Nietzsche, 1889/2001, p. 37) 


¿Cómo concluir? ¿Qué capítulo finalizaría un libro ausente? ¿Cómo terminar 
un fluir de relatos sin principio ni final? ¿Habría un relato que concluiría con el 
trazar de las huellas? 

En el entendido de Roland Barthes (1973/2007), la lengua se define más 
por lo que obliga a decir que por aquello que impide. Los signos, configurados 
en sistemas de diferencias, radican su existencia en función de sus posibilidades 
de iterar; son en la medida en que son reconocidos por la repetición; detrás de 
esto duerme el monstruo de la estereotipia. Este plano del problema transforma 
a los hablantes en amos y esclavos de lo que están hablando; el hablante sería 
hablado por su lengua. Por tal motivo, para este semiólogo francés, el adjetivo 
adecuado para calificar los juegos de lenguaje sería el del fascismo. 


El lenguaje es una legislación, la lengua es su código. No vemos el poder que 
hay en la lengua porque olvidamos que toda lengua es una clasificación, y que 
toda clasificación es opresiva: ordo quiere decir a la vez repartición y conmina- 
ción. Como Jakobson lo ha demostrado, un idioma se define menos por lo que 
permite decir que por lo que obliga a decir. En nuestra lengua francesa estoy 
obligado a ponerme primero como sujeto antes de enunciar la acción que no 
será sino mi atributo; lo que hago no es más que la consecuencia de lo que soy; 
de la misma manera, estoy siempre obligado a elegir entre el masculino y el fe- 
menino, y me son prohibidos lo neutro o lo complejo; igualmente estoy obliga- 
do a marcar mi relación con el otro mediante el recurso ya sea al tú o al usted; se 
me niega la suspensión afectiva o social. Así, por su estructura misma, la lengua 
implica una fatal relación de alienación. Hablar, y con más razón discurrir, no es 
como se repite demasiado a menudo comunicar sino sujetar; toda la lengua es 
una acción rectora generalizada. (Barthes, 1973/2007, pp. 118-119) 


Pero la lengua, como ejecución de todo lenguaje, no es ni reaccionaria ni pro- 
gua, ) guaje, Pp 

gresista, es simplemente fascista, ya que el fascismo no consiste en impedir 

decir, sino en obligar a decir. Desde que es proferida, así fuere en la más 
> 8 q p > 

profunda intimidad del sujeto, la lengua ingresa al servicio de un poder. En 

ella, ineludiblemente, se dibujan dos rúbricas; la autoridad de la aserción, la 

gregariedad de la repetición. (Barthes, 1973/2007, p. 120) 


«La razón en el lenguaje: ¡oh, que vieja hembra engañadora! Temo que no 
vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramáti- 
ca» (Nietzsche, 1889/2002, p. 55). Este aforismo ha conducido a titular una de 
las obras de quien tal vez sea una de las más brillantes estrellas del síar system 
filosófico del Uruguay; La vieja hembra engañadora (Núñez, 2012), una reciente 


re-lectura crítica de aquel iconoclasta alemán. Sin embargo, y pese a las obje- 
ciones de Núñez, objeciones que atacan la obra nietzscheana recuperándola en 
contra de sus propios presupuestos, los epígrafes así criticados son tan condena- 
dos como salvados, construyendo desde allí otro régimen de comprensión (otras 
reglas desde otros juegos de lenguaje). 

Estos hiperenlaces transtextuales se imponen a la hora de poder ¿concluir? la 
tarea de este escrito; una tarea reglada, dentro de esa legislación a la que refiriera 
Barthes, por los juegos de lenguaje del XZomo academicus (Bourdieu, 1984/2008). 
Es que el carácter fascista de la lengua se manifiesta particularmente en los desig- 
nios de los juegos de lenguaje del sistema sexo/género. Porque más allá del reco- 
nocimiento de que toda la lengua es una acción rectora, su carácter performativo 
instituye modalidades de existencia que se materializan trascendiendo las meras 
reglas gramaticales. La ontología identitaria puede llegar a configurarse desde 
allí como juegos de oxímoron; recursos retóricos que combinan conceptos en 
significados aparentemente contradictorios y destinados a resignificarse. El más- 
de-una-lengua juega a instituirlo, por ejemplo, desde naturalizaciones tales como 
esas modalidades de activa pasividad territorializadas en la presupuesta identidad 
femenina. La propia identidad se extiende como oxímoron; libera apresando y 
apresa liberando. ¿Cómo resignificar estos procedimientos? 

Para Butler resulta estratégico discriminar el concepto de performance del 
de performatividad. Sin embargo, parece no advertir que aquello que define al 
arte performático se sostiene en la posibilidad de la improvisación, aunque esta 
se encuentre reglada por la dirección del performer, la performance deviene en 
otra performance, pese al libreto. Los actantes juegan con este devenir, en rela- 
ciones de negociación y reconstrucción tan presentes como la repetición, esta es 
su especificidad artística. Tal vez la mayor dureza de estos juegos se relacione con 
el carácter ontológico performativo que suelen tener al diagramar la identidad; 
tienen que ver con el ser y el no-ser, y sobre el ser nada se puede decir. 

La identidad nos hace posibles, inteligibles para nosotros mismos y para los 

demás. Al mismo tiempo, la identidad es algo imposible en el sentido que 

nunca se logra fijar y que siempre está amenazada por el inconsciente y por 

la mirada del otro, de cuyo reconocimiento depende su viabilidad. La nece- 

sidad de fijar una identidad indica, pues, que somos seres sociales, que somos 

reconocibles como humanos en la medida que abrazamos y somos abrazados 

por categorías que nos otorgan reconocimiento. La identidad es un intento, 

nunca alcanzado, de mostrarnos a nosotros mismos como seres coherentes, 

sin fisuras. En este sentido, las identidades suponen una tentativa de cierre 

o una máscara que nos impide asumir nuestra radical singularidad y la com- 

plejidad de nuestra subjetividad. Se trata, además, de un proceso inherente- 

mente ambivalente; las identidades nos hacen visibles al mismo tiempo que 

nos someten. (Coll-Planas, 2009, p. 299). 


Pero estos juegos identitarios se constituyen desde binomios asimétricos 


que configuran juegos asimétricos de relaciones, imponiendo una inhabilitación 
de la salida desde la más autoritaria de las teologías; la naturaleza. No obstante, 


somos pensamiento sin nadie que lo piense, huellas de huellas, signos derruidos 
y aferrados a la forclusión de la ausencia de un libro trascendente. La posibilidad 
de salida se relata cada vez que la iteración en el relatar se vuelve a conjugar. 
Lenguajes de lenguajes, relatos de relatos que se difieren y se diferencian; el 
uróboros se transforma al alimentarse de sí mismo. 

La centralización masculino-genital-heterosexual parece adquirir particular 
potencia en el eje recreativo del Cordón. En efecto, ¿se trata de un territorio 
exclusivamente heterosexual? Muy posiblemente no, sin embargo estas obje- 
ciones no parecen manifestarse explícitamente si no lo es a través de grafitis 
o alusiones secundarias en el plano de lo irrisorio, desdibujando otras posibi- 
lidades. En los grupos de discusión, vale recordar no obstante, se ha expuesto 
tolerancia hacia las posibilidades de los segmentos no heterosexuales del juego. 
Sin embargo, vale señalar también que estas manifestaciones se inscriben en un 
mercado de interacciones para el cual resulta particularmente valorada la imagen 
de tolerancia y la apertura de perspectivas hacia diferencias y minorías; allí la 
homofobia ocupa un espacio de capital negativo que necesita ser erradicada para 
no desvalorizar la imagen de los productos. Se trataría de un juego de packing 
en un mercado de interacciones que no reniega la centralización masculino- 
genital-heterosexual; lejos de ello, parece reafirmarla. ¿Juego liberal de pequeña 
burguesía universitaria? 

Los rituales de cortejo se manifiestan orientados desde y hacia el pensamien- 
to heterosexual, tal como advirtiera Monique Wittig (1992/2010) tanto tiempo 
atrás. La legislación en torno al matrimonio igualitario (Parlamento del Uruguay, 
2013), así como la constante movilización LGTB1 del colectivo Ovejas Negras, no 
han logrado transformar mayormente estas tramas del relato. Interrogados sobre 
este aspecto, miembros de las comunidades LGTBI han manifestado preferir sus 
actividades en otros circuitos en los cuales se sienten más integrados a mayores 
rangos de respeto. Estos aspectos fortalecen aún la percepción de los procesos de 
centralización masculino-genital-heterosexual, desplazando las identidades LGTBI1 
hacia el margen. Tal plano del juego impulsa el desarrollo de formas de abordaje 
específicas que posibiliten otras lecturas de estos libros ausentes. 

Se trata de huellas, huellas de huellas, en un relato sin principio ni final. 
Lo cual impele la necesidad de constantes lecturas de relatos; transformados, 
resignificados y vueltos a relatar. Ante la advertencia de Spivak (1985/2011) 
sobre la imposibilidad de hablar del subalterno, este relato solo puede concluir 
en la necesidad de buscar huellas que permitan trazar huellas hacia otros juegos; 
sean cuales sean los márgenes en los procesos de centralización del sistema sexo/ 
género. Solo se puede dejar de jugar comprendiendo la metáfora de juego y, por 
consiguiente, la posibilidad de reglar reglas que le confieren el carácter de tal. El 
carnaval lúdico de estos jugueteos solo puede deshacerse accediendo a la posi- 
bilidad de jugar a otra cosa. 

Como señalara Barthes (1973/2007, p. 120) la lengua «no es ni reaccio- 
naria ni progresista, es simplemente fascista, ya que el fascismo no consiste en 


impedir decir, sino en obligar a decir». Si en el epígrafe de las reglas de este jue- 
go se sostiene la aseveración iterada, desde allí se construye toda posibilidad de 
existencia e identidad. De este modo se configuran los procedimientos que con- 
ducen al olvido del Dasein (Heidegger, 1927/2003) tras el impacto autoritario 
de las entidades; en-el-ahí del ser (el estar siendo) se desdibuja en un proceso 
performativo de naturalización ontológica. 

Nada hay que concluir porque no hay origen; no hay nada iniciado en nin- 
gún punto trascendente, solo hay ejercicios. Se trata de huellas relatadas y de 
re-relatar nuevas huellas. Estos juegos de lenguaje debieran ser re-reglados desde 
otros agenciamientos colectivos de enunciación que habiliten el devenir de otras 
huellas. La ausencia del libro trascendente conduce a la posibilidad de compren- 
der que, en este no haber nada más allá del texto, los relatos relatados pueden 
re-relatarse solo descomponiendo la gramática que ha venido obligando a decir 
lo que ya se ha dicho. El fascismo de la(s) lengua(s) solo se interpela cuando el 
theos de la gramática es interpelado. 

En 1979, Félix Guattari había escrito una obra en paralelo con el trabajo 
que venía realizando junto a Gilles Deleuze en Mi! mesetas (1980/2010). Se trata 
de Líneas de fuga, publicado póstumamente, recién en 2011, por Éditions de 
PAube (su traducción al español llega recién en 2013 de la mano de Cactus). Allí, 
en una retórica manifiestamente política, se propone conducir a agenciamientos 
colectivos de enunciación que permitan la fuga de las iteraciones instituidas. 
La sujeción social, para Guattari se sostiene sobre estrategias de semiotización 
orientadas a inhabilitar el deseo a través de la minimalización de líneas de fuga. 
Los devenires minoritarios (todo devenir lo es) permitirían atentar contra los 
núcleos rígidos de creencia que instituyen tanto lo que es posible como aquello 
que no lo es; la semiotización instituida se encarga de eliminar estos riesgos. 

La desterritorialización solo es posible a partir de nuevos agenciamientos, 
agenciamientos de enunciación y agenciamientos de deseo. Comprender los jue- 
gos jugados y aceptar la posibilidad de que como tales se configuran, da la posi- 
bilidad de jugar con otras reglas. 

En 1957 el joven Michel Foucault, antes de doctorarse, publicaría en 
Toulouse una rigurosa interpelación a las compulsiones metafísico-científicas 
de la psicología. Interpelación que recién sería traducida al español (2015) por 
Anthony Sampson, del Grupo Cultura y Desarrollo Humano de la Universidad 
del Valle, en Colombia. Concluyendo este escrito del mismo modo que lo ini- 
ciáramos, reconociéndolo como relato de relatos, bien podríamos cerrar estas 
¿conclusión(es)? citando al cierre de aquellas interpelaciones foucaultianas: «La 
psicología solo se salvará con un retorno a los infiernos» (Foucault, 2015, p. 19). 


Referencias 


AGAMBEN, G. (2011). ¿Qué es un dispositivo? Sociológica, 2 6(73), 249-264. 


AGUILAR, T. (2008). Ontología cyborg. El cuerpo en la nueva sociedad tecnológica. Barcelona: 


Gedisa. 


American Psychological Association (2009). Manual of ihe American Psychological Association. 
Washington: APA. 


AmicoT LEaTcHE, P. y Puja 1 LLomBArT, M. (2009). Una lectura del género como dispositivo 
de poder. Sociológica, 2.4(70), 116-151. 
(2010). El binarismo de género como dispositivo de poder social. Quaderns de 
Psicología, 1212), 131-148. 

ANADÓN, M. (2008). La investigación llamada «cualitativa»; de la dinámica de su evolución a los 


innegables logros y los cuestionamientos. /nvestigación y educación en enfermería, 
26(2), 198-211. 


ANGROSINO, M. (2007/2012). Etnografía y observación participante en investigación cualitativa. 
Madrid: Morata. 


AucÉ, M.(1994/1998). Hacia una antropología de los mundos contemporáneos. Barcelona: Gedisa. 


Austin, J. (1962/1990). Cómo hacer cosas con palabras. Barcelona: Paidós. 


Bayrín, M. (1928/1994). El método formal en los estudios literarios. Madrid: Alianza. 
(1979/1999). Estética de la creación verbal. México: Siglo XXL 
BArTHES, R. (1973/2007). El placer del texto, seguido de Lección inaugural. Madrid: Siglo XXL 


BaucnsprEs, W., CrOISSANT, J. y RestIvO, S. (2006). Science, Technology, and Society. Malden- 
Oxford-Carlton: Blackwell Publishing. 


BaYarDo, R. (2005). Cultura y antropología. Una revisión crítica. Cuadernos de Antropología 
Social, 11, 31-45. 

BELLI, S. y Í£:1GUEz, L. (2008). Emociones y lenguaje: el concepto de «performance» en el 
Membership Categorization Analysis. En Moreno Sandoval, A. (coord.), El valor 
de la diversidad (meta )lingúistica. Actas del VIII congreso de Lingúística General 
(pp. 345-360). Madrid: Universidad Autónoma de Madrid. Disponible en https:// 
dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4007436. Recuperado 28/03/2016. 


BERENGUERA, A., FERNÁNDEZ DE SANMAMED, M. J., Pons, M., PujoL, E., RobrícUEz, D. y 
Saura, S. (2014). Escuchar, observar y comprender. Recuperando la narrativa 
en las ciencias de la salud. Aportaciones de la investigación cualitativa. Barcelona: 
IDIAP J. Gol. 


BERGMAN», G. (1953/1961). Filosofía de la ciencia. Madrid: Tecnos. 


Beraer, P. y Luckmann, T. (1966/2001). La construcción social de la realidad. Buenos Aires: 
Amorrortu. 


Berxe, E. (1961/1976). El análisis transaccional en psicoterapia. Buenos Aires: Psique. 


BrLLiG, M.(1996).47guing and Thinking: A Rhetorical Approach to Social Psychology. Cambridge: 
Cambridge University Press. 


BLawchor, M. (1958/1973). La ausencia del libro. Nietzsche y la escritura fragmentaria. Buenos 
Aires: Caldén. 


BLoor, D. (1971/2003). Conocimiento e imaginario social. Barcelona: Gedisa. 


BorGes, J. L. (1932/1974). Avatares de la tortuga. En Obras completas 1923-1972 (pp. 254-259). 
Buenos Aires: Emecé. 


(1952/1974) El idioma analítico de John Wilkins. en Obras completas 1923- 
1972.(pp. 706-709). Buenos Aires: Emecé. 


Bosrrom, N. (2003). The Tramshumanist FAQ. Ageneral introduction. Oxford: World 
Transhumanist Association. Disponible en https://nickbostrom.com/views/ 
transhumanist.pdf. Recuperado 01/08/2019. 


BourntIzu, P. (1980/2007). El sentido práctico. Buenos Aires: Siglo XXI. 


(1982/1985). ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios linguísticos. 


Madrid: Akal. 
(1984/2008). Homo academicus. Buenos Aires: Siglo XXI. 


(2003/2010). El sentido social del gusto. Elementos para una sociología de la 
cultura. Buenos Aires: Siglo XXI. 


Bruner, J. (1990/1991). Actos de significado. Más allá de la revolución cognitiva. Madrid: 
Alianza. 


BuncE, M. (2003). Cápsulas. Barcelona: Gedisa. 
(2010). Las pseudociencias ¡vaya timo! Pamplona: Laetoli. 
y ArpiLa, R. (1988/2002). Filosofía de la psicología. Buenos Aires: Siglo XXL 


Butter, J. (1990/2007). El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. 
Barcelona: Paidós. 


(1993/2002). Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del 
«sexo». Buenos Aires: Paidós. 


(2005/2009). Dar cuenta de sí mismo. Violencia, ética y responsabilidad. Buenos 
Aires: Amorrortu. 


Carr, N. (2010/2011). Superficial. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Bogotá: 
Taurus. 


Castro, E. (2004/2005). El vocabulario de Michel Foucault. Buenos Aires: Universidad Nacional 
de Quilmes. 


Chuarcor, J. M. (1885/2003). Histeria. Jaén: El Lunar. 


Chomsky, N. (1972/1979). Sintáciica y semántica en la gramática generativa. México: Siglo 
XXL 


CLIFFORD, J. (1995/2001). Dilema de las culturas. Barcelona: Gedisa. 


CoLL-PLAxAs, G. (2009). La voluntad y el deseo. Construcciones discursivas del género y la sex- 
ualidad; el caso de trans, gays y lesbianas. Barcelona: Universitat Autónoma de 
Barcelona. 


CórnoBa, D., Sazz, J. y VipartE P. (2006) Teoría queer. Políticas bolleras, maricas, trans, mes- 
tizas. Barcelona: Egales. 


CriaDo, E. M. (1996). «El grupo de discusión como situación social». En Reis, 79(97), 81-112. 
Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas. Disponible en http://www.reis. 


cis.es/ REIS/PDF/REIS_079_05.pdf. Recuperado 12/03/2013. 
pe BEauvorr, S. (1949/2005). El segundo sexo. Madrid: Cátedra. 


DesorD, G. (1958/1999). Teoría de la deriva. En /mernacional situacionista. Vol. I: La real- 
1zación del arte. Madrid: Literatura Gris. 


(1975/1995). La sociedad del espectáculo. Buenos Aires: La Marca. 
DE Laureris, T. (1984/1992). Alicia ya no. Feminismo, semiótica, cine. Madrid: Cátedra. 
(1994). Habit Changes. Differences: A Journal of Feminist Cultural Studies, 6, 2-3. 


DeLkuzE, G. (1968/2002). Diferencia y repetición. Buenos Aires: Amorrortu. 
(1969/1980). Lógica del sentido. Buenos Aires: Planeta Agostini. 
(1986/1987). Foucault. Barcelona: Paidós. 
(1990/1996). Conversaciones. Valencia: Pre-textos. 


(1990). ¿Qué es un dispositivo? En Deleuze, G. et al. Michel Foucault, filósofo (pp. 
155-163). Barcelona: Gedisa. 


y Guartart, E. (1972/1985). El Anti Edipo. Capitalismo y esquizofrenia. 
Barcelona: Paidós. 


(1 980/2010 ). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre- Textos. 
DeLEuzE, G. y ParNEr, C. (1977/1980). Diálogos. Valencia: Pre-textos. 
DE María, L (1957). Montevideo antiguo. Tradiciones y recuerdos. Montevideo: Biblioteca Artigas. 


Denzin, N. (2001). The reflexive interview and a performative social science. Qualitative 
Research, 1(1), 23-46. 


DerriDA, J. (1967/1989). De la gramatología. México: Siglo XXL 
(1967). De la Grammatologie. Paris: Éditions de minuit. 
(1967/1989). La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos. 
(1975/1997). La diseminación. Madrid: Fundamentos. 
(1994/1998). Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra. 

De Saussure, E. (1916/1945). Curso de lingúística general. Buenos Aires: Losada. 


Dirección General de Planeamiento (2011). Estadísticas básicas 2011 de la Universidad de la 
República. Montevideo: Udelar. Disponible en http://dspace.mides.gub.uy:8080/ 
xmlui/bitstream/handle/123456789/666/1724_Estad%c3%adsticas%20 
b%c3%arsicas%202011.pdf?sequence=18isAllowed=y. Recuperado 02/10/2013. 


Eco, U. (1997/1999). Kant y el ornitorrinco. Barcelona: Lumen. 


Ernest, P. (1998/2015). Social constructivism as a philosophy of mathematics. Nueva York: State 
University of New York Press. 


Esrruch, R. (2002). Efectos del alcohol en la fisiología humana. Adicciones, 14(1), 43-61. 
Femexías, M. L. (2008). Identidades esencializadas/violencias activadas. /segoría, 38, 15-38. 
Ferro MEDINA, G. (2010). Guía de observación etnográfica y valoración cultural a un barrio. 
Apuntes, 2 3(2): 182-193. 
FEYERABEND, P. (1962/1976). Cómo ser un buen empirista. Valencia: Cuadernos Teorema. 
(1975/2003). Tratado contra el método. Madrid: Tecnos. 
(1994/1995). Matando el tiempo. Madrid: Debate. 
Foucaurr, M. (1954/2002). Enfermedad mental y personalidad. Barcelona: Paidós. 


(1957/2015). La investigación científica y la psicología. En Grupo Cultura y 
Desarrollo Humano. Cali: Universidad del Valle. Disponible en http://psicologi- 
acultural.org/Pdfs/Traducciones/La%2oinvestigacion%2ocientifica%20 
y%20la%20psicologia.pdf. Recuperado 18/05/2015. 


(1963/2003). El nacimiento de la clínica. Buenos Aires: Siglo XXI. 


(1964/1986). Historia de la locura en la época clásica. México: Fondo de Cultura 
Económica. 


(1966/1985). Las palabras y las cosas. Barcelona: Planeta-Agostini. 
(1967/2010). El cuerpo utópico. Las heterotopías. Buenos Aires: Nueva Visión. 


(1969/2010). La arqueología del saber. México: Siglo XXI. 


Foucaurr, M. (1969/1998). ¿Qué es un autor? Litoral, 25/26, 35-71. 
(1970/1992). El orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets. 
(1975/2002). Vigilar y castigar. México: Siglo XXI. 


(1976/2001). Defender la sociedad. Curso en el College de France. Buenos Aires: 
Fondo de Cultura Económica. 
1976/1987). Historia de la sexualidad. 1. La voluntad de saber. México: Siglo XXL 
1977/1992). Microfísica del poder. Madrid: Ediciones de la Piqueta. 
). Tecnologías del yo. Barcelona: Paidós. 
. 
). 


1983/2014 


( 

( 
(1981/1990 
( El sujeto y el poder. Madrid: Omegalfa-Biblioteca Libre. 
( 


1984/1986). Historia de la sexualidad. 2. El uso de los placeres. México: Siglo 
XXI 


(1984/1987). Historia de la sexualidad. 3. La inquietud de sí. México: Siglo XXL 


(1984/2019). Historia de la sexualidad. 4. Las confesiones de la carne. Madrid: 
Siglo XXI. 


(1994). Dits et écrits. 1. 1954-1969. Paris: Gallimard. 


(1994) 
(1994). Dits el écrits. 3. 1976-1970. Paris: Gallimard. 
(1994) 


1994 
Frzun, S. (1937-1939/1991). Moisés y la religión monoteísta, Esquema del psicoanálisis, y otras 
obras. En Obras completas. Volumen 23. Buenos Aires: Amorrortu. 


. Dits et écrits. 2. 1970-1975. Paris: Gallimard. 


. Dits et écrits. 4. 1980-1988. Paris: Gallimard. 


GABILONDO, A. (1990). El discurso en acción. Foucault y una ontología del presente. Barcelona: 
Anthropos. 


GADAMER, H. G. (1975/1977). Verdad y método. Salamanca: Sígueme. 


GARAY, A., ÍÑicuez, L. y Martínez, A. M. (2005). «La perspectiva discursiva en psicología 
social». En Subyetividad y Procesos Cognitivos 7, 105-130. Buenos Aires: UCES. 


García Jiménez, J. (1993). Varrativa audiovisual. Madrid: Cátedra. 
GARFINKEL, H. (1968/2006). Estudios en etnometodología. Barcelona: Anthropos. 


Garri, G. (2007). Algunas anécdotas y un par de ideas para escapar de las ficciones modernas 
acerca de la identidad colectiva. Berceo, 153, 13-26. 


Geertz, C. (1988/1997). El antropólogo como autor. Barcelona: Paidós. 
GENErrE, G. (1962/1989). Palimpsestos: la literatura en segundo grado. Madrid: Taurus. 


GErGEN, K. (1994/1996). Realidades y relaciones: Aproximación a la construcción social. 
Barcelona: Paidós. 


(2007). Construccionismo social. Aportes para el debate y la práctica. Bogotá: 
Uniandes. 


GiL FLores, J., García Jiménez, E. y RopríGUEZ GÓMEZ, G. (1994). Análisis de datos obtenidos 
en la investigación mediante grupos de discusión. Enseñanza, 12, 183-199. 


GuL RoprícuEz, E. P. (2002). ¿Por qué le llaman género cuando quieren decir sexo”: Una aproxi- 
mación a la teoría de la performatividad de Judith Butler. Athenea Digital, 2, 30-41. 


Gorrman, E. (1971/1979). Relaciones en público. Microestudios del orden público. Madrid: Alianza. 
(2010). La palabra como arma. Buenos Aires: Libros de Anarres. 
Gounb, S. J. (1981/2003). La falsa medida del hombre. Barcelona: Crítica. 


Gror, S. (1985/2001). Psicología transpersonal. Nacimiento, muerte y trascendencia en psicotera- 
pia. Barcelona: Kairós. 


epública 


Gurpián-FERNÁNDEZ, A. (2007). El paradigma cualitativo en la investigación socio-educativa. 
San José de Costa Rica: CECC-AECI. 


GUATraRrt, E (1972/1976). Psicoanálisis y transversalidad. Buenos Aires: Siglo XXL 


(2004). Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones molec- 
ulares. Madrid: Traficantes de sueños. 


(2011/2013). Líneas de fuga. Por otro mundo de posibles. Buenos Aires: Cactus. 


y RoLnix, S. (2005/2006). Micropolítica. Cartografías del deseo. Madrid: 
Traficantes de Sueños. 


Guicou, N. (2013). La institucionalización del pensamiento de Gilles Deleuze en el campo de 
las Ciencias de la Comunicación, la Antropología Social y las Ciencias Sociales. 
Derivas de las artes de domesticar un pensamiento. En Guigou, N. y Álvarez 
E. (comp.), Abordajes hacia una etnografía de la comunicación contemporánea 
(pp. 12-24). Montevideo: Educación Permanente-Udelar. 


HazcKuL, E. (1866/1887). Morfología general de los organismos. Barcelona: Blas Barrera. 


HaraDa OLIVARES, E. (2005). El cuasi-empirismo en la filosofía de las matemáticas. Elementos, 


59, I5-21. 

Haraway, D. (1991/1995). Ciencia, cybores y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid: 
Cátedra. 

HawxiNG, S. (1988/1999). Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros. Barcelona, 
Crítica. 


Heel, G. (1807/1985). Fenomenología del espíritu. Madrid: Fondo de Cultura Económica. 
HerneccER, M. (1927/2003). Ser y tiempo. Madrid: Trotta. 

(1930/2005). Nietzsche. Barcelona: Destino. 

(1931/2007). De la esencia de la verdad. Barcelona: Herder. 
HrrsenBERG, W. (192510959). Física y filosofía. Buenos Aires: La Isla. 

(1955/1985). La imagen de la naturaleza en la fisica actual. Barcelona: Orbis. 


HERNÁNDEZ BENTANCUR, J. P. (2009). Ontología y lenguaje en Deleuze; de Lógica del sentido a 
Mil mesetas y Foucault. Hidos: Revista de filosofia de la Umwversidad del Norte. ro, 
134-161. 


Hosssawm, E. (1994/1998). Historia del siglo XX. Buenos Aires: Crítica. 

Horowrtz, D. (2006). The Professors: The 101 Most Dangerous Academics in Ámerica. 
Washington: Regnery Publishing. 

IzÁÑez, J. (1979). Más allá de la sociología. El grupo de discusión: Teoría y Crítica. Madrid: 
Siglo XXI. 


(1991). El regreso del sujeto. La investigación social de segundo orden. Santiago de 
Chile: Amerinda. 


IzARgz, T. (1990). Aproximaciones a la Psicología Social. Barcelona: Sendai. 


(2014). Foucault o la ética y la práctica de la libertad. Dinamitar espejismos y 
propiciar insumisiones. A1henea Digital, 14(2), 3-19. 

Instituto Nacional de Estadística (2012). Censos 2011. Montevideo. Disponible en http://www. 
ine.gub.uy/censos2011/index.html. Recuperado 12/10/2013. 


Internationale Situationniste (1958). Definiciones. En Internacional situacionisia. Vol. I: La re- 
alización del arte. Madrid: Literatura Gris. 


ÍK1cuEz, L. (1995). Métodos cualitativos en Psicología Social. En Revista de psicología social 
aplicada, 5(1/2), 2-10. 


James, W. (1907/2000). Pragmatismo. Un nuevo nombre para viejas formas de pensar. Madrid: 
Alianza. 


JaspErs, K. (1960/1967). Psicología de las concepciones del mundo. Madrid: Gredos. 
Junta Nacional de Drogas. (2004). Alcohol, género y cultura. Montevideo: OPS-SND-JND. 


Kac, E. (1999). Emergencia de la biotelemática y la biorrobótica: Integración de la biología, el pro- 
cesamiento de la información, redes y robótica. Mecad Electronic Journal, 1, 46-65. 


Kanr, 1 (1787/2005). Crítica de la razón pura. Madrid: Taurus. 


Karam, T. (2005). Una introducción al estudio del discurso y al análisis del discurso. Global Media 
Journal. Edición Iberoamericana, 213). 


Knorr Cerina, K. (1981/2005). La fabricación del conocimiento. Un ensayo sobre el carácter 
constructivista y contextual de la ciencia. Buenos Aires: Universidad Nacional de 
Quilmes. 


KosorskY Sebcwick, E. (1985). Berween men. English literature and male homosocial Desire. 
New York: Columbia University Press. 


(1990/1998). Epistemología del armario. Barcelona: Ediciones de la Tempestad. 


KroporKIx, P. (1902/2009). La selección natural y el apoyo mutuo. Madrid: Consejo Nacional 
de Investigaciones Científicas. 


Krsric, K. (1964/2001). Marko Marulic. The author of the term “Psychology”. En Acta Instituti 
Psychologici Umiversitatis Zagrabiensis, 36, 7-13. 
Koyama, E. (2003). The transfeminist manifesto. En Dicker, R. y Piepmeier, A. (eds.), Catching 


A Wave: Reclaiming Feminism for the 215t Century (pp. 244-259). Boston: 
Northeastern University Press. 


Kunn, T. (1962/2004). La estructura de las revoluciones científicas. México: Fondo de Cultura 
Económica. 


Lacan, J. (1955/2011). Seminario 3. Las psicosis. Buenos Aires: Paidós. 


Laxaros, 1. (1978/1989). La metodología de los programas de investigación cientifica. Madrid: 
Alianza. 


Laxorr, G. y Jomwson, M. (1980/2005). Metáforas de la vida cotidiana. Madrid: Cátedra. 


Larour, B. (1987/1992). Ciencia en acción. Cómo seguir a los científicos e ingenieros a través de 
la sociedad. Barcelona: Labor. 


(1991/2007). Nunca fuimos modernos. Buenos Aires: Siglo XXL 


(1999/2001). La esperanza de Pandora. Ensayos sobre la realidad de los estudios 
de la ciencia. Barcelona: Gedisa. 


(2012/2013). Investigación sobre los modos de existencia. Buenos Aires: Paidós. 


y WooLcar, S. (1979/1995). La vida en el laboratorio. La construcción de los 
hechos científicos. Madrid: Alianza. 


Lévi-Strauss, C. (1955/1988). Tristes trópicos. Barcelona: Paidós 
Lewxx, K. (1951/1988). La teoría del campo en la ciencia social. Barcelona: Paidós. 


Lizcano, E. (1999): La metáfora como analizador social. Empiria. Revista de metodología de las 
ciencias sociales, 2, 26-60. 


(2006). Metáforas que nos piensan. Sobre ciencia, democracia y otras poderosas 
ficciones. Madrid: Traficantes de sueños. 


Lórez RobríGUEZz, S. (2005). Orientación y desorientación en la ciudad. La teoría de la deriva. 
Granada: Universidad de Granada. 


Lourau, R. (1986/1989). El diario de investigación: materiales para una teoría de la impli- 
cación. Guadalajara: Universidad de Guadalajara. 


epública 


Louravu, R. (1988/2001). El análisis institucional. Buenos Aires: Amorrortu. 


(1991). «Implicación y sobreimplicación». En UBA Sociales, s/p. Disponible en 
http://catedras.fsoc.uba.ar/ferraros/BD/rl%z2oiys.pdf. 


Maatuar, W. (2010/2011). Devolver la abundancia a la tierra. Barcelona: Obelisco. 


Macías, B. (2013). Furia de género: el transfeminismo como práctica política de lucha integradora. 
Barcelona: Instituto Interuniversitario de Estudios de Mujeres y Género. 


MacKixN0ox, C. (1995). Hacia una teoría feminista del Estado. Madrid: Catedra. 
Marría, D. (2003). Sexualidades migrantes. Género y transgénero. Buenos Aires: Feminaria. 


MaLINowsKi, B. (1967). 4 diary in the strict sense of the term. Nueva York: Harcourt, Barce, 
and World. 


(1967/1989). Diario de campo en Melanesia. Madrid: Júcar. 





MANNHEIM, K. (1924/1941). ldeología y utopía. Ensayo sobre una sociología del conocimiento. 
México: Fondo de Cultura Económica. 


Marx, K. y EncELs, F. (1846/1974). La ideología alemana. Barcelona: Grijalbo. 


(1848/2011). Mamifiesto del Partido Comunista. México: Centro de Estudios 
Socialistas Carlos Marx. 


MasLow, A. (1954/1991). Motivación y personalidad. Madrid: Díaz de Santos. 

Mza, M. (1935/1973). Sexo y temperamento en las sociedades primitivas. Barcelona: Laia. 
MonrErRo, L. F. y Narn1, H. (2009). Operagóes de género. Athenea Digital, 16, 35-46. 
MONTERO, M. (2003/2006). Teoría y práctica de la psicología comunitaria. Buenos Aires: Paidós. 
Morey, M. (2014). Escritos sobre Foucault. Madrid: Sexto Piso. 

Mor1n, E. (1977/2001). El método. La naturaleza de la naturaleza. Madrid: Cátedra. 





MoRr8ss, D. (1967/1992). El mono desnudo. Buenos Aires: Plaza €r Janés. 
(1971/1974). Comportamiento íntimo. Barcelona: Plaza € Janés. 


(2004/2005). La mujer desnuda: Un estudio del cuerpo femenino. Barcelona: 
Planeta. 


MuriLto, J. C. (2009). El curso de Psicología y la psicología empírica. En Murillo, J. C. (ed.), 
Curso de psicología general (pp. 17-32). Pamplona: EUNSA. 


Nietzsche, E. (1873/2012). Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y otros fragmentos de 
Julosofía del conocimiento. Madrid: Tecnos. 


(1886/2003). Más allá del bien y del mal. Buenos Aires: Ediciones Libertador. 


(1889/2001). Crepúsculo de los ídolos o cómo se filosofa con el martillo. Madrid: 
Alianza. 


(1885-1889/2006). Fragmentos póstumos. Madrid: Tecnos. 


(1889/2012 ). El mihilismo (Escritos póstumos). En Psikolibro. http://biblio3. 
url.edu.gt/Libros/2012/LY M/el_nihi.pdf. 


(2006/2008) Fragmentos póstumos. Volumen IV. 1886-1889. Madrid: Tecnos. 
(1901/2000). La voluntad de poder. Madrid: Edaf. 
Núñez, S. (2011). Disney War. Montevideo: Hum. 


(2011). «Juegos absolutos». En Geopolítica de la subjetividad. Disponible en http:// 
sandinonunez.blogspot.com/2011/12/juegos-absolutos.html. Recuperado 
04/03/2014. 

(2012). La vieja hembra engañadora. Montevideo: Hum. 


OrLAN (2000). El cuerpo del artista como territorio del arte. Mecad Electronic Journal. 5, 19-28. 


Parker, L (2007/2010). La psicología como ideología. Contra la disciplina. Madrid: Los Libros 
de la Catarata. 


Parlamento del Uruguay (1958). Ley N.” 12.549. Carta Orgánica de la Universidad de la 
República. Disponible en https://legislativo.parlamento.gub.uy/temporales/ley- 
temp7003505.htm. Recuperado 03/04/2016. 


(1991). Ley N.” 16.226. Rendición de cuentas y balance de ejecución presu- 
puestal. Disponible en  https://legislativo.parlamento.gub.uy/temporales/ley- 
temp430782 1.htm. Recuperado 03/04/2016. 


(1994). Ley N.” 16.524. Créase un fondo de solidaridad, para financiar el sistema 
para estudiantes de la Universidad de la República y del nivel terciario del Consejo 
de Educación Técnico-Profesional. Disponible en https://legislativo.parlamen- 
to.gub.uy/temporales/leytemp3268614.htm. Recuperado 03/04/2016. 


(2008). Ley N. 18.256. Control del tabaquismo. Disponible en https://legis- 
lativo.parlamento.gub.uy/temporales/leytemp3665915.htm. Recuperado 
08/10/2013. 


(2008). Ley N.” 18.331. Protección de datos personales y acción de habeas 
data. Disponible en https: //www.impo.com.uy/bases/leyes/18 331-2008. 
Recuperado 13/04/2016. 

(2013). Ley N.” 19.075. Matrimonio igualitario. Disponible en https://legis- 


lativo.parlamento.gub.uy/temporales/leytemp1921128.htm. Recuperado 
16/04/2016. 


PATEMAN, C. (1988/1995). El contrato sexual. Barcelona: Anthropos. 


Prrrano Facto, J. (2008). Tristán Narvaja, un jurista rioplatense en tiempos de la codificación. 
Buenos Aires: Dunken. 


Pracer, J. (1964/1991). Seis estudios de psicología. Barcelona: Labor. 


Pichon-Riviire, E. (1971/1999). El proceso grupal. Del psicoanálisis a la psicología social 1. 
Buenos Aires: Nueva Visión. 


(1972/1977). La psiquiatría, una nueva problemática. Del psicoanálisis a la 
psicología social II. Buenos Aires: Nueva Visión. 


(1973/2005). El proceso creador. Del psicoanálisis a la psicología social III. 
Buenos Aires: Nueva Visión. 


(1980/1985). Teoría del vínculo. Buenos Aires: Nueva Visión. 


y PAMPLIEGA DE QuIroGa, A. (1977/1985). Psicología de la vida cotidiana. 
Buenos Aires: Nueva Visión. 


Pozo, L. (2009). Curso de psicología general. Pamplona: EUNSA. 
Porrer, K. (1934/1980). La lógica de la investigación científica. Madrid: Tecnos. 


Porrer, J. y WerHereLL, M. (1996). El análisis del discurso y la identificación de los repertorios 
interpretativos. En Gordo, A. y Lianaza, J. (eds.), Psicologías, discursos ) poder 
(pp. 63-78). Barcelona: Visor. 


Preciapo, B. (2002). Manifiesto contra-sexual. Madrid: Opera Prima. 
(2008). Testo yonqui. Barcelona: Espasa Libros. 


(2009). Queer: Historia de una palabra. En Parole de Queer. Disponible en http:// 
paroledequeer.blogspot.mx/2012/04/queer-historia-de-una-palabra-por.html. 
Recuperado 14/1/2015. 


(2010). Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en «Play Boy. durante la guerra 
fría. Barcelona: Anagrama. 


Preciano, B. (2013). Prólogo. Decimos revolución. En Preciado, B. et al. Zransfeminismos. 


Epistemes, fricciones y flujos (pp. 9-13). Tafalla: Txalaparta. 


PRIGOGINE, 1. (1972/1983). ¿Zimuna ilusión?>: Una exploración del caos al orden. Buenos Aires: 
Tusquets. 


(1991/2012). El nacimiento del tiempo. Buenos Aires: Tusquets. 
(1993/1997). Las leyes del caos. Barcelona: Grijalbo. 


Purxam, H. (1967/1981). La naturaleza de los estados mentales. México: Instituto de 
Investigaciones Filosóficas-Universidad Nacional Autónoma de México. 


(1992/2006). El pragmatismo. Barcelona; Gedisa. 
(1994). Cómo renovar la filosofía. Madrid: Cátedra. 
(1994/2000). Sentido, sinsentido y los sentidos. Barcelona: Paidós-UAB. 


Real Academia Española (2018). Diccionario de la lengua española. Edición del Tricentenario. 
Actualización 2018. Madrid: Espasa. 


REvEL, J. (2008/2 009). Diccionario Foucault. Buenos Aires: Nueva Visión. 
Ricozur, P. (1965/1990). Freud: una interpretación de la cultura. Madrid: Siglo XXI. 


Rorry, R. (1967/1998). El giro lingiúistico. Dificultades metafilosóficas de la filosofía lingúística. 
Barcelona: Paidós. 


Roszaxk, T. (1968/1981). El nacimiento de una contracultura. Barcelona: Kairós. 
RossEau, J. (1762/2004). El contrato social o principios de derecho político. Barcelona: Istmo. 


Rusin, G. (1975/1996). El tráfico de mujeres: Notas sobre la «economía política» del sexo. En 
Lamas M. (comp.), El género: la construcción cultural de la diferencia sexual 
(pp. 35-96). México: PUEG. 


(1984/1989). Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la 
sexualidad. En Vance, C. (comp.), Placer y peligro. Explorando la sexualidad fe- 
menina (pp. 113-190. Madrid: Revolución. 


SANDOVAL, C. (1995/2004). «Feminismo cyborg y metodología de los oprimidos». En Hooks, B. 
et al., Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras (pp. 81-106). Madrid: 
Traficantes de sueños. 


ScueLEr, M. (1924/1973). Sociología del saber. Buenos Aires: Siglo XXI. 


ScHELLIMG, F. (1809/2004). Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana y los 
objetos con ella relacionados. Barcelona: Anthropos. 


ScHEcHNEr, R. (1982/2000). Performance. Teoría y prácticas interculturales. Buenos Aires: 
Libros del Rojas-Universidad de Buenos Aires. 


Scuúrz, A. (1962/1974). El problema de la realidad social. Buenos Aires: Amorrortu. 
SkinNER, B. E. (1974/1994). Sobre el conductismo. Barcelona: Planeta-De Agostini. 
SokaL, A. y BrRIcMoNT, J. (1998/1999). Imposturas intelectuales. Barcelona: Paidós. 


SPENGLER, O. (1926/1966). La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia 
universal. Madrid: Espasa-Calpe. 


SpIvak, G. (1985/2011). ¿Puede hablar un subalterno? Buenos Aires: El cuenco de plata. 


(1999/2010). Crítica de la razón poscolonial. Hacia una historia del presente 
evanescente. Madrid: Akal. 


STANILAVSKI, K. (1937/2009). El trabajo del actor sobre sí mismo en el proceso creador de la 
encarnación. Barcelona: Alba. 


STEINER, G. (1989/2007). Presencias Reales. Barcelona: Destino. 


SreLarc. (1999). Visiones parásitas. Experiencias alternantes, íntimas e involuntarias. En MECAD. 
Electronic Journal. N* 1, junio 1999 INTRA-FAZ. s/p. Disponible en http:// ejour- 
nalmecad.files.wordpress.com/2008/06/ejournalr.pdf. Recuperado 01/08/2010. 


Szasz, T. (1961/1994). El mito de la enfermedad mental. Buenos Aires: Amorrortu. 


Taytor, S. J. y Bogdan, R. (1984/1994). Introducción a los métodos cualitativos de investigación: 
La búsqueda de significados. Barcelona: Paidós. 


(2011). Introducción. Performance, teoría y práctica» En Taylor, D. y Fuentes, M. 
(eds.). Estudios avanzados de performance (pp. 7-30). México: Fondo de Cultura 
Económica. 


TennuiE, Ch. y Yu, E. (2006/2007). Mixed Methods Sampling: A Typology With Examples. 
Journal of Mixed Methods Research, 1(1), 77-100. 


THrocHaris, T. y PsimopouLos, M. (1987). Where Science Has Gone Wrong. Vature, 329, 
595-598. 
Tresniirg, L. (1959/1994). Elementos de sintaxis estructural. Madrid: Gredos. 


Toporov, T. (1968/1972). Lo verosímil que no se podría evitar. En Verón, E. (ed.), Lo verosímil 
(pp. 175-178). Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo. 


(1969/1973). Gramática del Decamerón. Madrid: Josefina Betancor. 


(2000/2002). Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el Siglo XX. 
Barcelona: Península. 


Turner, V. (1969/1988). El proceso ritual. Estructura y antiestructura. Madrid: Taurus. 


VazLes, M. (1999). Zécnicas cualitativas de investigación social. Reflexión metodológica y práctica 
profesional. Madrid: Síntesis. 


VaAsILACHIS DE GIALDINO, L. (coord.) (2006). Estrategias de investigación cualitativa. Barcelona: 


Gedisa. 


Vásquez Rocca, A. (2006). La epistemología de Feyerabend. Esquema de una teoría anarquista 
del conocimiento. Observaciones Filosóficas, 2.. 


Vázquez Sixto, F. (1996). El análisis de contenido temático. En Objetivos y medios en la inves- 
tigación psicosocial (Documento de trabajo) (pp. 47-70). Barcelona: Universitat 
Autónoma de Barcelona. 


Verón, E. (1988/1993). La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad. 
Barcelona: Gedisa. 


VivaLDa, A. (1996). La feria de Tristán Narvaja. Montevideo: Arca. 


vs MATRIX. (1991). Cyberjeminist manifesto for the 215t century. vNs Matrix. Brave New Girls. 
Disponible en https://vnsmatrix.net/projects/the-cyberfeminist-manifesto-for- 
the-2 rst-century. Recuperado 12/08/2013. 


VoLosminov, V. N. (1930/1976). El signo ideológico y la filosofía del lenguaje. Buenos Aires: 
Nueva Visión. 


von BERTALANFFY, L. (1968/1989). Teoría general de los sistemas. México: Fondo de Cultura 
Económica. 


Warner, M. (2002/2012). Público, públicos, contrapúblicos. México: Fondo de Cultura Económica. 
WERrTHEIMER, M. (1959/1991). El pensamiento productivo. Barcelona: Paidós. 
Weezer, M. (1904/2012). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Madrid: Alianza. 


Wurrk, L. (1964/1982). La ciencia de la cultura. Un estudio sobre el hombre y la civilización. 
Barcelona: Paidós. 


WicnERr, E. (1960). The Unreasonable Effectiveness of Mathematics in the Natural Sciences. 
Communications in Pure and Applied Mathematics, 13(1), 1-14. 


Wizber, R. (1952/1967). 7he Foundations of Mathematics. New York: John Wiley y Sons. 

Wrrric, M. (1992/2010). El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Madrid: Egales. 

WITTGENSTEIN, L. (1921/1999). Investigaciones filosóficas. Barcelona: Altaya. 
(1921/1994). Tractatus logico-philosophicus. Madrid: Alianza. 


Wootx, V. (1929/2013). Un cuarto propio. Buenos Aires: Lumen. 


misión Sectorial de Investigación Cientifica 





Durante los primeros años del siglo XXI la actividad nocturna de la 
ciudad de Montevideo se centralizaba en torno a la Ciudad Vieja, así 
como lo haría sobre la avenida Constituyente desde 2018. Entre 2011 
y 2014, lapso en el cual se realizaría el trabajo de campo de esta inves- 
tigación, estos modos de acción manifestaron sus efectos en torno al 
barrio Cordón. 


Por manifestarse explícitamente allí los rituales de cortejo, la perfor- 
ES EEES 
der a los procesos de construcción del sistema sexo/género. A partir de 
ejercicios de deriva urbana fue posible identificar los flujos en la activi- 
dad recreativa nocturna de la zona desde una perspectiva etnome- 
todológica. De la mano de la observación participante y el diario de 
campo fue posible establecer entrevistas en profundidad con los 
actantes identificados como informantes calificados y habilitar grupos 
de discusión que permitieran registrar nuevos relatos en sintonía con 
los anteriores.